Cuenta
una leyenda del Estado de México que, en el año de 1880, en Valle de Bravo,
cerca de una barranca, una banda de ladrones iba huyendo de la justicia. Las
mulas que llevaba la pandilla iban completamente cargadas de lingotes de oro,
plata y numerosas y valiosas joyas que habían robado a las personas que
habitaban cerca de la mina de Temascaltepec.
Los soldados que los
perseguían estaba a punto de atraparlos, por lo cual los bandidos se
encontraban tan desesperados que decidieron esconder el rico tesoro robado en
una cueva que se encontraba en la barranca por la que transitaban. Ya guardado
el botín en dicha cueva, procedieron a ocultarla tapándola con mucha tierra, de
tal manera que los soldados no pudiesen verla. Pasado un cierto tiempo pensaban
regresar a buscar tanta riqueza que su trabajo les había costado robar.
Montaron en las mulas y se
dispusieron a huir, ya tranquilizados porque se habían deshecho del tesoro.
Cuando ya se creían a salvo, un pelotón de soldados les dio alcance y mataron a
todos los ladrones en la escaramuza que tuvo lugar. Al ver que los facinerosos
no llevaban nada de lo robado, los soldados buscaron por todos lados sin ningún
éxito. Y no solamente ellos, sino que muchas personas se pusieron a la búsqueda
de tan preciado y valioso tesoro, que por supuesto nunca encontraron. Pasaron
muchos años y del tesoro, nada.
En cierta
ocasión, tres hombres conocidos con los nombres de Rafael Flores, Juan
Hernández y Antonio Sánchez, decidieron ir en busca del tesoro, pues estaban
seguros que estaría escondido en la barranca y que solamente era cuestión de
buscarlo con ahínco. Acompañados de un tal Primo Castillo, quien conocía muy
bien la zona, hicieron los preparativos y planearon el lugar donde iban a
escarbar. Cuando estaban trabajando de pronto escucharon unos quejidos
horrendos que salían de la tierra; al escucharlos echaron a correr
despavoridos, pues pensaron que el tesoro lo tenía el Diablo en su poder. Pero
como la sed de riqueza era muy grande, poco después se armaron de valor y
regresaron. Antonio, que era muy religioso, se colgó al cuello un rosario
bendito. Cuando estaban trabajando, un extraño hombre se acercó a él, le robó
el rosario y echó a correr. En otra ocasión, vieron en el tepeguaje un mono
negro con sombrero que reía como poseído. Antonio se puso a rezar y el
mono desapareció inmediatamente. Después de todas esas apariciones del demonio,
los ambiciosos amigos decidieron no volver a la barranca y olvidarse del famoso
tesoro que sigue si ser encontrado.
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