Cuentan que después de que cayó el imperio, por San Luis Potosí
pasaron los franceses, perseguidos por los mexicanos.
Estos franceses traían muchos caballos y muy buenos, que
aguantaban andar por caminos de herradura.
Iban rumbo a Acapulco; esa era la ruta que llevaban para embarcarse
a su tierra.
En esta zona, cuando llueve, la temporada se pone muy dura. Y pasó
que cerca de aquí, en ese lugar que se llama Temaxitóchil, se atolló un
caballo.
Por más que el jinete trató de sacarlo con palos, y lo hacía para
un lado y para el otro, nunca lo pudo lograr y allí lo dejó.
Entonces lo que hizo fue quitarle la montura, y se fue.
Los vecinos de la ranchería vieron al caballo. Con palos y con
todo lo que pudieron, por fin lo sacaron del atolladero y lo soltaron en el
campo.
Luego luego, el animal empezó a buscar pasto y a comer, y sucedió
que como había yeguas por allí, nació un potrillo lindo, que después fue famoso
porque era muy ligero.
El potrillo tenía unas patas que más que correr, parecía que
volaban. Anduvo por Nexpa y anduvo también en las fiestas de San Martín, donde
son muy aficionados a las carreras de caballos.
Sucedió que este caballo siempre ganaba por un cuerpo o más. No
había ninguno que se le igualara en las carreras.
Por más que buscaron por todas partes alguno que compitiera con el
huasteco no encontraron ninguno, porque éste que les cuento daba unos saltos de
seis a siete metros.
Pero una vez lo llevaron a Pachuca a correr con una yegua
americana muy buena. Y sí era tan ligera la yegua, que le llevaba la delantera
al huasteco.
Pero el caballo, muy cerquita ya de la meta dio tres saltos tan
grandes que algo se le reventó por dentro y cayó muerto, pero ganó.
Ese fue el fin del caballo huasteco.
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