jueves, 11 de octubre de 2018

MORELOS




José María Morelos era hijo de Manuel Morelos, carpintero de ascendencia india, y de Juana María Pérez Pavón, una criolla cuyo padre había sido maestro de escuela en la ciudad. De sus primeros catorce años sólo se sabe que ayudó en lo que pudo al sostenimiento de la familia, y que la enseñanza de las primeras letras corrió a cargo de su madre.
La muerte del padre en 1779 significó un importante cambio. Confiado a la custodia de su tío Felipe Morelos, se trasladó a una hacienda cerca de Apatzingán (Michoacán) y se dedicó primero a la labranza y, poco después, a conducir como arriero una recua de mulas que su tío empleaba para transportar los ricos cargamentos de mercancías entre el puerto de Acapulco (terminal de los galeones de Manila) y la ciudad de México. Esta actividad le proporcionó unos ingresos regulares, que el joven Morelos empleaba en comprar mulas y en sostener a su madre y hermana.
Así vivió hasta cumplir los 25 años; en 1790, ante la insistencia de su madre, que deseaba su ingreso en la carrera eclesiástica con la ilusión de que accediese a una capellanía o beneficio dejado por su bisabuelo materno, José María Morelos se separó de su tío Felipe y regresó a Valladolid para ingresar en el colegio de San Nicolás. Allí tuvo ocasión de conocer a Miguel Hidalgo y Costilla, entonces rector del colegio, con el que coincidió durante dos años. Estudió gramática y latín y dos años más tarde amplió estos estudios en el Seminario Tridentino de la misma ciudad, recibiendo instrucción en retórica y filosofía. El 28 de abril de 1795 recibió el título de bachiller de artes en la ciudad de México.
Poco después solicitó de la jerarquía eclesiástica de Valladolid que se le confiriesen la tonsura clerical, las cuatro órdenes menores y el subdiaconato, lo que consiguió a finales de ese mismo año. En abril de 1796 aceptó una oferta del cura de Uruapan para enseñar gramática y retórica a los niños del lugar, tras recibir la licencia correspondiente. Tras algún tiempo de docencia, el 20 de diciembre de 1797, cumplidos los 32 años de edad, fue promovido al sacerdocio, otorgándosele licencias para celebrar misa, oír confesiones y predicar en Uruapan y en los curatos vecinos.
Se iniciaba así una larga carrera sacerdotal que lo llevaría a ejercer de cura párroco en varias localidades. Primero estuvo en un distrito marginado de Churumuco, etapa durante la cual falleció su madre en Pátzcuaro. Morelos permaneció en Churumuco durante poco más de un año, hasta que en marzo de 1799 se le transfirió a la parroquia de Carácuaro, a unos cincuenta kilómetros de distancia, tan pobre como la anterior pero mucho más poblada. En Carácuaro vivió Morelos toda una década, administrando la parroquia y viviendo de las aportaciones de sus feligreses, que se resistían por todos los medios al pago de los impuestos eclesiales.
Durante este periodo mantuvo y mejoró un negocio de ganado que había iniciado en su época de arriero, administró la herencia de su madre, transfirió a su hermana la casa familiar (actualmente Casa de Morelos en la ciudad de Morelia) y tuvo dos hijos ilegítimos; más tarde, durante el periodo revolucionario, tendría dos hijos más. En 1807 compró en Valladolid una casa a la que añadió un piso en 1809, sin que se tenga la menor certeza de que le llegara noticia alguna de que se estaba preparando una revolución. Bien es cierto que los historiadores señalan, en claro paralelismo con la trayectoria de Hidalgo, la creciente insatisfacción y en todo caso la frustración de Morelos, acumulada a lo largo de muchos años en el ejercicio de sus labores de cura parroquial.

El 16 de septiembre de 1810, con el llamado Grito de DoloresMiguel Hidalgo prendió la mecha del largo proceso que conduciría a la independencia de México. Hidalgo estaba en realidad adelantando un plan que se había fraguado en Querétaro y que contaba con la participación de criollos importantes, entre ellos el mismo corregidor de esta ciudad, Miguel Domínguez.

Al ser descubiertos los planes de los conspiradores, Hidalgo se trasladó a Dolores, y allí dirigió a sus parroquianos un llamamiento a alzarse en armas contra las autoridades coloniales (el Grito de Dolores). La proclama tuvo un masivo seguimiento; en San Miguel el Grande unió sus tropas con las de otro de los conjurados de Querétaro, el comandante Ignacio Allende, y, ganando nuevas adhesiones por donde pasaban, a finales de mes habían ocupado ya las localidades de Celaya, Salamanca, Irapuato, Silao y Guanajuato.

En octubre de 1810, conocedor del levantamiento de Hidalgo, que había sido su rector en San Nicolás, José María Morelos decidió visitarle y hablar con él. Al parecer, su intención era ofrecerse como capellán, pero en el transcurso del encuentro, que tuvo lugar el 20 de octubre, Hidalgo lo convenció de que aceptara una misión más importante: marchar a la costa del sur, reunir tropas y tomar el puerto de Acapulco, que Morelos conocía muy bien. El 25 de octubre, acompañado de una veintena de voluntarios mal armados, Morelos partió de Carácuaro hacia las tierras calientes del sur, en calidad de lugarteniente de Hidalgo.
La actividad insurgente de Morelos duró cinco años, a lo largo de los cuales fue capaz de desarrollar cuatro campañas militares, además de una obra política, doctrinal y administrativa en la que se recoge un pensamiento avanzado, innovador y cargado de sentido popular y social. Se le reconoce además un incipiente genio de estratega militar, despiadado y cruel en algunas ocasiones, pero capaz de enfrentarse y doblegar en varias ocasiones a los ejércitos realistas superiores en número, bajo el mando del temible mariscal español Félix María Calleja
La primera campaña, de octubre 1810 a agosto 1811, le permitió organizar y constituir un cuerpo de tropas disciplinado y bien armado, con el que intentó sin éxito la ocupación de Acapulco en febrero de 1811. Se retiró con sus fuerzas a Tecpan, desde donde preparó el asalto a Chilpancingo el 24 de mayo y la toma de Tixtla (actual Ciudad Guerrero) dos días más tarde. En el curso de esta campaña se le unieron los hermanos Miguel y Víctor Bravo, nacidos en la hacienda de Chichihualco; Vicente Guerrero, oriundo de Tixtla, y Hermenegildo Galeana, de Tecpan. En esta época contó con la colaboración del estadounidense Peter Ellis Bean, aventurero cosmopolita que fabricó gran cantidad de pólvora para las tropas insurgentes.


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