Durante la inquisición había muchas
personas que vivían bajo el miedo de salir a las calles tras las terribles
manifestaciones fantasmales. La iluminación de los faroles creaba siluetas que
atemorizaban a los habitantes. Desde las 7 de la noche las personas se
mantenían en sus casas y solamente salían si era necesario.
Una
de estas noches, llegó a un poblado de Jalisco un sacerdote desde España, que
se haría cargo de la iglesia. Hizo su mudanza justo cuando ya no había nadie
por las calles, pero cargar tantas cajas lo agotó de inmediato y decidió tomar
un respiro. Ingresó al claustro, camino en el patio mientras disfrutaba de la
naturaleza y se sentó en una jardinera. Justo cuando estaba a punto de quedarse
dormido, escuchó un extraño ruido dentro de la iglesia.
La
falta de luz evitaba que el sacerdote pudiera ver de dónde venía este extraño
ruido que se transformó en un quejido. Caminó hacia los arbustos y detrás de
ellos pudo tocar lo que parecía un talaje viejo y tieso que lo hizo mirar hacia
arriba para ver una extraña silueta. El sacerdote vio que era el cuerpo de una
persona vestido con un hábito negro, pero al mirar bien se dio cuenta de que no
tenía cabeza. De inmediato, el sacerdote dio un grito aterrador al ver enfrente
esa escalofriante criatura.
Ese
espectral ser le dijo con gemidos que lo ayudara a encontrar su cabeza y
comenzó a perseguirlo por todo el claustro. El sacerdote salió corriendo sin
rumbo fijo, lo único que quería era alejarse de esa iglesia. Esa noche, las
personas escucharon a un hombre gritar de dolor en las calles, pero por temor
no se asomaron a la ventana.
El
sacerdote contó lo que había vivido y jamás regresó a esa iglesia en donde dijo
que había una maldición. Desde entonces, todos los nuevos sacerdotes que llegan
dicen que este fantasma es un padre sin cabeza que los asecha pidiendo ayuda y los
quiere asesinar para quitarles la cabeza
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