En la
antigua y hermosa Calle de Plateros de la Ciudad de México, vivía una pareja
que se amaba mucho. Él se llamaba Felipe Lorenzana, apuesto joven que tenía
como oficio la relojería, razón por la cual llevaba el apodo de El
Relojero. Felipe pecaba de responsable y cuidadoso en su trabajo, lo cual
le había proporcionado una buena clientela, que acudía a él cuando lo
necesitaba. En su labor le ayudaba su esposa, Diana, también responsable y bien
hecha como su marido aparte de ser muy bella.
En cierta
ocasión, un comerciante al que se conocía por el nombre de Artemio, acudió a la
relojería de Felipe con el fin de que le compusiera un bello reloj de oro, caro
y muy especial. Felipe tardó más tiempo del que pensaba en componerlo, lo que
permitió a Artemio acudir varias veces al negocio del matrimonio, so pretexto
de conocer el avance de El Relojero.
Cuando acudía a la relojería,
miraba con lascivia y deseo a Diana, quien se sentía molesta con tales miradas.
Un
día, Artemio le dio cita a Felipe en su casa para que le llevase el reloj que
por fin ya estaba arreglado. Al saber de la cita Diana le rogó a su marido que
no fuese, sino que Artemio acudiese a la relojería, pues tenía un mal
presentimiento. Pero Felipe insistió en ir para entregar el famoso reloj en
persona y explicarle a su cliente porque se había tardado más de lo debido.
Al día siguiente encontraron
el cadáver de Felipe tirado en un barranco lleno de heridas de cuchillo. La
policía afirmó que se había tratado de un asalto, pero Diana nunca se lo creyó
y estaba segura que Artemio la había dado muerte a su querido esposo.
Una tarde gris, Artemio acudió
a la casa de Diana y la solicitó en matrimonio. Propuesta que la joven rechazó
rotundamente. Llena de repulsión y desesperanza, la mujer se arrodilló en el
altar doméstico y le rogó a Dios que la librara de ese horrendo hombre que la
perseguía.
Al otro día, los sirvientes
de Artemio encontraron el cuerpo sin vida de Felipe bajo uno de los árboles del
jardín del pretendiente. En la mano derecha llevaba el reloj de oro que le
entregara a Artemio.
En seguida, Felipe fue
sepultado de nuevo. Pero al siguiente día volvió a suceder lo mismo, el cadáver
de Felipe estaba bajo el mismo árbol con el reloj en la mano.
Este hecho se produjo
durante una semana, al término de la cual, Artemio, horrorizado y terriblemente
asustado por las macabras apariciones de su víctima, murió de un fulminante
infarto. ¡Por fin Diana se vio libre del molesto y asesino pretendiente!
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