Hace mucho tiempo existía una bella doncella, quien se había
casado con el joven más guapo del pueblo. Todos decían que eran la pareja
ideal. Cierta mañana su compadre le preguntó:
―¿Qué tal es tu mujer?
―Excelente. Además de bella es una estupenda cocinera. Lo que no
me acaba de agradar es que desde que nos casamos me prepara moronga.
Esto extrañó al compadre, quien al día siguiente regresó y le
dijo:
―Compadre, no es por chismear, pero a mí me dijeron que es malo
comer moronga. Pregúntele a la comadrita el porqué.
Acto seguido, el hombre fue y cuestionó a su mujer:
―Oye, amor, ¿por qué siempre desayunamos moronga?
―Es porque mi padre es dueño del rastro y lo que no se vende nos
lo repartimos entre los hijos: a mi hermano mayor le tocan las vísceras, a mi hermana
las patas, y a mí la sangre... Por eso.
El hombre quedó complacido con dicha explicación. Sin embargo el
compadre se presentó asustado, comentándole que en el pueblo todos sabían que
ella era una bruja y que por ello nadie la había desposado.
―Mejor espíela, compadre, espíela... y verá de dónde saca la
moronga.
Así lo hizo y tempranito en la mañana antes de que el sol saliera, vio cómo su mujer se levantó y camino hacia la cocina. A través del fogón vio la figura de su esposa, la cual ante sus ojos y sin percatarse de ser vista, se empezó a quitarse la piel y convertirse en una bola de fuego. El hombre quedó impactado, sin habla. Corrió a ver a su compadre y le contó lo que había visto:
Así lo hizo y tempranito en la mañana antes de que el sol saliera, vio cómo su mujer se levantó y camino hacia la cocina. A través del fogón vio la figura de su esposa, la cual ante sus ojos y sin percatarse de ser vista, se empezó a quitarse la piel y convertirse en una bola de fuego. El hombre quedó impactado, sin habla. Corrió a ver a su compadre y le contó lo que había visto:
―Compadre... compadre... salga rápido por favor.
Gritaba el joven, quien al ver a su compadre sin mediar palabra
le tomó del brazo y se lo llevó a su casa. Ahí encontraron la piel de su
esposa. El compadre al verla se quedó sin habla, más en un momento de lucidez
le dijo: ―Quemémosla, así no podrá regresar y ya no seguirá matando a más
niños. Y así lo hicieron: quemaron la piel de la joven, quien al regresar y no
encontrar su piel gritaba enfurecida y al mismo tiempo asustada pues la mañana
se acercaba y el sol empezaba a verse en el horizonte. El joven escondido y muy
asustado vio cuando los primeros rayos del sol quemaron a su esposa. …y este
fue el fin de la bruja de Coyoacán., se relata que hace más de dos siglos al
ser las 2 am, corre por las calles una madre vestida de blanco, conocida como
La Llorona; es una mujer que va causando terror a las personas que escuchan su
llanto. Luisa, una bella joven que vivía sola en una pequeña casa que
permanecía siempre cerrada a sus múltiples admiradores. Sus puertas se abrían
solo en las noches sin luna y salía ella silenciosa y cubierta a encontrarse
con un apuesto joven envuelto en su capa. Para escándalo de todas las personas
del lugar, una mañana aparecieron abiertas las puertas y ventanas de aquella
casita, sin embargo paulatinamente se fue olvidando el suceso, mientras Luisa,
feliz, vivía su pasión con don Nuño de Montes-Claros y sus tres hijos.
Poco a poco,
sin embargo, él se alejaba del hogar hasta que al fin no regresó más. Una
noche, mientras Luisa mecía al menor de sus hijos, la luna iluminaba su triste
semblante, lo colocó en la cuna y se lanzó a la calle sin saber que sus pasos
la conducían al palacio de Montes Claros que lucía hermoso y muy animado. Ella
enloqueció al enterarse que se trataba del matrimonio de don Nuño a quien pudo
ver con su dama, desde la escalera. Fuera de sí, regresó a su casa y con un
puñal les dio muerte a sus hijos. La justicia la condenó a morir en garrote
vil.
Luisa caminó sin la belleza de antes hacia la muerte, subió las
gradas sin zapatos y al encontrarse con su casa enfrente gritó y elevando las
manos, cayó al suelo.
La justicia
del cielo cayó primero y ese mismo día en el palacio fue el entierro de don
Nuño. Desde entonces se escucha por la noche el grito agudo que es el alma en
pena de Luisa, sin consuelo ni descanso. Que al dar muerte a sus hijos tan
despiadadamente por un mal de amores.
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