En
el Barrio de El Vergel en Zacatecas. Vivía Cipriana Villarreal, muchacha la mar
de coqueta que contaba con muchos pretendientes. Un buen día decidió casarse
con Severo Sánchez, agricultor muy rico del vecino poblado de Morelos. El día
de la boda los enamorados de Cipriana le jugaron una broma al novio y le
pusieron su lujoso sombrero a un burro. Broma que no gustó nada a Severo y le
puso de mal talante.
A la boda fue especialmente
invitado el último de los novios de la coquetuela, Marcos Torres, el cual
aceptó inmediatamente la invitación, para que no creyeran que estaba ardido. El
día de la boda todo era expectación en la casa de la muchacha. Llegó el novio
montado a caballo y acompañado de sus familiares y amigos, todos vestidos con
suntuosos trajes de charro.
Al poco rato salió la novia
vestida con un primoroso traje rosa y una soberbia mantilla blanca, y
acompañada de sus amigas se dirigió hasta la iglesia de Nuestro Padre Jesús. La
ceremonia se efectuó. Sin embargo, la novia estaba absolutamente arrepentida
del paso tan trascendental que acabada de realizar.
Al
terminar la ceremonia, la novia se montó en la parte trasera del caballo de su
ahora marido, y triste y nostálgicamente echó una breve mirada al famoso Cerro
de la Bufa y sus numerosas amigas y amigos montaron a caballo para seguirla al
pueblo de Morelos.
Al llegar a la Flor del
Vergel, su nueva casa, había música y todos los habitantes del pueblo estaban
presenten para participar en la fiesta. La novia reía, pero por dentro estaba
muy triste. Al caer la tarde, llegó a la celebración Marcos, acompañado de
varios amigos, todos ellos mineros. A todos se les atendió lo mejor que se
pudo.
El baile se llevó a cabo en
un corralón y los muchachos y muchachas se pusieron a bailar muy contentos por
la ocasión. Uno de los invitados le pidió a la novia que cantara, pues la chica
contaba con muy buena voz, pero Cipriana no tenía ganas de cantar; sin embargo,
su marido insistió en que lo hiciera y tuvo que obedecerle a pesar de su
tristeza. Marcos tomó la guitarra para acompañarla. En ese momento se escuchó
la triste voz de Cipriana, quien cantó: Huye de mis miradas yo te lo ruego / no vuelvas nunca donde yo esté /
siento que ya vacila la fuerza mía / y así olvidarte jamás podré.
Al escuchar la copla todos
enmudecieron, El marido se puso pálido y Marcos rompió la guitarra. Los
cuchillos salieron a relucir y empezó la trifulca. La pobre Cipriana se desmayó
sobre una silla. Todo fue un bochinche tremendo.
Al poco rato los policías
llegaron al corralón de la fiesta y encontraron el cuerpo de Severo sin vida y
a Marcos agonizando, junto a la que fuera su novia, la coqueta Cipriana, que
por caprichosa e indecisa se quedó viuda el mismo día de sus esponsales.
De esta tragedia el pueblo
compuso un corrido que hasta la fecha se canta y que comienza: Año de mil novecientos / sin que
yo sepa contar, / en que mataron al novio / de Cipriana Villarreal. / Cipriana
era coqueta / como en el mundo no hay dos / los hombres la enamoraban / nomás
de pura tos…
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