Cuando todavía la humanidad
no había sido creada, y todo era oscuridad, vivían unos seres grises que tenían
tres piernas, una en medio de las piernas normales, que comían para vivir
olores, suciedad, cosas crudas e insípidas.
Vivían asustados esperando
que algún día un dios hiciera la luz que los mataría. Estos seres grises se
llamaban baatsik’i aatslaab, antiguos antepasados de creaciones venerados como
aatslaabtsik.
Cuando por fin los dioses
crearon al Sol, los baatsik’i aatslaab se hundieron de cabeza en la tierra de
los montes y los caminos. Cuando salen de sus refugios a caminar, lo hacen de
cabeza y haciendo círculos, y entonces se producen los remolinos.
En cierta ocasión Florinda,
una joven huichola poco agraciada y a la que no faltaban defectos, estaba tan
desesperada porque no encontraba marido y ya iba a cumplir diecisiete años, que
decidió ir a llorar sus penas al monte, pues era un hecho que la fea jovencita,
que además de ser chaparra era gorda, estaba muy enamorada de un jovencito
llamado Emilio.
Pero Emilio no la quería y
prefería a Sofía, una bella muchacha de cabellos negros, largos y lustrosos,
poseedora de una gran sonrisa que mostraba sus dientes parejos y fuertes.
Así púes, Florinda se fue al
monte a lamentarse. Estaba sentada en una roca, cuando de pronto vio acercarse
un remolino turbio y sonoro.
Como no malició un peligro
inminente, porque la chica era corta de luces, se quedó sentada. El remolino se
acercó cada vez más, hasta que Florinda se dio cuenta de que se trataba de los
encorvados tres piernas llamados baatsik’i aatslaab. En un abrir y cerrar de
ojos, la joven desapareció tragada por el remolino.
Nunca más apareció, sólo
encontraron cerca de la roca su bordada blusa del diario. Casi nadie la lloró
en su pueblo, lamentaron su desaparición, y nada más. Tranquilo de la presencia
molesta de Florinda, Emilio contrajo matrimonio con Sofía y vivieron muy
felices en un pueblo vecino llamado Santoriana.
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