En
el año de 1600 Perla Santini vivía en Veracruz y estaba casada con el capitán
Jorge Treviño. El padre de Perla, un famoso músico italiano acababa de morir,
razón por la cual la joven se encontraba muy deprimida. La pareja decidió
cambiar de aires y trasladarse a la Ciudad de Zacatecas. Perla le advirtió a su
marido que no deseaba hacer vida social debido al luto, por lo cual se
construyeron una casona fuera de la ciudad, a la que llamaron Villa de Rosas.
La villa era muy hermosa,
de cantera rosa labrada artísticamente y con grandes jardines llenos de rosas y
pájaros cantores. Por dentro, la casa estaba lujosamente amueblada y en la sala
principal había un piano que hacía las delicias de la joven casada a la que
fascinaba la buena música.
Después de inaugurada la
villa con gran pompa, Perla empezó una vida en que se encontraba muy feliz,
pues todos la querían y mimaban, desde su esposo hasta los sirvientes pasando
por los amigos que solían visitarles frecuentemente.
La
mujer tocaba el piano, cantaba y se había prometido ser muy feliz en su nueva
morada. El capitán Treviño no cabía en sí de gusto al ver a su esposa tan feliz
y optimista. Sin embargo, un mes después de haber llegado a Zacatecas, Jorge
Treviño se vio en la necesidad de salir a combatir a los indígenas de Juchipila
que habían armado una revuelta contra las autoridades españolas. Se despidió de
su acongojada mujer y partió al combate.
La joven mujer dejó de
reír, ya no cantó más y se sumió en una profunda depresión por la ausencia de
su esposo y por su posible muerte. Lo único que la consolaba en ese trance era
tocar en el piano tristes melodías que hacían juego con su estado de ánimo. Sus
amigos y amigas trataron de consolarla, pero Perla no reaccionaba y se pasaba
los días viendo por el ventanal de su casa, a ver si veía llegar a su marido.
Tan mal se encontraba la
mujer que en sus noches de insomnio se ponía a tocar el piano hasta que llegaba
el día. Entonces, los centinelas de la villa que su marido había dejado para
que la vigilasen, y las personas que pasaban por ahí, empezaron a creer que
estaba loca y le llamaron La Filarmónica a la villa.
Un cierto amanecer, uno de
los centinelas que la cuidaba se extrañó de no oír las melodías que ejecutaba en
el piano y dio avisó a su camarera particular. La mujer abrió el salón donde se
encontraba el piano y se encontró con que su ama estaba muerta y su cabeza
descansaba sobre el teclado.
Al día siguiente, llegó la
noticia a la Villa de Rosas de que el valiente capitán Treviño había muerto
durante una batalla librada contra los indios sublevados… ¡Exactamente a la
misma hora y el mismo día en que la bella Perla había dejado de existir!
La casona cayó en el
abandono, ya nunca nadie la habitó. Los mineros que pasaban frente a ella para
dirigirse, muy de mañana, a su trabajo afirmaban que el ventanal de la sala se
iluminaba y una hermosísima música de piano se escuchaba, junto con un
desgarrador lamento de mujer. Desde entonces se le conoce a la casona como La Filarmónica.
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