Existe un
gran misterio escondido dentro del dolor, que lo hace
parecer
a veces una contradicción ya que nos puede debilitar o llenar de valor.
Hay
quienes culpan de su existencia a Dios y cuando lo perciben o sienten, se quejan, suspiran, reclaman,
bendicen, maldicen o hasta agradecen.
El dolor no
tiene tamaño ni comparación; solo el que lo está
sintiendo
sabe realmente cómo es, cada uno lo experimenta y expresa a su manera, y aunque exista mucha conexión
entre dos, nadie puede llegar a
sentir lo que el otro ha de sufrir; por lo tanto no es justo señalar o decir, quien sufre menos o
más, no ponerse en el papel de
héroe que todo lo supera ni mártir que ha nacido tan solo para llorar; porque "Ojos vemos corazón
no" así lo dice ese viejo pero sabio
refrán.
El dolor es utilizado a veces como escudo, mecanismo de defensa, excusa, arma para chantajear; hay quienes se quedan sumergidos en él a tal punto que se estancan y no logran avanzar; otros le ignoran porque tienen miedo de que al expresarlo, descubran su fragilidad; hace daño tanto exagerarlo como ignorarlo; simplemente hay que asumirlo, enfrentarlo y superarlo, solo así logra su cometido, el de fortalecernos, transformarnos, más no deformarnos; enseñarnos a descubrir nuestras fuerzas y experimentar más de cerca el amor que nos regala a diario Dios.
El dolor puede también enfermar o sanar; hacer más frágil o fuerte nuestra fe; puede robar o devolver la esperanza y la paz; el dolor no tiene una definición ni medida exacta; no se sabe realmente donde se siente; porque cuando llega, de mente, alma y cuerpo se apodera; consigue hacer perder la razón u ofrecer una madurez que nos haga aterrizar y tomar la mejor decisión.
El dolor es utilizado a veces como escudo, mecanismo de defensa, excusa, arma para chantajear; hay quienes se quedan sumergidos en él a tal punto que se estancan y no logran avanzar; otros le ignoran porque tienen miedo de que al expresarlo, descubran su fragilidad; hace daño tanto exagerarlo como ignorarlo; simplemente hay que asumirlo, enfrentarlo y superarlo, solo así logra su cometido, el de fortalecernos, transformarnos, más no deformarnos; enseñarnos a descubrir nuestras fuerzas y experimentar más de cerca el amor que nos regala a diario Dios.
El dolor puede también enfermar o sanar; hacer más frágil o fuerte nuestra fe; puede robar o devolver la esperanza y la paz; el dolor no tiene una definición ni medida exacta; no se sabe realmente donde se siente; porque cuando llega, de mente, alma y cuerpo se apodera; consigue hacer perder la razón u ofrecer una madurez que nos haga aterrizar y tomar la mejor decisión.
Muchos lo
culpan de los errores cometidos; otros creen que al
vivirlo
es por su fragilidad y humanidad; pero el gran misterio que el dolor encierra es que dentro de él está el
toque que Dios nos regala de su
divinidad; el dolor nos hace buscar las fuerzas más
ocultas
de nuestro interior; y muchas veces en los momentos de dificultad es cuando descubrimos la fortaleza
de la cual hemos sido dotados,
experimentamos paz aunque tengamos que llorar y sentimos la presencia del Amigazo más cerca, aunque
creamos que nos ha abandonado y
solos nos ha dejado.
Así es el dolor; ese mismo que inspira poesías, canciones, reflexiones u oración; acerca o aleja a las personas de Dios; hace parte de nosotros pero no nos impide ser realmente feliz, puesto que no hemos sido creados para sufrir; el dolor ayuda a percibir la verdadera amistad y hay quienes dicen que logra medir hasta la fuerza del amor, puede unir o separar; herir o sanar; y tantas cosas más que no se pueden medir, porque el dolor en sí es un misterio que no encuentra palabras que lo logren definir.
Así es el dolor; ese mismo que inspira poesías, canciones, reflexiones u oración; acerca o aleja a las personas de Dios; hace parte de nosotros pero no nos impide ser realmente feliz, puesto que no hemos sido creados para sufrir; el dolor ayuda a percibir la verdadera amistad y hay quienes dicen que logra medir hasta la fuerza del amor, puede unir o separar; herir o sanar; y tantas cosas más que no se pueden medir, porque el dolor en sí es un misterio que no encuentra palabras que lo logren definir.
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