En
el principio de los tiempos sólo existía el Padre Eterno, El Padre que está en
el Cielo, el Supremo Padre Celeste, especie de dios dual a la vez hembra y
macho, dios y diosa, quien vive sentado en el Cielo sobre una espléndida mesa
de oro y plata.
Un
buen día, el Padre Eterno decidió crear al mundo y a los seres humanos.
Dio
manos a la obra, y cuando terminó todos los hombres se apresuraron a pedirle
tierras en donde vivir: bien cerca de los ríos, los mares, o en los
hospitalarios llanos.
En
cambio, los indios mazatecos, encabezados por Chikón Tokosho, semidiós y famoso
héroe cultural, le solicitaron al Padre Eterno que les diese tierras en las
montañas, pues consideraron que ahí serían completamente libres.
El
Eterno Padre aceptó con la condición de que le obsequiasen una ofrenda de
flores y la cabeza de cada uno de ellos.
Como
los mazatecos aceptaron tal condición, el dios les cortó las cabezas. Sin
embargo, los mazatecos de Huautla no aceptaron el trato y Chikón se apresuró a
ofrecerle mucho oro al Creador, quien a cambio les concedió las tierras montañosas
que pedían.
El
inconveniente de la montaña consistía en que estaba llena de fabulosas y
agresivas águilas que atacaban a los indios y les picoteaban la cabeza hasta
matarlos.
Ante
tal dificultad, los huautlecos se pusieron unos chiquihuites en la cabeza y el
problema quedó solucionado, pues las águilas se fueron a otros sitios a seguir
con su maldad de picotear cabezas.
Una
vez asentados en las montañas, Chikón Tokosho se convirtió en el dueño absoluto
de ellas y de los mazatecos.
Tomó
como morada el Nido Tokosho, “la montaña donde se adora”, que se encuentra a un
lado de Huautla. Al Chikón lo auxiliaban unos coyotes, cuya misión
consistía en vigilar la entrada de su casa, recibir las ofrendas, y observar
los sacrificios de animales que se le ofrecían a este héroe mitológico,
encargado de proteger la cultura mazateca y la integridad física de sus
adoradores.
Desde
esos tiempos remotos, donde quiera que se encuentren los mazatecos reciben la
protección de Chikón Tokosho, quien, en caso de apuro, nunca los abandona a su
suerte.
Cuando
el héroe requiere comunicarse con su pueblo, recurre a los shutá shiné, los
yerberos-curanderos mazatecos que ingieren hongos alucinógenos para poder
establecer el divino contacto.
A
pesar de los siglos transcurridos, Chikón Tokosho sigue viviendo y rigiendo a
los mazatecos. Se trata un personaje ambivalente que monta en cólera si
no se le adora como es debido, y si no le ponen ofrendas con obsequios.
Tiene
esposa e hijos, y los problemas familiares abundan en su hogar. Por ejemplo, se
vio obligado a botar de la casa a su nuera, pues Shonda Ve’,
Mujer-Agua-Rastrera, era una joven sumamente casquivana que no respetaba a su
marido. Desde su partida, nunca más se supo nada de Shonda Ve’, aunque se sabe
que pasó por muchas vicisitudes en su solitario peregrinaje, para ponerse a
salvo de su encolerizado suegro.
El
Chikón suele aparecerse a las personas cerca de los manantiales y en los viejos
caminos de herradura. Les hace propuestas de compra, venta o trueque, pero es
peligroso aceptar cualquier trato con él, ya que el Chikón puede cobrarse
llevándose al ingenuo que acepta participar en el trato. Se lleva a las
personas –vivas o muertas- para que le sirvan en sus ciudades, pues hay
que decir que en sus tierras subterráneas el Chikón tiene ciudades que son
réplicas de las que existen en la tierra mazateca.
Tales
ciudades están vigiladas y mantenidas por sus súbditos y sus familiares. Es
factible acceder a las ciudades del Chikón por medio de las cuevas, las grutas
o los sumideros; por esta razón, es sumamente peligroso acercarse a ellos
sin las debidas precauciones.
Otra
maldad conocida del Chikón Tokosho consiste en raptase a las personas. Pasado
un cierto tiempo las regresa a la Tierra sin memoria, sin sentido del tiempo, y
medio locas.
Quienes
lo han visto aseguran que Chikón Tokosho está siempre vestido de charro y monta
un hermoso caballo blanco. Su aspecto es el de una persona próspera, blanca,
rubia y elegante.
Chikón
es también el dueño del Agua y, como todo el mundo sabe, el Agua está viva; por
lo tanto, los mazatecos consideran que ensuciarla, moverla hasta enlodarla, y
ser irrespetuoso con ella son ofensas que el Chikón no soporta, máxime si estas
acciones se ejecutan a la hora en que nuestro personaje acostumbra comer, algo
así como alrededor de medio día.
Chikón
Tokosho es el amo de varios personajes fantásticos a quienes tiene a su cargo:
los Chikón Nangui, Dueños de la Tierra; los Chikón Nandá, Dueños del Agua; y
los Chikón Nashii, Dueños de los Cerros.
Los
Chikón Nangui son pequeñitos, tienen el cabello negro o completamente blanco,
visten de rojo, y suelen vivir en las orillas de los arroyos, en el monte, o
bajo las pochotas especie de ceiba.
Como
son invisibles no se les puede ver, a excepción de aquellas personas cuya vida
no será larga; es decir, que van a morir pronto.
Trabajan
pastoreando rebaños montados sobre mazates, venados de montaña. Suelen llevarse
a los niños por varios días, para luego devolverlos muy enfermos y asustados a
los padres, quienes se apresuran a llevarlos con el chamán-curandero.
Ya
restablecidos, los niños relatan que una bella señora vestida con un
maravilloso huipil, se los llevó a un hermoso lugar donde siempre hay comida y
bebida en abundancia.
A
los Chikón Nandá les fascina espantar a las personas que se encuentran pescando
o nadando en los ríos. Como sus primos los Chikón Nangui también son
invisibles, y suelen vivir en las profundidades de los ríos.
Si
alguna persona cae al agua lo despojan del alma, se vuelve el esclavo de los
chikones, se torna amarillo, apático, deja de comer la comida acostumbrada y le
da por ingerir ceniza y tierra.
Los
Chikón Nashii, dueños de los cerros, son pelirrojos, altos, y visten solamente
un pequeño taparrabos. Como dignos súbditos que son de Chikón Tokosho, les
gusta hacer travesuras que no son muy diferentes a las de sus otros primitos.
Otros
seres fantásticos de los que Chikón Tokosho es el amo y señor, son los La’a,
enanos de la montaña, dueños de la tierra, que tienen apariencia de
pequeños viejecitos con cara de niño. Sus maldades consisten en esconder los
objetos de las personas y en asustarlas cuando caminan por el monte.
Les
gusta cantar y platicar mientras montan mazates y pastorean a sus venados.
Cuando
ven a una persona, se le suben encima para espantarla, lo que requiere de una
rápida consulta con el chaman para sacarse el “susto”, enfermedad grave que
puede llegar a causar la muerte del asustado.
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