miércoles, 30 de septiembre de 2015

LA DESGRACIA DE LA BELLA LUCINDA



Había una vez un hombre viudo llamado Desiderio de Nájera que se destacaba por su carácter colérico y por su crueldad sin límites. Austero en el vestir siempre iba de negro.

De su propiedad era la Hacienda de San Agustín de las Cuevas, Tlalpan, a donde se dirigía todos los días a trabajar en un forlón tirado por mulas. A sus peones los trataba sin ninguna consideración, como si fueran esclavos, y los castigaba con cepo y azotes a la menor falta.
Todas las personas le tenían miedo a Desiderio. Como a pesar de ser tan malvado siempre le iba bien, se decía que tenía pacto con el Diablo.

Para ir a la hacienda pasaba por San Antonio Abad, frente a la casa de Pedro Azuara, que vivía con Inés, su esposa y con Lucinda, su hija, poseedora de una gran belleza. Un cierto día, Desiderio vio a la hermosa joven bordando a la puerta de su casa.

La deseo, y envió a sus esbirros a raptarla. Después de poseerla salvajemente, sus achichicles la aventaron muerta a la puerta de su casa. La muchacha tenía una enorme herida en el pecho.

Muchos dijeron que Desiderio la había matado, otros que la chica quiso suicidarse al verse violada y lejos de sus padres. El hacendado nunca fue acusado ni apresado.

Un buen día amaneció muerto en su cama, con la cara completamente negra.

Pedro e Inés, los acongojados padres de la chica, una noche oyeron la carreta de Desiderio pasar veloz ante su casa.

El forlón siguió su camino hasta llegar a una troje, en donde el fantasma de Desiderio se metió. Por fuera se veían terribles llamas. Uno de los mayordomos, asustado, se acercó a la troje a ver qué pasaba y vio a Desiderio rodeado de mujeres desnudas que habían sido amantes del malvado.

Todas las noches iban los curiosos a ver las orgias de Desiderio en la troje, pero los que las veían morían o quedaban completamente locos. Ante estos hechos, un sacerdote acudió a la troje a echarle agua bendita.

Al día siguiente, la troje estaba destruida, y entre los escombros se encontraban los cuerpos de Pedro Azuara y de su esposa Inés.

Desde entonces por el camino que conduce de la Hacienda de San Agustín de las Cuevas a San Antonio Abad, se escucha el estruendoso carruaje que conduce Desiderio el malvado, quien anda a la caza de mujeres bellas y jóvenes para raptarlas y violarlas sin misericordia.

martes, 29 de septiembre de 2015

EL SEÑOR DEL REBOZO



En la calle de República de Argentina, en la Ciudad de México, se encuentra situado un convento dominico, atrás de lo que fuera el Templo de Santa Catalina de Siena, fundado, en el siglo XVI. Por tres mujeres muy ricas y religiosas a las que apodaban Las Felipas.

Poco a poco, el convento recibió mujeres que deseaban volverse monjas en la advocación de Santa maría de Siena. Cuando se entraba al Templo a la derecha se encontraba un Cristo de madera, cuya autoría se desconocía.

Era una escultura grande que representaba a un Cristo muy triste, muy pálido, con grandes llagas sangrantes y escurriendo sangre de las heridas producidas por su corona de espinas. Todo él movía a lástima y piedad.

Severa de Gracida y Álvarez, joven devota que llegó al convento como novicia y que se convirtiera al profesar en Sor Severa de Santo Domingo, desde el principio mostró una enorme veneración por el dicho Cristo.

Cada vez que acudía al Templo de Santa Catalina, le rezaba fervorosamente a la imagen del Redentor, quien cada día le parecía a Sor Severa más triste, más sangrante y más sufriente.

Conforma pasaban los años, la veneración de la monja por el Señor aumentaba; cada día le rezaba más y con más fervor, si esto era posible.

Treinta y dos años después de entrar en el convento, Sor Severa se volvió vieja, enfermiza y achacosa, circunstancias que en vez de disminuir su adoración por el Cristo la aumentaron considerablemente.

Una noche en que el tiempo estaba espantoso, lluvioso y con mucho viento que se colaba por las rendijas de puertas y puertezuelas, Sor Severa tiritaba de frío y malestar, pues se encontraba muy enferma.

En medio de su terrible malestar, la monja se acordó del Cristo y quiso ir a cubrirlo para protegerlo del húmedo frío.

Trató de levantarse de su catre, pero el vendaval arreció. En esos momentos se oyó que tocaban a la celda de Sor Severa, como pudo y casi arrastrándose, la monja acudió a abrir, y se encontró con un mendigo haraposo que pedía un poco de pan y cobijo.

Sor Severa, compadecida, tomó un trozo de la hogaza que se encontraba en su mesita, lo mojó en aceite de olivo, tomó un rebozo de su baúl, y se los dio al mendigo que tan desprotegido estaba.

Al otro día, la caritativa monja moría, la Madre Superiora encontró el cadáver en su catre y un olor a rosas que se esparcía por toda la celda: el olor a santidad. Su rostro, viejo y enjuto, presentaba una sonrisa llena de paz y bondad.

Cuando la Madre Superiora y las demás monjas acudieron al Templo, vieron la imagen del Santo Cristo cubierta por el mismo rebozo que Sor Severa habíale regalado al pobre mendigo.

Desde entonces, considerando tal hecho como un milagro, a la imagen se la bautizó con el nombre de El Señor del Rebozo. Muchos años se veneró a esta imagen, hasta que el templo se convirtió en una biblioteca.

lunes, 28 de septiembre de 2015

POR CULPA DE UN ATOLE



Cuenta una leyenda de los indios nahuas del Estado de Guerrero que una viejita tenía dos hijos.

Uno de ellos era muy sano y cultivaba la milpa, mientras que el otro, que estaba loco, cuida a su madre enferma.

Un día el loquito le preparó un caldo de pollo a su progenitora para que se aliviara, pero cuando vio el caldo y a la gallina muerta en la olla, se asustó y pensó que su hermano lo iba a regañar.

Así que decidió ir a ver al sacerdote. Puso a su mamá atrás de la puerta mientras hacía su diligencia. Cuando llegó a la iglesia le pidió al cura que fuera a confesar a la viejita porque la veía muy mal.

Al llegar, el cura abrió la puerta y la pobre viejita se cayó muerta. El loquito le dijo al cura que debía enterrarla y decirle una misa porque la había matado con la caída. El cura cumplió lo pedido. Los hermanos se quedaron solos.

Un día el hermano sano se fue a trabajar y le acompañó el loco. Llegaron a un cerro, y por la noche pusieron una puerta entre las ramas de un árbol para dormir.

Cuando se encontraban dormidos, llegaron unos ladrones que se pusieron a cocer carne para comer, a un lado de la fogata dejaron una bolsa de dinero.

En eso estaban, cuando al loco le entraron ganas de orinar; como el hermano no le dejó bajar a hacer sus necesidades porque los ladrones los oirían, el loco se orinó.

Los ladrones sintieron que les caía agua encima y pensaron que estaba lloviendo.

En eso, el pobre loquito tiró la puerta que les pegó a los ladrones; asustados se echaron a correr. Ambos hermanos bajaron del árbol y el hermano sano cogió el dinero, mientras que el loquito se comía la carne asada.

Los hermanos agarraron camino y llegaron a una casa donde vivía una viejita. Tocaron y le pidieron permiso para pernoctar.

La vieja aceptó y les ofreció una jícara de atole. A la media noche, el loco se despertó con hambre, y fue al fogón a tomar atole el que quedaba.

Cuando iba a beberse el atole pensó que su hermano también tendría hambre, por lo que fue y le preguntó si quería un poco.

Pero al destaparle la cobija se dio cuenta que no era su hermano sino la viejita y del susto la bañó de atole.

Al sentir la mujer el atole se echó una flatulencia y se convirtió en una espantosa bruja que se levantó dispuesta a comerse a los dos hermanos.

Pero ellos fueron más rápidos y salieron corriendo por la puerta. La bruja no los pudo atrapar.

Del susto que se llevaron al ver a la horrible mujer que los amenazaba, el hermano sano se volvió completamente loco, mientras que el loquito se curó.

LA BRUJA Y EL NAHUAL



En un molino viejo que se encuentra en uno de los pueblos de San Luis Potosí, se aparecen las ánimas de un nahual y de una bruja.

Por eso todos los habitantes del pueblo tienen miedo de pasar por tal molino, no vaya a ser que se les aparezcan.

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, cuando aún el molino no existía y en su lugar estaba el almacén de una gran hacienda muy antigua, una bruja se peleaba mucho con un nahual.

En una de sus peleas, la bruja se comió al nahual. Por eso se debe de tener mucho cuidado con las brujas, porque se pueden convertir en nahuales y atacar a las personas echándoseles encima para dañarlas.

Había una vez un abuelito que vivía tranquilamente con su esposa.

Un día una de sus hijas vio a su papá que venía caminando muy tranquilo por el sendero que conducía a su casa.

Ella estaba en la puerta esperándolo; de pronto, vio a una señora que saludaba a su papá muy amablemente; en seguida, el señor empezó a revolcarse en el suelo, como si estuviera luchando contra alguien.

Cuando el papá estaba tirado salió corriendo un coyote, se trataba de un nahual, pues la señora era una bruja que se convertía en nahual cuando quería.

Esa bruja es terrible, ahora acostumbre ponerse en el molino a esperar que pase una persona y atacarla con el propósito de matarla o quitarle el alma. Nadie del pueblo quiere pasar por ahí.

Pero a veces cambia de lugar, y se la puede encontrar en los lugares más inesperados.

domingo, 27 de septiembre de 2015

EL CHATO Y CHABELITA



El Chato tiene muchos nombres: Enano, Ermitaño, Salvaje, entre los nahuas le llaman Chilobo, y los indios popolucas lo conocen como Junchuch.

El Chato es un ser fantástico peludo y hermafrodita. Su parte femenina tiene unos senos enormes, y su parte masculina cuenta con unos testículos grandotes.

En Veracruz dicen que son tan grandes que para caminar se los tiene que echar al hombro. Es peludo como un chango, de tamaño chiquito y con los pies al revés.

El Chato vive en cuevas en donde acostumbra comer carne humana. Cuando algún ser humano tiene la desgracia de verlo irremisiblemente se enferma de “susto”, enfermedad que puede volverlo loco y hasta matarlo.

El Chato proviene del Inframundo y está en contacto con el Diablo. Surgió en épocas pasadas cuando aún Jesucristo no había venido a la Tierra y todo era oscuridad. Sólo la risa es capaz de acabar con él. Si alguien se lo topa por los caminos de Dios, debe ponerse a reír a mandíbula batiente, entonces El Chato pierde poderes porque se debilita con la risa, pues es muy susceptible y no tolera que se burlen de él.

Justamente eso fue lo que le pasó a Chabelita una jovencita de no malos bigotes. Chabelita era bonita, caprichosa y consentida.

Vivía con sus padres como hija única, y aunque estaba muy mimada y a veces era antipática por creída, era una buena jovencita que iba a la escuela bilingüe de pueblo, pues Chabelita era una india popoluca orgullosa de hablar la lengua de sus antepasados.

Un día decidió no ir a la escuela e irse de “pinta”. Tomó de la cocina tres tortillas, un poco de queso y chile, y se fue hacia la laguna a pasear. Estaba sentada muy quitada de la pena cuando a lo lejos vio a una especie de perro que se acercaba. La chica se le quedó mirando y, de pronto, se dio cuenta que no se trataba de un perro sino del mismísimo Chato.

 Chabelita le vio y quedó impresionada de lo feo y lo peludo, pero cuando vio sus enormes testículos en su hombro, la niña, asqueada se vomitó y se desmayó. Horas después, su padre la encontró, e inmediatamente la llevó con el curandero del pueblo. Facundo decretó que se había enfermado de “susto”.

El chamán le hizo limpias, la bañó en temascal, le dio masajes, la sahumó, y le dio a beber té de hierbas curativas, todo acompañado de complicadas ceremonias, rituales y rezos.

Pero todo fue inútil, Chabelita “perdió el alma”, se fue consumiendo poco a poco hasta que murió. ¡Nunca se acordó que debía reírse de El Chato!

sábado, 26 de septiembre de 2015

MARIANO, EL VELADOR



En la calle Amador Garza vivía Mariano Hernández velador de la Fábrica de Vestidos Morales, situada en Sabinas Hidalgo, Nuevo León, y de las calles aledañas a ella.

Los dueños de la fábrica y los vecinos le daban una cooperación semanal por sus servicios.
Una noche salió como de costumbre con su esposa, que acostumbraba acompañarlo unas cuantas calles.

Al llegar al templo de San José se dieron un beso, la mujer regresó a su hogar y Mariano se dispuso a emprender sus labores de vigilancia.

Llegó a la esquina que forman las calles de Porfirio Díaz y Doctor Coss, punto desde donde empezaba su recorrido, cuando empezó a chispear. Aun así, empezó su tarea.

El doctor Margarito Elizondo le había pedido al velador que si sabía de alguna persona enferma, aunque fuese la madrugada le avisara para acudir a atenderla.

Pasadas las primeras horas de vigilancia, don Mariano tomó café de su termo y encendió un cigarrillo.

En esas estaba cuando de pronto algo llamó su atención: vio una negra figura que se dirigía hacia el poniente.

Se trataba de una mujer toda vestida de negro, cuyo rostro tapaba un oscuro chal.

El velador pensó que se trataba de una madre que buscaba ayuda para su hijo enfermo, por lo cual se acercó a ella y le preguntó si se le ofrecía alguna cosa.

La mujer de negro se volvió a verlo y con una mano se descubrió el rostro.

Su cara era una calavera. ¡Mariano se encontraba frente a la Muerte en persona¡ Quedó completamente paralizado de terror, mientras la Muerte se alejaba por la Calle Juárez.

Don Mariano se puso a rezar.

Al terminar su guardia, el velador se dispuso a regresar a su casa.

En el trayecto se encontró a un policía a quien preguntó si no se había topado con una mujer vestida toda de negro; el gendarme respondió que sí.

Mariano se enfermó del susto, su mujer lo llevó a la iglesia de San José, donde el sacerdote le echó agua bendita y le prodigó rezos.

Nunca más se le volvió a aparecer la Muerte, pero el hombre quedó de por vida sumamente afectado, ya no volvió a ser el mismo, la Muerte lo había marcado para siempre.

ROQUE EL TRAILERO



Hace muchos años en el estado de Chihuahua vivía un camionero llamado Roque que tenía una esposa con la que era muy dichoso.

La esposa, doña Clarita, esperaba un bebé. El camionero manejaba un enorme tráiler en el que distribuía mercancía de todo tipo, de ciudad en ciudad, para una importante empresa de transporte.

Un mal día sufrió un terrible accidente carretero en el que perdió la vida.

Los chihuahuenses refieren que muchas personas han visto por las carreteras, cuando se detienen a descansar a un costado del camino, a un tráiler que para su corrida junto a ellas y del que desciende un camionero con expresión muy mortificada, se acerca a la persona o personas, y en tono verdaderamente angustiado les pide que por favor le lleven un paquete, o a veces dinero, a su esposa Clarita que vive en una ciudad cercana, y que está pronta a parir un hijo.

Aclara que él quisiera ir a entregar a su mujer el dinero, pero que desgraciadamente tiene que llevar una carga muy importante a una ciudad que se encuentra a muchos kilómetros de distancia.

Como el trailero está tan angustiado y la pena se le nota a leguas, pues hasta los ojos los tiene arrasados de lágrimas, la persona acepta cumplir con el encargo.

Cuando tiempo después la esposa Clarita recibe al mensajero en su casa, siente lástima y consternación cuando tiene que aclararle que hace más de veinte años que se marido pasó a mejor vida. Inútil es decir que la caritativa persona se lleva el susto de su vida cuando se da cuenta de que se ha topado con un espíritu del más allá.

Sin embargo, su terrible susto no es inútil, pues pasado un cierto tiempo, él y su familia se dan cuenta de que sus preocupaciones y problemas  han mejorado de forma notable.

Pero si por alguna razón algunos se negaron a cumplir con el encargo del trailero, pierden su fortuna y se enferman hasta morir.

jueves, 24 de septiembre de 2015

LOS HIJOS DE LOS ÁRBOLES



En aquellos los primeros y lejanos tiempos, la Tierra se encontraba en un absoluto caos.

Todo era  desorden, no existían los días ni los años, pues el tiempo flotaba en la nada.

El agua y la lama lo cubrían todo; sólo había  oscuridad y tinieblas. No existían ni los animales ni las plantas.

No se conocían las montañas ni las cuevas y, por supuesto, no había gente. Solamente las divinidades creadoras vivían en esa oscuridad, volando por los aires.

Ahí estaban Uno Venado Serpiente de Jaguar y Uno Venado Serpiente de Puma, los dos espíritus que simbolizaban el principio dual del cosmos. Serpiente de Jaguar llegó a este caos adoptando la forma humana y haciéndose visible. Después apareció Serpiente de Puma, en forma de una mujer muy bella.

Vivía esta pareja en el noveno Cielo representación dual de un dios superior y mucho más poderoso: el Dios del Centro por quien “vive todo ser viviente”.

Los dos dioses Serpiente habían nacido en un lugar llamado Stinu, muy próximo a la peña de Cawacandivi, Donde Descansa el Cielo.

De esta pareja surgieron todos los dioses que integraban el panteón mixteco. Uno Venado Serpiente de Jaguar y Uno Venado Serpiente de Puma crearon a los primeros seres divinos, los ñuhu.

Estos ñuhu fueron las deidades Ñuhu Tachi, Dios del Aire; Ñuhu Nde’yu, Dios de la Tierra; Ñuhu Nchikanchii, Dios del Sol y el Fuego; Ñuhu Yoo, Dios de la Luna y de las Predicciones; Ñuhu Savi Dzahui Dios de la Lluvia; y Ñuhu Ndoso, Dios de los Montes y los animales.

Todos ellos fueron los primeros habitantes de la Tierra que ayudaron a ordenar el mundo con sus fantásticos poderes divinos, otorgados por el Ser Supremo. 

En ese mundo de oscuridad inicial, los dioses-primeros-pobladores de la Tierra, vivieron muchos siglos. Hasta que un día las divinidades decidieron separar la oscuridad de la luz, lo de arriba de lo de abajo, y la tierra  del agua.

Cuando Ndicahndíi, el Sol, se creó, los ñuhu se asustaron y se escondieron en las cavernas y en las barrancas, aunque fueron alcanzados por la luz del Sol y quedaron petrificados.

Desde entonces, las cavernas y las barrancas fueron sagradas. Algunos de ellos son conocidos todavía con los nombres de Señores Árbol, Señor Frijolón, Señor Frijolito, y los catorce Señores Serpiente.

De una peña, la pareja Venado hizo brotar el líquido vital, para después construir sobre aquélla un hermoso palacio en el cual vivirían y en donde quedó asentada la Tierra.

Dicha peña se encontraba en Apoala, palabra de origen nahua que significa “agua que destruye” o el Lugar del Nacimiento de los Linajes. Apoala se encuentra en el noroeste de la actual ciudad de Oaxaca.

En la parte más alta del palacio, se encontraba un hacha de cobre con el filo hacia arriba, en donde se asentaba el Cielo.

Ya establecidos en su palacio, la pareja divina tuvo dos hijos: uno se llamó Viento Nueve Serpientes, porque ese día había nacido; y al otro lo denominaron Viento Nueve Cavernas, sin duda por la misma razón.

El primero, tenía la facultad de volverse águila y volar a donde su voluntad lo llevara; el segundo, podíase convertir en una serpiente con alas, y volar con tanta maestría que podía meterse por las grietas y paredes, y aun volverse invisible. Los dos pequeños dioses fueron creados con mucho cariño y, por lo tanto, eran muy felices.

Con el fin de honrar a sus padres, estos hermanos elaboraron una ofrenda consistente en incensarios de barro en los cuales quemaron beleño molido. Esta fue la primera ofrenda que el mundo conoció.

Al entregar la ofrenda, los dos Viento les pidieron a sus padres que crearan la luz, el Cielo, las aguas y la Tierra. Entonces, procedieron a pincharse las orejas y la lengua con astillas de pedernal, y la sangre que brotó la esparcieron con una rama de árbol de sauce, sobre todos los árboles y plantas.

Los dos hermanos les rogaron a sus padres que el mundo se poblara. Los dioses accedieron y juntaron la Tierra desde abajo, para que saliera el agua que todo lo cubría. El mundo se fue poblando con los hijos de ellos, la primera generación de mixtecos. 

Más tarde, los dioses padres crearon dos hermosos jardines: uno para el placer de deleitarse, y otro para que contuviera todas las cosas que fuesen indispensables para efectuar las ofrendas a los dioses. Los jardines estaban repletos de árboles, plantas y flores de suma belleza; además, había en ellos frutas de excelso sabor, y hierbas olorosas y coloridas. 

Pero sucedió que llovió durante muchos días hasta que la Tierra se inundó. Muchos dioses y muchos hombres sucumbieron. Los dioses se refugiaron en las nubes, y los hombres en las profundidades de la Tierra.

Con el paso del tiempo, el Sol secó la tierra y renacieron las plantas. Los dioses decidieron que la Tierra debía poblarse otra vez. Así pues, las deidades superiores: Añau Nallihui, Corazón del Mundo; Iya Nicandi, Creador de Todas las Cosas y Yoco Situayuta, Dios de la Generación, que vivían en la cueva sagrada Cahuadzandanah, crearon el Río Yutatnoho, Río de Donde Salieron los Señores, para que fecundaran las semillas de dos árboles sagrados, Yuthu-ji, que habían plantado los mismos dioses en la riberas del río, muy cerca de la cueva sagrada de los tiempos primarios.

Los árboles, que al principio podían confundirse con arbustos, fueron cuidados con mucho esmero por los dioses hasta que se convirtieron en hermosos y grandes. De ellos surgieron, gracias al aliento de Yoco Situayuta, un hombre y una mujer -desnudos y friolentos por el viento y la lluvia, y deslumbrados por los relámpagos- que fueron los antepasados de esta segunda generación de mixtecos.

Del apareamiento de la pareja nacieron los nobles, los sacerdotes, los guerreros y los artífices; de las hojas de los árboles surgieron los quiadachiñosa,  campesinos; los quiadabasha,  artesanos; los iyosidacosa, mercaderes; y los quiadabasha-béé, los constructores.

Cuatro Pie, conocido también como Nácxitl, hijo de esta pareja, decidió hacer un agujero en un árbol que se encontraba en las nubes para ejecutar el acto sexual. De esta unión el árbol quedó preñado y, al poco tiempo, nació El Flechador del Sol, quien habría de retar al astro rey disparándole flechas, a las que el astro respondía enviándole sus poderosos rayos solares.

Un atardecer, el Sol cayó herido de muerte y su sangre tornó rojiza la tarde y, por ende, a todos los futuros atardeceres.

El Flechador tuvo miedo de que el Sol renaciera y quisiese recuperar  las tierras que su asesino le había arrebatado; así pues, llevó con él a todas las personas y  les ordenó que cultivaran milpas, aunque era ya de noche.

Al otro día, cuando el Sol volvió a nacer, la Tierra estaba poblada y sembrada y ya no pudo hacer nada. Entonces, los mixtecos quedaron como dueños absolutos del lugar, porque así lo quiso el dios Nácxitl. 

miércoles, 23 de septiembre de 2015

TAI Y EL WALEKLAAB



Había una vez una mujer mestiza llamada Gloria que vivía en la Huasteca Veracruzana, situada hacia el extremo norte del estado, en la zona conocida como la Huasteca Baja.

Gloria estaba casada con un abogado llamado Eduardo que era todo bondad y dulzura, tan bueno se le consideraba que las persona decían que había equivocado la profesión y que debió haber sido sacerdote.

Todo lo bueno que tenía don Eduardo, en su esposa Gloria se convertía en maldad.

La pobre señora estaba muy amargada, pues a pesar de ser guapa y de contar con medios económicos solventes no podía ser feliz, ya que después de llevar diez años de matrimonio, no había podido tener un hijo, al que tanto deseaba.

Don Eduardo se tomaba el infortunio tranquilamente, pero no así Gloria que vivía sumida en la desesperación y en el tormento.

En las afueras de la ciudad en la que residía la pareja, se encontraba una zona habitada por indígenas huastecos.

En ella vivía un matrimonio que contaba con cuatro hijos; el menor era una pequeña niñita de tres años de edad llamada Tai.

La niña tenía los ojos negros y rasgados, la piel morena como jarrito, el pelo lacio y terso como la seda. En una palabra, Tai era tan bella que todos la envidiaban.

La madre de Tai, Rosenda, solía ir al tianguis de la ciudad a vender las frutas y verduras que cultivaba para aumentar el poco gasto que su marido le daba. Siempre estaba en su puesto de buen humor.

Cierto día en que Gloria acudió a hacer sus compras semanales, se dirigió al puesto de la madre de Tai para comprar guayabas.

En cuanto se acercó, lo primero que vio fue a Tai y se quedó estupefacta ante tanta belleza.

La miró y la miró durante un rato tan largo que Rosenda empezó a temer que le ocasionase a su hija el fatal waleklaab, el mal de ojo tan temido cuando un mestizo o una mestiza que tiene ojos poderosos, ven en demasía a un infante, a un animal o a alguna planta.

Y efectivamente, tanto vio Gloria a la niña con envidia, admiración y deseo de que fuese su hija que la pequeña recibió el waleklaab con toda su fuerza.

Aunque Rosenda trató de protegerla escondiéndola bajo el puesto, el mal ya estaba hecho.

Al otro día, Tai presentaba achicamiento de sus ojitos, debilidad, diarrea, náusea, vómito y una gran tristeza. Inmediatamente, los padres llamaron al curandero del pueblo para que curase a Tai del mal de ojo provocado por la fuerte mirada y la envidia de Gloria.

Una vez confirmado el mal de ojo, don Facundo procedió a “barrer” a la niña con waleklaab ts’ohool, una planta especial para estos casos.

Sin embargo pasaron seis días y la niña seguía enferma.

Al séptimo día Tai murió en brazos de su madre, víctima de la mirada diabólica de la malvada Gloria, la yerma.

martes, 22 de septiembre de 2015

DOÑA CLARITA



Esta historia que voy a relatar le sucedió a un doctor llamado Bruno Ruiz que era muy amigo de la familia Ramírez, mi familia.

En una época el doctor estuvo muy vinculado con mi papá porque trabajaban juntos en una clínica, mi papá también era médico.

Los Ruiz siempre iban a nuestra casa o nosotros a la de ellos, que estaba situada en la Colonia Roma, en la Ciudad de México.

Un nefasto día, murió la señora Ruiz, doña Clarita como le decían de cariño pues era muy buena y solidaria con todos.

Ni que decir tiene que el doctor Bruno se vio muy afectado con la muerte de su esposa a la que adoraba, no solamente porque era muy buena y llevaba muy bien la casa, sino porque le ayudaba en sus tareas médicas y le tenía sus archivos ordenados y al corriente, aparte de que era la encargada de llevarle la agenda de citas.

A partir de que ella murió, él la soñaba a cada rato, la sentía a su lado a todas horas, y podía sentir su olor cerca, alrededor de su mesa de trabajo.

La pareja contaba con un hijo, Alfredo, joven de veinticinco años que había estudiado Letras Hispánicas y estaba a punto de pasar su examen profesional.

En una ocasión, para titularse, Alfredo necesitaba forzosamente unos papeles.

Padre e hijo los buscaron por toda la casa. Abrieron cajones, baúles, cajas, y nada, los papeles no aparecían. La búsqueda duró más de cuatro días.

Bruno estaba desesperado pues él los había guardado, pero como la esposa ya no estaba en este mundo, a saber dónde los había dejado.

En el colmo de la desesperación Bruno volvió la cara al Cielo e imploró: ¡Querida Clarita, perdóname el desorden de mis cosas, y ayúdame, esposa querida, dime por favor donde se encuentran esos papeles tan importantes!

Dichas tales palabras, el cuarto donde se encontraba Bruno se oscureció y una hermosa luz apareció en un rincón.

De la luz salió Clarita vestida de blanco y le señaló al doctor el lugar donde se encontraban los tan buscados papeles.

El doctor abrió la cómoda señalada y los encontró. Al volver la cabeza hacia su esposa para agradecerle el favor y hablar con ella, la mujer había desaparecido; sólo había quedado el suave aroma a rosas que siempre se desprendía de doña Clarita.

lunes, 21 de septiembre de 2015

HUAY PEK



En el poblado de Ticul, Yucatán, vivía, a finales del siglo XVII, un curandero que se llamaba Juan Moo.

Este brujo tenía la capacidad de transformarse en Huay Pek, el Perro Brujo.

Dicho curandero se destacaba por su poderosa personalidad y se le conocía como unos de los más acertados médicos populares, a quien llamaban de Campeche y de Quintana Roo, por su extendida fama.

Juan Moo era muy respetado entre la población, aun cuando las autoridades eclesiásticos no le aceptaban y lo tildaban de pagano.

Quién sabe porqué no le había arrestado la Santa Inquisición.

Cuando llevaba a cabo sus trabajos de magia blanca, se convertía en un grandísimo perro negro.

Como los españoles eran un poco incrédulos, un día el coronel Bixente Almazán Guardiola acompañado por otros militares, decidió vigilar a Juan Moo desde una casa situada en una calle cercana al cementerio.

Pasadas tres noches, vieron a un perro grande, y el coronel sacó su arma para espantarlo, pues no creyó que fuese el Huay Pek; al darse cuenta el animal, le vio con sus ojazos rojos, dio un espeluznante aullido y se lanzó sobre el hombre, quien se fue para atrás y soltó su arma, temeroso de emplearla ante tal ser demoníaco.

Los demás militares se asustaron y se escondieron bajo la ventana, se persignaron y rezaron. Al día siguiente, el coronel Almazán le platicó a todo el mundo la aventura que había tenido con el temido Huay Pek, al que había visto y se había convencido de su existencia.

Huay Pek sigue viviendo hasta nuestros días. En el estado de Yucatán se tiene la creencia de que existen no sólo un brujo nahual, sino muchos de ellos que afectan a las personas y a los animales con sus malas acciones.

Una noticia aparecida recientemente en Radio Mayab TV cuenta que en el poblado de Tzucacab los Vecinos de varias colonias de este poblado sureño aseguran que en las noches deambula por las calles un extraño ser que semeja un can grande de color negro que camina sobre sus patas traseras.

Una ola de pánico y terror invade a los vecinos de las colonias "Guadalupe", "Miguel Hidalgo", "San Esteban" y "Tres Reyes", de este poblado sureño, debido a los rumores que circulan en el sentido de que un extraño ser grande, de color negro, recorre las calles en las noches y a su paso aúllan los perros.

Debido a lo anterior, después de las 10 de la noche la gente se refugia en sus viviendas y no sale para nada, pues se dice que se trata de un "huay pek" brujo perro,  temen ser agredidos por dicho ente  y afirman que cuando éste camina por las calles, los canes domésticos ladran desesperados.

Algunos vecinos aseguran haberlo visto desde la ventana de sus moradas y dicen que se trata de una especie de perro grande, que en ocasiones camina parado sobre sus patas traseras e incluso, un sujeto que se arriesgó a salir y seguirlo de lejos, asegura que lo vio aullar como si fuera un humano.




LOS ESPÍRITUS QUE DEFIENDEN SU MINA



Había una vez dos mineros, Gustavo y Sergio, que iban caminando muy tranquilamente frente la salida de la mina del Sombrerete, localizada en el Municipio de Sombrerete en el estado de Zacatecas.

De repente, algo misterioso jaló a Gustavo y lo detuvo, de manera que ya no podía seguir caminando.

El que no fue detenido, Sergio, continuó su marcha.

Pero se dio cuenta de que su compañero no le seguía, y decidió regresar a ver qué pasaba con Gustavo.

Regresó, pero no lo encontró, pues la mina se lo había tragado.

Desconcertado, Sergio volvió al pueblo donde vivía y dio aviso de lo que sucedía.

Nadie le creía, hasta que doña Mariluna, una viejecita de noventa y siete años, afirmó rotundamente que lo dicho por el muchacho era verdad, pues la mina estaba habitada por terribles espíritus que gozaban llevándose a las personas que pasaban frente a la mina, aunque este hecho no había sucedido en mucho tiempo.

Tales espíritus vivían en las profundidades de la tierra, pero estaban muy molestos porque los humanos habían horadado sus territorios abriendo muchos hoyos y robándose la riqueza escondida en ella, sin tener permiso para hacer tal infamia.

Gustavo, al oír el relato de la anciana, quedó sumamente afectado.

Ya nunca volvió a trabajar en la mina, y dicen que hasta se a Estados Unidos del sustote que se llevó. Pero algunas personas dicen que no se fue al otro lado, sino que se volvió loco y sus familiares lo llevaron a un asilo de por vida.

Los espíritus de la mina siguen llevándose a las personas que pasan frente a ella y se descuidan, sobre todo si son mineros incautos.

viernes, 18 de septiembre de 2015

LA MUCHACHA CON LA TINA DE ROPA



Cuando mi abuela era joven vivía en el centro de la Ciudad de México en una vecindad en las calles de Perú.

Vivía con mi tío Roberto y mi tía Chela, su hija mayor. La vecindad era bonita, mucho mejor cuidada que muchas de las que había por el rumbo.

La puerta de la cocina de la vivienda daba al patio central, muy cerca de las escaleras que llevaba al piso de arriba y a la azotea donde estaban los tendederos.

Mi abuelita aseguraba que siempre, a eso de las ocho de la noche, veía a una muchacha que subía a la azotea con su tina de ropa para ponerla a secar.

A ella se le hacía raro que alguien subiera a tender a esas horas de la noche, pero pensaba que la muchacha no tendría otra hora para lavar.

No sabía dónde vivía esa muchacha, porque nunca la vio en su casa ni en el patio donde estaban los lavaderos.

Simplemente la veía subir la escalera, pero nunca bajar con su bandeja llena o vacía.

Era una muchacha bonita, de largas trenzas, pero su la cara reflejaba mucha tristeza.

Un día, mi tío Roberto la vio también subir y la siguió a la azotea, pero no vio a nadie, la joven no estaba.

Tal era su curiosidad, que planearon atajarla en el camino.

Mi tío estaría en la azotea esperando y mi abuelita le haría una seña desde abajo cuando viera subir a la muchacha. Pero nunca lo pudieron hacer.

Un día supieron que la muchacha no existía.

Mi abuelita preguntó a las demás vecinas, les dio la descripción; y por ahí una vecina recordó que algún día había vivido ahí una muchacha que tenía un marido que la golpeaba, llevaba una vida terrible la pobre mujer y terminó suicidándose en la misma vecindad donde se aparecía.

Mi abuelita la veía casi todas las tardes subir con su tina de ropa.

La desgraciada mujer era un alma en pena.