Durante la época de la colonia, en
Oaxaca las personas estaban acostumbradas a quedarse dentro de sus hogares
antes de las 10 de la noche. Para mantener la seguridad de la ciudad había una
gran cantidad de “Serenos”, hombres vigilantes que hacían rondas en las calles
durante la noche.
Las
calles no tenían luz eléctrica, así que Los Serenos tenían que salir
acompañados de una lámpara de gas que les permitía alumbrar su camino. Una
noche algunos vieron salir a un sereno del callejón 2 de abril, se dirigía con
mucha prisa hacía la basílica de La Soledad. Las mismas personas que lo vieron
salir, también escucharon unos minutos antes el terrible grito de un hombre.
Cuando el vigilante llegó a la iglesia
tocó la puerta con mucha fuerza, el sacerdote salió rápidamente y le preguntó
qué necesitaba. El sereno le dijo al oído que se trataba de una urgencia:
-“Sobre el callejón hay un hombre tendido y agonizante, alguien lo ha apuñalado
y está listo para dar su confesión antes de morir”.-
El
sacerdote tomó su biblia, un rosario y salió acompañado del sereno en busca de
aquel pobre hombre. Al llegar al oscuro callejón vio a un hombre en el piso, de
inmediato se hincó ante él, comenzó con su confesión y tras varios minutos el
hombre por fin dio una gran exhalación y murió en paz. El sacerdote dio unas últimas
palabras y le pidió al sereno que le alumbrara con su lámpara, pero al darse la
vuelta ya no estaba, únicamente se encontraba la lámpara en el piso.
Entonces,
el sacerdote tomó la lámpara y la acercó al difunto para ver su rostro y
descubrir si lo podía conocer. Para su sorpresa, el rostro del hombre muerto
era el mismo de aquel sereno que lo había ido a buscar a la iglesia. El
sacerdote tuvo un terrible susto, tiró accidentalmente la lámpara que se quebró
al caer y quedó solo con el muerto en el oscuro callejón.
Regresó
corriendo a la iglesia, se encerró en su cuarto y rezó toda la noche. Pero en
muy pocos días enfermó misteriosamente, estuvo en cama durante meses y aunque
todos pensaban que estaba a punto de morir, el sacerdote pudo sanar. Quedó sordo
del oído derecho, justo donde el sereno le había susurrado la noticia, y nunca
más pudo volver a caminar sobre el callejón 2 de abril.
Cuentan
que cada vez que dan las 12 de la noche se escucha el lamento de un hombre
sobre ese callejón y a pesar de que ya hay electricidad, las lámparas comienzan
a fallar hasta apagarse, dejándolo totalmente oscuro
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