Hace dos semanas, una de
mis primas me pidió prestada mi casa, pues quería celebrar el cumpleaños de su hijo y no
tenía dinero como para organizarlo en un local. Le dije que no habría ningún
problema, siempre y cuando dejaran el patio tal y como lo encontraron.
Ese fin de semana me fui
de paseo con mi novia y cuando regresé a mi hogar, aquello era prácticamente
“zona de desastre”. Las mesas que habían rentado para el evento, aún estaban
ahí al igual que los sucios manteles. En el piso había migajas del pastel y
manchas de refresco.
Mi prometida me dijo,
que no me enfadara, ya que no podía hacer nada para remediar esa situación.
También me comentó que si quería que se quedara para ayudarme a limpiar la
casa, a lo que yo sin duda respondí que sí. Ella tomó unas bolsas de basura y
yo agarré una escoba y un recogedor.
En eso estábamos, cuando
mi novia recibió una llamada en su teléfono y tuvo que dejarme, pues será algo
relacionado con su mamá. Seguí limpiando hasta que unas carcajadas hicieron que
dejara esa tarea. Es la risa más aterradora que se puedan imaginar. Voltee
hacia la derecha y ahí estaba un payaso con
la cara deforme y una gran nariz de color rojo, de la cual brotaban chorros de
sangre.
Debo decir que les tengo miedo a los payasos desde
que recuerdo, así que esa situación fue espantosa para mí. El bufón me hacía
señas con una de sus manos y vi que de sus dedos emergían unas garras enormes.
Retrocedí hasta donde
estaba la escoba, la jale y al hacerlo deje entrar los rayos del sol con lo
cual el personaje se dispersó. Luego me puse en cuclillas para recuperar el
aliento y observe una hoja de periódico abajo de la mesa. En primera plana
aparecía la foto ese tenebroso payaso acompañado de la leyenda “asesinado en una fiesta infantil”.
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