En un poblado cerca de Chichén Itzá, el centro ceremonial
dedicado a honrar al dios Kukulcán, vivía una pareja, que no tenía muy buenas
relaciones.
El hombre, llamado K’in, no confiaba en su mujer, y
pensaba que lo engañaba. A fin de salir de dudas, decidió investigar.
Un día, le dijo a la mujer que tenía que salir de viaje,
pero no era verdad, sólo fingió que se iba para poder espiarla y comprobar que
sus presentimientos eran verdad.
Pasadas unas horas de su supuesta partida, K’in regresó,
abrió la puerta de su casa y solamente se encontró con la cabeza de su mujer,
no tenía cuerpo.
Sumamente asustado, K’in salió de su casa y fue corriendo
a donde vivía un hechicero, al cual le platicó lo acontecido.
El hechicero le dijo: -“Mira K’in, lo que sucede es que tu
mujer es una bruja, como su madre y como su abuela. Para quedar libre de ella,
lo que tienes que hacer es frotarle el cuello con sal, y en ningún momento
debes hablarle ni responderle, aunque ella te suplique y te lloré, tú debes
quedarte callado”-
K’in regresó a su casa y se puso manos a la obra.
La bruja al sentir la sal en el pescuezo, indignada y
vencida le dijo:-“¡¡¡Ay, K’in, me acabas de matar, ya nunca podré volver a
recuperar mi cuerpo. Pero yo te maldigo, tú también morirás!!!”-
Y efectivamente, K’in murió poco después que su
bruja-esposa, y ya nadie más volvió a saber de él, simplemente desapareció y se
fue al mundo terrible de lo sobrenatural.
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