Ya de cara a la humanidad, redescubro que nuestra naturaleza
es de barro, se deja a veces modelar, se endurece con el tiempo cuando no la
trabajamos, necesita esa gota de amor que la sepa ablandar, y muchas veces
estando aparentemente dura, se rompe fácilmente y cuando menos lo imaginábamos.
Alguna vez entendí, que el Dios alfarero nos modeló,
permitiendo que existiera un vacío en nuestro interior, para que en el diario
vivir, buscáramos llenarnos de su amor; pero nuestra humanidad muchas veces no
lo asume así, le toca enfrentar o carecer de cosas que agrande y agudice ese
vacío que siente; y en su afán por quererlo llenar, se equivoca muchas veces,
se sumerge en la vanidad, se deja llenar de lo material y superficial; creyendo
que en el poder y el tener, está aquello que nos dará la verdadera paz. Otras
veces intentamos moldear nuestra vasija, a ejemplo de las que nos atribuye la
sociedad; donde el concepto de belleza se distorsiona, las exigencias que nos imponen
no nos transforman, sino que nos deforman, y por más que nos saturamos de todo
lo que nos ofrece, no nos sentimos llenos, sino más vacíos, alejándonos de todo
aquello que el Amigazo soñó cuando nos supo crear.
En el camino surgen las grietas y nos rasgamos poco a poco,
por los golpes que recibimos o simplemente porque somos tan frágiles, que ante
todo lo que vivimos y sentimos, nuestro barro se va quebrantando, se endurece y
envejece por el tiempo que transcurre sin saber vivirlo; al no encontrar aquello
que de verdad necesitamos, nos creemos a veces demasiado duros, pero qué fácil
es rompernos en mil pedazos. Y dudamos del toque de Divinidad que Dios nos dio,
sentimos que nos abandonó, llegamos a pensar que nada tiene sentido, que así
agrietados y despedazados no servimos, nos avergüenza la fragilidad que
experimentamos, tratamos de ocultarla; nos cuesta aceptar que fallamos,
pintamos la vasija de los colores de moda, nos hacemos bufones o payasos, para
que otros no nos rechacen y no noten la miseria de nuestro barro.
Y hacemos caso omiso de esta realidad,
negamos nuestra propia naturaleza y humanidad, buscamos y señalamos la
fragilidad de los demás, para disimular y justificar nuestra debilidad; nos
cuesta demasiado ensuciarnos del barro de aquel que camina a nuestro lado, nos
convertimos en sus jueces y verdugos, que señalan sus grietas y condenan su
imperfección, nos burlamos de sus defectos, discriminamos muchas veces aquello
mismo que escondemos en nuestro interior; somos ciegos ante el valor que de
verdad tienen, por el solo hecho de ser vasija creada de las manos del mismo
Dios que nos creo. No podemos rechazar nuestra humanidad, mucho menos la de los
demás; el ser barro nos hace frágiles, pero a la vez dóciles en las manos de
nuestro Alfarero; El sabe ablandarnos con gotas de amor, solo El puede llenar
el vacío de nuestro corazón; El conoce nuestras grietas y sabe que hacer con
ellas, permite que existan en nosotros, para que se derramen por el mundo,
aquello que el pone en nuestro interior.
El hombre rechaza la miseria y Dios trabaja con ella para
mostrar su perfección; por eso, cuando sintamos que nos quebrantamos y que nada
en nosotros tiene sentido ni valor; pidámosle al Alfarero que rompa todo
nuestro barro, aunque eso nos cause más dolor; dejemos que lo ablande con su
Misericordia y lo modele con su amor, seamos dóciles en sus manos para haga de
nosotros la obra más hermosa de su creación, aunque el mundo no lo reconozca,
aunque se aleje de todo aquello que la sociedad se inventó, no importa el
tamaño o el color de nuestra vasija, somos el sueño de Dios… así
experimentaremos que el dolor que hemos sentido no nos deformó, sino que con su
amor nos transformó y nos renovó.
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