Una hermosa leyenda mexica nos cuenta que la diosa Xochiquetzal, provocadora y seductora de dioses y mortales, un día se propuso seducir a un sacerdote llamado Yapan.
El religioso cayó en las garras de la diosa y
sucumbió a sus encantos. Yáotl, advocación de Tezcatlipoca, enojado por la
debilidad del sacerdote los convirtió en dos alacranes: uno negro y uno rojizo
amarillento.
La palabra escorpión proviene del latín scorpio cuyo significado es
“alacrán”; a su vez, alacrán deriva del árabe al-ágrab. Este animal artrópodo pertenece a la clase de los
arácnidos, su cuerpo se encuentra estructurado en dos segmentos llamados
tagmas, posee un tronco o prosoma y un abdomen, el opistosoma bipartito. Tiene
cuatro pares de patas de ocho segmentos y un aguijón con el que envenena a sus
presas. Se conocen cerca de mil especies en el mundo de alacranes.
En tanto que símbolo cultural lo encontramos
frecuentemente en las culturas antiguas del mundo dada su venenosa peligrosidad
y su misterio que siempre ha fascinado a los hombres.
Se le he tomado como bicho de mal agüero, pero
también como un animal benéfico que puede librar a los seres humanos de
catástrofes y calamidades sociales y naturales.
Por ejemplo, los zapotecas le consideraban como un
bicho que traía la mala suerte si llegaba a meterse en las casas, o se le
encontraba por casualidad. Si se topaba uno con algún alacrán mientras se
conversaba, se creía que se trataba de un espía enviado por el
diablo.
Los mayas denominaban a una constelación con el
nombre de Escorpión, relacionada con el dios de la caza, cuyo nombre fue
Dios Muerte, el cual simboliza la penitencia y la sangre.
Se trata de la constelación Zinaan Ek,
impresionante por su tamaño.
Los
mexicas denominaban Cólotl, “doblado” o “curvado”, al escorpión, deificado como
el Señor de los Infiernos, Mictlantecuhtli, y símbolo del Dios del Fuego
Xiuhtecuhtli, debido a que su picadura produce un ardor quemante y doloroso.
Al fuego,
y en general a todo lo caliente, solíase representarlo por medio de un aguijón
de alacrán humeante, como el agua ardiente.
Los
aztecas adoraron a la constelación llamada Colotlixáyac, indicadora del momento
preciso en que debía encenderse el Fuego Nuevo que se encendía cada 52 años, a
fin de venerar el renacimiento del Sol.
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