Cuenta
una leyenda de la Ciudad de México que una pareja de recién casados se fue a
vivir a una casa de la Colonia Roma. Estaban muy felices porque la mansión se
había construido recientemente, era grande y por el día recibía mucho sol.
Al cabo de dos semanas de
habitar su nuevo hogar, un día de asueto laboral decidieron quedarse en la casa
tranquilamente a disfrutar de su mutua compañía y a descansar merecidamente. La
pareja se encontraba echada en la cama, cuando, de pronto, escucharon pasos en
la azotea, El hombre se levantó para ir a ver de qué se trataba, y en un
principio pensó que el perro que tenían se había escapado a la azotea y andaban
corriendo en ella. Sin embargo, no era así, ya que el perro se encontraba a los
pies de la cama muy tranquilo durmiendo. El hombre subió a revisar la azotea y
no encontró nada, todo estaba tranquilo.
Entonces decidió prepararse
un café y se dispuso a ver la televisión y disfrutar de algún buen programa. La
taza de café se encontraba en la mesita de al lado de su sillón favorito.
Cuando el caballero trató de tomar la taza para disfrutar del aromático
brebaje, la taza ya no se encontraba donde la había dejado. Aunque sorprendido
decidió ir a la cocina para prepararse otra taza de café, pero en el momento
que se levantó vio con sorpresa que la taza se encontraba en la mesa y estaba
completamente vacía. En seguida, empezó a escuchar murmullos y risas, volteó
para todos lados tratando de identificar de donde provenían dichos sonidos,
pero no vio nada.
Asustado
el señor volteaba para todos lados a ver si descubría algún chistoso que le
estuviese haciendo una broma. En eso se dio cuenta de que por las ventanas se
notaba algo, o como si alguien pequeño le estuviera observando y riéndose al
mismo tiempo. Pensó que se trataría de alguno de los hijos de los vecinos y se
dispuso a salir para reclamar por tal acción. Sin embargo, al salir y ver sus
ventanas se dio cuenta de que no había ningún niño y de que la calle estaba
completamente tranquila y vacía, a no ser por un señor como de sesenta años que
pasaba por ahí en ese momento. Al ver al señor le preguntó si no había visto a
algunos niños traviesos que se estaban asomando a sus ventanas y dándole la
lata.
Al escucharlo, el sesentón
le dijo que la nueva casa en donde vivían él y su esposa había sido construida
en lo que fuera una escuela primaria y secundaria, y que la tal escuela se
había derrumbado durante el temblor que sufrió la Ciudad de México en el año de
1985, en el cual se cayeron muchas casas y edificios y habían muerto
incontables personas. De la escuela mencionada habían muerto aplastados cientos
de niños, solamente se habían salvado unos cuantos. El espíritu de muchos de
ellos se había quedado en lo que fuera su escuela y eran esos espíritus los que
gastaban bromas a la gente del barrio, y de ellos provenían las risas y los
susurros que había escuchado el dueño de la casa. Agregó que a veces los
espíritus de los niños se materializaban y era posible verlos jugar como si
hubiesen cobrado vida. Le dijo que eso pasaba en otros planteles escolares que
habían vuelto a ser construidos en el mismo sitio como escuelas o como casas
habitación.
El hombre quedó muy
impactado con el relato del anciano. Cuando se lo contó a su esposa decidieron
que lo mejor sería mudarse de casa, pues encontraban muy triste y molesto tener
que lidiar con las travesuras de los pobres niños muertos durante el aquel
terrible sismo.
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