En
el año de 1863 vivía en la Villa de Patos, actualmente conocida como General
Cepeda, en el estado de Coahuila, un apuesto militar muy enamorado de una joven
que resaltaba por su increíble belleza. El gallardo militar se encontraba a las
órdenes del general Victoriano Cepeda, un destacado político y profesor que
peleaba en contra de la Intervención Francesa.
Desde
que los enamorados se habían comprometido en matrimonio, la muchacha estaba
depositada en la casa de sus futuros padrinos de boda, como era la costumbre
por aquellas lejanas épocas, en cuya casa debía permanecer hasta que el
matrimonio se realizase.
En
un rancho llamado San José del Refugio, tuvo lugar una batalla entre el
Congreso y el Gobierno del estado. El joven prometido acudió a la casa donde se
encontraba su novia para avisarle que debía participar en la contienda, pero
que regresaría a buen tiempo para la boda, y le pidió que estuviese preparada
para su regreso.
Llegado
el día de la boda, la joven se atavió con un albo y hermoso vestido, adornó su
pecho con una collar de perlas, y sus pequeñas orejas con aretes de oro. Pero
el militar nunca llegó a la ceremonia, pues una mortífera bala dio término a su
vida y a sus ilusiones. Cuando le avisaron a la triste novia la muerte de su
compañero, se volvió completamente loca.
Desde
entonces recorría las calles de Villa de Patos vestida con su hermoso vestido
blanco. Caminaba desde la Iglesia de San francisco de Asís, tomaba las actuales
Calle de General Cepeda, seguía por la Calle de Zaragoza, por la de Guerrero,
por la de Juárez, hasta llegar a la casa de sus padrinos, donde había sido
depositada. Un cierto día, la joven novia murió. Pero su espíritu siguió
vagando en su eterno recorrido, esperando siempre la llegada de su prometido.
Los padrinos de la boda inconclusa abandonaron la casa, ya que no podían
resistir la presencia del fantasma de la novia.
La
casa quedó solitaria, nadie quería vivir en ella porque la novia se aparecía
con su vestido blanco, flotando sin tocar el suelo, con un ramo de rosas
blancas en la mano y un manto de encaje que le cubría la cabeza y la cara. La
casa existe todavía, pero nadie la quiere habitar.
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