José María Morelos era
hijo de Manuel Morelos, carpintero de ascendencia india, y de Juana María Pérez
Pavón, una criolla cuyo padre había sido maestro de escuela en la ciudad. De
sus primeros catorce años sólo se sabe que ayudó en lo que pudo al sostenimiento
de la familia, y que la enseñanza de las primeras letras corrió a cargo de su
madre.
La
muerte del padre en 1779 significó un importante cambio. Confiado a la custodia
de su tío Felipe Morelos, se trasladó a una hacienda cerca de Apatzingán
(Michoacán) y se dedicó primero a la labranza y, poco después, a conducir como
arriero una recua de mulas que su tío empleaba para transportar los ricos
cargamentos de mercancías entre el puerto de Acapulco (terminal de los galeones
de Manila) y la ciudad de México. Esta actividad le proporcionó unos ingresos
regulares, que el joven Morelos empleaba en comprar mulas y en sostener a su
madre y hermana.
Así
vivió hasta cumplir los 25 años; en 1790, ante la insistencia de su madre, que
deseaba su ingreso en la carrera eclesiástica con la ilusión de que accediese a
una capellanía o beneficio dejado por su bisabuelo materno, José María Morelos
se separó de su tío Felipe y regresó a Valladolid para ingresar en el colegio
de San Nicolás. Allí tuvo ocasión de conocer a Miguel Hidalgo y Costilla,
entonces rector del colegio, con el que coincidió durante dos años. Estudió
gramática y latín y dos años más tarde amplió estos estudios en el Seminario
Tridentino de la misma ciudad, recibiendo instrucción en retórica y filosofía.
El 28 de abril de 1795 recibió el título de bachiller de artes en la ciudad de
México.
Poco después solicitó
de la jerarquía eclesiástica de Valladolid que se le confiriesen la tonsura
clerical, las cuatro órdenes menores y el subdiaconato, lo que consiguió a
finales de ese mismo año. En abril de 1796 aceptó una oferta del cura de
Uruapan para enseñar gramática y retórica a los niños del lugar, tras recibir
la licencia correspondiente. Tras algún tiempo de docencia, el 20 de diciembre
de 1797, cumplidos los 32 años de edad, fue promovido al sacerdocio,
otorgándosele licencias para celebrar misa, oír confesiones y predicar en
Uruapan y en los curatos vecinos.
Se
iniciaba así una larga carrera sacerdotal que lo llevaría a ejercer de cura
párroco en varias localidades. Primero estuvo en un distrito marginado de
Churumuco, etapa durante la cual falleció su madre en Pátzcuaro. Morelos
permaneció en Churumuco durante poco más de un año, hasta que en marzo de 1799
se le transfirió a la parroquia de Carácuaro, a unos cincuenta kilómetros de
distancia, tan pobre como la anterior pero mucho más poblada. En Carácuaro
vivió Morelos toda una década, administrando la parroquia y viviendo de las
aportaciones de sus feligreses, que se resistían por todos los medios al pago
de los impuestos eclesiales.
Durante
este periodo mantuvo y mejoró un negocio de ganado que había iniciado en su
época de arriero, administró la herencia de su madre, transfirió a su hermana
la casa familiar (actualmente Casa de Morelos en la ciudad de Morelia) y tuvo
dos hijos ilegítimos; más tarde, durante el periodo revolucionario, tendría dos
hijos más. En 1807 compró en Valladolid una casa a la que añadió un piso en
1809, sin que se tenga la menor certeza de que le llegara noticia alguna de que
se estaba preparando una revolución. Bien es cierto que los historiadores
señalan, en claro paralelismo con la trayectoria de Hidalgo, la creciente
insatisfacción y en todo caso la frustración de Morelos, acumulada a lo largo
de muchos años en el ejercicio de sus labores de cura parroquial.
El 16 de
septiembre de 1810, con el llamado Grito de Dolores, Miguel Hidalgo
prendió la mecha del largo proceso que conduciría a la independencia de México.
Hidalgo estaba en realidad adelantando un plan que se había fraguado en
Querétaro y que contaba con la participación de criollos importantes, entre
ellos el mismo corregidor de esta ciudad, Miguel Domínguez.
Al
ser descubiertos los planes de los conspiradores, Hidalgo se trasladó a
Dolores, y allí dirigió a sus parroquianos un llamamiento a alzarse en armas
contra las autoridades coloniales (el Grito de Dolores). La proclama tuvo un
masivo seguimiento; en San Miguel el Grande unió sus tropas con las de otro de
los conjurados de Querétaro, el comandante Ignacio Allende,
y, ganando nuevas adhesiones por donde pasaban, a finales de mes habían ocupado
ya las localidades de Celaya, Salamanca, Irapuato, Silao y Guanajuato.
En octubre de 1810,
conocedor del levantamiento de Hidalgo, que había sido su rector en San
Nicolás, José María Morelos decidió visitarle y hablar con él. Al parecer, su
intención era ofrecerse como capellán, pero en el transcurso del encuentro, que
tuvo lugar el 20 de octubre, Hidalgo lo convenció de que aceptara una misión
más importante: marchar a la costa del sur, reunir tropas y tomar el puerto de
Acapulco, que Morelos conocía muy bien. El 25 de octubre, acompañado de una
veintena de voluntarios mal armados, Morelos partió de Carácuaro hacia las
tierras calientes del sur, en calidad de lugarteniente de Hidalgo.
La
actividad insurgente de Morelos duró cinco años, a lo largo de los cuales fue
capaz de desarrollar cuatro campañas militares, además de una obra política,
doctrinal y administrativa en la que se recoge un pensamiento avanzado,
innovador y cargado de sentido popular y social. Se le reconoce además un
incipiente genio de estratega militar, despiadado y cruel en algunas ocasiones,
pero capaz de enfrentarse y doblegar en varias ocasiones a los ejércitos
realistas superiores en número, bajo el mando del temible mariscal español
Félix María Calleja
La
primera campaña, de octubre 1810 a agosto 1811, le permitió organizar y
constituir un cuerpo de tropas disciplinado y bien armado, con el que intentó
sin éxito la ocupación de Acapulco en febrero de 1811. Se retiró con sus
fuerzas a Tecpan, desde donde preparó el asalto a Chilpancingo el 24 de mayo y
la toma de Tixtla (actual Ciudad Guerrero) dos días más tarde. En el curso de
esta campaña se le unieron los hermanos Miguel y Víctor Bravo, nacidos en la
hacienda de Chichihualco; Vicente Guerrero,
oriundo de Tixtla, y Hermenegildo Galeana, de Tecpan. En esta época contó con la colaboración
del estadounidense Peter Ellis Bean, aventurero cosmopolita que fabricó gran
cantidad de pólvora para las tropas insurgentes.
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