Una
leyenda de Pachuca nos relata que un día Jacinto y su primo Benito fueron al
Municipio de Metepec a pasear; ellos venían desde México. Estaban muy contentos
de haber visitado muchos hermosos sitios, cuando decidieron sentarse en las
bancas del parque de la ciudad a descansar, después de haber cenado
copiosamente en una fonda famosa por su buena comida. Eran cerca de las once de
la noche cuando de pronto les llamó la atención un hombre completamente vestido
de negro que cantaba a unos treinta metros de donde ellos se encontraban. A los
jóvenes el hecho les llamó la atención, pues es bien sabido que en los pueblos
de provincia la gente suele recogerse temprano. Se quedaron callados escuchando
su canción, cuando de pronto el hombre de negro volteó en dirección donde se
encontraban; los primos pudieron apreciar que la cara del hombre tenía y color
verdoso y estaba desencajada, parecía un ser del más allá. Cuando el misterioso
hombre les vio, les clavó una cruel mirada y lanzó una sonora y horripilante
carcajada que paralizó de miedo a los muchachos, y se alejó.
Jacinto y Benito decidieron irse al hotel en que se hospedaban. Al siguiente
día, por la mañana acudieron a desayunar al restaurante del hotel. Se pusieron
a platicar con la dueña que estaba en la caja, y salió a relucir su experiencia
nocturna con el hombre de negro. La mujer los escuchó y, espantadísima, les
dijo que se trataba de un espanto. Azorados y temerosos, los jóvenes la
escucharon: -Muchachos, el hombre que vieron anoche es un fantasma. Murió hace
más de cincuenta años. Era un hombre muy rico que vivía aquí en Metepec, pero
que era terriblemente avaro, estaba lleno de avaricia. Un día se enfermó
gravemente y no quiso pagar a un doctor para que fuera a verle. Por supuesto
que la enfermedad lo mató. Y como había sido tan malo y la avaricia es un pecado
capital, el hombre no pudo entrar ni al Purgatorio ni al Cielo y se quedó a
penar en este mundo. Por eso suelo salir por las noches a espantar a las
personas por las calles y plazas del pueblo.
Al
oír sus palabras Jacinto y Benito se espantaron mucho y decidieron poner pies
en polvorosa. Dos horas después, los chicos tomaron el autobús que los habría
de conducir a la Ciudad de México, pero nunca olvidarían su experiencia con el
hombre de negro.
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