jueves, 31 de marzo de 2016

EL CRISTO NEGRO



Hace muchos años, allá por el lejano siglo XVII, en la zona de Valle de Bravo, en el Estado de México, había dos pueblos de indios que se encontraban en continuo pleito.

La causa del los conflictos se debía a límites territoriales. Un grupo pertenecía al pueblo de La Peña, y el otro a Ahuacatlan.

En cierta ocasión llegó a la Hacienda de San Gaspar un arriero, quien les ofreció en venta a los jornaleros de La Peña que laboraban ahí, una imagen de Jesucristo de tres que estaba vendiendo.

Era un hermoso Cristo blanco como la nieve, de tamaño casi natural y muy bien esculpido. Se trataba de una imagen muy bella.

Pero a los trabajadores no les interesó en lo más mínimo la escultura. Sin embargo, el arriero dijo que se los dejaba para que lo admiraran y pensaran en comprarlo, y que regresaría al siguiente día. Pero el hombre nunca volvió.

Con el tiempo los indios se acostumbraron al Cristo y empezaron a venerarlo.

Tanto les gusto que le pidieron al dueño de la hacienda que les concediese un día al año para festejarlo con danzas, música, pulque y comida.

Pero cada año la fiesta dedicada al Cristo se volvía una revolución, pues el alcohol volvía locos a los indios y se tornaban muy irrespetuosos con los patrones.

Entonces, el dueño de la Hacienda de San Gaspar les anunció a los creyentes que podían seguir venerando al Cristo, con la condición de que edificaran una ermita que estuviera lejos de la hacienda, para no oír y sufrir tanto alboroto.

Los indios edificaron una iglesia de carrizo y zacate, y allí llevaron la imagen del Cristo.

Un día 3 de mayo, cuando se encontraban en la ermita celebrando la fiesta de la Santa Cruz, los de Ahuacatlan les cayeron encima y los atacaron. 

Se formó una batalla espantosa, todos estaban borrachos y no sabían ni lo que hacían.
De repente, la ermita empezó a arder y se quemó completamente. Al Cristo no le pasó nada, pero quedó completamente negro.

Espantados, los indígenas llamaron a un misionero para que les explicara lo que había pasado, el fraile, muy en su papel, les explicó que el hecho había sido una advertencia de Dios que estaba cansado de tanta borrachera y tanto pleito entre los dos bandos, que les pedía que cesaran los conflictos y que era necesario de que en el Valle de Temascaltepec reinara la paz y la armonía.

Asustados, los belicosos llevaron al Cristo a la Capilla de El Calvario, que había sido construida por los frailes de Ahuacatlán y dedicada a la Asunción de la Virgen María, para que ahí se quedase el Cristo Negro Señor de Santa María.

miércoles, 30 de marzo de 2016

CUAUCÓHUATL




Cuaucóhuatl y Axolohua fueron pasando y miraron mil maravillas allí entre las cañas y las juncias. 

Ese había sido el mandato que les dio Huitzilopochtli a ellos que eran sus guardianes, eran sus padres los dichos. 

Lo que les dijo fue así: - “En donde se tienda la tierra entre cañas y entre juncias, allí se pondrá en pie, y reinará Huitzilopochtli.”

Así por su propia boca les habló y esta orden les dio. 

Y ellos al momento vieron: sauces blancos, allí enhiestos; cañas blancas, juncias blancas, y aun las ranas blancas, peces blancos, culebras blancas: es lo que anda por las aguas. 

Y vieron después donde se parten las rocas sobrepuestas, una cueva: cuatro rocas la cerraban. Una al oriente se ve, nada de agua tiene, es sin agua que se agita.

La segunda roca de la cueva ve al norte: se ve que está sobrepuesta, y de ella sale el agua que se llama agua azul, agua verdosa. 

Cuando esto vieron los viejos se pusieron a llorar. 

Y decían: - ¿Con que aquí ha de ser?

Es que estaban viendo lo que les había dicho, lo que les había ordenado Huitzilopochtli.

Es que él les había dicho: -“Habéis de ver maravillas muchas entre cañas y entre juncias.”

¡Ahora las estamos mirando – decían ellos –, y quedamos admirados!

¡Cuán verdadero fue el dicho, bien se realizó su orden!  Van a buscar a los mexicanos y les dicen:- “Mexicanos, vamos, vamos a admirar lo que hemos contemplado. Digamos al Sacerdote: él dirá qué debemos hacer.”

Fueron a Temazcatitlan y allí se detuvieron. Por la noche vinieron a ver, vieron a mostrarse unos a otros y era el sacerdote Cuauhtlaquezqui, que es el mismo Huitzilopochtli.

Dijo él: - Cuaucóhuatl, ¿habéis visto allí todo lo que hay entre cañas y juncias?

¡Aún resta ver otra cosa! No la habéis visto todavía.

Id y ved un nopal salvaje: y allí tranquila veréis un águila que está enhiesta. Allí come, allí se peina las plumas, y con eso quedará contento vuestro corazón: ¡allí está el corazón de Copil que tú fuiste a arrojar allá donde el agua hace giros y más giros! Pero allí donde vino a caer, y habéis visto entre los peñascos, en aquella cueva entre cañas y juncias, ¡del corazón de Copil ha brotado ese nopal salvaje! ¡Y allí estaremos y allí reinaremos: allí esperaremos y daremos encuentro a toda clase de gentes!

- Nuestro pechos, nuestra cabeza, nuestras flechas, nuestros escudos, allí les haremos ver: a todos los que nos rodean allí los conquistaremos! Aquí estará perdurable nuestra ciudad de Tenochtitlan! El sitio donde el águila grazna, en donde abre las alas; el sitio donde ella come y en donde vuelan los peces, donde las serpientes van haciendo ruedos y silban! ¡Ese será México Tenochtitlan, y muchas cosas han de suceder!”

- Dijo entonces Cuauhcóatl: - ¡Muy bien está mi señor sacerdote: 

¡Lo concedió tu corazón: vamos a a hacer que lo oigan mis padres los ancianos todos juntos! 

Y luego hizo reunir a los ancianos todos Cuaucótal y les dio a conocer las palabras de Huitzilopochtli. 

Las oyeron los mexicanos. Y de nuevo van allá entre cañas y entre juncias, a la orilla de la cueva. 

Llegaron al sitio donde se levanta el nopal salvaje allí al borde de la cueva, y vieron tranquila parada el Águila en el nopal salvaje: allí come, allí devora y echa a la cueva los restos de lo que come. 

Y cuando el Águila vio a los mexicanos, se inclinó profundamente. 

Y el Águila veía desde lejos. 

Su nido y su asiento era él de cuantas finas plumas hay: plumas de azulejos, plumas de aves rojas y plumas de quetzal. 

Y vieron también allí cabezas de aves preciosas y patas de aves y huesos de aves finas tendidos en la tierra. 

Les habló el dios y así les dijo: 

- Ah, mexicanos: aquí sí será! ¡México es aquí! Y aunque no veían quién les hablaba, se pusieron a llorar y decían: - ¡Felices nosotros, dichosos al fin: hemos visto ya dónde ha de ser nuestra ciudad! ¡Vamos y vengamos a reposar aquí!



martes, 29 de marzo de 2016

TLACANEXQUIMILLI



En el México antiguo existía un espíritu llamado Tlacanexquimilli. Era como un bulto de cenizas, un muerto amortajado, no tenía puestos los pies ni la cabeza, pues andan rodando por el suelo y emitiendo terribles gemidos que ponían los pelos de punta. Se creía que este espíritu era una ilusión de Tezcatlipoca.

Aquel que tenía la desgracia de verlo, daba por seguro que pronto moriría, bien en la guerra bien de enfermedad. Y tal era la magnitud del miedo que sentía que irremediablemente moría.

Si el Tlacanexquimilli se le aparecía a un valeroso soldado, le decía: ¿Quién eres tú?, ¡Háblame, mira no me dejes de hablar que ya te tengo asido, y no te tengo de dejar! Entonces, el guerrero le preguntaba al espíritu lo que deseaba, que se lo dijera porque ya lo tenía atrapado.

El espíritu preguntaba a su vez que era lo que le daría el guerrero, quien le ofrecía una espina. Tlacanexquimilli la rechazaba alegando que una espina no valía nada.

Pero el guerrero insistía: le ofrecía dos, tres, hasta cinco espinas; el espíritu las aceptaba y el guerrero se iba muy contento, pues era creencia generalizada que si el Tlacanexquimilli se le aparecía a los guerreros, estos tendrían buena fortuna en la vida, siempre y cuando no lo soltaran.

Así pues, el guerrero se iba muy contento, pues había oído las sabias palabras que aún resonaban en sus oídos: ¡Te doy toda la riqueza que deseas. Para que seas próspero en el mundo!

lunes, 28 de marzo de 2016

UN LADRÓN ENGAÑADO



Una vez un niño nació en la capilla de una casa en Tepepantzin, Puebla. Era un niño extraño que nunca dormía.

Cuando su papá lo llevaba al campo hacía gala de mucha energía y agilidad: se subía a los árboles, a las peñas y se columpiaba sobre los barrancos.

El papá era carbonero y cuando le decía al muchacho que le acompañara al bosque a hacer el carbón, siempre se negaba y decía que mañana iría y se iba tranquilamente a pasear.

Sin embargo, un día, cuando el padre despertó para irse a fabricar carbón, vio que ya estaba hecho y los troncos carbonosos ardían.

Le preguntó a su hijo cómo lo había hecho y éste le respondió que solito había aprendido.

Cuando el joven se ponía a hacer el carbón lo hacía muy rápido y después se iba a pasear.

Con los años, el muchacho creció y llegó a la edad  de veinte años. Se convirtió en redomado ladrón que iba a las tiendas del pueblo y las saqueaba. En el poblado le empezaron a  apodar El Pillo. No conforme con robar las tiendas de Tepepatnzin, se iba hasta la ciudad de Puebla a llevar a cabo sus fechorías.

Una vez se robó una campana y se la puso de sombrero. Todo lo que hurtaba lo guardaba en una cueva del cerro por Huetziatl.

Pero además de ladrón a El Pillo le gustaba engañar a las personas. Por ejemplo, si encontraba tirado un hueso de caballo lo se convertía en un bello animal brilloso  de largas crines.

Cuando algún jinete se acercaba El Pillo le decía que quería cambiar su caballo por el que traía el caballero. Al ver lo bello que era el caballo de El Pillo, todos aceptaban. Un día le cambió el caballo a un señor y le dijo que no lo montara hasta dentro de un rato.

Pero cuando llegó a su casa el caballo se le desbarató al pobre hombre.

Cansados de tantos robos, un día los soldados le persiguieron para meterlo a la cárcel. El Pillo se metió a una iglesia.

Cuando los soldados entraron al recinto sagrado, solamente vieron a una pobre anciana desdentada que rezaba hincada. Cuando la vieron, le preguntaron si había visto a El Pillo, pero la mujer contestó que no. Otra mujer que observaba la escena, les indicó a los soldados que la viejecita era nada menos que el ladrón tan buscado.

El Pillo salió huyendo hacia el cerro donde se escondió en una cueva. Vistió a un maguey con sus ropas y le agregó una vara de chinamite, a manera de fusil. Los soldaos al verlo le dispararon hasta agotar municiones pero nunca lo lograron matar, pues sólo se trataba de un maguey.

Un día, se robó a una muchacha y se puso a vivir con ella. Tuvieron un hijo que prometía ser peor que el padre.

Pero como no era lo que El Pillo deseaba, con un cuchillo le abrió el vientre a la mujer y le sacó al nene. Ambos murieron.

Cansado de tanta maldad, un cierto día El Pillo se entregó a los soldados y les dijo que lo mataran y lo cortaran en muchos pedazos, tantos que no pudiera volver a unirse y seguir robando y engañando.

Así se hizo: mataron al ladrón, lo cortaron en muchos pedazos, los enterraron muy lejos uno del otro y  santo remedio, nunca más volvió a aparecer El Pillo, y todos descansaron de sus fechorías.



LA INDIA CHICHIMECA



Antes de que Aguascalientes se convirtiera en la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes, por Cédula Real de 1575, una pareja de indios chichimecas vivía en un jacal, en lo que hoy en día es el Jardín de Zaragoza.

La pareja había procreado una niñita que a la sazón contaba con nueve años de edad; la niña era bonita y muy alegre.

La pareja veneraba al dios de los mercados a quien consideraba su protector; en cambio la niña sentía una fuerte inclinación por Chulinche, el dios ciego, quien, a su vez, quería a la jovencita.

Cuando sus padres murieron y quedó sola, Chulinche envió un mensajero para que velara por la joven, y le advirtió que siempre la cuidaría y que le dijese que es lo que quería porque se lo concedería hasta que muriese.

Pero la joven enfermó de la cabeza, desvariaba y hablaba mucho.

El dios Chulinche viendo lo enferma que estaba la niña, les pidió a los otros dioses que le ayudaran a sanarla. Los dioses atendieron a la petición de Chulinche, pero con la condición de que la muchachita tendría la tarea de poblar todo el territorio por donde vivía.

Al oír la condición la joven se dirigió al adoratorio doméstico que tenía en el jacal, para aprestarse para cumplir su tarea, y recoger sus libros donde anotaba los sucesos importantes; sin embargo, el dios la atajó y le comunicó que aún no había llegado el tiempo de hacerlo, que él le avisaría cuando fuera llegado.

La india insistió alegando que mientras más pronto cumpliera lo ordenado, mejor sería, pero el dios le reiteró que debía aguardar.

La muchacha obedeció, volvió a su casa y se dedicó a escribir en sus libros el proyecto que tenía pensado para poblar tan vasto territorio. Una vez terminado su proyecto se lo mostró al dios Chulinche quien lo aprobó.

En seguida se puso manos a la obra y elaboró muchos muñecos de barro, para darles el aliento de la vida y poblar toda la región de la actual Zaragoza. Cuando los hombres surgieron veneraron a la india que era muy buena con ellos, la consideraban una diosa más, y la consentían con ofrendas de miel y leche. Pasado el tiempo, la india-diosa murió; los hombres le organizaron rosarios, se clavaron espinas de maguey en las rodillas como sacrificio en su honor, y ayunaron comiendo solamente un poco de queso y miel.

Asimismo, a la primera calle que se formó en el poblado, le dieron el nombre de la india, que hoy es una calle que se puede ver al final de la Calle Juárez.




sábado, 26 de marzo de 2016

EL HOMBRE MÁS RICO DE LA NUEVA ESPAÑA



En un año no muy seguro 1699 o 1700, y en un lugar no muy seguro: Aragón, España, o Bearne, Francia nació Joseph Gouaux de Laborde Sánchez, para nosotros José de la Borda.

Fue hijo de un oficial del rey Luis XIV de Francia llamado Pierre Laborde, y de una mujer de nombre Magdalena Sánchez.

Don José decidió viajar a México invitado por su hermano, Francisco que le decían, para que le ayudase a trabajar en la mina llamada La Lajuela, situada cerca de Taxco, Guerrero, en un pueblo de nombre Tehuilotepec, zona fabulosamente rica en metales como la plata, el oro y el hierro.

Hacia el año de 1720, don José decidió casarse con su cuñada, una joven de nombre Teresa Verdugo.

El matrimonio procreó un hijo y una hija, quien murió siendo todavía una niña.

José se quiso independizar de su hermano y decidió probar fortuna en Tlalpujahua, donde fundó una mina.

Poco tiempo después, en 1738, su hermano se murió y le heredó, entre otras cosas, la mina de La Lajuela, que le produjo mucho más dinero, lo cual le permitió edificar el famoso Templo de Santa Prisca, cuya construcción duró siete años y medio, y donde oficiaba su hijo Manuel.

Se empleó el churrigueresco y su capilla fue totalmente decorada con azulejos de talavera. Su retablo mayor fue dedicado a la Purísima Concepción y a los santos patronos de Taxco; a saber, Santa Prisca y San Sebastián.

Como La Lajuela estaba ya bastante explotada y a punto de agotarse, don José tuvo la suerte de encontrar otra a la que llamó San Ignacio, que no duró en explotación muchos años: nueve.

El buen hombre estaba casi en la quiebra, por lo cual tomó la decisión de ir a Zacatecas para trabajar en la mina La Quebradilla, lo cual no le sacó mucho de apremios, y así decidió invertir todo lo que la quedaba en  la mina La Esperanza, cuya explotación le convirtió en el hombre más rico de Zacatecas, ciudad de la cual fue nombrado regente.

Para 1776, Borda se encontraba muy envenenado por mercurio, a más de padecer otras enfermedades, por lo cual su hijo clérigo le convenció de irse a refugiar a su casa de Cuernavaca, donde él mismo residía.

Dos años después don José de la Borda murió.

La fortuna de este minero alcanzó la fabulosa suma de cuarenta millones de pesos, que le convirtió en el hombre más rico del Virreinato de la Nueva España.





miércoles, 23 de marzo de 2016

RIPIWIRI



Había una vez un jovencito tarahumara que se llamaba Flecha Dorada.

Tenía solamente diez y seis años. Vivía con sus padres y tres hermanos en Guachochi.

Junto con su familia, el muchachito se dedicaba a trabajar la tierra, la cual cada vez producía menos, lo indispensable para mal comer y vender algo en el mercado.

En cierta ocasión iba por las afueras del pueblo caminando a eso del mediodía, cuando de pronto sintió un ramalazo de viento, un terrible remolino que envolvió toda su persona.

En seguida supo que algo muy malo le había ocurrido. A los tres días el cuerpo le dolía terriblemente, y una fuerte sensación de frío le recorría el mismo.

Empezó a adelgazar de manera alarmante, se quedó casi en los huesos. Su madre, doña Juana, supo en seguida que se trataba del Ripiwiri, que le había agarrado con mucha fuerza, precisamente porque lo había atacado a mediodía.

La afligida madre acudió con el owirúame, el curandero, porque le veía tan mal que temió perder a su hijo.

El owirúame, recurriendo a los sueños adivinatorios y a los síntomas que presentaba Flecha Dorada, pronto dio con la causa de la enfermedad. Entonces, procedió a su curación.

Le dio un buen baño de asiento; sobre piedras calientes calentó hojas de sabino, envolvió al enfermito en gruesas frazadas para que sudara el mal sentado en un banco, y luego le bañó con una agua de palo asárowa.

Le dio a beber tesgüino, y repitió el tratamiento durante tres días consecutivos. 

Pero Flecha Dorada seguía muy mal. Ni mejoraba con el tratamiento. Y así siguió enfermo durante cuatro años. El curandero había fracasado.

Pudo más Ripiwiri, el mal remolino que acabó truncando la vida del joven tarahumara.
Cuando murió, el cadáver de Flecha Dorada parecía que había sido completamente aplastado.

martes, 22 de marzo de 2016

LA INDIA CURIOSA



Había una vez una india maya que era muy curiosa, vivía cerca de la pirámide de Uxmal, donde se veneraba a Chaac, el dios del agua, motivo de su curiosidad. Un día ya no pudo más y entró en el templo.

Al entrar se encontró con una señora muy bien ataviada quien, indignada, la amonestó por haber profanado un lugar al cual sólo podían entrar los muertos. La muchacha se llevó tal susto al verla, que se quedó muda.

En eso, se oyeron unos terribles ruidos y gruñidos que repercutieron en todo el templo. La señora le dijo a la muchacha que eran sus hijos, los Vientos, que regresaban del viaje que habían emprendido, y le indicó que se escondiese en una tinaja para que no la vieran.

En seguida, los Vientos llegaron a la cámara en que se encontraba su madre. Venían de muy mal humor porque tenían un hambre voraz.

Se pararon en seco y, dirigiéndose a su progenitora, le dijeron: -¿Qué es ese olor a carne humana que percibimos? La madre les respondió que estaban equivocados, que el olor era el que se desprendía de la tierra.

Pero los Vientos insistieron diciendo que se trataba de olor a carne humana y, prestos, se pusieron a registrar el lugar.

La mujer, sumamente enojada, cogió un látigo y empezó a pegarles para que se fueran.

Los Vientos formaron un remolino y se fueron. La india curiosa aprovechó ese momento para salir de su escondite, pero en seguida se topó con siete espeluznantes serpientes que la amenazaban.

Entonces, la señora le dijo: -Niña, tu inocencia te ha salvado de morir.

Te voy a convertir en una tortolita para que puedas salir, y considérate con mucha suerte porque de este templo ningún ser humano ha salido vivo.

Cuando llegues a las escalinatas, te  volverás a convertir en mujer; encontrarás una jícara de atole, bébelo, y nunca más vuelvas a aparecerte por aquí.

Así fue como se salvó la india curiosa de ser devorada por los terribles Vientos.

lunes, 21 de marzo de 2016

LAS BOTAS EN EL PATIO DE LA ESCUELA



Orizaba ciudad situada en el centro del estado de Veracruz, cuenta con la Alameda Central, fundada en 1854, uno de los paseos más socorridos de los orizabeños donde acuden a relajarse y a pasar un buen rato.

Frente a la Alameda se encuentran dos escuelas muy conocidas. Los sábados, en una de ellas, se impartían clases de inglés.

En una ocasión la maestra de inglés, junto con su grupo, estaba esperando que abrieran el salón de clase. Todos se encontraban en el patio, cuando de pronto escucharon el sonido de unos pasos, pero no vieron a nadie.

Siguieron aguardando, y los pasos se repitieron. Al principio pensaron que se trataba de una broma, pero al volverlos a oír, decidieron ir a ver de dónde provenían. Buscaron y buscaron, pero no había nada ni nadie.

Su búsqueda les llevó hasta la barda de la escuela, donde se detuvieron a conversar acerca de lo ocurrido.

En esas estaban cuando volvieron a escuchar los misteriosos pasos y al levantar la vista, vieron un par de botas militares que caminaban sobre el filo de la barda. Ante tal visión, se asustaron mucho y se agacharon en el suelo.

Unos a otros se miraban muertos de miedo, cuando, repentinamente, las botas empezaron a bajar de la barda, para dirigirse a un tronco muy grueso que estaba tirado en el suelo y desaparecieron.

Tirados en el pasto y temblando de terror, los encontró el portero, el encargado de abrirles el salón.

Cuando le vieron, le contaron lo que habían visto, y esperaron con paciencia sus burlas. Sin embargo, el portero no se río ni se burló.

Les dijo que era muy frecuente que en ese lugar sucedieran cosas sorprendentes que nadie se explicaba. Y que él había visto tantos sucesos misteriosos que ya ni miedo tenía.

Aunque no todas las personas le creían y muchos le consideraban loco de atar. Pero esta vez les había sucedido a la maestra y los alumnos y no dudarían de sus palabras.

Desde entonces, todo Orizaba cree en las apariciones del patio de la escuela y en las botas militares que caminan solas sobre la barda.




sábado, 19 de marzo de 2016

MARICARMEN Y LA MORONGA



En la época del virreinato de la Nueva España, vivía en el poblado de Coyoacán una pareja de jóvenes que llevaban poco tiempo de haberse casado.

La mujer era sumamente bella, rubia, delgada y de ojos zarcos. El hombre no le iba a la zaga, pues también era bello como un dios griego.

Ni que decir tiene que formaban una pareja sin igual.

En cierta ocasión, un amigo del esposo le preguntó al joven Daniel cómo se encontraba su esposa, a lo que el aludido respondió que se encontraba muy bien, y no solamente gozaba de excelente salud, sino que también Maricarmen cocinaba excelentemente, pero que sin embargo no estaba conforme con el hecho de que desde que se habían casado siempre le preparaba moronga para desayunar.

Se despidieron los amigos afectuosamente, pero el amigo que era también su compadre, se quedó muy preocupado por la respuesta de Daniel.

Al siguiente día le fue a buscar y le dijo: – ¡No quiero preocuparte, Daniel, pero yo siempre he sabido que la moronga es mala, que hace daño comerla, máxime que tú la estás comiendo a diario. Pregúntale a tu mujer.

Daniel, en cuanto llegó a su casa le preguntó a Maricarmen por qué le daba siempre a comer moronga en el desayuno.

Muy tranquila la joven le respondió que como su padre era dueño de un rastro, las sobras de la carne que quedaba se la repartían entre los hermanos: a unos les tocaban las patas, a otros las vísceras, y a ella la sangre de los animales que descuartizaban. La respuesta conformó a Daniel.

Al otro día, el compadre volvió a buscar a Daniel y, muy asustado le dijo que se había enterado de que Maricarmen era bruja, y por eso nadie había querido casarse con ella.

Entonces, le aconsejó a Daniel que la espiara, para saber de dónde sacaba la sangre para hacer la famosa moronga.

Daniel se forzó a no dormir esa noche. Muy tempranito por la mañana, vio que su mujer se levantaba de la cama e iba a la cocina.

Al llegar al fogón, la mujer empezó a quitarse la piel y se convirtió en una bola de fuego. Daniel contuvo un grito de horror, y corrió a ver a su compadre para contarle lo que había visto hacer a Maricarmen.

Después le llevó hasta la cocina de su casa para que viera la piel de su esposa-bruja. Entonces dijo: -¡Daniel, es necesario que quememos esa piel, así la mujer no podrá regresar e impediremos que siga matando niños para obtener su sangre.

Cuando la bruja regresó y no encontró su piel, se puso histérica y asustada, pues ya empezaba a amanecer y no encontraba su piel sin la cual no podría vivir.

Efectivamente, cuando los rayos del Sol entraron en la cocina, Maricarmen al pueblo de Coyoacán de una espantosa bruja asesina.

viernes, 18 de marzo de 2016

CHUCHO EL ROTO



Chucho el Roto, cuyo nombre fue Jesús Arriaga, nació en Santa Ana Chiautempan. Tlaxcala, en la Calle del Gallito, en 1858.
Chucho fue un famoso ladrón que se inició en la carrera de malviviente a causa de un hombre rico que le envió a presidio cuyo nombre fue don Diego de Frizac, por haberse enamorado de la señorita Matilde de Frizac, sobrina del millonario.
En el año de 1885, se fugó de la cárcel de San Juan de Ulúa situada en una isla frente al Puerto de Veracruz. 
Chucho y Matilde tuvieron una hija llamada María de los Dolores cuando él ejercía el oficio de carpintero. Al descubrirse el hecho la familia Frizac lo amenazó de muerte, y aun Matilde le rechazó por temor a la cólera de su tío.
Acongojado, Chucho se raptó a la pequeña, fue hecho prisionero y encerrado en la Cárcel de Belem de la Ciudad de México, de donde fue llevado a San Juan de Ulúa.
Para cometer sus robos, Chucho el Roto se vestía de manera elegante, razón por la cual le apodaron “el roto” (petimetre). Contaba con varios cómplices, La Changa, Juan Palomo y Lebrija, quienes le ayudaban a efectuar sus robos. Gran parte de lo robado Chucho lo regalaba a los pobres que le querían mucho.
Nueve años después de escapar, fue apresado durante su último robo, en las Cumbres de Maltrata, Veracruz.
De vuelta a San Juan de Ulúa quiso volver a escapar, pero la traición de su compañero de celda Bruno, truncó sus intenciones. Herido por una certera bala, fue recapturado.
El coronel Federico Hinojosa, director del penal, mandó que se le diesen cien azotes llamándole “desgraciado”, a lo que Chucho respondió: -¡No puede ser desgraciado el que roba para aliviar el infortunio de los desventurados! Entonces, el coronel ordenó trescientos azotes.
En San Juan le metieron a una celda de castigo, El Limbo, donde el verdugo El Boa le azotó.
De El Limbo fue trasladado al Hospital Marqués de Montes, donde murió el 25 de marzo de 1894. Contaba con treinta y seis años de edad. Su cuerpo fue trasladado a México  y recibido por su hermana, Matilde y su hija Lolita. Cuando abrieron el ataúd sólo encontraron piedras.