Qué difícil es para muchos, reconocer la
perfección de Dios y experimentar
su inmenso amor; pero qué fácil es en cambio, culparle de todo aquello
que no tiene explicación, decir que el dolor humano es su voluntad, que las enfermedades, las
muertes, la violencia, las cosas malas que pasan, hacen parte de sus
castigos, de su forma de actuar, de ser indiferente o de hacerse notar.
Se
le define como el juez o verdugo que lleva nota de nuestros pecados, para más
tarde cobrarlos todos bien caros; es lo que se nos dice desde niños, es la imagen que siempre
nos han pintado, por eso le vemos demasiado en alto y pensamos que solo nos
está mirando para juzgarnos
y castigarnos… Otras veces le buscamos únicamente para pedir, sin tener la certeza de que nos
va a escuchar, y de eso nos valemos para justificar nuestra falta de fe,
cuando comprobamos que eso
que tanto imploramos no lo pudimos obtener, porque no estábamos
convencidos de que se nos fuera a conceder. Y así se forman mil concepciones de Dios, todas
queriendo dudar de su perfección,
estando muy lejanas a aquella que expresa su realidad, porque la palabra
que mejor lo define es el Amor, ese fue el toque mágico que puso en nuestro corazón.
Cómo
se puede dudar de la existencia de Dios y de su inmenso amor, si el solo hecho
de poder vivir, es la mayor prueba que Dios ha de existir. Qué tanto nos cuesta contemplarlo
y experimentarlo en cada ser de la creación, sentir su abrazo en el viento,
poder olerlo en la flor,
escuchar su risa en los niños, escuchar su voz en el canto de los pájaros y
el roce de las hojas; contemplar su pureza y majestuosidad en el inmenso y hermoso mar,
verlo brillar en las estrellas
que alumbran nuestro camino aún en la oscuridad; descubrirlo en aquellos seres que
careciendo quizás de algo que para muchos es esencial, como lo es, la altura, algún
sentido, los brazos,
piernas, la capacidad de entender o pensar; se les ve sonreír, luchar sin rendirse, esforzarse al
máximo, y sobre todo amar sin
prevenirse ni limitar lo que han entregar.
Dios
no habla en los huracanes, terremotos y tormentas, Dios no enseña con
castigos, tampoco se hace el sordo a nuestra petición de sanación, ni es
ciego cuando sabe que va a ocurrirle a alguien lo peor, muchas de esas cosas que ocurren,
pasan porque deben pasar, tienen oculta su razón y solo la fe es capaz de
poderla entender, sin dudar
del amor que Dios nos quiere brindar.
Hay
muchas cosas que no tienen explicación, no hay que intentar aceptarlas
diciendo que es la voluntad de Dios, no le culpemos de todo lo que pasa
a nuestro alrededor; porque todo eso que ocurre y causa destrucción, es el resultado de la
suma de egoísmos, ambiciones,
indiferencias, terquedades, desamores, odios y mil acciones que sin pensar la propia humanidad
realiza, por creerse superior
al mismo Dios; porque en la medida que los hombres y mujeres redescubren la enorme capacidad que
tienen de inventar y fabricar;
pierden el control de sus acciones, solo quieren tener más y más, buscan
estar en los puestos mejores no importa por encima de quien tienen que pasar.
La
perfección de Dios en nosotros está en lo que con Amor podemos cambiar y
transformar; démonos la oportunidad de experimentar lo que El nos quiere
brindar, aprendamos a amar con la misma intensidad que solo El sabe
amar; así podremos ver con el corazón lo que es realmente esencial y que a simple vista los
ojos no logran contemplar.
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