Tääy-Jërëëny,
los espíritus principio y fin de todas las cosas, dispusieron formar otro
mundo, el Ja Tuk It, cuando se dieron cuenta que los seres humanos, de los
cuales descienden todos los indios mixes, eran muy desobedientes, y por lo
tanto no tenían derecho para la inmortalidad.
En ese
nuevo mundo los hombres vivirían y morirían, era muy parecido al que vivimos
ahora, pero mucho más bello: la naturaleza era más hermosa, los hombres y las
mujeres también.
Habría
tranquilidad, paz, armonía, e igualdad; las penas no existirían, ni las
enfermedades ni el egoísmo ni la maldad.
Ya que
los Tääy-Jërëëny no dejaron pasar a Ko’oypyë, El Malo, que había llevado la
maldad y la desobediencia a Tuk It, el primer mundo donde, viven los hombres.
Los
habitantes del mundo alterno son muy superiores a los que viven en Tuk It, son
más sabios y aprenden mucho más rápido; son fuertes y tienen mucha energía.
Cuando
estos hombres privilegiados van a visitar el mundo Yuk It, nadie puede verlos,
solamente los seres superiores y sabios tienen la facultad de poderlos
ver, por esta razón, son los intermediarios entre los humanos y Tääy-Jërëëny.
Para
tenerlos contentos, los mixes llevan a cabo en el nacimiento y en la muerte
celebraciones con comidas, bebidas, danzas y ofrendas a los dioses.
Ya que
una persona muere, anmajä’äwën, su alma, sale del cuerpo, e inicia su recorrido
por las cuatro grandes aguas, los cuatro grandes caminos de la vida: el camino
rojo, el del nacimiento; el camino blanco de la bondad, siempre pleno de luz;
el camino amarillo, el de la muerte; y el camino negro, siempre lleno de maldad
y oscuridad.
Al
momento en que el alma se desprende del cuerpo se dirige al camino amarillo, el
mismo camino del dios Sol, cruza una región oscura, hasta que vuelve a
encontrar el camino rojo y vuelve a nacer, de la misma manera que sucede con el
Sol, nuestro dios.
Tal es
la razón por la cual todo en los pueblos mixes está orientado hacia el camino
rojo: las comunidades, las casas, las iglesias… Durante el camino de regreso,
las personas pueden observar todas las acciones que efectuaron en vida, desde
que eran chiquitas, hasta que muere en el Tuk It, y llega al momento en que
nació, al límite entre este mundo y el más allá.
Cuando
el alma llega a este punto está sumamente cansada, es cuando los familiares le
ofrecen agua y comida para mitigar su hambre y su sed. En este punto, el
alma se demora y no puede pasar, entonces emplea el machete que siempre
debe llevar para poder abrirse camino, así como los obligatorios huaraches le
permiten no espinarse.
Este
paso es mucho más difícil para los aatsu’ux’okpë; es decir, los que murieron en
accidentes, llenos de desgracias o se suicidaron. En cambio, las personas
muertas por muerte natural no tienen dificultad en dar el paso. A los primeros
se debe ayudarlos con rezos y ceremonias, y con ofrendas para la Madre Tierra y
demás dioses.
Al
lograr pasar, las almas se encuentran con un río, que divide a los dos mundos.
Ahí se encuentran el Tecolote, el Águila, la Comadreja, la Culebra Prieta, el
Wakoo, especie de zopilote que se ríe a carcajadas cuando anuncia desgracias y
otros muchos animales más. Todos estos animales son los mayuut, los mensajeros
al servicio de los dioses, que anuncian a los humanos cuando ya deben acudir al
Ja Tuk It.
Para
ayudar a cruzar el río que llevará a las almas al Más Allá hay un perro negro,
pues las aguas del río nunca se deben tocar porque están impuras, y al llegar
al más allá no podrían volver a nacer por estar sucias.
Al
cruzar el río el camino es bello, lleno de luz, flores y plantas; continuamente
lo están barriendo para que esté impoluto. Ahí se reciben las almas que deben
estar muy limpias, por lo cual al muerto se le debe bañar, vestir con sus
mejores ropas y zapatos.
Si se
trata de una mujer, los familiares le agregan sus collares y aretes, que
colocan en su cuello y orejas y en el ataúd, porque a donde llegan es un lugar
de alegría donde las almas siempre están felices. Donde empieza la verdadera y
mejor vida.
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