Cuando bajaron las aguas del diluvio, era un
lodazal el valle de Oaxaca. Un puñado de barro cobró vida y caminó. Muy
despacito, caminó la tortuga. Iba con el cuello estirado y los ojos muy
abiertos, descubriendo el mundo que el sol hacía renacer.
En un lugar que apestaba, la tortuga vio al
zopilote devorando cadáveres -Llévame al cielo- le rogó. -Quiero conocer a
dios-
Mucho se hizo pedir el zopilote. Estaban sabrosos
los muertos. La cabeza de la tortuga asomaba para suplicar y volvía a meterse
bajo el caparazón, porque no soportaba el hedor.
-Tú, que tienes alas, llévame- mendigaba. Harto de
la pedigüeña, el zopilote abrió sus enormes alas negras y emprendió vuelo con
la tortuga a la espalda. Iban atravesando nubes y la tortuga, escondida la
cabeza, se quejaba:
-Qué feo hueles- El zopilote se hacia el sordo.
-Qué olor a podrido- repetía la tortuga.
Y así hasta que el pajarraco perdió su última
paciencia, se inclinó bruscamente y la arrojó a tierra. Dios bajó del cielo y
juntó los pedacitos. En el caparazón se le ven los remiendos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario