En el
inicio de los tiempos todo era oscuridad en el mundo. Un buen día, desde su
morada subterránea, la diosa Tate’ Yuliana’ka, la Madre Tierra,
-la diosa del suelo fértil y del barro para la alfarería-, trató se levantarse
del suelo y se movió cinco veces.
Cuando
ejecutó el primer movimiento se vio en el horizonte una lumbrecita muy pequeña;
con el segundo movimiento, se vio un sol oscuro; con el tercero, se sintió una
sacudida y se aclaró un poco más el mundo; con el cuarto, hubo más luz todavía
y los animales nocturnos que vivían en las cavernas y bajo las piedras, se
asombraron muchísimo; con el último movimiento de la Madre Tierra, es
decir, el quinto, apareció Tatewari, Dios del Fuego, a quien también se
le conoce como Tai, el Sol. Se materializó en el centro de la región Wixarika,
en Teakata, cuyo color es el blanco, con una luminosidad extraordinaria.
Entonces, todo fue luminosidad y éxtasis de las animales de la noche.
Después
de miles de años de que la luz ya había sido creada, porque el Sol ya existía
en lo alto del Cielo y la Luna se veía por la noche, existió en el mundo una
persona-animal que conservó la forma humana: Watakame.
Este hombre joven
era un campesino que se dedicaba, todos los días, a trabajar su milpa.
Cada día
tiraba los árboles para poder sembrar; pero, cosa extraña, a la mañana
siguiente los árboles estaban en el mismo lugar. Intrigado, decidió aclarar el
misterio: al quinto día de que esto sucediera, se escondió entre los arbustos,
y de pronto vio aparecer del suelo a una viejita que portaba una vara en la
mano. Con su vara señaló hacia los cinco puntos cardinales.
Entonces,
los árboles que había tirado el joven el día anterior, se levantaron. Así supo
Watakame, que la diosa Takutsi Nakaawe, Nuestra Bisabuela Crecimiento, la que
dio orden al cosmos, era la que responsable.
Él le
preguntó a la diosa por qué lo hacía, a lo que ella le respondió que era porque
estaba trabajando en balde, ya que llegaría una inundación en menos de cinco
días, anticipada por un viento, amargo y picoso como el chile, que le haría
toser, le aconsejó que se hiciese una caja de salate con tapa, y que se llevase
con él cinco granos de maíz de cada color, cinco semillas de frijoles de
diferentes colores; además, debía llevarse cinco tallos de calabaza que
nutrieran al fuego, y una perrita negra.
Al
quinto día, el joven campesino tenía todo listo dentro de la caja, tal y cual
le había dicho la diosa Takutsi Nakaawe. Acto seguido, Watakame se metió en la
caja, la diosa la tapó y calafateo las grietas de la madera, para después sentarse
en la caja con una guacamaya al hombro.
En el
tiempo indicado dio comienzo el diluvio anunciado, y la caja flotó en el agua
hacia el sur durante todo un año; otro año flotó hacia el norte; otro, hacia el
oeste; y, finalmente, el cuarto año flotó hacia el este.
El
quinto año la caja navegó hacia arriba, y entonces el mundo se inundó. En el
sexto año, el agua empezó a descender, para detenerse en una montaña que se
encontraba cerca de Toapu’li, en Santa Catarina, en donde se conservó para
siempre.
Cuando
Watakame quitó la tapa de la caja para ver qué sucedía afuera, se dio cuenta de
que todavía el agua no
se quitaba por completo y que unas guacamayas y unos pericos con sus picos
trataban de separar las aguas, para formar cinco mares. Fue entonces cuando
todo se empezó a secar y, gracias a Tate’Yulianana’ka, la Madre Tierra,
brotaron árboles y plantas. En ese momento, la diosa Takutsi Nakawe se transformó
en viento.
El joven
se puso a trabajar y limpió los campos para poder sembrar la tierra, mientras
su perrita se quedaba, pacientemente, en la casa.
Cuando
el joven regresaba de su trabajo, siempre encontraba tortillas preparadas para
que las comiera. Como no sabía quién hacía los panes de maíz, decidió no ir a
la milpa y quedarse a vigilar para esclarecer el misterio. Para su sorpresa,
Watakame vio el quinto día que su perrita se despojaba de la piel y se
convertía en una bellísima mujer, que iba al ojo de agua con su guaje a
acarrear agua, molía el maíz en el metate, torteaba las tortillas, y las cocía
en el comal de barro. Watakame, entre asombrado y asustado, tomó la piel
de la perra y la arrojó al fuego del hogar.
La mujer
se puso a aullar, porque mientras la piel se quemaba a ella le ardía
tremendamente todo su hermoso cuerpo. Presto, el joven le cubrió el cuerpo con
maíz molido al que roció con agua de nixtamal; inmediatamente a la mujer se le
calmó el ardor, y ya no necesito de la piel de perra. Había aparecido la
primera mujer en la Tierra.
Watakame
se casó con la bella mujer
y tuvieron muchos hijos e hijas.
Todo el
mundo se pobló con estas personas que vivieron en las cuevas y que son los
antepasados de los huicholes.
Después
de estos primeros hombres surgieron las personas comunes y corrientes creados
en Wirikuta por Tamatz Kauyumarie, el dios Venado Azul el patrón que guía y
enseña a los mara’akáme, los sacerdotes-brujos de los indios huicholes en sus
peregrinaciones para buscar el sagrado peyote, el hikuli.
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