En la ciudad de Oaxaca vivía
una familia que se apellidaba Solana y Gutiérrez. Esta familia era española.
Tenían una fábrica de
hilados en la ciudad llamada San José, y una tienda grandísima de telas,
atendida por empleados y por los mismos dueños.
Era una familia muy querida
porque era caritativa. Los viernes acostumbraban darles comida, ropa y dinero a
todos los pordioseros de la ciudad: hombres, mujeres, jóvenes y viejos.
Los pordioseros iban pasando
a la casa donde se les servía comida y salían con su tambachito de ropa o de lo
que les dieran.
La señora era muy bonita y
las hijas también. Había una especialmente bonita. No recuerdo si era la más
chica de ellas, porque había hombres y mujeres.
En una ventana que daba a la
calle, para que uno pudiera ver si pasaba por delante, tenían en una repisa una
fotografía de ella siempre con una veladora y flores.
Esa señorita se había
suicidado. Había muchas versiones: que si una decepción amorosa, que si una
enfermedad… no sé si se supo la verdad, sólo se sabía que se suicidó.
Pasaron los años. En una
ocasión un taxista pasó por enfrente de la puerta del Panteón General, el más
grande de Oaxaca. Eran las seis de la tarde.
En aquel entonces, en
provincia, era como si fueran las diez u once de la noche.
Cuando el taxista pasó por
ahí, vio a una señorita muy elegantemente vestida, con sombrero, bolsa, y
guantes que le hizo la parada y le dijo – Me hace el favor de llevarme a las
iglesias que le voy a decir. – Sí, está bien. – Lléveme primero a la Compañía,
dijo la joven. El chofer la llevó. Ella se bajó del coche, entró a la iglesia,
y al rato salió – Ahora me lleva a Santo Domingo. Y así el taxista la
llevó a varias iglesias. Le dijo al chofer: – Ahora lléveme a donde me levantó.
Y el chofer la llevó otra vez a la puerta del Panteón. Cuando llegaron le dijo
al taxista: – Mire, no tenga desconfianza, no tengo dinero para pagarle, pero
lleve esta tarjeta a la tienda de los Gutiérrez, preséntela ahí a mi papá o a
mi hermano, ellos le pagarán inmediatamente.
Al chofer no le quedó más
remedio que agarrar la tarjeta. Al otro día se presentó en la tienda de los
señores de Solana y Gutiérrez. Se acercó un joven y le dijo: – ¿Señor, qué se
le ofrece? – Mire señor, ayer por la tarde levanté a una señorita en la calle,
en la puerta del panteón, y me hizo que la llevara a estas iglesias. Fue un
recorrido de tanto tiempo, me debe tanto.
Pero la señorita me dijo que
no tenía efectivo para pagarme, me dio esta tarjeta para que se las presentara
a ustedes, y que cualquiera de ustedes me pagaría. Al muchacho se le fue el
color y dijo: – ¿Está usted seguro. – Sí, señor, ¿usted conoce a la persona que
me dio la tarjeta? – ¡Sí, cómo no! Pase por acá. Lo pasó al despacho de su
papá, y le dijo – Lea esto, padre, ¿conoce la letra? – Sí, claro. – Padre, el
señor viene a cobrar por las dejadas.
Los dos se quedaron
callados. Entonces el papá le dijo al taxista: – Mire, señor, no se asuste, ni
se preocupe por su dinero que se le debe se le va a pagar. Sólo que dudábamos,
porque la persona que usted levantó lleva muchos años muerta.
No se asuste, no se espante,
si algo más se le ofrece con todo gusto nosotros solventamos sus gastos.
Le pagaron al taxista, y le
dijeron que fuera a ver a un médico, porque se puso a temblar. Cuentan que se
enfermó.
Los familiares de la
señorita le costearon los servicios médicos. Fue una sensación en la ciudad de
Oaxaca en aquel entonces, pues fue un hecho verídico, porque la señorita
existió y era de una familia muy conocida en la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario