En el estado de Michoacán, hace
ya algunos años, vivió un señor llamado Romualdo Juárez. Este señor era el
líder de una comunidad de agricultores, los cuales le odiaban porque les
trataba muy mal, siempre los ofendía y abusaba de ellos en el plano laboral;
era inconsecuente y bastante corrupto. Con su comportamiento de había ganado a
pulso el odio de sus compañeros jornaleros, los cuales deseaban verle muerto
para librarse de él.
Como
Romualdo era consciente de que nadie le tenía aprecio por las arbitrariedades
que cometía siempre se hacía acompañar por dos de los campesinos que se decían
amigos de él, y en los que confiaba relativamente; pues ya en varias ocasiones
había sido atacado por jornaleros armados con machetes.
En
una ocasión, saliendo de su lugar de trabajo se dirigió a su casa acompañado de
sus guardaespaldas, pues ya la noche había avanzado. Al llegar a su hogar su
esposa le comunicó que uno de sus hijos, el primogénito, estaba bastante
enfermo y presentaba una fiebre muy elevada. Se hacía necesario la presencia
del doctor. Pero Romualdo dudaba en salir de su casa solo, los guardaespaldas
ya se habían ido y lo que temía el líder era no encontrarse con sus enemigos,
sino que se le apareciera El Aparecido, que solía espantar muy cerca del rumbo
donde el médico vivía. Sin embargo, pudo más el amor que sentía por el niño que el miedo que le tenía
al fantasma, y armándose de valor, salió y enfiló montado en su cuaco hacia
donde vivía el único médico de la zona.
Cuando
llegaron al sitio donde se decía que presentaba El Aparecido, el caballo de
Romualdo se encabritó, se levantó en dos patas y lo tiró al suelo.
Asustadísimo, el hombre se levantó como pudo y a voz en cuello gritó: ¡Hey, no
sé quién eres, pero cualquiera que seas aléjate de mí! ¡No te metas conmigo!
Inmediatamente
se escuchó una tenebrosa carcajada que parecía salir de ultratumba. Romualdo
estaba pálido del terror y el cuerpo le temblaba sin poderlo evitar. Sin embargo,
volvió a gritar con todas sus fuerzas: ¡Aléjate, espíritu del mal! ¡Soy el
dueño de todo lo que ves alrededor tuyo y no te haré nada malo si te alejas
inmediatamente! Volvió a escucharse la espeluznante carcajada y se escuchó una
voz que nada tenía de humana que decía. ¿Acaso eres dueño de tu alma? ¡Porque
es un hecho que me la voy a llevar!
En
ese momento, a pesar de que Romualdo se decía ateo, empezó a rezar a Dios y a
todos los santos con mucho fervor y pidiéndoles perdón por todas las malas
acciones que había cometido con sus compañeros los campesinos. En ese mismo
instante las carcajadas se dejaron de escuchar, ya no se oyó aquella terrible
voz. Al sentir el silencio Romualdo echó a correr hasta la casa en donde se
encontraba el doctor, para suplicarle que acudiese a revisar a su pequeño.
A
partir de ese escalofriante día, Romualdo se convirtió al catolicismo y su mal
comportamiento cambió tajantemente. Se volvió honesto y comprensivo con los
problemas laborales y cotidianos de sus compañeros, nunca más los trató mal y
se hizo querer de todos.
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