Hay miradas que
expresan aún más que mil palabras, pueden destruir o construir,
animar o deprimir; amar o quizás odiar; y aunque la persona
no quiera hablar, no puede ocultar lo que siente, pues hay ojos
que gritan lo que en el alma hay.
En un mundo que
vive de apariencias y que la forma se hace primordial
para la sociedad, los ojos suelen ser los que aprueban o rechazan,
exploran por fisgoneo o intentar mirar a fin de conocer, valorar
o burlarse y hasta hacer sentir mal; se detienen ante lo distinto,
pasan desapercibido aquello que no les inspira nada o les parece
igual, son curiosos ante lo nuevo, no se resisten ante la diversidad,
no se miden en su manera de observar al otro y muchas veces
no saben el efecto que pueden causar.
He ahí que lo que
más duele o puede incomodar es la forma como nos miran
a veces los demás, ante nuestra apariencia, nuestra forma de vestir
o actuar; siempre estamos a la expectativa de los ojos que nos
observan temiendo encontrar en ellos algo que nos pueda indisponer
y afectar. Y en ese afán de querer agradar, de considerarnos
pieza del mundo o ir acorde a las exigencias que ha trazado
la misma humanidad; nos esforzamos por hacer parte de ese modelo
de aceptación que entra dentro del concepto de normalidad, queremos
encajar en la moda, ir al ritmo que otros nos tocan, porque nos
da temor llegar a pensar que no podemos asumir las condiciones impuestas
y que podremos ser rechazados por no ser y hacer lo que son
y hacen los demás.
Nos vemos una y
mil veces ante el espejo, intentando descubrir en él los
ojos que en el mundo nos ven, para saber lo que pueden llegar a pensar
o decir, nos convertimos en nuestros propios jueces, olvidando
lo que realmente queremos o lo que más cómodo nos haga sentir;
nuestro mayor miedo está en la manera como puede reaccionar el
resto de la humanidad.
¿Y qué pensarán o
sentirán aquellos que por creatividad del Dios Creador,
rompen todos los esquemas y su apariencia externa es notoriamente
diferente a lo que el mundo llama normal? ¿Cómo harán para
enfrentar cada día los ojos que les miran de mil formas, por ignorancia,
sin prudencia y sin imaginar los sentimientos que pueden generar
miedo, tristeza, angustia, incomodidad y soledad?
Hay una manera de
protegernos, saber asumirlo y superarlo; es amarnos
plenamente, estar seguros de lo que somos, lo que podemos hacer
y dar, sentirnos inspiración de Dios, no son los otros quienes
miden el valor que tenemos, no es la forma y figura lo que
ante los ojos de Dios suele importar, El se goza con lo diverso, pone el toque de su perfección en el alma y en la capacidad que cada uno tiene de servir y amar; lo externo es frágil y envejece, al morir se pudre y nada de lo externo prevalece; además es común que muchos de los que gozan de admiración por su belleza física, muy poco logran descubrir o experimentar si son sinceras las miradas o el afecto que le han de profesar.
ante los ojos de Dios suele importar, El se goza con lo diverso, pone el toque de su perfección en el alma y en la capacidad que cada uno tiene de servir y amar; lo externo es frágil y envejece, al morir se pudre y nada de lo externo prevalece; además es común que muchos de los que gozan de admiración por su belleza física, muy poco logran descubrir o experimentar si son sinceras las miradas o el afecto que le han de profesar.
La actitud que
asumamos puede formar a los ojos de la sociedad, con una
sonrisa que se devuelva a cambio, con un gesto de paz y si no hacen
caso entonces ignorarlo, no permitir que nada nos derrumbe ni afecte,
porque no tienen derecho a debilitar la autoestima, los sueños
y la fuerza para hacerlos realidad. Todo está dentro de nosotros
mismos, somos los que decidimos que nos puede hacer daño o qué
nos sirve para crecer y avanzar.
Hace parte de la
cultura material, las miradas, el vivir de apariencia,
el ver tan solo lo de afuera y no saber ir al fondo; porque
sólo se puede ver bien con el corazón, lo esencial es invisible
para los ojos que no han aprendido a ver más allá.
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