En el Barrio de San Román existió una
horrible criatura que tenía a todos los habitantes atemorizados. Las personas
no salían de su casa al anochecer ya que temían ser atacados por esta feroz
bestia. Se trataba de un enorme toro negro que salía de una cueva cercana cada
noche y corría por las calles de la ciudad.
Cuando
el reloj de la iglesia de San Román marcó las doce de la noche, se escuchó la
fuerte respiración del animal que corría sin rumbo por las calles. Sus ojos
eran rojos y sus pezuñas grandes se quedaban marcadas en el suelo. Cuando el
toro llegó a un cruce entre las calles se detenía y comenzó un enorme remolino
que levantó una gran nube de polvo.
El
toro comenzó a transformarse en un hombre fuerte y atractivo que se dirigió a
la plaza de la ciudad. Buscó una casa en donde vivía una jovencita para visitarla
y enamorarla. La convenció de llegar al día siguiente a su cueva para verse en
secreto. Al día siguiente, antes del anochecer, la chica se presentó en la
entrada de la cueva y vio que la estaba esperando el atractivo hombre.
La
tomó del brazo y la invitó a pasar a la cueva, unas horas más tarde salió de la
cueva el toro, pero no se supo más de la muchacha. Como ya eran las doce de la
noche, el toro corrió nuevamente a la ciudad en busca de otra jovencita para
seducirla.
Pronto
los habitantes notaron que las desapariciones de las jóvenes se debían a la
visita de un extraño hombre que vivía en la cueva. Así que decidieron salir en
su búsqueda con armas y cuando lo enfrentaron la terrible bestia corrió hacia
ellos sin temor alguno. Le dispararon pero no consiguieron hacerle el menor
daño, así que el toro corrió a ocultarse en su cueva.
Fue
perseguido y dentro de la cueva vieron que había una muchacha que era su última
víctima. El toro tomó un cuchillo y lo enterró en la joven para sacarle el
corazón. Después de esto, el animal se convirtió en un árbol de mamey justo a
la entrada de la cueva. Aunque ya no se puede ver al toro, cada noche es
posible escuchar su rugir en las calles de la ciudad.
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