Cuenta
una leyenda que en Rancho Nuevo, poblado huasteco que se encuentra en Tamiahua,
Veracruz, vivía Irene Saavedra junto con sus padres doña Demasía González y don
Abundio Saavedra. La joven era muy hermosa; su pelo era largo y muy oscuro, los
ojos los tenía del color del ámbar y levantados hacia las sienes, su piel
oscura color cobrizo brillaba como el oro. Los tres formaban una familia
sumamente feliz.
Irene y su madre eran
devotas, muy creyentes de la religión católica, cuyos preceptos y rituales
cumplían a carta cabal. Festejaban las fiestas católicas, iban diariamente a
misa como buenas católicas y trataban de ayudar al prójimo.
Un Jueves Santo, Irene
decidió ir a traer leña a un lugar que se llamaba Paso de Piedra, y a pesar de
se trataba de un día de la Semana Santa en el que se tenía prohibido ir a
juntar leña, la chica se alistó y partió en su búsqueda. Posiblemente se le
había olvidado el hecho de que no debía hacer dicho trabajo, pues se trataba de
un día de vigilia y de guardar.
Una
vez que Irene terminó de acarrear la leña que necesitaba, regresó a su casa muy
satisfecha porque había logrado acarrear mucha. Cuando llegó a la casa le
comentó a su madre que tendría que bañarse porque estaba muy sucia y se sentía
incómoda. Su madre puso el grito en el cielo y le dijo que no lo hiciera por
ningún motivo, pues en esos días santos no se permitía agarrar agua ni tampoco
bañarse, porque sería una blasfemia y se condenaría. Irene le replicó a su
madre que con el perdón de Dios al menos iba a lavarse la cara, aunque no a
tomar un baño. Tomó dos hojas de jaboncillo de la cocina y se dirigió al pozo
para asearse.
Un rato después la madre de
Irene escuchó unos gritos desesperados que venían del pozo, corrió
inmediatamente hacia el lugar donde se encontraba su hija y oyó su voz que
decía: – ¡Madre, madre, por favor ayúdame! Poco a poco los angustiados gritos
se convirtieron un lamento.
Ante los azorados ojos de la
mujer, una enorme ola salió del pozo e Irene empezó a transformarse en otro
ser: su boca era como la de un pez, sus ojos, su pelo y su piel se tornaron
rojos, de la cintura para abajo se transformó en un pez lleno de escamas.
Cuando la transformación terminó, la gran ola la arrastró por el río hasta el
mar. Al darse cuenta los pescadores del pueblo de lo que pasaba, tomaron sus
lanchas y persiguieron a Irene para rescatarla. Al momento de irla a salvar, se
apareció un barco muy viejo, al cual Irene saltó muy contenta y sonriendo, al
tiempo que entonaba una canción que decía: Peten ak, peten ak, “giren,
giren” En ese momento muchos animales marinos se reunieron
alrededor del barco, el cual momentos después desapareció dejando a los hombres
boquiabiertos.
A partir de ese hecho,
todos los jueves santos, la madre de la muchacha acude a la playa con la
esperanza de volver a ver a su hija. Por su parte, los pescadores aseguran que
cuando escuchan el canto de Irene deben alejarse, ya que aquel que llegue a verla
sufrirá muchas desgracias en la vida y hasta podría morir. Se les presenta la
mujer-sirena como una bella mujer de pelo rubio, dulce voz y grandes senos,
cuando el desdichado que la ve quiera acercarse a ella para tocarla, Irene se
convierte en un ser horripilante que hace que el mar se agite mucho y le voltea
la lancha para matarlo ahogado.
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