Un día un
hermoso Armadillo acudió a ver a Tamaychi a su casa.
Muy
acongojado le contó que ya no aguantaba a los hombres y a los animales que
constantemente lo perseguían para comérselo, y que le costaba mucho trabajo
defenderse de tales ataques porque sus patas eran muy cortas y no podía correr
velozmente.
Tampoco
tenía alas para volar ni cuernos para atacar ni veneno para matar a sus
verdugos; y que además carecía de la suficiente inteligencia para planear su
defensiva.
Por todas
estas razones, le rogaba al dios Tamaychi le proporcionara los medios para
defenderse.
Compadecido,
el geniecillo le contestó al Armadillo:
-“¡Tienes
toda la razón, te encuentras muy indefenso ante los ataques de los hombres y
los animales, por eso, desde ahora, te doto de un grueso y fuerte caparazón que
pueda defenderte de la crueldad de los otros!”-
Desde
entonces, el Armadillo cuenta con un fuerte y bello caparazón.
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