Hace ya mucho tiempo, cuando todo era naturaleza y el hombre no
había aún sido creado por los dioses, en el Cerro de Guizachtlan vivía un
Coyote que tenía la piel del color del oro, suave y brillante como las plumas
del quetzal.
Se trataba de un Coyote muy tierno, nada agresivo y sí muy
dulce, de mirada bonachona. Lo que más destacaba Coyote eran sus ojos: negros
como el azabache y luminosos como las luciérnagas. Siempre estaba Coyote
paseando por la serranía, investigando entre las peñas y acercándose a los
arroyos para beber agua fresca y transparente.
Sus movimientos eran tranquiles y majestuosos, se sabía hermoso
y poderoso, era el rey de los animales. Cuando se cansaba de sus paseos, volvía
a su guarida para pasar el tiempo con su familia a la que adoraba.
Por las noches Coyote gustaba de caminar
hasta la cima del cerro, después de haberse bañado en un arroyo y de haberse
acicalado hasta quedar de una belleza majestuosa.
Entonces, en medio de la magnífica naturaleza que lo rodeaba,
veía a Nana Cutzi, la diosa de la Luna, la madre encorvada, que se movía en el
Cielo acompañada de miles de estrellas y de las Pléyades que él conocía como
sus Cabritillas.
Una de esas noches en que Coyote se entretenía mirando hacia el
infinito, vio un puntito en el Cielo.
El puntito cada noche crecía más, y conforme se agrandaba iba
tomando la forma de una serpiente de fuego y a veces, la de una mujer de largos
y espléndidos cabellos refulgentes.
La mujer hacía alarde de su belleza, y le gustaba que Coyote la
admirara, era tan bella que opacaba a todas estrellas.
Las Cabritillas al ver a la estupenda mujer tuvieron envidia,
pues fácilmente las superaba en brillo y belleza. Las Cabritilla y las demás
estrellas, incluyendo a El Arado, se sintieron ofendidos ante tanta belleza que
las hacía aparecer como unos simples foquitos de escasa luminosidad.
Nana Cutzi, siempre tan bella y tan blanca, no escapó a la
envidia que había causada la bella mujer, de la furia que sintió al verse superada,
le empezaron a salir manchas en su lisa cara que la dejaron marcada para
siempre.
El Cazador del Cielo, Orión, se acercó a
Coyote y le dijo: -Querido Coyote, hermano, esa mujer que apareció en el Cielo
es bella, ostentosa y atractiva, pero no te preocupes, su aparición no durará
mucho tiempo, pues dentro de poco desaparecerá tan rápido como llegó para irse
a otros espacios siderales.
Esta mujer-cometa se irá como tantas otras que de vez en vez
pueblan los cielos para desaparecer tan rápido como llegaron. Entonces todo
será como antes de su llegada, y la calma volverá al Cielo, a Nana Cutzi,
a El Arado, y a las Cabritillas.
Sin embargo, a pesar de las
tranquilizadoras palabras de Orión, Coyote no quedó en paz. Se había percatado
de que la Tierra había sufrido la influencia de la aparición de la
mujer-cometa: las barrancas eran más grandes y profundas que antes y algunas
desaparecían completamente, los cerros crujían, el agua de los arroyos,
lagunas, y riachuelos se evaporaba, nuevos volcanes surgían en la faz de la
Tierra, y los ya existentes se volvían locos y echaban fumarolas, azufre y
lava, los animales se ponían a actuar extrañamente como poseídos por demonios,
los animales de los cerros eran reemplazados por otros animales extraños
venidos de otras tierra, todos abandonaban a sus crías.
Ante estos increíbles hechos, Coyote decidió subir a la a la
parte más alta del Pico de Tancítaro, el volcán más alto del estado de
Michoacán, y con su voz varonil y potente, se dirigió a la mujer luminosa:
-¿Quién eres extraña y bella mujer que te atreves a perturbar nuestra paz, y
desequilibras la armonía de nuestro Cielo, y pones a la naturaleza en tan
terrible caos? ¿Quién eres que te has atrevido a ofender a nuestra Nana Cutzi,
a las Cabritillas, y a todas las otras estrellas del firmamento, causándoles
desazón y envidia? A causa de tu súbita aparición la Luna se ha manchado de la
cara.
Pero nosotros, los animales, no te permitiremos que la ofendas,
ella es nuestra amada y querida Madre Luna. Por lo tanto, te conmino a que
sigas tu camino y te vayas inmediatamente. Al oír tales palabras, la
mujer-cometa detuvo su camino y volteó a mirar a Coyote, al tiempo que decía: –¿Y
quién eres tú animal de cuatro patas que vive en las cuevas, tonto y majadero,
cómo te atreves a insultarme? Por tus ofensas desde ahora carecerás de la
capacidad de hablar, serás mudo, sólo te será dado aullar para expresar tus
emociones o necesidades.
Con la voz débil por la maldición, Coyote
alcanzó a decir: –¡La Luna y las estrellas son mis amigas, con ellas platico
todas las noches.
Nana Cutzi siempre será nuestra Madre Luna, la Reina del Cielo,
aunque me quites la voz nada cambiará! La mujer-estrella replicó indignada: –¡Sabe,
pequeño animal peludo, que mi maldad y mi crueldad pueden ser tan grandes como
mi belleza, yo puedo ocasionar terribles desgracias y calamidades.
Después de mi llegada ya nada será igual ni en la Tierra ni en
el Cielo, pues entérate soy Citlalmina, la Estrella con Flechas, la creadora de
todas las estrellas!