El suceso que vamos a relatar está
registrado en el capítulo octavo, de la Vida del P. Don José Vidal de la
Compañía de Jesús, impresa en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, que fuera
escrita por el R.P. Don Juan Antonio de Oviedo, basado en un relato real del
que dejó constancia el P. José Vidal. De este acontecido también dio fe el señor
don Francisco de Sedano en sus Noticias de México, en 1760, quien lo
escuchó de boca de un religioso jesuita. Por lo que queda comprobado que se
trata de un suceso verídico y espeluznante.
En 1670, un deshonesto clérigo vivía
en la casa situada en la calle de La Puerta Falsa de Santo Domingo Núm. 3, con
una mujer que era su amasia. Cerca de esta casa, en la calle de Las Rejas de
Balvanera, había una casa llamada Casa del Pujavante, debido a que tenía sobre
la puerta, esculpido en la cantera, un pujavante instrumento usado por
los herreros para cortar las pezuñas de los caballos antes de herrarlos y unas
tenazas cruzadas. En tal casa vivía un herrero que era buen amigo del clérigo
mencionado. Como se tenían confianza, el herrero le daba consejos al clérigo
para que se apartase del mal camino y dejase a la mujer con la que cohabitaba,
sin ningún resultado por otra parte. Una noche, cuando el herrero estaba
dormido escuchó que tocaban fuertemente a su puerta. Alarmado, acudió a
ver quién era el impertinente que tocaba a tan altas horas de la noche. Cuando
abrió la puerta se encontró con dos grandes negros que le llevaban una mula y
un recado de su amigote el clérigo, en el que le pedía que herrase, sin pérdida
de tiempo, a la mula, ya que la necesitaría a muy temprana hora para acudir al
Santuario de la Virgen de Guadalupe. Un poco molesto, el herrero aprestó sus
herramientas y le puso las herraduras a las cuatro patas de la mula. Terminada
la tarea, los negros se llevaron a la mula azuzándola con terribles y
despiadados golpes.
Al día siguiente muy temprano, el
herrero acudió a la casa del clérigo para enterarse la razón por la cual su
amigo debía ir al Santuario de la Virgen. Entró en la casa y se encontró que el
clérigo estaba acostado con su manceba en la cama. Desconcertado, el herrero
dijo: -¡Cómo es eso, amigo, haberme despertado en
la noche para herrar sus mulas y aún te encuentras en la cama tan tranquilo!
A lo que el clérigo respondió: -Yo no he mandado herrar a ninguna mula, ni
pienso ir a ninguna parte el día de hoy- Ante
estas circunstancias, ambos amigos pensaron que habían sido víctimas de una
broma. El clérigo trato de despertar a su mujer. La llamó, la movió, le gritó,
pero la mujer no despertó; su frialdad y rigidez le indicaron al deshonesto
hombre que estaba muerta.
Al levantar la sábana que cubría el
cuerpo de la mujer, los amigos se dieron cuenta de que las manos y los pies
estaban herrados, tenían sendas herraduras. Muertos de pánico, convinieron en
que se trataba de una acto de la Justicia Divina, y que los dos negros eran dos
demonios salidos del Averno. Inmediatamente le avisaron al cura de la Parroquia
de Santa Catalina, quien acudió a la casa del clérigo, donde ya se encontraban
el R.P. Don José Vidal y un religioso carmelita, los cuales se habían dado
cuenta de que la mujer llevaba un freno en la boca, y señales de los fuertes
golpes que había recibido de los dos negros que la llevaron a herrar.
Ante tan macabro sucedido, se decidió
que la mujer fuese enterrada en un hoyo que se hizo en la misma casa, y todos los
presentes juraron mantener el más estricto secreto. El clérigo pecador abandonó
la casa de La Puerta Falsa de Santo Domingo y nunca más se supo de él. El cura
de Santa Catarina, decidió entrar al convento de la Compañía de Jesús, donde
vivió hasta los 84 años en olor de santidad. Se ignora que fue del herrero, las
crónicas no lo mencionan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario