En ese
reconocer nuestra propia humanidad, tenemos la certeza que mientras se nos de un día más de vida,
obtenemos otra oportunidad. De
levantarnos si hemos caído, de reparar si por nuestra fragilidad algo hemos destruido, de volver a empezar si
por cansancio o temor hemos hecho
un pare o abandonado el camino.
No podemos culparnos de todo lo que pasa a nuestro alrededor, ni sentir cada vez que fallamos que somos lo peor. Mucho menos que no merecíamos el bien que recibíamos, o que si algo valioso hemos perdido, es porque dignos de ello no nos sentimos.
Puesto que hay quienes al experimentar la derrota o el fracaso, se quedan contemplando cómo el auto concepto que tenían de su persona, se les desborona y se les viene abajo; ya que cuesta vislumbrar la propia humanidad y redescubrir en ella el toque heredado de Divinidad,
No podemos culparnos de todo lo que pasa a nuestro alrededor, ni sentir cada vez que fallamos que somos lo peor. Mucho menos que no merecíamos el bien que recibíamos, o que si algo valioso hemos perdido, es porque dignos de ello no nos sentimos.
Puesto que hay quienes al experimentar la derrota o el fracaso, se quedan contemplando cómo el auto concepto que tenían de su persona, se les desborona y se les viene abajo; ya que cuesta vislumbrar la propia humanidad y redescubrir en ella el toque heredado de Divinidad,
Y nos
quedamos estancados en el error, extasiados ante las heridas, lamentándonos por lo que hemos perdido,
esperando lástima o compasión;
creyendo merecidas las dificultades vividas, porque no confiamos en lo que somos capaces de lograr
ni hasta donde podemos realmente
llegar; es más fácil cavilar que hicimos lo que pudimos, que no había más nada que esperar, que dimos
lo poco que teníamos.
Qué difícil
es para muchos quererse a sí mismo, y entrar sin miedo en los rincones más profundos del alma;
confrontar los vacíos, reconocer su
fortaleza y debilidad, definir la propia personalidad, aceptarse tal como se es, sin pretender
imitar a otros o añorar lo que no se
posee ni renegar de lo mucho o poco que se tiene.
Y a pesar de haber caído, de sentir como nuestro vaso se ha roto en mil pedazos y parece imposible de reparar; aunque veamos como el amor que creíamos eterno se nos ha escapado de las manos, o que sintamos perdida esa amistad a la que habíamos entregado la vida; no podemos dejar de tener presente, que cada amanecer que contemplamos, es un don de Dios en el que nos regala otra oportunidad.
Y a pesar de haber caído, de sentir como nuestro vaso se ha roto en mil pedazos y parece imposible de reparar; aunque veamos como el amor que creíamos eterno se nos ha escapado de las manos, o que sintamos perdida esa amistad a la que habíamos entregado la vida; no podemos dejar de tener presente, que cada amanecer que contemplamos, es un don de Dios en el que nos regala otra oportunidad.
Porque no
hay que perder la esperanza de volverlo intentar,
aprender
a creer, desear reconstruir, llenar los vacíos, ser capaces de amarnos, permitirnos reír, llorar,
enojarnos, dejar salir libremente
nuestra fortaleza y fragilidad; sin nada que ocultar ni fingir, sintiéndonos libres de poder expresar
lo que somos, queremos,
añoramos, necesitamos soñamos; y ante todo concedernos nosotros mismos todas las veces que sea
necesario, otra oportunidad.
La vida no
se acaba en el intento, hay quienes aunque su corazón
siga
latiendo; por dentro están muriendo; y los días se les convierte en rutina, donde lo bueno que
reciben lo toman como limosnas que
les da el destino; y aunque suene fuerte esta realidad, son muchas las almas que por miedo a volver a
caer, perder o llorar, se han
negado a sí mismos otra oportunidad.
Sólo se vive
una vez, no olvidemos esa verdad; levantémonos, abramos el corazón, empecemos de nuevo amar, miremos
a nuestro alrededor, aún hay
mucho por hacer; el Amigazo Dios nos ama tanto que nos ha querido dar hoy como ayer otra oportunidad…
el futuro es incierto, no dejemos
de soñar, y que no se nos escape de la mano la vida que gratuitamente se nos da.
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