Serpiente de Plumas, el
dios maya del agua, el viento y de Venus, se conoció entre los chontales como
Mukú Leh Chan, y por los quichés como Q’uk’umatz. El mismo Quetzalcóatl tolteca
o tal vez el dios olmeca, “el de la voz poderosa”.
De antigüedad anterior a
los mayas peninsulares y a los fundadores de Chichén Itzá, donde se encuentra
la famosa pirámide de su descenso en los equinoccios de marzo y septiembre,
durante la fiesta llamada por Diego de Landa Chickabán, celebrada el mes Xul,
en la cual el jefe de los guerreros, Nacom, se sentaba en el templo sahumado
con copal a presenciar la danza Holkanakot, realizada por los guerreros, el
sacrificio de un perro, y la ruptura de las ollas que habían contenido bebidas
sagradas.
Cuando la celebración
daba término, el Nacom era conducido a su casa.
Los señores del Mayapán,
se reunían para la fiesta ostentando cinco estandartes de plumas, y se dirigían
al Templo de Kukulkán a orar en su honra durante cinco días, hasta que el dios
venerado descendía por la pirámide.
El Popol Vuh nos
presenta a Kukulkan como uno de los dioses creadores, y como el dios eterno de
los vientos. Venerado por los itzáes, los cocomes del Mayapán, y los tutl xiúes
de Maní, todos ellos linajes de estirpe maya.
En tanto que persona
llegó un cierto día del siglo XI desde el Poniente, a fundar y reinar en
Chichén Itzá, nunca tuvo esposa ni hijos. Cuando partió del Mayapán, se dirigió
al centro de México para convertirse en Quetzalcóatl.
Dios del trueno entre
los mayas, cuyo aire sale de la boca en sus representaciones estelares, aparece
en varios códices representado con una nariz larga y mocha, con signos de los
elementos de la naturaleza: la tierra, como espiga de maíz; el pez como el
agua; el buitre como los aires; y el lagarto como el fuego.
Va sobre el agua con
antorchas prendidas, para sentarse en el árbol-cruz de los cuatro vientos, y
desde ahí regir las cosechas y esperar el término de los tiempos.
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