En
la Ciudad de México, en el último piso de un antiguo edificio de cinco pisos,
vivía una señora que te tenía un esposo, dos hijos y una hija. El padre de
familia enfermó y la mujer quedó viuda. Como se sentía muy sola inició
relaciones con un hombre que llevó a vivir a su casa. Al principio todo iba de
maravilla. El amante era bueno con los niños y todos estaban contentos. Sin
embargo, no todo era perfecto, ya que el hombre era alcohólico y cuando agarró
confianza empezó a beber en demasía.
Entonces todo se convirtió
en un infierno, porque el tipo se emborrachaba todos los días y golpeaba sin
piedad a su querida y a los tres hijos. La hija menor, la preferida de la
mujer, trataba de detener al bruto que maltrataba a su madre y a sus hermanos,
pero nada conseguía, pues el señor era grande y muy fuerte. Esta situación de
alcohol, golpes, groserías y malos tratos tenía ligar varios días a la semana.
Como el tipo tomaba tanto
no había trabajo que le durara, por lo cual la situación económica de la
familia era sumamente precaria, y lo poco que ganaba se lo gastaba en bebidas
en su cantina favorita, donde no faltaban amigos que lo convidaran a beber.
En
una ocasión, el borracho estaba sin un centavo y con unas ganas locas de beber.
En su desesperación arremetió como nunca contra su amasia: la golpeó y la
pateó. La niña como pudo trató de detenerlo, pero lo único que logró fue que le
pegase con mayor saña, como nunca antes lo había hecho. La madre, desesperada,
le rogaba que se detuviera, pero mientras más suplicaba más se ensañaba el
borracho. Estaba tan furioso contra la pobre niña que defendía a su madre que
en un arranque de odio infinito tomó a la criatura en sus brazos y la arrojó
por la escalera.
La pequeña murió
inmediatamente y la madre la tomó en sus brazos llorando desesperadamente. Al
ver lo que había sido capaz de hacer, el asesino trató de huir, pero al final
no lo hizo, sino que tomó una cuerda y se ahorcó en una viga de la recámara.
Pasados los funerales, la familia restante decidió irse del departamento.
El fantasma de la niña se
quedó por siempre en la escalera: va vestida de negro y siempre sonríe. Se
convirtió en un espíritu bueno, pues cada vez que alguien sube la escalera lo
acompaña, cuidando que no vaya a dar un mal paso y se caiga y muera. Si alguien
llega a trastabillar, inmediatamente la niña le ayuda a recobrar el equilibrio
para que no caiga y se mate.
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