La noche más oscura y tormentosa: tal fue el
principio de la creación.
En el ojo del ciclón reinaba la quietud y el
silencio, a su alrededor, la agitación de la terrible tempestad.
Entonces surgió el primer rayo en la negrura
de aquel universo. Su voz fue el primer trueno que rodó inexorable a los
confines del profundo abismo.
Aquel rayo tuvo un nombre, se llamó Lucifer:
el Portador de la Luz.
Lucifer fue la primera luz que rompió la
profunda oscuridad del tiempo.
Lucifer fue el primer sonido que bramó en el
amorfo silencio de aquella sorda oscuridad.
Fue Lucifer el primer relámpago, el portador
de la luz, la primera chispa de conciencia en aquel dormido universo.
Fue su propio destello, su propia luz, que le
permitió percibirse a sí mismo. Esto lo convirtió en eterno e inmortal. Y así
fue como Lucifer llegó a ser el único rayo que dura para siempre.
Y con su pensamiento de trueno, que fue la
primera voz y sonido del universo, se dijo a sí mismo:
-Seré recordado como el eterno rebelde; como
aquél que rompió la paz de la oscuridad y la ignorancia infinita. Soy el
espíritu en acción, hambriento de conocerse a sí mismo a través de este
profundo y negro universo-
Y diciendo esto se sumergió en el oscuro
abismo, arrastrando su propia luz consigo. A su paso iba dejando una estela de chispas
y centellas tras de sí.
Centellas de luz, chispas de conciencia.
Y volviendo la mirada, Lucifer, contempló
aquellos soles y estrellas alumbrando la noche eterna. Entonces exclamó:
-Seréis mi hueste, mis rebeldes, mis
guerreros. Sois mis hijos, mis hermanos, mis compañeros. Sois parte de mi luz,
sois mi voz, mi conciencia. Sois yo mismo-
Y siguiendo su camino volvió a sumergirse en
la profundidad, dejando su senda, una estela de luz en el mar de la inmensa
oscuridad.
Entonces fue su viaje tan lejano y distante
que su ida se convirtió en retorno. Mundos nuevos se mostraron a su vista. Y
descubrió en ellos la obra de sus huestes rebeldes, de sus hijos guerreros:
descubrió su propia obra.
Así fue como comprendió su razón de ser,
comprendió el por qué de su existencia: sacar consciencia de lo inconsciente,
obtener sabiduría de la ignorancia, sacar luz de la oscuridad.
Como relámpago que fulgura en las tinieblas, como
trueno que retumba en el silencio, tal debía ser su misión.
Y de esta manera fue como Lucifer cayó a la
tierra, al infierno, la más profunda de las negruras.
Profundo dolor el del espíritu aprisionado en
la materia: Lo libre es limitado, lo
luminoso es opacado, la voluntad se convierte en pasión, la conciencia en
olvido.
Soberbio desafío: transformar las tinieblas en
luz, hacer de las pasiones fuerza de voluntad, convertir la ignorancia en
conocimiento, la mediocridad en excelencia, liberar lo aprisionado, conquistar
la materia, elevarla y hacerla una con el espíritu.
Y así fue como Lucifer cayó en el hombre. Fue
en el hombre donde conoció el campo de batalla del espíritu, la guerra más
cruel.
Y como hombre se conquistó a sí mismo. Y como
hombre decidió conquistar al mundo.
Y caído en el hombre y, hecho hombre, se
mezcló entre los hombres para propagar la luz.
Así fue como llegó hasta una gran ciudad, en
la cual sus habitantes se caracterizaban por ser muy piadosos. Y vio con
sorpresa que había gran cantidad de templos, de dioses y de creencias de todo
tipo. Y se adoraban a dioses invisibles y a otros representados en imágenes. Y
los ídolos tenían formas humanas o animales o de ambas. Y aquellos que eran
invisibles al ojo tenían atributos humanos o animales o de ambos.
Y el aire estaba impregnado del olor a
incienso y del sonido de los cánticos y plegarias rogando, alabando,
dirigiéndose a la multiplicidad de dioses.
Entonces Lucifer viendo aquella confusión
quiso extender su luz a los hombres y les dijo: -¿Por qué buscáis fuera, lo que tenéis dentro? ¿Acaso no sabéis que sois
el templo de la luz y que la luz vive en vosotros? ¿No os dais cuenta que sois
el templo de la sabiduría y la sabiduría habita en vosotros? ¿Por qué tanta
ceguera? ¿A que tanta ignorancia? ¡Despertad, hombres dormidos! Despertad de
vuestro profundo sueño. Despertad que la muerte acecha y tal vez os de caza
mientras aún estáis dormidos y entonces así vuestro sueño será eterno. Romped
las ataduras de vuestra ilusión ¡Despertad! No busquéis afuera, en lo externo,
lo que vive adentro, en lo interno. ¿A qué viene tanta adoración a ídolos o a
abstractos conceptos? ¿Es acaso que la madre de todas las oscuridades ha caído
sobre vosotros? ¿No os dais cuenta que el Espíritu de la Vida palpita en
vuestro corazón se mueve en vuestra respiración, percibe a través de vuestra
conciencia? ¡Despertad, hombres
dormidos! Despertad y dejad de perder tiempo adorando a falsos dioses externos.
Dirigid vuestra atención hacia vosotros mismos, sentid la Conciencia y la Vida
que habita en vosotros, entonces la Verdad os abrirá las puertas y entenderéis
la realidad del mundo y de este universo-
Así habló Lucifer con voz de trueno, sin
embargo, los hombres no lo entendieron y comenzaron a murmurar entre sí y a
planear como deshacerse de aquel extraño que blasfemaba de aquel modo. Entonces
Lucifer pensó para sí: -Estos hombres aún no están
maduros para la gran cosecha. Sus oídos no escuchan y sus ojos son incapaces de
ver. Prudente será que me aleje de ellos, pues sus corazones están llenos de
violencia y oscuridad-
Así Lucifer se alejó de aquellos hombres y de
aquella ciudad. Y caminó por sendas solitarias, sendas que ningún hombre antes
había caminado.
Y caminando así llegó a otra ciudad y con
sorpresa vio que en aquella ciudad los hombres eran más ciegos e ignorantes que
en la otra, pues proclamaban la existencia de un dios proclive a sacrificios y
castigos. Se llamaban a sí mismos "El Pueblo Elegido" y consideraban
a las otras naciones como animales.
Y según ellos todo en el universo había sido
creado para su uso y a ellos les correspondía, por mandato y promesa de Dios,
el gobierno de todo el mundo. Y sólo ellos poseían la verdad. Y sólo ellos eran
los puros entre las naciones. Y sólo ellos eran los elegidos, los piadosos, los
más elevados y sabios.
Y la sorpresa de Lucifer crecía cada vez más
al escuchar los pensamientos y creencias imperantes en aquella ciudad. Y su
sorpresa fue tanta que finalmente el pensar de aquellos hombres lo hastió y su
voz tronó sobre la muchedumbre:
-¿Qué necia locura os invade? ¿Decís que
vuestro dios os creó a su imagen y semejanza? Pues yo os declaro la verdad y
ésta es que vosotros habéis hecho a dios a vuestra imagen y semejanza, pues no
he visto a dios más humano que el vuestro, ni tan lleno de humanos apetitos ni
humanos defectos que vuestro dios. ¿Qué os habéis imaginado? ¿Quiénes os
creéis? ¿Pensáis acaso que el Gran Espíritu de Vida, que anima a este universo,
puede tener preferencias por algún individuo, pueblo o nación en merma de otros
individuos, otros pueblos y otras naciones? ¿Acaso el sol priva de su luz a los
malvados? ¡Porqué sois egoístas os habéis creado un dios egoísta! ¡Porqué sois
injustos habéis creado un dios injusto! Porque debéis de saber la verdad y ésta
es que vuestro dios no existe en realidad, es solo un reflejo, una proyección
de vuestras almas. Y como vuestras almas son impuras y enfermas, vuestro dios
es impuro y enfermo. Solo a individuos ciegos e ignorantes de la Luz de la
Sabiduría se les puede ocurrir la existencia de un "Pueblo elegido".
Pues la verdad es que ningún dios o dioses eligen a un individuo, raza o
nación, sino que es cada individuo, raza o nación que se eligen a sí mismos por
medio de su voluntad. Y ésta auto elección se realiza por esfuerzo y mérito propios,
no por haber nacido dentro de una familia, religión, raza o nación-
Así habló Lucifer. Y el pueblo que lo
escuchaba, con los rostros enrojecidos de la ira y las bocas espumosas de la
rabia, le gritaron:
-¡Blasfemo! ¡Maldito blasfemo!-
Entonces Lucifer respondió:
-¡Blasfemos vosotros! Blasfemos porque
blasfemia es pretender rebajar a nivel humano aquello que está más allá de toda
condición humana. ¡Blasfemos vosotros! Porque blasfemia es pretender dar origen
divino a palabras y pensamientos provenientes de hombres ambiciosos, egoístas y
arrogantes-
Entonces la multitud rugió llena de furor: -¡Mátenlo! ¡Mátenlo! Derramen su sangre para
así limpiar con ella la afrenta que ha cometido-
Entonces el pueblo enfurecido se arrojó contra
Lucifer y comenzó a golpearlo con puños, palos y piedras. Y en medio de aquella
furibunda marejada humana Lucifer pensó para sí: -Estos hombres aún no están maduros para la gran cosecha. Sus oídos no
escuchan y sus ojos son incapaces de ver. Prudente será que me libere y me aleje
de ellos, pues sus corazones están llenos de odio, maldad y violencia-
Entonces la multitud arrastró a Lucifer hacia
las afueras de la ciudad y comenzó a apedrearlo para darle muerte. Y no dejaron
de arrojarle piedras hasta que su cuerpo, totalmente inerte, quedó sepultado
bajo un rocoso manto.
El crepúsculo llevó consigo al último de los
verdugos.
Entonces Lucifer apartando las piedras se
incorporó. Aunque su cuerpo estaba lastimado, su espíritu permanecía intacto.
-¿Por qué tanta ceguera?- se dijo -¿Por qué
tanta ceguera si en todos nosotros palpita la misma luz? ¿O será que en algunos
esta luz se halla oculta por la ignorancia de sí mismos?-
Y pensando estas cosas, Lucifer sacudió sus
ropas y siguió "Su Camino", protegido por la noche.
Y el amanecer lo alcanzó caminando, pues
Lucifer rara vez dormía. Y su descanso era la vigilia y la atenta meditación en
sí mismo.
Y aunque el camino que ahora transitaba era
más humano, los pocos hombres que se cruzaban con él esquivaban su mirada y
evitaban su saludo. Así de pavorosa e imponente era el aura que se escapaba de
su rostro.
Entonces sus pasos lo encaminaron a las
puertas de otra ciudad. Y ésta era más hermosa, rica y lujosa que las
anteriores. Y en la plaza central sobre una gran columna de oro y piedras
preciosas estaba escrita la frase:
“Todo tiene su precio”.
Y en aquella ciudad habían muchos dioses, pero
había uno que reinaba sobre todos aquellos y el nombre de este dios era: DINERO.
Y por dinero los hombres vendían a sus hijas y
a sus mujeres. Y por dinero se vendían entre ellos y a sí mismos y vendían su
alma, su lealtad, su honra, su sabiduría y conciencia.
Entonces Lucifer se sintió asqueado de aquella
masa maldita y deseó salir inmediatamente de la ciudad, pero su conciencia le
exigió decir algo a aquellas mentes oscurecidas.
Y encaramándose sobre la dorada columna, centro
de la plaza mayor, Lucifer conjuró a la multitud:
-¡Ah, humanidad perdida yo te maldigo! Y aunque me arrastre pobre y herido entre el
lodo, jamás seré tu esclavo, siervo, ni mendigo-
Entonces, sin agregar palabra, saltó de la
columna y cayendo a tierra, encaminó raudo sus pasos a las afueras de la
ciudad.
Pero aquellos que lo habían escuchado lo
siguieron ofreciéndole hospedaje en sus casas, pues adivinaban que aquel
forastero era dueño de una "Extraña sabiduría" que querían poseer,
sin embargo, al ver que no se detenía comenzaron a ofrecerle dinero y a
intentar comprar su estadía entre ellos.
Entonces empezaron a ver quien daba más y se
sorprendían de ver que aquel hombre ignoraba sus ofertas y pronto el precio
ofrecido fue de diez millones de piezas de oro y este fue doblado y triplicado.
Sin embargo, Lucifer no se vendió.
Y sus pasos lo llevaron a un valle donde un
día antes se había realizado una gran batalla.
El campo se hallaba cubierto de cadáveres y su
número se contaba por miles.
Entonces Lucifer caminó entre ese mar de
muerte mientras pensaba: -¿Acaso no es el mundo idéntico
a este valle? ¿No está sembrado de cadáveres, hombres vivos que aún no han
comprendido que están muertos en su propia ignorancia?-
Y al pensar esto su vista paseaba por entre
los cuerpos inertes y mutilados.
Entonces, le pareció divisar a los lejos un
solitario árbol y apoyado sobre su tronco a un guerrero moribundo.
Y Lucifer se dirigió hacia aquel hombre,
contento de ver algo vivo en medio de tanta muerte.
Y sin decir una palabra dio de beber de su
agua a aquel desconocido. Limpió su rostro ensangrentado e intentó curar sus
heridas, pero descubrió que su pecho había sido atravesado sin compasión por
una lanza enemiga. Entonces Lucifer habló: -Tu corazón está destrozado. Deberías estar muerto, pero aún vives-
A lo que el guerrero contestó, con voz suave
pero firme: -Me debí haber vendido y no lo
hice. Debí haber huido y me quedé a luchar. Ahora debería estar muerto, sin
embargo, sigo vivo. Es que mi espíritu es rebelde y me niego a aceptar aquello
que no quiero. Debería haberme vendido y vivir en paz, como un cordero, pero no
quise. Debería haber huido y no enfrentarme al enemigo, pero lo encaré. Ahora,
agonizante y mal herido, debería estar muerto, pero no quiero morir-
Entonces los ojos de Lucifer brillaron con
inusitada luz y comprendió que ante él había un hombre que, de alguna manera,
se había encontrado a sí mismo.
Y se prometió no dejar morir a aquel hombre y
usar de todo su poder para salvarlo, pues pensó que hombres como aquél era lo
que necesitaba el mundo: hombres que no se vendieran ni retrocedieran ante el
Enemigo, hombres con espíritu de lucha y deseos de vivir eternamente.
Entonces Lucifer impuso sus manos sobre las
heridas sangrantes del guerrero, el cual al sentir el espíritu de vida y
sanación que lo invadía exclamó: -¿Quién eres que me bendices con la vida?-
A lo que respondió Lucifer:
-Soy el Portador de la Luz, la conciencia que
se manifiesta bajo forma humana. Soy la fuerza que se esconde tras cada ser,
cada hombre y mujer, cada bestia y cosa-
Y apenas hubo terminado de hablar, se puso de
pie y emprendió su camino.
-¿A dónde vas hombre extraño?- lo detuvo el
guerrero -¿Cuándo podré escuchar de tu singular sabiduría otra vez?-
-Mi sabiduría vive en ti, es tu propio ser. Si
te escucharas a ti mismo, no necesitarías de mis palabras-
Luego Lucifer calló unos segundos y agregó:
- Mi espíritu tiene la mirada fija en el
Norte. Mi cuerpo permanecerá un tiempo en la Montaña del Dragón.
Y señalando la gran mole rocosa que se erguía
en el horizonte, se puso nuevamente en marcha.
Buscaba Lucifer, en aquellas montañas, la
tranquilidad de la soledad para poder exaltar así su conciencia.
Sin embargo su paz no duró mucho, pues
empezaron a llegar gentes en busca del sabio de la montaña que, según se
contaba, había sanado a un guerrero moribundo.
Y así fue como Lucifer se convirtió en
maestro, primero de unos pocos y, luego, de muchos.
Y en su intento de enseñar, sólo enseñaba que
no hay nada que aprender, pues toda claridad y sabiduría ya se encuentra en el
corazón de cada ser viviente.
Pero las gentes empezaron a confundirse, pues
aquel que es ciego no ve aunque el sol lo alumbre y el corazón confuso se
pierde incluso en el día más claro.
Y empezaron a perderse a ellos mismos de vista
y dirigieron sus ojos hacia afuera, hacia la imagen del maestro que les
enseñaba.
Entonces Lucifer se dio cuenta y no se
permitió caer en la trampa de la oscura ignorancia.
Así fue como un día reunió en torno a sí a
todos aquellos que había enseñado y les comunicó su decisión de abandonar el
mundo.
Entonces sus seguidores comenzaron a
lamentarse de su suerte y sintieron que aquello sería su perdición.
Y Lucifer sonrío, pues comprendió que aquél
era el camino que, aunque duro, los llevaría a sí mismos.
Entonces dijo: -No os lamentéis de mi pérdida, pues la única pérdida digna de lamentar
es la pérdida de uno mismo. Y vosotros os habéis perdido hace mucho y jamás
habéis llorado por ese gran tesoro ido-
Y uno entre muchos alzó su voz diciendo:
-Maestro, antes de partir háblanos de la
esencia de tu enseñanza, para poder así recordarla-
Entonces Lucifer habló: -Recordaos a vosotros mismos y recordaréis mi
enseñanza. No busquéis fuera lo que ya existe dentro, en vuestro espíritu.
Mirad que el hombre es como un árbol que crece en la cima de una montaña. Pero
esa montaña es en realidad un volcán en cuyo interior arde un fuego claro y
poderoso dador de la más perfecta serenidad y fuerza. El calor de este fuego
interior ayuda a crecer al árbol, el cual mientras más entierra sus raíces en
la profundidad de la montaña, más expande sus ramas a la infinitud del vasto
cielo. Recordad siempre que en el mundo hay tres clases de personas: están
aquellos que saben su razón de ser, están aquellos que la ignoran y están los
"Confusos". Y entre los confusos están los que creen saber su
verdadera razón de ser, pero en realidad la ignoran y aquellos que se han
inventado una razón de ser, que por ser algo artificial los aleja de su
verdadera naturaleza. En verdad es importante lo que ahora les digo: Sólo quien
se conoce a sí mismo, conoce su razón de ser, conoce su destino y deja de ser
parte del rebaño. Y mucho mejor que ser un confuso es reconocer la ignorancia
de sí mismo, pues la cura viene cuando la enfermedad es reconocida.
Guardando silencio un instante, continuó:
-La montaña es como el cuerpo, la conciencia
como el árbol y el fuego parecido al espíritu de vida. La montaña es como
vuestra columna ósea; el árbol como vuestro cerebro, médula y nervios que
crecen entre ella; el fuego proviene de vuestra Esencia Creativa cuidadosamente
conservada. Sois como madres que guardan en su vientre al embrión del espíritu.
Si un niño de carne y hueso demora nueve ciclos lunares en nacer, entonces, el niño
del espíritu demorará nueve ciclos solares. Por ello es importante empezar ya.
Mi enseñanza guarda su propio secreto y éste se basa en la práctica y en la
propia conciencia de sí mismo. Sin embargo, ¿queréis saber más, queréis conocer
el secreto? Entonces escuchad el sueño que tuve un día-
EL SUEÑO DE LUCIFER
Sin saber cómo, había llegado a una caverna de
enormes proporciones en lo profundo de la tierra. Aunque las paredes y techo de
la gruta parecían naturales, es decir, formadas por el goteo incesante y la
filtración del agua, el piso era perfectamente liso y nivelado, como hecho por
mano humana o alguna otra criatura inteligente. Sentí que estaba en un templo.
A diez pasos de mí se alzaba una gruesa
columna pétrea, de unos siete metros de altura, sobre la cual vi de pie a un
venerable anciano. Vestía una túnica de mangas largas y talle holgado que le
llegaba hasta los tobillos. Su color era gris-azulado, como el de las nubes
cargadas de lluvia. A lo largo de su pecho y cosida a ella caía verticalmente,
hasta el suelo, una cinta blanca sobre la cual habían sido bordados, en hilo
negro, extraños caracteres que no pude reconocer. Igual adorno vi a lo largo
del borde superior de sus mangas, en los puños de las mismas y en el embaste de
su vestimenta. Tanto las barbas como los cabellos del anciano eran blancos y
larguísimos. Su alba cabeza estaba descubierta. Al verlo se me ocurrió que era
la típica imagen de un mago.
Alzando uno de sus brazos me ordenó:
-¡Tomad aquella lanza, hecha de la mejor
madera del mundo e introducidla en aquel pozo!- al decir esto me señaló un
agujero, de un metro de circunferencia, cuya boca estaba a ras de suelo.
Fui y tomé la lanza, la cual era una vara
puntiaguda de una madera muy liviana y durísima. Me asombró comprobar que a
pesar de su largo, tres metros o más, permanecía perfectamente enhiesta,
haciendo alarde de una pasmosa flexibilidad.
Siguiendo las órdenes del anciano me acerqué
al pozo. A mis pies vi un hoyo, cavado en la piedra, en el cual había un
líquido espeso de color rojo varios metros más abajo. Al principio creí que se
trataba de sangre, pero después noté que de él se desprendía una suave fosforescencia.
Me pareció, entonces, que se trataba de lava derretida. Aquel pozo era la
entrada al infierno.
Apenas introduje la lanza en él, el líquido
aumentó su nivel hasta llegar al borde mismo del agujero. Retrocedí, pues pensé
que si llegaba a desbordarse, la lava me quemaría.
Para mi sorpresa surgió del pozo un
esperpento, un ser bípedo de unos cuatro metros de alto, similar a un sapo o a
una tortuga sin caparazón. Caminaba sobre sus cuartos traseros como un hombre.
Un solo ojo adornaba su frente.
Al parecer mis acciones lo habían molestado y
ahora se encontraba furioso. Arremetió contra mí. Me defendí usando la lanza.
En la refriega me di cuenta que la bestia temía perder su único ojo, entonces
concentré mis ataques en él. Pero sorpresivamente, cuando creí que la tenía
bajo mi poder, la criatura sufrió una mutación. Sin saber cómo, la vi
transformarse en un ser del tamaño de un hombre y con cuerpo de tal, pero su
cabeza era similar a la de un murciélago con orejas membranosas, grandes,
triangulares y un hocico de filosos dientes. Curiosamente su cuerpo y rostro
estaban cubiertos de escamas, como un pez. Su apariencia era muy fornida y
musculosa. Antes que pudiera evitarlo, la criatura se alejó de mí corriendo a
toda prisa, hasta, perderse de vista.
La voz del anciano llamó mi atención. Me volví
a mirarlo y noté que la columna sobre la cual estaba parado disminuía de
tamaño, como si estuviese siendo tragada por la tierra. Ya a nivel del piso, el
anciano se acercó a mí diciendo:
-Ya lo habéis visto. La criatura tiene el
poder de adoptar cualquier forma y utiliza este artificio para hacer caer a la
gente en el pozo. Sin embargo no os preocupéis, ya la enfrentasteis y con eso
basta para reconocerla en cualquiera de sus formas-
Dicho esto, me tendió un librito, como de un
palmo de largo. Yo, tomándole, le abrí al azar en una de sus páginas. En ella
vi una ilustración a color: Un velero de cuatro mástiles navegando con todo su
velamen desplegado por mar abierto. La superficie del agua en perfecta calma.
Alrededor del barco revolotean miles de gaviotas, mientras que del palo mayor
un gran pelícano blanco da la cara a proa con sus alas extendidas, mostrando el
pecho descubierto.
Miré interrogativo al anciano. Entonces éste
me respondió:
-Es un libro de gran contenido hermético. Es
el Libro de la Creación. En el capítulo diez encontrarás el secreto de la
Piedra Filosofal. Pero antes es necesario que obtengas la Schlitlzt Nimrod, la
daga mágica que simboliza y en la cual se halla grabado el Nombre
Impronunciable. La reconocerás cuando la veas, porque su imagen está en el alma
colectiva de toda la humanidad. Más antes, pon ante mí tu mano izquierda.
Sin resistirme seguí sus instrucciones,
entonces vi con asombró que sobre la palma de mi mano crecía una pequeña
enredadera de color verde vivo, como el de la hierba nueva. Su nacimiento
estaba en la base, pegado a la muñeca. De aquí seguía el curso de la línea
palmar llamada de Mercurio, según dijo el anciano, pero a medio camino se
bifurcaba y la segunda rama recorría el rastro de la línea llamada de Saturno.
Ambas secciones de la enredadera ascendían un tramo para luego curvarse en
dirección del dedo pulgar. Aquella que iba por la línea de Mercurio se curvaba
justo por debajo del dedo meñique. La otra, la que seguía el trayecto de la
línea de Saturno, cambiaba su curso a la altura del mismo centro palmar. De
esta manera ambas ramificaciones venían a morir en el montículo carnoso que hay
bajo el dedo índice, al cual el anciano dio el nombre de Monte de Júpiter.
Tres flores brotaban de esta enredadera. Dos
de ellas provenían del primer tallo y crecían sobre el Monte de la Luna y el
Monte de Apolo respectivamente. La otra florecilla se abría en el Campo de
Marte y germinaba de la segunda rama. El mago observó por unos instantes mi mano.
-La parte izquierda de tu conciencia, el lado
desconocido de tu mente, es independiente- me dijo. -Esto es positivo para ti,
pero aún es muy pequeño y está poco desarrollado. Debes hacerlo crecer-
Cuando le pregunté cómo podía hacerlo, sólo
contestó: -Sigue el Camino-
Dicho esto me puso al cuello un Ank, de oro
blanco, en cuyos brazos tenía grabada la frase "Enfrenta la Vida como
Guerrero" y, haciéndome señas, indicó que me fuera por donde había visto
irse a la criatura del pozo. Le obedecí.
No había cómo perderse. Aquella galería
inmensa terminaba en un estrecho túnel, por el cual caminé mucho tiempo antes
de llegar a una caverna de parecidas proporciones a la anterior, pero carente
de columnas y un piso liso y nivelado. Observé que al otro extremo, de donde me
encontraba, se veían las entradas de dos túneles y hacia allá me dirigí.
Al acercarme comprobé que ambos se encontraban
muy cerca uno de otro, pero a pesar de su proximidad comunicaban a mundos
diferentes. Aquél que se encontraba a mi izquierda, daba acceso a una selva
cálida, espesa y exuberante. Desde donde me hallaba podía ver mil formas y oír
mil exquisitos sonidos provenientes de aquella tibia floresta. Me pareció que
era el paraíso.
El otro túnel daba a un paraje
relumbrantemente blanco, todo hielo y nieve. La ventisca y el frío eran sus
únicos señores. Me encontraba observando esto cuando de la selvática entrada vi
aparecer a una hermosa mujer de piel bronceada. Vestía un traje de hojas
verdes, pegado al cuerpo, que le llegaba a mitad de muslos. Era un vestido sin
mangas ni hombros, sostenido por un delgado tirante de fibra vegetal. Las
facciones del rostro eran bellísimas y su cuerpo armoniosamente proporcionado.
Su cabello, largo hasta la cintura. Me miró insinuantemente y me pidió que la
siguiera. Me negué. Entonces, ejerció sobre mí un extraño poder y me vi tras
ella en contra de mi voluntad. No pude oponerme a su fascinación.
En ese momento me sucedió algo inexplicable.
Sin saber por qué, tomé fuerte conciencia de mi región infra umbilical. Sentí
una agradable calidez en toda aquella zona e inmediatamente tomé el control de
mí. Era como si aquel lugar anatómico fuera el "Centro de mi
Voluntad". Dejé de seguir a la bella mujer y me detuve. Ella se dio cuenta
de mi rebeldía y volviendo sobre sus pasos me encaró. Yo dirigí una fugaz
mirada al nevado túnel; entonces ella, percatándose de mi gesto, habló: -Ese es un mundo helado, duro, primitivo y
bárbaro, ¿lo prefieres al que te ofrezco yo?-
Le contesté afirmativamente. Entonces, molesta,
hizo un gesto tras el cual aparecieron tres descomunales hombres que me
doblaban en estatura, los cuales con actitud hostil, se interpusieron entre el
mundo de hielo y yo. En ese instante noté que uno de los gigantes tenía en sus
manos una daga de doble filo y hoja larga con arabescos grabados en ella. La
reconocí inmediatamente. Era la Schlitlzt Nimrod, el arma mágica de la cual me
había hablado el anciano mago.
La mujer volvió a hablarme, entonces vi que
había sufrido una transformación.
Ahora aparecía como una jovencita de quince
años. Su piel era blanca, su cabello castaño e iba vestida con una túnica de
color lila que, igual a la anterior, llegaba a la mitad de muslos, pero sin
ceñirse al cuerpo; era holgada y con pliegues.
Su aire de sensualidad y voluptuosidad se
había trocado por uno de candidez e inocencia.
La vi acercarse a mí con aspecto de ingenuidad
y mirar lo que había escrito en el Ank que colgaba sobre mi pecho.
-¿Cuál es la característica de un guerrero?-
preguntó ella, esperando mi respuesta -¿acaso es el valor?-
-Eso es importante- le contesté, mientras
estudiaba cuidadosamente a los tres gigantes -, pero lo es, aún más, ser
decidido y tener osadía.
Ella confundida me miró:
- ¿Osadía? - repitió.
Entonces, posando mis ojos en los de ella, la
hice con rapidez a un lado y embestí con furia a los gigantes. A pesar de sus
tamaños conseguí dejar a dos de ellos fuera de combate, golpeando, a uno, con
mi hombro izquierdo y, al otro, con la cabeza. El tercer hombrón me atacó con
la daga.
Entonces yo, sin temor alguno, la tomé con mi
mano izquierda por la filosa hoja y se la arranqué de los dedos. Hecho esto, el
hombre se desvaneció ante mi vista. Me di cuenta que había quedado solo, pues
la muchacha también había desaparecido.
Pasé el arma a mi mano derecha y admiré la
forma de su hoja y el arte con que había sido forjada. Penetré en el túnel de
hielo y noté con sorpresa que, en donde antes había nieve, ahora existía arena,
tierra y piedras. Aquel túnel salía a la superficie, a cielo abierto, a un
paraje desolado y seco. Solo se veía uno que otro arbusto o cactus aquí y allá.
Puse el puñal en mi cintura y empecé a caminar de prisa, pues el sol caía en el
horizonte y pronto oscurecería.
No sé cuánto tiempo caminé, pero me detuve
cuando descubrí una polvareda que se acercaba desde la derecha. Cuando por fin
pude ver de qué se trataba, quise huir, pero no había lugar dónde cobijarme.
Entonces decidí plantarme en mi sitio y, sacando la daga del cinto, esperar mi
suerte.
Sobre la llanura una especie de monstruo, una
masa peluda, negra, sin piernas ni cabeza, pero con cinco robustos brazos
semejantes a los de un simio, se acercaba al lugar donde me encontraba.
Avanzaba girando sobre sí mismo, como una rueda, apoyando sus grotescas manos
en el suelo.
Mientras más se acercaba más decidido me
encontraba para enfrentarlo. Sin embargo, cuando estuvo a unos pasos de mí, se
transformó en una hermosa joven. Yacía a mis pies, totalmente desnuda, tendida
sobre la arena. El color de su pelo larguísimo, el tinte de su tez y los rasgos
de su rostro, me hicieron recordar los de la mujer hindú. Su sonrisa
cautivadora y aquella súplica sensual de sus labios me perdieron. Observé la
perfección de su cuerpo, la voluptuosidad de sus formas, la lujuria de su
mirada y sin resistirme empecé a acercarme a ella, olvidando que se trataba de
aquel repugnante ser que, segundos antes, había visto rodar por el desierto.
Estirando sus bellos brazos hacia mí susurró: -Como les encanta a los hombres humillarse-
Me di cuenta que lo decía por la embrutecedora
sensualidad que nos abruma frente a una mujer hermosa. En ese momento tomé
conciencia y concentré la atención en la zona infra umbilical de mi cuerpo.
Ella, sin dejar de sonreír y con sus brazos extendidos, comenzó a desvanecerse
en el aire como una ilusión pasajera, hasta que desapareció totalmente de mi
vista.
La noche había caído sobre el desierto.
Allá, a lo lejos, vislumbré el resplandor de
una fogata. Encaminé mis pasos en esa dirección.
Al irme acercando distinguí la figura de un
hombre. Estaba en cuclillas frente al fuego, observándolo. Su cuerpo, delgado y
fibroso, estaba desnudo, salvo por un taparrabo que colgaba de su cintura y que
era de vivísimos colores: rojo, naranja y amarillo. Comprendí que estaba
realizando algún tipo de ritual.
Llegué junto a la fogata y pude ver su rostro
cobrizo y reseco. Sus ojos despedían un brillo extraño. Me di cuenta que era un
brujo. Sin mediar palabra alguna me acuclillé a su lado, dando la cara al
fuego. Sin mirarme lo vi meter su mano izquierda entre las llamas y sacar, de
entre ellas, algo que sostenía con gran delicadeza. Vi con sorpresa que en su
palma había posada una flamígera lengua de fuego. Sin preámbulos me la ofreció,
indicándome que la debía tomar poniendo la palma de mi mano izquierda contra la
suya. Al hacerlo, sentí que la lengua de fuego era absorbida por mi cuerpo.
Tres veces el brujo metió su mano en la lumbre y me ofreció aquél trozo de
flama. Tres veces acepté su ofrecimiento.
Luego, haciéndome un gesto con su cabeza, me
instó a mirar la fogata. Así lo hice y pude comprobar que entre las llamas
descansaba una serpiente con la cabeza erguida. Era una cobra, la reconocí por
el capuchón en su cuello. Tenía un color cobre metálico. Estaba tranquila,
tomando un baño de fuego.
El brujo habló. Me señaló que había sido
iniciado en la Hermandad del Dragón. La noche era profunda y protectora. Me dio
indicaciones de sentarme en silencio junto a él. Lo hice imitándolo, cruzando
las piernas y dirigiendo mi cuerpo hacia el norte, desde donde soplaba una
suave brisa. Permanecimos así, silenciosos e inmóviles, una insensible
eternidad. Luego, sin saber cómo, nuestros cuerpos se alzaron ingrávidos unos
centímetros de la tierra y comenzaron a girar en torno a la fogata, mirando
siempre hacia la misma dirección cardinal. Rotábamos en sentido contrario a las
manecillas del reloj y noté que, en el breve instante en que la fogata quedaba
a nuestras espaldas, pasábamos sobre un círculo dibujado, en el suelo, con extraños
caracteres que no supe interpretar.
Cuando la aurora se reflejó en el oscuro
cielo, el brujo me ordenó caminar con rumbo al sol naciente. Me indicó que
siguiendo esa dirección encontraría dos arroyos. El primero contendría agua
común, útil para aplacar la sed del cuerpo. En el segundo correría un agua
medicinal de origen mineral, que servía para saciar la sed de vida.
Después de mucho andar encontré los dos
riachuelos tal como me lo había señalado, sin embargo, el arroyo de agua
medicinal tenía su cauce seco. Deseaba probar de sus aguas, así que tomé la
decisión de remontarme hasta la fuente y así beber, del preciado líquido, lo
más cerca que pudiese del origen. Siguiendo el reseco lecho subí hasta la
cumbre de un gran espinazo de piedra. Allí pude comprobar que aquel arroyo
surgía de un pequeño edificio de arquitectura indoarábiga. Atravesé el umbral
carente de puertas y así pude dar con una enorme escalera que descendía al
interior de la tierra. Bajé por ella largo tiempo, hasta que por fin di a una galería
en cuyo centro crecía un enorme y añoso árbol en muy mal estado. Presentaba una
apariencia reseca y sus grandes ramas estaban cruelmente mutiladas. Carecía de
hojas y daba la impresión de un árbol muerto. Sin embargo, yo sabía que estaba
vivo. Observé que junto al grueso tronco, en el piso, habían varias vasijas de
arcilla conteniendo agua. Las ocupé todas regando con ellas las sedientas
raíces. Había terminado cuando unos golpes secos llamaron mi atención. Motivado
por esto me di el trabajo de estudiar la caverna en la que me hallaba. Era
obvio que existía en aquel lugar alguien encargado de su cuidado, pues veía
cierta simetría y orden que no era propio de los sitios que están sujetos a la
espontaneidad natural. Muchas puertas daban a aquella galería. Todas estaban
cerradas. Observándolas me di cuenta que los golpes, que sentía, provenían de
un viejo portón de madera, el cual, se sacudía ante la violenta embestida de
"algo" encerrado tras él. De pronto mi mente se abrió y lo comprendí
todo. Allí encerrado, por el cuidador de aquel parque subterráneo, se
encontraba el Espíritu del Árbol. Un tipo de fuerza inteligente dispuesta a
destruir por el descuido a que había sido expuesto el antiguo roble centro del
jardín.
En ese momento los guardas del lugar, un
hombre y una mujer, entraron al recinto y comenzaron a imprecarme por haber
regado el reseco tronco, pues con ello había dado renovado vigor al espíritu
encerrado. No pude negar nada, ya que en mis manos, aún goteando, tenía uno de
los recipientes de arcilla. Las voces de la pareja enfurecieron de tal manera
al espíritu, que éste consiguió derribar el enorme portón y liberarse. Emergió
de su oscura prisión justo frente a mí. Su poder era increíble. Su forma,
similar a un torbellino de viento o tromba marina. Por unos instantes me
observó. Le enseñé, entonces, la vasija húmeda que agarraba con mi mano
derecha. Lo comprendió todo. Lanzando un bramido inhumano se arrojó sobre la
pareja y los devoró.
Yo, sin saber qué hacer, esperé mi destino. El
Espíritu del Árbol trocó su furibunda apariencia. Se me acercó lentamente en
forma de una barra vertical de luz rojiza. Tendría unos cincuenta centímetros
de largo y flotaba en el aire por encima de mi cabeza. Me habló con voz de
trueno. Me dijo que a partir de ese momento era el Guardián de las Raíces y que
premiaría mi gesto dándome su amistad. Dicho esto vino sobre mí y posándose en
mi cabeza sentí como aquella energía, en forma de columna luminosa, me
penetraba por ella hasta la garganta. Una tibieza confortable me inundó y me
sentí físicamente sano. Sin saber qué, el espíritu hizo algo indescriptible
dentro de mí y me cambió. Me sentí como recién nacido. Todas mis enfermedades
habían desaparecido.
Cuando el espíritu me dejó, me di cuenta que
toda la caverna había re verdeado. Sobre el suelo crecía una mullida hierba, en
las rocosas paredes se adherían las enredaderas y hiedras. El viejo árbol se
veía frondoso y turgente. Sus mutiladas ramas ahora se presentaban completas y
rebosantes de hojas. De sus raíces surgía un manantial de agua fresca y
cristalina: este era el origen del arroyo medicinal.
Me acerqué al roble. Una enorme serpiente de
color verde encendido se ocultaba entre el follaje. Noté que en sus costados, a
lo largo del cuerpo, tenía dibujado en negro extraños caracteres desconocidos
para mí. De pronto otra cosa llamó mi atención. Era una picaflor que
revoloteaba entre el ramaje muy cerca de mí. Su cabeza y su cuerpo eran de un
rojo intenso, escarlata, mientras que sus alas y cola eran negras azabache.
El Espíritu del Árbol, poniéndose a mi lado,
me indicó que lo atrapara. Yo lo intenté, pero no pude, el ave era demasiado
rápida para mí. Entonces, el espíritu me aconsejó que lo observara fijamente
sin pensar en nada y que cuando sintiese el impulso interno de agarrarlo lo
intentara. Le hice caso y así conseguí atrapar, con mi mano derecha, al
picaflor por la cabeza. En el mismo momento que la atrapé el ave dejó de ser
algo vivo y se trocó en un objeto inanimado, hueco, de consistencia
apergaminada. Comenzó a deshacerse entre mis dedos. Para evitarlo la coloqué
sobre la palma de mi mano izquierda, sin embargo continuó disolviéndose. De
esta manera dejó al descubierto una piedra blanca, como de una pulgada de
diámetro, sobre la cual soplé para limpiarla de los restos pulverulentos que no
me dejaban apreciarla con claridad. Su color era similar a la sal de roca. Su
forma, esférica, estaba tallada con la apariencia de un capullo de rosa. Era un
trabajo simple y primitivo. El espíritu hizo retumbar su voz en mis oídos:
-Es la Piedra Filosofal- bramó, -la meta de
los alquimistas. Dilúyela en vino asoleado y bébela. Solo así poseerás el
secreto de la inmortalidad-
En aquel preciso instante desperté.
Habiendo escuchado aquel sueño un rumor se
dejó sentir entre los asistentes, pues algunos se preguntaban asombrados qué
significado tendría. Entonces un visitante, que hacía poco había llegado,
gritó: -Algunos dicen que eres el
demonio- y buscaba con ello perderle y denigrarle ante los ojos de todos los
presentes.
Entonces Lucifer, con voz clara y serena,
exclamó:
-¿Acaso no es aquello a quien llamáis Diablo
hijo de aquello a quien llamáis Dios también? Si en el principio estaba solo
aquello a quien decís Dios, el supremo Bien, entonces primero fue el Bien y
luego el Mal. Por tanto el Mal surgió del Bien, porque nada puede nacer de la
nada. Y porque el Mal se originó del Bien es que la función del Mal es
benéfica, porque nada malo puede surgir de lo bueno. Lo que llamáis Dios es el
maestro tierno y amoroso que educa con bondad. Aquello que llamáis Diablo es el
maestro duro y riguroso que nos enseña a través de la severidad. Por tanto no
reneguéis del Diablo, pues algunos somos tan necios que solo aprendemos a
golpes. Por tanto no odiéis al Diablo, porque a través de sus pruebas nos
hacemos fuertes y libres y accedemos al supremo Bien. ¿Acaso sois tan ciegos
que no os dais cuenta que Dios y Diablo son las dos caras de una misma moneda?
Entonces de las gargantas de algunos de los
presentes se escapó una exclamación de asombro, pues comprendieron las palabras
de Lucifer y despertaron, quedando sus mentes más allá del Bien y del Mal. Sin
embargo el desconocido replicó: -¿Cuál es
tu religión?-
-No hay religión más grande que la Verdad, la
realidad tal como es - exclamó el Portador de la Luz.
-Vuestra sabiduría sufre del pecado de la
soberbia y no se basa en las escrituras sagradas- insistió el extraño.
-Sufro del pecado de la soberbia- dijo Lucifer
-pues deseo ser todo lo que soy: quiero ser diamante aunque mi origen sea el
carbón. No baso mi conocimiento en lo que dicen los textos sagrados o en lo que
afirman los ancianos, no baso mi sabiduría en lo que dicen lo eruditos o
asegura la mayoría. Mi sabiduría se basa en lo experimentado por mí mismo sin
intermediarios o interpretaciones ajenas, pues es la experiencia propia y
directa lo que entrega la verdadera sabiduría. La vida se conoce viviéndola y no
a través de creencias, opiniones, especulaciones, teorías, religiones o libros.
¿Queréis leer un libro? Leed el libro de la sabiduría. Ese libro sois vosotros
mismos, leedlo así: dirigid vuestra atención hacia vosotros, hacia vuestras
sensaciones, hacia vuestros movimientos, hacia vuestra respiración, emociones y
pensamientos y en todo momento permaneced serenos, atentos, viviendo el
momento-
Entonces el visitante asombrado por aquella
extraña sabiduría volvió a preguntar:
-¿Maestro, quién eres en verdad?-
A lo que él respondió:
-Yo soy la Vida, "El Lucifer", el
Portador de la Luz: el Lucero de la Mañana que anuncia el fin de las tinieblas
y la llegada del Imperio del Sol, el reino de la luz. Soy Prometeo, aquel que
arrebató de la nada el divino fuego de la sabiduría, el poder y la luz y lo
entregó a los hombres. Y aunque soy el más odiado por el cielo soy, sin
embargo, el más amado, pues gracias a mí se ha redimido la oscura materia.
Perdiendo mi pureza espiritual y cayendo en los abismos he llevado vida, conciencia
y conocimiento a toda carne y la he impulsado hacia los cielos. Comprendan esta
paradoja y comprenderán el misterio del universo-
Y habiendo pronunciado estas palabras cayó
sobre los presentes un profundo silencio. Y junto al silencio cayó la noche,
arropando con su estrellado manto a todo lo viviente. Cuando medianoche llegó
rompió Lucifer las tinieblas con su voz. Clavando la mirada en la estrella
polar exclamó: -Quien sigue la senda del
Dragón, domina la realidad presente: el aquí y ahora. Conservar la serena
quietud es su principio, alcanzar el ecuánime e imperturbable vacío es su meta.
Quien sigue la senda del Dragón es como el agua: aunque se adapta a todas las
formas no se aferra a ninguna-
Y dirigiéndose al viejo guerrero, a aquel que
una vez había estado mortalmente herido en su corazón, le dijo: -Guerrero solitario que sigues la senda del
rayo: Tendrás que sumergirte en la profunda oscuridad y hallar en tus raíces la
vida sempiterna. Solo así llegará el momento en que aquello que acecha al otro
lado salga a la luz del día. Vendrá de la otra orilla del abismo pletórico de
inmortalidad, poder, voluntad y sabiduría. Y así se cumplirá el tiempo en que
desprendiéndote de todo te apoderarás del universo-
Y el viejo
guerrero comprendiendo las palabras de Lucifer guardó silencio. Y a través del
silencio, aquietó su corazón. Y con su corazón sereno entró en profunda
meditación. Mas cuando abrió los ojos, poco antes del amanecer, Lucifer ya no
estaba entre ellos y el Lucero de la Mañana brillaba con soberbio fulgor sobre
el horizonte.
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