jueves, 30 de abril de 2015

LA CARRETA QUE SE OYE, PERO QUE NO SE VE



Corría el año de 1968…

La noche cayó desfallecida sobre las empedradas calles del barrio de Cantarranas. No había más señales de luces que las luciérnagas como faroles diminutos, casi inapreciables.

Apenas se escuchaba el trayecto del agua deslizándose por las piedras del río San Marcos, mientras los fresnos y sabinos dilataban su espeso follaje, y en el ambiente comenzaban a brotar el aire fresco.

Al caer la tarde Don Félix Banda se despidió de Mencho el panadero, dirigiéndose a su casa ubicada cerca de la calle Melchor Ocampo. Era de no creerse.

Por sí o por no, cerró bien los postigos de las ventanas y atracó las puertas con un barrote de ébano, sugiriendo a sus hijos que evitaran salir a esas horas “porque era noche de fantasmas”, al tiempo que  se dispuso a escuchar en la radio El Monje Loco, su programa favorito que transmitían por la XEW.

Poco antes de las once, cuando escucharon los ronquidos concluyendo que se había quedado dormido, los muchachos de Don Félix, con la despreocupada alegría de la juventud, salieron a platicar a la esquina de la cuadra desafiando las advertencias de su padre. 

“¿Fantasmas? Esos son cuentos de viejos rucos y de ignorantes”, comentaron, mientras veían el cielo estrellado y se espantaban los mosquitos, abanicando las manos, cerca del rostro.

Cuando el reloj de la catedral del Sagrado Corazón anunció la media noche, los jóvenes, quienes se entretenían contándose historias y chismes, escucharon a lo lejos un sordo rechinido de carreta que golpeaba sus enormes ruedas metálicas sobre el empedrado de las calles.

Luego invadió el ambiente un silencio sepulcral, mientras el viento dejaba de silbar y las ranas guardaron silencio.

Entonces, prendieron sus linternas, y corrieron hacia donde se escuchaba la carreta, pero no vieron nada. Volvieron a la esquina y cuando se reponían del susto, a unos metros calle arriba, volvió el tétrico sonido pero ahora desplazándose rumbo a la panadería de Don Mencho, no sin antes retornar de nuevo la tranquilidad en aquél  espacio apartado del centro de la ciudad.

Sin embargo, esto no fue suficiente  para atemorizar a los jóvenes deseosos de aventuras.

Varias noches los hijos de Don Félix y sus amigos trataron de descifrar aquél misterio, ocultándose entre los cercos de nopales para evitar ser descubiertos, por quien suponían era un noctámbulo conductor que deseaba jugarles una broma… pero fue inútil. Únicamente se escuchaba el ruido de la carreta.
Una tarde mientras comían, Don Félix  les comunicó a sus vástagos:

-“No quisiera comentarlo, pero Mencho me platicó que la famosa carreta que se oye todas las noches pertenece a un señor que en 1938 fue asesinado a puñaladas por este rumbo, mientras acarreaba leña para sus panaderías”-

Desde entonces, el río San Marcos  esta conjurado.

Para colmo de males en ese tiempo sucedieron varios acontecimientos extraños.

A Doña Albertina Reyes se le apareció un señor sin cabeza en el fondo de la noria, mientras intentaba sacar agua; y se asustó a tal grado que al correr a toda prisa tropezó cayendo sobre una nopalera. Bueno… eso es lo que dicen, por si o por no es mejor creerles.

El caso es que la carreta siempre ha sido un misterio sin descifrar.

miércoles, 29 de abril de 2015

LA VIRGEN DE CUPILCO

                   

Cupilco es un pueblo que se encuentra en la región de la Chontalpa en el estado de Tabasco.

De ese hermoso lugar ha llegado hasta nosotros una leyenda que a continuación relatamos.

Corría el año de 1638, cuando en la Barra de Cupilco, en el Municipio de Paraíso, de pronto se les apareció, a unos pescadores que se encontraban en la playa la imagen de la Virgen de Nuestra Señora de la Asunción de María, sentada en una barca que flotaba en el mar.

Asombrados, los pescadores la admiraron y se la llevaron a su comunidad llamada Ayapa, donde la colocaron en el altar de la iglesia, para venerarla como correspondía a tan especial Madona.

Los pobladores notaron que cada noche la imagen se movía hacia el norte, como mirando hacia Cupilco, la volvían a colocar y otra vez se movía.

Ante este insólito hecho, los sabios ancianos de Ayapa tomaron la decisión de llevarla a varios poblados cercanos a Ayapa, pero la santa imagen seguía dirigiendo su cuerpo y mirada hacia Cupilco.

Convencidos de que el lugar en donde quería permanecer la Virgen era Cupilco, los creyentes decidieron trasladarla a la iglesia de dicho pueblo.

La Virgen agradeció el cambio, pues era en ese sitio donde quería morar para siempre. En seguida que llegó, se produjeron toda clase de milagros, por lo que su devoción y fama de milagrosa se extendió a otras comunidades.

Desde entonces, para corresponder a los dones que les envía Nuestra Señora de la Asunción, los días treinta de cada mes, la bajan del su altar para limpiarla con oloroso aceite, y cambiarle su humilde pero hermoso ropaje.

Esta querida Virgen fue coronada como la Reina de Tabasco, el día 11 de mayo de 1990, por el entonces Papa Juan Pablo II. A partir de entonces, su iglesia es lugar de peregrinación.

martes, 28 de abril de 2015

EL MILAGRO DEL DILUVIO



La leyenda nos relata que por el año de 1718 cayó en la ciudad de Monterrey una lluvia torrencial que duró 40 días e inundó gran parte de esta localidad.

En ese entonces, afuera de la ciudad hacia el poniente, vivía una India tlaxcalteca esposa de un zapatero, que guardaba en su casa una imagen de la virgen de La Purísima y cuando las aguas desbordadas del río llegaron a ese barrio, se dice que la piadosa mujer acercó con fe la imagen al borde de las olas.

Casi de inmediato, la corriente perdió fuerzas y se salvaron de la inundación aquella barriada y la ciudad también.

Este milagro influyó para que esa mujer construyera una pequeña capilla que llamó casa de la virgen, donde las mujeres de esa época iban a rezar todos los sábados, aunque el lugar estaba fuera de la ciudad.

Actualmente el templo que se encuentra en ese lugar refleja la arquitectura religiosa moderna de la ciudad.

lunes, 27 de abril de 2015

EL LABRADOR AZTECA



Cuenta la leyenda que mientras un pobre labrador trabajaba en su milpa de Coatepec descendió sobre él un águila para llevárselo hasta la entrada de una cueva donde una voz le convidó a pasar; ya en el interior se percató que su gran emperador Moctezuma dormía sobre un blando lecho de pieles y mantas.

De nuevo oyó la voz que le decía: "…mira a ese miserable de Moctezuma cual está sin sentido, embriagado con su soberbia e hinchazón que a todo el mundo no tiene en nada; y si quieres ver cuán fuera de sí le tiene esa soberbia, dale con ese humazo ardiendo en el muslo y verás como no siente".

Temeroso, el aborigen se resistía a ejecutar tal afrenta, mas la voz insistió y de pronto se vio arrimándole el fuego al emperador hasta que la carne chirrió y humeó sin que el gran tlatoani se moviera siquiera.

Por tercera ocasión la voz le instruyó a que regresara al sitio de donde había sido traído y se presentara ante Moctezuma para que le contara lo que había presenciado y como prueba de tal visión le dijera que le mostrara el muslo y le señalara donde él le había herido.

En el acto el emperador mandó a prisión al desgraciado mensajero y pasado un tiempo su cadáver fue echado a las bestias del campo para que lo devoraran.

Fue a finales del siglo XIX cuando en el ángulo exterior del muro del atrio del ex convento de San Hipólito, el arquitecto Damián Ortiz construyó un monumento que evoca dos sucesos históricos fatídicos; por un lado, señala el lugar del mayor descalabro sufrido por los conquistadores españoles el 30 de junio de 1520 en la llamada Noche Triste, y por el otro la toma de la capital del imperio azteca el martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito, a quien desde entonces se le consideró patrono de la ciudad.

A la religión la simboliza hollando y destruyendo las armas, así como los ídolos de los indígenas; además, muestra una escultura que representa al águila llevando consigo al indio texcocano, el que refleja una sensación de terror en el rostro.

Algunos relieves de la obra –en la esquina que forman las calles de Puente de Alvarado y Zarco–, en el DF, están mutilados, y si las autoridades no la rescatan pronto pasará a ser, como muchos otros monumentos históricos, tan sólo un recuerdo en alguna página de un libro.

domingo, 26 de abril de 2015

EL DIABLO



“Se dice que aquí en nuestro Mexicali, el diablo hizo acto de presencia en una conocida discoteca por el año de 1960, causando el pánico entre todos los presentes, siendo algo que hasta en los medios se difundió, ocasionando que los jóvenes de esa época, la pensaran dos veces antes de ir a bailar…” 

Allá por los años 60’s por la calle 11, empezaron a propagarse los centros nocturnos, en donde había música, bebidas embriagantes de diversos tipos y en grandes cantidades; en donde la clientela de jóvenes de parranda aumentaba en consideración.

Los chicos invitaban a las muchachas o a sus novias a esos lugares para bailar toda la noche, emborracharse y divertirse en grande. 

Los más conocidos centros nocturnos de ese tiempo fueron La Ronda, el Waikiki y Los Cocos. Muchos de nuestros padres, cuando jóvenes, eran a los lugares a los que acostumbraban ir.

Una noche, resulta que en Los Cocos, mientras todos estaban pasándola bien, entró un muchacho, desesperado casi sofocado gritando:
-“¡En La Ronda se apareció el diablo!”-

Naturalmente, nadie le creía se pensaba que el tipo había tomado de más; pero al ver que de La Ronda salían histéricas las personas, se causó un gran alboroto. Algunos se fueron rápidamente a sus casas, otros curiosos fueron a La Ronda a ver y oír de otras personas el suceso. 

Lo que las personas que presenciaron, según dijeron, fue que una persona muy elegante y bien parecido, sacó a una muchacha a bailar, ella aceptó y duraron bailando muchas horas, y cuando dieron las 12 de la noche, esa persona comenzó a transformarse, saliéndole cuernos, cambiando su tono de piel y a oler a azufre, despidiendo humo; algunos dicen que se desató un gran torbellino ahí adentro saliendo y dejando a la muchacha desmayada, otros dicen que se la llevó.


Cuando sucedía todo esto, la histeria se dejó venir, toda la gente estaba aterrada huyendo de La Ronda, el lugar se quedó solo cuando todo eso pasó, pues todos entraron en pánico. El rumor se hizo general entre la población mexicalense, ocasionando que disminuyera demasiado el auge que tenían esos centros nocturnos, por la supuesta aparición del diablo…

*Esta leyenda me la ha contado mucha gente que solía ir a esos lugares por los años 60’s, decidí investigar e informarme más al respecto, descubriendo algo muy interesante. Resulta que a esos lugares, siempre iba un muchacho que le gustaba tomar y bailar, era muy conocido y todos le decían “El diablo”.

Esa noche en donde presuntamente el diablo se apareció, lo que en realidad pasó fue que hubo un gran pleito entre varias personas y ese muchacho “El diablo” fue quien encabezó todo el pleito, y todos dijeron que “el diablo” estaba en la ronda y causó un gran escándalo, lo malo es que lo que los demás entendieron, o quisieron entender… fue otra cosa…

sábado, 25 de abril de 2015

LOS POLLOS EMBRUJADOS



En Mazateupa, pueblo pequeño del Municipio de Nacajuca, Tabasco, los abuelos cuentan que en el rancho de El Guanal una familia criaba pollos en la parte trasera de la casa.


El rancho se encontraba muy aislado, nadie moraba cerca.


Cierto día, los pollos, que ya llegaban a setenta, empezaron a actuar extrañamente: caminaban torpemente, el cuello se les torcía, se caían y eran incapaces de levantarse. Sin embargo, en cuanto llegaba la noche todo volvía a la normalidad. Esto sucedía día con día.


Naturalmente la familia estaba desconcertada, no sabían qué sucedía, porque nada más les pasaba a los pollos y no a los otros animalitos que tenían.


Pensaron que estaban embrujados. Ante tal sospecha, el dueño del rancho decidió pedir ayuda al chamán del pueblo que acudió prestamente.


Lo primero que pidió fue pozol con cacao, dos pequeñas jícaras y una cajetilla de cigarrillos. Se fue al popal y se aprestó a llevar a cabo un ritual.


Cuando terminó, regresó al rancho y le dijo al dueño que los duendes eran los que les estaban haciendo brujería a sus pollos, pues el rancho se encontraba asentado en el territorio propiedad de los duendes.


Ante la imposibilidad de enfrentarse a los duendes, la familia se trasladó al poblado de Mazateupa.


El rancho quedó abandonado, pues nadie quiso vivir en el rancho de El Guanal por temor a los pícaros duendes.


Hasta hoy en día se encuentra inhabitado.

viernes, 24 de abril de 2015

LA MANO NEGRA



En una de esas noches de invierno en que llovizna y hace frío, en que rodean los niños la cazuela de los buñuelos comiendo anticipadamente de los que se quiebran, en que solo se están quietos si la abuela de cabeza blanca y ojos amorosos les cuenta algo de aparecidos, oí lo que a mi vez refiero.

El padre Marocho de cuyo nombre no puedo acordarme, era una celebridad en la basta provincia de agustinos de Michoacán, distinguiéndose principalmente por sus virtudes y después por ser pintor excelente que cubrió de cuadros de indiscutible mérito artístico todos los conventos de la provincia; por ser orador consumado, que con sus sermones llenos de elocuencia y de unción conmoví profundamente al; auditorio por distraído que éste fuese; por ser teólogo y canonista como pocos de gran memoria y aguda inteligencia.

Por todo lo cual era uno de los primeros que asistían a los capítulos de su provincia.

Por entonces había capítulo en el convento de San Agustín de Valladolid y los padres capitulares habían venido de las más remotas regiones de la provincia, y entre ellos el padre Marocho que residía de ordinario en el convento de Salamanca.

La sala capitular estaba a la derecha del claustro románico situado junto a la iglesia bizantina. Una ancha puerta de medio punto abierta a la mitad del salón daba acceso a él.

Casi frente a la puerta de entrada se erguía una tribuna tallada en nogal negro. En los cuatro tableros de enfrente en forma de medallones se habían esculpido a los cuatro evangelistas. En el respaldo que remataba en un tornavoz figurando una concha, estaba esculpida en el centro la imagen de san Agustín. 

Tanto en el pie como en los barrotes que encuadraban los tableros, había esa rica flora retorcida y gallarda que los maestros carpinteros de los pasados siglos desarrollaban en sus obras, haciendo gala de una imaginación tan fecunda como bella, y de una habilidad nunca igualada ni mucho menos superada para manejar los instrumentos de tallar y esculpir en madera.

En armonía con la cátedra o tribuna y a lo largo de los muros en dos galerías alta y baja se desarrollaba una doble sillería de asientos giratorios labrada también en nogal negro. Cada silla era un prodigio de talla, teniendo en el respaldo esculpida la imagen de un santo de la orden. En uno de los testeros se levantaba sobre una plataforma el trono del provincial y en el otro había una preciosa mesa cuyas patas eran garras de león, sobre la cual destacaba un crucifijo de cobre dorado a fuego, en medio de dos candeleros con sus cirios y un atril de plata cincelada para los santos evangelios. 

De la bóveda de cañón pendían tres arañas de cobre dorado a fuego cuajadas de ceras que iluminaban el salón con una luz tenue y dorada. Sobre los muros colocados a iguales distancias había colgados retratos de personajes prominentes, religiosos de la provincia de Michoacán, como era el del apóstol de la Tierra Caliente, de fray Diego Basalenque, de fray Alonso de la Vera Cruz sentado en su cátedra dando clase a varios discípulos, entre ellos al inteligente y aprovechado joven don Antonio Huitzimengari de Mendoza hijo del ultimo emperador de Michoacán, Caltzonzin.


Siempre el padre Marocho, por su antigüedad en la orden y por los cargos que en la misma desempeñaba, tenía el segundo lugar después del provincial en el capítulo y se sentaba en el primer sitial a su derecha.

No había discusión en que no tomase parte ya suministrando datos históricos, ya recordando cánones, y citando autoridades filosóficas y teológicas, ya discurriendo de modo que sus palabras eran escuchadas con verdadera sumisión y sus sentencias eran decisivas, influyendo grandemente en los resultados del capítulo, en donde se decidían cuestiones de capital importancia para la provincia y para la orden.

Por tanto a pesar de que en lo general el padre Marocho tenía una vasta erudición, sin embargo, mientras duraba el capítulo, estudiaba en su celda o en la biblioteca del convento hasta las altas horas de la noche.

La biblioteca próxima a la sala capitular y en comunicación con ella, era también un gran salón abovedado circuido de una estantería de oloroso cedro que contenía cerca de diez mil volúmenes sobre todos los amos del saber humano de entonces aparte de los nunca bien ponderados manuscritos relativos a las misiones e historias de los michoacanos.

En el centro mesas de roble sobre las cuales había atriles y recados de escribir, tinteros de talavera de Puebla y plumas de ave.

Allí estaba una noche el padre Marocho. El silencio mas profundo reinaba en aquel recinto donde el hombre del presente entabla pláticas con los hombres del pasado; en donde el genio se comunica con el genio; se borra la noción del tiempo penetrando en las puras regiones del espíritu, echa a un lado la materia; en donde las pasiones callan y se doblegan ante la razón, su reina y señora.

De repente el padre Marocho, según lo cuentan papeles viejos de aquella época de duendes y aparecidos, notó un ruido extraño a su lado, vuelve el rostro y ve que una mano negra cuyo brazo se perdía en las tinieblas, tomando entre sus dedos la llama de la vela, la apagó, quedando humeante la pavera.

Con la mayor tranquilidad y presencia de ánimo dijo al diablejo: -Encienda usted la vela, caballero.

En aquel momento se oyó el golpe del eslabón sobre el pedernal para encender la yesca. Ardió la pajuela exhalando el penetrante olor del azufre y se vio de nuevo que la mano negra encendía la vela de esperma.

-Ahora para evitar travesuras peores, con una mano me tiene usted en alto la vela para seguir leyendo y con la otra me hace sombra a guisa de velador, a fin de que no me lastime la luz.

Así pasó. Y era de ver aquel cuadro. El sabio de cabeza encanecida por los años, los estudios y las vigilias, inclinado sobre su infolio de pergamino.

A su lado dos manos negras cuyos brazos eran invisibles, una deteniendo la vela de esperma amarilla y la otra velando la flama. La luz apacible reflejándose sobre el busto del padre Marocho le dibujaba en el ambiente con ese claro- obscuro intenso de los cuadros de Rembrandt, que tanto estiman los artistas.

Vino la madrugada con sus alegrías. Aunque tenues, pero llegaban hasta aquel retiro, los cantos de las aves que saludaban a la rosada aurora desde las ramas de los fresnos del cementerio. Por los ojos de buey de la biblioteca comenzaban a penetrar dudosamente los primeros rayos de Sol.

Entonces como ya no era necesaria la luz de la vela, exclamó el padre Marocho: -Pues bueno. Apague usted la vela y retírese si necesito de nuevo sus servicios, yo le llamaré.

Entre tanto que el padre bostezaba, restregándose los ojos, se oyó un ruido sordo de alas que hendían el aire frío y húmedo del nuevo día.

No tardó en concluir el capítulo, quedando arregladas todas las cuestiones que hubo para convocarlo. Con todo, el padre Marocho se quedó en el convento a descansar por algunos días más. Vivía en una celda que termina en un ambulatorio que va de oriente a poniente iluminado en el centro por una cúpula con su linternilla. La celda era la última del poniente a mano izquierda con su ventana para la huerta del convento. Desde allí, como en un observatorio, contemplaba aquel artista un espléndido panorama. 

Las desiguales azoteas de las casas de aquel barrio, la loma de Santa María y el cerro azul de las Ánimas, sirviendo de fondo al paisaje. Como en estos días pasaba el Sol por el paralelo de Valladolid, al ponerse su disco rojo antes de ocultarse tras las montañas se asomaba curioso en el cañón aquel, tiñendo de rojo, los suelos, los muros, las bóvedas, los marcos de las puertas de las celdas, las imágenes de piedra colocadas en sus hornacinas, produciendo unos tonos nacarinos y unas transparencias admirables. 

El padre Marocho quiso pintar aquellos juegos de luz, aquellos muros envejecidos tiñéndose de arrebol y mientras el Sol no pasó del paralelo se sentaba frente a su caballete con su paleta en la mano izquierda y su pincel en la derecha y cuando menos acordaba, aquella mano negra le presentaba los colores y los pinceles que necesitaba para manchar su tela.

Una noche, víspera de su partida del convento al ir el padre Marocho a recogerse, vio en cierto lugar de la celda la misma mano negra que apuntaba fijamente.

El no hizo caso, porque ni tenía ni podía tener hambre de tesoros. Cerró sus ojos y se durmió.

Después de muchos, muchísimos años, un pobre, habitando la misma celda y de un modo quizás casual, o más bien sabiendo esta leyenda que había visto en los papeles viejos del convento cuando era novicio de la orden de San Agustín; se halló un tesoro en el mismo lugar apuntado por la mano negra.

jueves, 23 de abril de 2015

EL CONDE DE MARFIL



Cuenta la Leyenda que a mediados del Siglo XVI, en una casa del poblado de Marfil, Guanajuato, se hallaba una capilla de oro que formaba parte de la mansión de un hombre millonario, quien atesoraba dentro de ella figuras de metales preciosos que eran la decoración de su lugar sagrado.

Su dueño era Don Jacinto Marfil, personaje fanfarrón de origen andaluz procedente de Málaga, España, que aun sin haber acreditado su título nobiliario se presentaba como Conde.

Bajo esa capilla había unos largos túneles que comunicaban con una gran y productiva mina, propiedad de Don Pedro Marfil de Lagos, tío del Conde Jacinto.

Este último mantenía en secreto dicho pasaje subterráneo, pues por las noches robaba oro de la mina de su tío, con lo que iba acrecentando con rapidez su fortuna.

En los límites de la capilla, a la entrada del camino clandestino, se elevaban dos enormes jacarandas como si fueran guardianes protectores del tesoro.

Se dice que una noche de fin de año, en la mina de Don Pedro se produjo una gran explosión, la ola expansiva impactó en los cimientos de la capilla que se desplomó al tiempo que era prácticamente devorada por los corredores situados debajo de ella. Sólo quedaron de pie tres arcos de piedra que daban acceso al camino que fue obstruido por los escombros.

El Conde de Marfil desesperado, escarbó con sus uñas para tratar de sacar el oro y las valiosas estatuillas, pero sólo encontró la cabeza de un ángel que tenía en el altar para proteger su fortuna.

Ante la imposibilidad de recuperar su tesoro enloqueció y se arrojó de cabeza al pozo que se encontraba frente a las ruinas de la capilla.

Días después su cadáver emergió. Quienes lo encontraron se estremecieron pues el cuerpo de quien había sido un hombre de gran estatura, estaba reducido al tamaño de un feto, fenómeno que se atribuyó al agua contaminada por lo minerales de la tierra.

El pueblo fue conocido como Real del Marfil, en reconocimiento a Don Pedro, pero en realidad lo que permaneció en la memoria de los lugareños fue lo ocurrido al Conde Jacinto, pues durante varios años dio mucho de qué hablar, ya que el terreno donde se encontraba la capilla quedó embrujado: quienes permanecían sobre él, aunque fuera por minutos, enloquecían.

Años más tarde, para acabar con esa maldición, los clérigos del curato del poblado bendijeron el lugar y colocaron en él una figura de piedra del patrono del pueblo, el apóstol Santiago, pero no fue suficiente para acabar con el maleficio.

El hechizo desapareció hasta que por el consejo de una vecina devota se ubicó en el predio encantado, la imagen de un reverendo desconocido llamado San Espiridión, a quien se le rezó, pues decían que concedía casi todo lo que se le solicitaba, siempre y cuando la petición fuera implorada con insolencias que rimaran.

A partir de entonces sólo pierde la razón, quien visita el lugar y no saluda con groserías al santo milagroso.

Real del Marfil llegó a convertirse en núcleo de riqueza y esparcimiento, vivió en el despilfarro y los excesos por mucho tiempo, sin embargo, llegó el momento en que sufrió calamidades y las minas de su alrededor se clausuraron y entonces se transformó en un genuino pueblo fantasma.

Cuatro siglos después de aquéllos espeluznantes sucesos, cuando nadie tenía conocimiento de ellos, se removió la tierra en lo que fue la capilla y se descubrió la cabeza del ángel y el pequeño cráneo, aún con la dentadura completa de Don Jacinto.

Hay quienes afirman que en el invierno, durante las noches de luna llena, se escucha en la casa y sus alrededores un lamento tenebroso, pues dicen que todavía sufre al saber enterrado su tesoro…el ilustrísimo Don Jacinto, Conde de Marfil.

Cierto o falso, nadie la sabe, lo interesante es que Marfil con sus ex haciendas, casonas y rincones llenos de misterio es un lugar propicio para las leyendas, que como esta rescatan parte de su historia y de sus personajes.

martes, 21 de abril de 2015

CUANDO COYOTE CREÓ AL MUNDO



En un principio no existía nada. No había Tierra ni Cielo ni nada, todo eran sombras y oscuridad. De la oscuridad surgió Coyote-Gente-Luna, dios de la sabiduría, la magia y la muerte. Divinidad lunar masculina estrechamente ligada a Topo, luminosa y amarilla como la región de donde proviene, el sur.

Llegó con un gran bastón sagrado. Durante mucho tiempo aulló en la oscuridad sin que nadie lo oyera afirmar que venía de donde todo era redondo y cóncavo, como su misma casa,  que su luminosidad provenía de los pedernales que llevaba atados a las rodillas y que al caminar producían múltiples y maravillosas chispas.

Lo que dijo no fue oído por nadie, porque nada existía y todo era silencio y oscuridad. Nadie oyó a la deidad del sur. Con nadie pudo compartir su luminosidad. Sintiéndose muy solo, cantó: 

-¡Qué triste está aquí el Coyote!/¡El Coyote, la luz y la negrura!/ ¡La oscuridad sobrecoge!¡Aúlla el Coyote-Gente-Luna! 

Fue entonces cuando se soñó como el padre del mundo de los kiliwas y de todas las cosas. Tan solitario estaba que temió enfermar, así que tomó la decisión de crear al mundo. Del sitio donde se encontraba el Ombligo del Sur, tomó un buche de agua salada y escupió, todo el sur se volvió amarillo.

Tomó otro buche de agua y lo escupió hacia el norte que se volvió rojo. Como le gustó tanto lo que hacía, tomó un gran buche y lo escupió hacia el oeste, como el trago fue demasiado grande la región se inundó y se formó un profundo y picado mar; la región se tiñó de negro. Tomó un pequeño buche de agua fresca del Ombligo del Sur y lo arrojó hacia el este, donde se creó un chiquito y blanco mar. Coyote-Gente-Luna había creado los cuatro rumbos del universo.

Coyote quiso poner un nombre a cada región, pero no pudo porque el mundo no tenía fondo. Por lo cual pensó que era necesario cubrir al Centro-Ombligo-de-Arriba y al Centro-Ombligo-de-Abajo. Se quitó la piel del cuerpo y la extendió sobre el Ombligo de Abajo y la Tierra ya no estuvo desfondada.

Como quedó sin piel, Coyote tuvo frío; tomó los seis colores del universo inventados por él, más el color negro y se vistió con ellos. Su costado derecho se pintó de rojo y blanco, el izquierdo de amarillo y negro. La parte superior de su cuerpo se coloreó con franjas azules, la parte inferior ostentaba franjas color café. Al lado izquierdo de la cara le tiñó de verde; al derecho, de rojo y blanco.

Finalmente, en su cráneo aplicó una capa de capa de ceniza.

Escupió hacia los aires para teñir de azul la oscuridad del Cielo y pisoteó la Tierra para que se endureciera, la cual cobró el color del amate. A la Tierra la llamó Ipá Mat, Tierra para la Gente Divina. Así, pudo poner nombre a cada rumbo y designarle un color.

Al Ombligo de arriba le puso el nombre de Milsu, “color café”. Contento con su creación sacó hojas de tabaco de su pecho, las molió y se puso a fumar en su pipa sagrada. Se quedó dormido y el humo que salía de su pipa formó las veredas, los senderos y los caminos de la Tierra y el Cielo.

Cuando Coyote se despertó y vio lo hermoso de su obra, cantó de felicidad; sin embargo se dio cuenta de que aún estaba muy solo: se arrancó el escroto, lo infló con aire de sus pulmones hasta que pudo meterse en él, y obtuvo su j’anal tai, su primer sonaja.

Poco después decidió crear el Cielo, Meltí Iipá Jalá,  cóncavo como su antigua casa amarilla para impedir que se saliesen el agua, el color, la luz y el aire. A las dos montañas hechas de tierra sagrada las llamó We y Ko-Masi, Cerro del Hombre, y Wey Ke-Masi, Cerro de los Chamanes.

De sus pantorrillas formó cuatro borregos cimarrones que colocó en cuatro montañas a fin de que sostuvieran el Cielo con sus cuernos. Cada montaña estaba asociada con un color y un rumbo espacial. Como los conejos estaban solos en sus esquinas, Coyote quiso darles compañía.

Fue a la casa de su abuela que era artesana y trabajaba el barro, construyó cuatro hornos y modeló un venado, un pez, una codorniz y un gato y los metió en sendos hornos. Cuando estuvieron cosidos, los llevó a las montañas, pero los animales no se llevaban bien, y Coyote decidió quedárselos y crear otros que hicieran compañía a los borregos.

Trajo barro del sur que le preparó la abuela, y en un horno gigantesco metió muchas figuras de animales: arañas, moscos, zorrillos, todo lo que se le ocurrió, y ya cocidos los llevó a las montañas. Pero sucedió lo mismo, los animalitos no congeniaron.

Descorazonado, Coyote decidió crear al hombre. Hizo un nuevo horno y fue por arcilla al Valle de San Matías, la amasó con semen, y forjó cuatro figuras tan grandes que no cupieron en el horno, razón por la cual Coyote abrió un enorme hueco en la montaña, metió las figuras y procedió a incendiarla.

Pasadas trece lunas, los hombres salieron y Coyote les ordenó que se fuesen a las montañas para hacerles compañía a los borregos. A cada uno de los hombres el dios le dio un nombre y una pluma roja.

El primero recibió el nombre de Sacerdote-Chamán; el segundo Cuervo-Chamán, el tercero Soldado-Chamán, y el cuarto se llamó Chamán-Gente-Común. Desgraciadamente, los hombres tampoco congeniaron con los borregos. Enojado, Coyote los regañó.

Los hombres, molestos, decidieron casarse con sus primos Venado, Codorniz, Pez y Gato, para enfadar más al dios. Furioso, Coyote les preguntó a los hombres la razón de tal acción, ante su silencio Topo le dijo que se había olvidado de dar el habla a los hombres.

Se remedió tal olvido cuando Coyote enseñó la lengua kiliwa a los cuatro chamanes. Los hombres le explicaron al dios que ya habían formado una familia con sus primos. De Sacerdote-Chamán y Venado nacieron el topo, el caballo, la liebre, y el oso; de Cuervo-Chamán y Pez, surgieron la estrella de mar, el caballo de mar, y la serpiente; de Soldado-Chamán y Codorniz, el correcaminos, el águila, el cuervo y el pájaro; y de Chamán-Gente-Común y Gato, nacieron el león, el oso, la cigarra y la zorra. De estos padres hombre-animales nacieron todos los indios kiliwa.

lunes, 20 de abril de 2015

LA PIRÁMIDE DEL TAJÍN



Los abuelos relatan que en una cueva situada entre Totomoxtle y Coatzintlali, existía un templo dedicado al dios del trueno, la lluvia y las aguas de los ríos. Siete sacerdotes se reunían en el templo cuando llegaba el tiempo de sembrar las semillas y cultivar la tierra.

Siete veces invocaban a los dioses, y cantaban en dirección a los cuatro rumbos del universo. Siete por cuatro suman veintiocho, el número de días de que consta el ciclo lunar. Los sacerdotes tocaban el gran tambor del trueno, arrastraban pieles de animales por la cueva, lanzaban flechas encendidas al Cielo, para que la potente lluvia arrojara sus aguas a la selva. Entonces llovía a torrentes y los ríos Papaloapan y Huitzila se desbordaban.

El tiempo fue pasando; y en un momento dado llegaron gentes extrañas que decían venir de tierras lejanas. Arribaron por el Golfo de México. Los hombres, las mujeres y los niños extranjeros siempre sonreían, parecían estar muy felices, y en efecto lo estaban, pues después de haber pasado muchas calamidades en el mar, por fin habían llegado a tierras tropicales donde encontraron frutas, animales, agua potable y un hermoso clima.

Decidieron asentarse en las tierras encontradas a las que llamaron Totonacapan.

Sin embargo, los siete sacerdotes que vivían en la caverna no estuvieron de acuerdo en que los totonacas invadieran sus tierras, y decidieron producir muchos truenos, relámpagos, y lluvia para asustarlos. Llovió por mucho tiempo. Alguien se dio cuenta de que tales catástrofes las producían siete sacerdotes que moraban en una cueva.

Los totonacas se reunieron en cónclave y decidieron embarcar a los siete sacerdotes provistos de alimentos y agua, y enviarlos al mar de las turquesas, de donde nunca más regresaran. Pero quedaba el problema de los dioses del trueno y de la lluvia.

Conscientes de que nada podían hacer contra las divinidades que causaban tales estropicios naturales, los sabios sacerdotes y los principales señores totonacas decidieron adoptar a los dioses, venerarlos y rendirles pleitesía,  para evitar su furia vengadora se hicieron sus fieles.

En el mismo sitio donde estaba la cueva, el templo, y los dioses del trueno y la lluvia, los totonacas levantaron otro magnífico templo, la Pirámide del Trajín, que en lengua totonaca significa el “lugar de las tempestades”.

A los dioses del trueno de de la lluvia, se les rezó durante trescientos sesenta y cinco días, que es igual al número de nichos con que cuenta este magnífico templo, para que durante todo el año se tenga buen tiempo y la lluvia caiga satisfactoriamente cuando llega el momento de regar las milpas. 

miércoles, 15 de abril de 2015

LOS PRIMEROS DIOSES



Los mas antiguos mexicanos creían en un dios llamado Tonacatecuhtli, quien tuvo cuatro hijos con su mujer Tonacacihuatl.


El mayor nació todo colorado y lo llamaron Tlantlauhqui.


El segundo nació negro y lo llamaron Tezcatlipoca. El tercero fue Quetzalcóatl. 


El mas pequeño nació sin carne, con los puros huesos, y así permaneció durante seis siglos.


Como era zurdo lo llamaron Huitzilopochtli. Los mexicanos lo consideraron su dios principal por ser el dios de la guerra.


Según nuestros antepasados, después de seiscientos años de su nacimiento, estos cuatro dioses se reunieron para determinar lo que debían hacer. 


Acordaron crear el fuego y medio sol, pero como estaba incompleto no relumbraba mucho.


Luego crearon a un hombre y a una mujer y los mandaron a labrar la tierra.


A ella también le ordenaron hilar y tejer, y le dieron algunos granos de maíz para que con ellos pudiera adivinar y curar. 


De este hombre y esta mujer nacieron los macehuales, que fueron la gente trabajadora del pueblo.


Los dioses también hicieron los días y los repartieron en dieciocho meses de veinte días cada uno. De ese modo el año tenía trescientos sesenta días. 


Después de los días formaron el infierno, los cielos y el agua. En el agua dieron vida a un caimán y de él hicieron la tierra.


Entonces crearon al dios y a la diosa del agua, para que enviaran a la tierra las lluvias buenas y malas. Y así fue como dicen que los dioses hicieron la vida.

LA SIRENA Y TAQSJOYUT



Un día la Sirena, que vivía en el mar, salió a pasear a la Tierra.

En todas las casas por las que pasaba pedía hospedaje, pero nadie la aceptaba.

En el quinto pueblo al que llegó la aceptaron en una casa.

Agradecida, la Sirena le pidió a la dueña una jarra para ayudarla a acarrear agua, y le solicitó que una sus hijas le indicase donde estaba el pozo.

Cuando llegaron la Sirena le dijo a la niña que no tuviera miedo de lo que iba a presenciar. Tomó la jarra, la echó al pozo e inmediatamente el agua se arremolinó, salió un arcoíris y el viento se levantó.

Entonces, la Sirena se arrojó al agua. La niña corrió a la casa a buscar a su padre.

Cuando ambos llegaron al pozo vieron que el agua estaba arremolinada y lodosa.

El padre, al darse cuenta de que se trataba de la Sirena, fue a buscar al presidente del pueblo. Llegaron al pozo acompañados de toda la comunidad y se dieron cuenta de que se había convertido en una laguna.

Acudieron a los adivinos para que les dijesen cómo podían sacar a la Sirena del agua, pero éstos se declararon incapaces y remitieron al presidente y compañía, con el sacerdote del pueblo.

El sacerdote efectuó una misa cerca de la laguna, pero la Sirena no salió.

El presidente decidió ir a consultar con el mejor adivino. El adivino sacó sus cristales mágicos y confirmó que la Sirena se encontraba dentro de las aguas. Se puso a la orilla del pozo y rogó a la Sirena que saliese.

Ella vaticinó que al final del año habría un tremendo diluvio que terminaría con la Tierra. Les dijo que saldría si le traían doce pollitos, trece gallos, doce guajolotes, trece guajolotes, doce puercas, trece puercos, doce muchachas y trece muchachos.

Las personas, muy asustadas, decidieron ir a consultar a los Truenos para que las ayudasen, pero los Truenos respondieron que la Sirena era una compañera y que nada podían hacer para que saliera, pero si Taqsjoyut, El Hombre que Come Brasas, les ayudaba, ellos desatarían al Relámpago para que lloviera. Cuando fueron a verlo, Taqsjoyut les dijo que cuando sacara del agua a la Sirena la Tierra iba a temblar muy fuerte, pero que no debían asustarse.

Taqsjoyut dio cita a los Truenos en la cima de una colina en donde se encontraba un árbol enorme. Al llegar los Truenos se posaron en las ramas del árbol. Durante una hora discutieron lo que debían hacer.

Al término, ordenaron a las personas que buscaran dos cargas de leña, les prendieron fuego, hasta que no quedaron sino pequeñas brasas.

Taqsjoyut tomó las brasas de la primera carga de leña y se las tragó; a continuación se revolcó en las brasas de la segunda carga y todo el cuerpo se le incendió.

Mientras tanto, se escuchaban fuertes tronidos y la lluvia caía a torrentes.

Taqsjoyut dio tres saltos y se arrojó al pozo. Al sentir el agua caliente la Sirena gritaba que no quería salir, pero el pozo acabó por secarse; entonces, Taqsjoyut la tomó de su trenza, la amarró y la sacó fuera del pozo. Hecho lo cual, El hombre que Come Brasas, se fue volando a su casa.

En agradecimiento, toda la población le obsequió con pollos, guajolotes, ranas, y demás animales comestibles.