Todo
comenzó cuando el presidente de la República, Porfirio Díaz, convocó un concurso internacional para
realizar la nueva sede de las cámaras de diputados y senadores, en la que se conmemorarían los 100 años de la
Independencia de México.
El
reconocido arquitecto francés Émile Bérnard ganó y realizaría el proyecto del
Palacio Legislativo Federal que prometía ser un edificio suntuoso con más de 14 mil metros
cuadrados.
Sin embargo, la Revolución
Mexicana se metió en el camino y la construcción se quedó sin recursos. En 1912 se abandonó la obra y solo quedaron
los restos de una estructura metálica incompleta.
Al término de la Revolución, Bérnard le
propuso al presidente Álvaro Obregón, continuar con la construcción y
adaptar la estructura para convertirla en un panteón para conmemorar a los héroes de guerra.
Sin embargo, poco tiempo después ambos murieron y los planes
permanecieron en el abandono.
Hoy en día muchas de las esculturas previstas para ornamentar el Palacio Legislativo están
dispersas en la ciudad; la
representación de la juventud y madurez, en el Palacio de Bellas Artes, el águila prevista para la cúpula, en el
Monumento a la Raza y los leones, en la escalinata al Castillo de Chapultepec.
Fue hasta 1933 cuando apareció el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, quien rescataría la obra para reinterpretar la estructura convirtiéndola en un espacio público para conmemorar el movimiento revolucionario.
Se inspiró en el movimiento artístico del art decó junto a una nueva
expresión de la arquitectura mexicana, retomando elementos prehispánicos como el uso de piedra negra volcánica.
Fue en 1936 cuando el Monumento a la
Revolución se convirtió en un mausoleo en donde yacen los restos de las figuras más
representativas de los ideales revolucionarios. Venustiano Carranza, Francisco I. Madero, Plutarco Elías Calles y Pancho
Villa, fueron colocados dentro de las criptas
en la base de los pilares.
Dos años después se concluyó la obra y desde entonces se convirtió en un
mirador público que duraría hasta 1970.
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