Hubo una
época en la que se padeció una sequía tan grande que los ríos se secaron,
muriendo los peces por asfixia y las aves por la sed; y llegó la tan temida
hambre.
Los indios
rogaban a Tupa que trajera la lluvia, pero el sol seguía abrasando la tierra.
Dos
guerreros, Avatí y Ne, conmovidos por el llanto de los niños entraron en
acción. Un mago les aconsejó que no se olvidasen de que la intervención de Tupa
era imprescindible y que él estuviera en la tierra buscando a un hombre que
quisiera dar su vida por los demás, para que de su cuerpo surgiera la planta
que les diera de comer a todos, incluso en tiempo de sequía.
Los dos
guerreros convinieron que uno de ellos debía de quedar vivo para buscar un
sitio donde enterrar a su amigo, para que de su cuerpo naciera la planta y así
obtener la vida eterna por su sacrificio.
Los dos
amigos buscaron y encontraron el lugar y el elegido para el sacrificio, fue
Avatí. Así, Ne cavó la tierra y llorando lo enterró.
Todos los
días visitaba la tumba, regaba la tierra con la poca agua que llevaba el río.
Las palabras de Tupa se cumplieron.
De la
tierra brotó una planta desconocida que creció, floreció y dio sus primeros
frutos. Né llevó a su gente a conocer la planta y les explicó lo ocurrido.
Entre
todos ellos se encontraba el mago para confirmar la historia aconsejándoles
sembrar y cuidar los cultivos en honor a Avatí.
También
les prometió que Tupa mandaría lluvia para que nunca más volviese a haber
hambre en este pueblo.
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