Los antepasados contaban que hace
muchos años apareció un Águila en el pueblo que se llevaba a la gente en sus
garras y se la comía.
Esta águila vivía en lo alto de los
peñascos de la sierra. Un buen día puso unos huevos en
su nido y nacieron aguilitas.
Con el fin de alimentar a sus crías,
el Águila llegaba al pueblo y se llevaba a las personas, tenía preferencia por
los niños pues su carne era tierna.
Como todos los habitantes le temían
mucho, decidieron hacerse unos chiquihuites que se ponían sobre la cabeza, como
sombreros, cuando tenían que ir por agua al pozo, a fin de evitar que el ave lo
tomara por la cabeza.
Pero el Águila no se dejaba engañar, y
de todas maneras se llevaba a la gente con todo y chiquihuites.
Desesperados los indios tacuates
decidieron llevar a cabo una asamblea para decidir qué debía hacerse ante
tal problema.
Se decidió dividir al pueblo.
Una mitad, guiada por el hijo del
tlatoani, el jefe, se quedaría ya que no querían abandonar sus casas.
La otra mitad se iría a Pueblo Viejo.
Así lo hicieron, pero como el Águila
los siguió, tuvieron que marcharse a Zacatepec, y luego al cerro del Zacate.
Al tiempo, se apareció la Virgen María
y les pidió a los tacuates que le construyeran una iglesia, pero no le hicieron
ningún caso tan apurados como estaban en sus diversiones y jaleos, y sólo le
construyeron una casita de zacate.
Un mal día la casita se quemó, y la
Virgen, desilusionada de los humanos, se fue abandonándolos a su suerte.
Llegó hasta Juquila y ahí se quedó.
Ante el abandono, los tacuates decidieron construirle su iglesia con la
esperanza de que volviera, pero ella no quiso.
Si uno se fija bien en la Virgen de
Juquila puede ver, en una de sus mejillas, la marca de una quemadura
recuerdo de cuando se incendió su casa.
Las ruinas de la iglesia que le
construyeron los tacuates aún se ven a la salida de pueblo Viejo Ixtayutla.
Así fue como se dividió el pueblo
tacuate.
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