Cuenta
una leyenda nahua de la Sierra de Puebla que los indígenas le temen a los
Aires, entidades frías muy peligrosas que enferman a las personas.
Aunque
todos pueden ser malignos hay una cierta graduación entre ellos; así pues hay
Aires “buenos” y Aires “malos. Suelen penetrar en el cuerpo por los orificios
naturales o si alguien padece una herida. Al introducirse en el cuerpo se
llevan el tonalli, el alma, y lo arrojan en cualquier parte.
Los
brujos de las comunidades tienen la capacidad de producir aires malignos por
encargo, con el fin de matar a quien se desee; se les conoce como Amo Cuali
Yeyecatl; es decir “aire que no es bueno”; se suelen encontrar en los cruces de
los caminos, que son las entradas al Inframundo.
Los nahuas del Valle de México
afirman que los Aires tiene la figura de hombres chiquitos, de tipo indígena
que moran en los manantiales y en las cuevas. Y para los nahuas de Pahuatlán,
Puebla, estos seres chiquitos son masculinos y femeninos, jóvenes y viejos, que
tienen el poder de enfermar o de curar.
Los
Aires Buenos son blancos, y los Aires Malos son de color negro y de género
masculino. Los indígenas nahuas de Tlaxcala creen que los cadáveres generan
Aires malignos a los que denominan Aires de Muerto o Cáncer de Muerto.
Por
ello, si alguna persona tiene una herida en su cuerpo, no debe asistir a algún
velorio ni entrar a un cementerio, pues se le puede meter este Aire al cuerpo y
producirle cáncer; lo mismo puede suceder con una mujer que se encuentra en su
período o en estado de puérpera, las cuales terminarán con ardor y dolor de
matriz y pudriéndose.
Las emanaciones de las prostitutas y de las mujeres
ligeras, provocan el llamado Aire de Basura, el Yeyectalcíhuatl, de índole
caliente, que ataca principalmente a los niños y les provoca enfermedades de
los ojos, aun cuando también afecta a los adultos cuando tiene relaciones
sexuales con las meretrices, sus ojos se llenan de pus, dolor y se le provoca
borrosidad en la visión.
Para
curar estos estados morbosos, los hombres deben lavarse los ojos con el agua
donde se haya hervido un cordón umbilical de un hijo primogénito.
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