El
hombre-dios Zamná, sacerdote de los chanes de Bacalar, de los itzáes, “los
brujos del agua”, que emigraron a Yucatán en el siglo IV desde el Noh Petén, la
Gran Isla, fundó la maravillosa ciudad ceremonial de Chichén Itzá, alrededor
del año 525. Así pues, Lakin Chan, el Sacerdote Chan llegó desde el oriente.
Zamná fue
un gobernador anciano y casto, un Ah Itzaés. Al llegar a Yucatán se dio cuenta
de lo prodigioso de la región y de las bondades que dispensaba la tierra por su
fertilidad.
Diose también
por enterado de que los montes y las selvas estaban pletóricos de hermosos
animales, y ante tanta abundancia decidió sentar sus lares en Yucatán. Entonces
pronunció palabras sentenciosas con las que advertía que tres veces los itzáes
serían vencidos, como ya lo habían sido por los Señores de Xibalbá, el
Inframundo.
Nuevamente
serían vencidos por seres crueles, astutos y avaros, pero que, a pesar de todo,
prevalecería la constancia de los itzáes asentados en la nueva región.
Zamná
empezó a nombrar las cosas por su nombre para tomar posesión de ellas: al
faisán lo llamó faisán, al conejo, conejo, a y a la paloma dióle el nombre que
lleva.
Después,
ordenó a los Vientos: gritó hacia el Este y surgió el Viento de la Lluvia;
gritó hacia el Oeste, y apareció el Viento de la Ruina; se dirigió hacia el Sur
y se creó el Viento del Hambre; finalmente, de cara al Norte, dio un grito y
apareció el Viento de la Revelación.
Así, los
hombres conocieron a los vientos, a los que amaron y temieron. A continuación,
puso nombre a las poblaciones, nombres de los oficios.
Después,
vio las flores y los frutos, que además de comerse tenían funciones
terapéuticas, pero los hombres no lo sabían. Pidió que le llevasen muchos
enfermos y frutas y flores, una por cada especie; y dijo a los enfermos que
tomasen lo que creyeran que les aliviaría.
Poco
tiempo después los enfermos empezaron a sanar.
Cuando el
dios oyó el mar, mandó a los más jóvenes a que fuesen a traerle lo que
encontraran en él.
Cuando
regresaron traían sal, que les fue entregada a los ancianos para que la
repartieran; traían peces que se dieron a las mujeres; y traían perlas para que
las muchachas se adornasen.
Zamná,
debajo de un roble, se dio a la tarea de crear los estratos sociales: los
guerreros, los artífices y los profetas.
Prosiguió
el hombre-dios sus enseñanzas y dio a conocer a los hombres el valor de los
sacrificios y de las ofrendas a los dioses, para obtener su ayuda y beneficio,
y para que se convirtieran en hombres de bien.
Creyó el
dios que era necesario que los hombres de fe fundaran ciudades: En el Oriente
surgió Chichén Itzá, en el Poniente T-Ho, al Sur apareció Copán, el “lugar
hollado”, se fundó la ciudad oculta en el Norte.
Pero se
hacía imprescindible erigir templos, la Pirámide Mayor se situó en el Oriente,
en el Poniente la Pirámide de Kab-Ul, en el camino norteño surgió la Pirámide
de Kinich-Kakmo que nadie visitaba y producía terror.
En el
Sur, se asentó la Pirámide de Pap-Hol-Chac. Todo estaba en calma, dioses y
hombres vivían en armonía.
Pasado un
tiempo, una voz se escuchó en la pirámide situada en el Poniente, un viento
terrible apareció que parecía querer terminar con la naturaleza y los hombres.
En el
cielo se encendieron luces como hogueras, y hombres extraños aparecieron y
tomaron por la fuerza los poblados de los pacíficos itzáes.
Un hombre
alto y fuerte los comandaba, la cara blanca, la barba blanca, vestido de una
capa de piel con plumas.
Se
llamaba Kukulcán. Y en la plaza de Chichén Itzá se enfrentó con Zamná e
intercambiaron palabras. Al otro día, volvieron a reunirse.
Zamná
llevaba a un joven virgen, hermoso y desnudo, y dijo a su adversario que era la
representación de la fuerza de los itzáes.
Al día
siguiente, Zamná con una piedra rota señaló el camino de la entrada de los
itzáes; otro día, el dios mostró el camino sin fin de los itzáes.
Cuando
volvió a amanecer, Kukulcán acudió a la reunión pero no encontró nada, todo
había desaparecido, todo era un desierto.
Kukulcán
trató de apaciguar a los dioses con sacrificios humanos; los cenotes se
llenaron de sangre, los hombres quisieron huir pero los caminos ya no existían,
solamente se veía el rostro de Zanmá sobre, dentro, y debajo de todas las
piedras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario