sábado, 29 de septiembre de 2018

EL TLACTLI




El Tlactli, juego con connotaciones rituales y míticas, se jugaba en Mesoamérica desde 1400 a.C. fecha aproximada durante las celebraciones religiosas y aún fuera de ellas. Posiblemente tuvo su origen en la zona olmeca; algunas pelotas de fecha muy antigua se han encontrado en la ciénaga del sacrificio en El Manatí, en la cuenca del río Coatzacoalcos. Se jugaba empleando las caderas, las rodillas y los codos derechos, intentando introducir una pelota de hule, de variable peso, en una argolla de piedra. Los jugadores formaban dos equipos de dos o siete jugadores cada uno. Las canchas en que se jugaba eran largas y estrechas, con paredes laterales cubiertas de yeso y decoradas. Las reglas del juego variaban según la cultura que lo jugaba. Fray Bernardino de Sahagún nos dice al respecto: …y el que metía la pelota por allí ganaba el juego; no jugaban con las manos sino con las nalgas herían a la pelota; traían para jugar unos guantes en las manos, y una cincha de cuero en las nalgas, para herir a la pelota.
Un juez vigilaba el juego, los jugadores se enfrentaban en una cancha dividida en dos, y se lanzaban una pelota de aproximadamente tres kilos que debía ser tocada por alguna parte del cuerpo, o por algún implemento como un mazo o un guante. Según Pedro Martínez Moya: Los tantos se obtenían cuando la pelota se recogía o golpeaba con una parte del cuerpo no autorizada; cuando la pelota era muerta o perdida. Cuando se comete una falta (patear la pelota) con el pie, el equipo contrario lograba obtener de 1 a 4 rayas (tantos que eran convenidos previamente) y la posesión de la pelota. Como era excepcional pasar la pelota por el aro, cuando esto se lograba se ganaba el juego y el jugador que lo conseguía era agasajado con premios y honores.
El simbolismo del juego de pelota más aceptado nos dice que la pelota era la representación del Sol, y las metas de piedra connotaban la salida y la puesta del astro o los equinoccios. Se le ve, asimismo como la lucha entre el día y la noche; los campos de juego se consideraban como los umbrales del Inframundo. En la zona del Tajín el juego simbolizaba la fertilidad, y el sacrificio de un jugador  constituía un rito propiciatorio de la renovación de la planta que proporcionaba el pulque.
En algunas regiones como en Teopantecuanitlan, el juego constituía la representación de los acontecimientos cósmicos, pues la cancha donde se realizaba representaba al cosmos, el modelo quincunce del universo entero. El desplazamiento de los jugadores en el universo connotaban los movimientos del Sol y de la Luna, que remitían a la lucha antagónica de los astros y a los tiempos míticos de la creación. Al ser sacrificado el perdedor, devenía la ofrenda dada a los dioses, a fin de que el mundo siguiese con su continuidad.
En el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, los hermanos gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, representan al Sol y la luz, al enfrentarse contra los Señores de Xibalbá, del Inframundo, que representaban la oscuridad, en un terrible y magnífico partido de pok a pok, llevado a cabo en Chichén-Itzá, en el cual los hermanos son sacrificados, para luego transformarse en el Sol y la Luna. Cada vez que los mayas realizaban un juego de pelota, conmemoraban las hazañas de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué. La enorme y bella cancha de Chichén-Itzá data del Período Clásico. Como diría Ignacio Guevara en un artículo de México Desconocido: Evidentemente, aquel antiguo mito del juego de pelota que se relata en el Popol Vuh está presente en estos relieves: la vida y la muerte, el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, y la planta que simboliza el número siete, que es fertilidad; todos los elementos nos recuerdan que del sacrificio surge la vitalidad que dará continuidad a la existencia de los hombres en este complicado mundo creado por los dioses.
Dentro de la mitología nahua un mito nos relata que el rey tolteca Huémac jugaba contra el dios de la lluvia y el agua Tláloc; la apuesta consistía en plumas de quetzal y piedras preciosas. Al ganar el partido Huémac en lugar de lo acordado, recibió elotes y hojas de maíz joven. El tlatoani se negó a recibirlos, debido a lo cual el dios de la lluvia se enojó y castigó a los toltecas con cuatro años de dura sequía, lo que dio inicio al fin del reinado tolteca.


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