Alguna vez, un conferencista mostró una hoja
totalmente blanca, con un
diminuto punto dibujado en la mitad; y preguntó a todo al auditorio: ¿Qué
ven?.. Todos se esforzaron por analizar el papel, algunos hasta se acercaron lo que mas
pudieron a él, y así al unísono y en un coro afinado respondieron a una
sola voz: ¡Un punto negro!
Ninguno logró ver la hoja blanca, todos se detuvieron en lo
más mínimo y en lo que parecía ser el único defecto del papel.
Así es la vida, nos quedamos con lo que a simple vista vemos, detallamos los desperfectos de los demás, sus fragilidades, aquello que nos es más fácil criticar o condenar, no vamos más allá de su apariencia, o de lo que otros nos suelen contar; le juzgamos, medimos y valoramos por el concepto erróneo que de él o ella nos formamos, sin darle la oportunidad de mostrar o entregar su valor natural, pisoteando así su dignidad.
Rotulamos al pobre de ladrón, nos convertimos en obstáculo del que tiene visible una limitación, nos burlamos de la discapacidad o de la apariencia que rompe el molde que la humanidad ha estipulado de normalidad; nos creemos poseedores de la verdad, sin saber quizás que en algún lugar existe alguien que tampoco logra ver en nosotros más allá y señala lo que a simple vista cree mirar. Nos cuesta ver lo que realmente tiene valor, y así mismo hay quienes no pueden reconocer lo que hay escondido en nuestro corazón
Qué difícil nos es percibir y experimentar el amor de Dios, descubrirlo en lo más sencillo y pequeño de su creación; contemplarlo en los distintos acontecimientos, sean de alegría o de dolor; por ello hacemos de nuestra oración un muro de lamentos o una lista interminable de petición; y muy pocas veces nos acordamos de dar gracias por todo lo que a diario se nos regala como bendición; hasta a El le juzgamos por lo que consideramos nos ha negado o nos ha mandado; siendo ciegos a todo lo hermoso que gratuitamente por amarnos tanto, nos ha dado. ¡Qué distinto sería el mundo, si aprendiéramos a ver más allá, con los ojos del corazón, así lograríamos descubrir y disfrutar lo que es realmente esencial, aquello que a simple vista no se puede contemplar; todo eso que se niega a ver la ciega humanidad.
Así es la vida, nos quedamos con lo que a simple vista vemos, detallamos los desperfectos de los demás, sus fragilidades, aquello que nos es más fácil criticar o condenar, no vamos más allá de su apariencia, o de lo que otros nos suelen contar; le juzgamos, medimos y valoramos por el concepto erróneo que de él o ella nos formamos, sin darle la oportunidad de mostrar o entregar su valor natural, pisoteando así su dignidad.
Rotulamos al pobre de ladrón, nos convertimos en obstáculo del que tiene visible una limitación, nos burlamos de la discapacidad o de la apariencia que rompe el molde que la humanidad ha estipulado de normalidad; nos creemos poseedores de la verdad, sin saber quizás que en algún lugar existe alguien que tampoco logra ver en nosotros más allá y señala lo que a simple vista cree mirar. Nos cuesta ver lo que realmente tiene valor, y así mismo hay quienes no pueden reconocer lo que hay escondido en nuestro corazón
Qué difícil nos es percibir y experimentar el amor de Dios, descubrirlo en lo más sencillo y pequeño de su creación; contemplarlo en los distintos acontecimientos, sean de alegría o de dolor; por ello hacemos de nuestra oración un muro de lamentos o una lista interminable de petición; y muy pocas veces nos acordamos de dar gracias por todo lo que a diario se nos regala como bendición; hasta a El le juzgamos por lo que consideramos nos ha negado o nos ha mandado; siendo ciegos a todo lo hermoso que gratuitamente por amarnos tanto, nos ha dado. ¡Qué distinto sería el mundo, si aprendiéramos a ver más allá, con los ojos del corazón, así lograríamos descubrir y disfrutar lo que es realmente esencial, aquello que a simple vista no se puede contemplar; todo eso que se niega a ver la ciega humanidad.
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