jueves, 13 de septiembre de 2018

CON EL OJO POR OJO




Los seres humanos tendemos más a la destrucción que a la construcción; nuestros pensamientos, palabras y acciones, van más a herir, romper y derrumbar, en vez de sanar, construir y reparar. Le damos más cabida al rencor que al perdón, tenemos la concepción errónea que perdonar o dar el primer paso para la reconciliación, es sinónimo de disminuirnos o exponernos a la humillación… Cuando en realidad lo que más dignifica y engrandece el corazón, es su capacidad de amar, buscando siempre la sanación y reparación…

Somos expertos para dañar los sentimientos de los demás, cuando indisponemos al otro o le prevenimos hacia alguien, lo rotulamos sin darle la oportunidad de conocerle e ir más allá… jugamos siempre a perder o ganar, haciendo de la competencia una batalla campal, en donde cualquier cosa se vale para lograr lo que se quiere alcanzar, sin importar lo que hay que hacer o por encima de quien hay que pasar. Y así mismo dejamos que otros influyan en nosotros y nos hagan pensar mal de los demás; escuchamos los comentarios dañinos, permitimos que nos contagien con el chisme sin hacer el intento de
comprobar si es mentira lo que dicen o es verdad. Cabe preguntarnos: ¿De qué nos estamos alimentando? ¿Con qué nos estamos llenando?, porque eso mismo que recibimos, eso mismo damos y reflejamos; hasta ensalzamos el viejo refrán que dice: "Ojo por ojo, diente por diente" y lo utilizamos cuando nos conviene, para justificarnos. Si seguimos así, cuando menos nos imaginemos todos caminaremos por el mundo tuertos y hasta ciegos, porque en vez de defender la vida, nos estamos matando.

Ya no existe la unión en las familias, entre los mismos padres y hermanos hay rencillas; ya no se cree en la verdadera amistad, andamos prevenidos, preferimos no confiar; permitimos que vaya de generación en generación el odio que algún día existió entre dos; y hasta los más inocentes terminan involucrados, en una guerra que ellos no tienen ni idea cómo ni cuando se ha formado, simplemente es una tradición que hay que seguir y que no se puede romper, porque el honor se ha de perder.

No permitamos que nos dañen los sentimientos, ni seamos de aquellos que se los dañan a los demás; porque no nos damos cuenta del mal que hacemos cuando decimos o hacemos cosas que puedan herir y hasta destruir, o incitamos a otros que lo hagan; destrozamos vidas, pisoteamos el alma y hasta más; y después qué difícil es reparar o hacer que las cosas sean como antes eran, porque nada podrá ser igual. Si seguimos así como vamos, muy pronto la humanidad tuerta y ciega andará, porque si no aprendemos a amar como Dios nos ama, ni perdonar, ni reparar, nos destruiremos unos con otros, poco a poco nos vamos a matar. No es pesimismo lo que aquí digo, simplemente escribo la dura realidad, para que luchemos por hacer algo, aún estamos a tiempo de reconstruir, reparar, sanar o enmendar; todavía hay corazones que se pueden salvar.

El amor de Dios todo lo puede, simplemente démonos la oportunidad de experimentarlo, para así mismo poderlo brindar.


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