sábado, 30 de mayo de 2015

LA NOVIA DE CULIACÁN



Un domingo como a las 5 de la tarde caminaba por el centro cerca de la catedral de Culiacán, cuando en la otra acera vi a una mujer menudita con un rostro acariciado por el paso del tiempo, una mirada muy tierna y tan llena de esperanza que por momentos me parecía irreal, pero la cosa que me desconcertó y me llamo mas la atención era que venía portando un vestido de novia, todavía muy blanco, pero un poco deshilachado.

Como yo andaba sin prisas,  me que quede observándola hasta que entro a la catedral.

Soy curioso, me acerqué a un comerciante que estaba en la puerta de su negocio, y me conto esta historia:

Es Lupita Leyva Flores;  la novia de Culiacán. Unos cuentan que fue en los años cincuenta, pero realmente paso 1948.

La catedral de Culiacán se había llenado de los mejores arreglos florales, familiares y amigos  de la pareja abarrotaban el atrio, Lupita lucia esplendorosa, El sacerdote estaba  en  puerta de la iglesia esperando a recibir a los novios, pero el novio no llegaba, la gente como en estos casos le gustaba murmurar. 

De pronto, ¡llego!  El novio elegantemente entrando por la puerta principal, todo fue sonrisas y aplausos.

De pronto los aplausos se confundieron con dos disparos de revólver. El novio cayó  instantáneamente,  ensangrentado, desposándose con la muerte.

El mejor amigo de lupita -algunos dicen que por celos- hecho mano a su pistola y soltó los disparos mortales, para después salir corriendo.

Según cuentan lupita enmudeció al momento, sus ojos se engrandecieron y salieron dos grandes lágrimas, no podía creer, no quería creer.

Durante una semana lupita se quedo con la mirada fija y en silencio,  sus amistades preocupadas no la dejaron sola en todo este tiempo, pero lupita no reaccionaba.

Un domingo, exactamente a al cinco de la tarde, Lupita con la extrañeza de todas las personas que la rodeaban y cuidaban,  empezó tranquilamente  a ponerse su vestido de novia, se arreglo y emprendió de nuevo su camino hacia la catedral .

Un camino que volvió a recorrer durante más de veinticinco años, Lupita no quería renunciar a su felicidad, buscaba esa última esperanza de que dios no le podía negar la felicidad, de que ninguna tragedia había sucedido y que al llegar a la catedral ahí estaría su amado esperándola.

Así lupita hizo su camino todos los domingos a las cinco de la tarde a la catedral en busca de su esperanza.

Veinticinco años lupita no perdió su esperanza,  mas allá de lo racional, mas allá de de lo imposible mantuvo sus sentimientos y su lealtad, ¿irracional? cada quien juzgue. 

Entrañable para aquellos que durante años la miraron transitar por la Avenida Álvaro Obregón, Ángel Flores, Miguel Hidalgo, el Mercado Garmendia, el Hospital Civil, las tiendas de telas y mercerías, Guadalupe Leyva Flores ha jugado con el tiempo transcurrido, con esas calles.
  
Lupita murió en los años ochenta. No recuerdo la fecha.
  
Ella era Lupita Leyva flores, la novia de Culiacán, una historia, una leyenda.

viernes, 29 de mayo de 2015

LAS COSTILLAS DEL DIABLO



Cuenta una leyenda que el diablo se iba a llevar a su casa una piedra; después de que la hubo atado con mecates, trató de arrancarla del suelo de lava Volcánica donde estaba, pero fue tanto su esfuerzo que dejó marcadas las costillas, y al no poder cargarla antes de que el gallo cantara, la abandonó.

Otra leyenda asegura que existen túneles que van desde el Colegio Jesuita hasta distintas haciendas y parroquias de la periferia.

Asimismo, se habla de una campana encantada; al respecto, cuentan que cuando fueron colocadas las campanas en la torre grande, en 1762, una de ellas cayó y se hundió en el suelo, quedando allí encantada.

En 1914, cuando llegaron al pueblo los carrancistas, se dice que trataron de sacarla pero que fue inútil, ya que entre más escarbaban, aquella más se hundía.

Se habla también de que en los cerros hacen sus sesiones las brujas y que después salen a chupar la sangre de los niños pequeños, principalmente de aquellos que no están bautizados.

También se cuenta de un jinete vestido de negro, con botonadura de oro, que se aparece en algunos caminos, sobre un caballo negro, de cuyos cascos y cola salen chispas; aseguran que seduce con su riqueza a la gente codiciosa.

jueves, 28 de mayo de 2015

LA NOVIA DE BLANCO



En el año de 1863 vivía en la Villa de Patos, actualmente conocida como General Cepeda, en el estado de Coahuila, un apuesto militar muy enamorado de una joven que resaltaba por su increíble belleza.

El gallardo militar se encontraba a las órdenes del general Victoriano Cepeda, un destacado político y profesor que peleaba en contra de la Intervención Francesa.

Desde que los enamorados se habían comprometido en matrimonio, la muchacha estaba depositada en la casa de sus futuros padrinos de boda, como era la costumbre por aquellas lejanas épocas, en cuya casa debía permanecer hasta que el matrimonio se realizase.

En un rancho llamado San José del Refugio, tuvo lugar una batalla entre el Congreso y el Gobierno del estado.

El joven prometido acudió a la casa donde se encontraba su novia para avisarle que debía participar en la contienda, pero que regresaría a buen tiempo para la boda, y le pidió que estuviese preparada para su regreso.

Llegado el día de la boda, la joven se atavió con un albo y hermoso vestido, adornó su pecho con un collar de perlas, y sus pequeñas orejas con aretes de oro.

Pero el militar nunca llegó a la ceremonia, pues una mortífera bala dio término a su vida y a sus ilusiones.

Cuando le avisaron a la triste novia la muerte de su compañero, se volvió completamente loca.

Desde entonces recorría las calles de Villa de Patos vestida con su hermoso vestido blanco.

Caminaba desde la Iglesia de San francisco de Asís, tomaba las actuales Calle de General Cepeda, seguía por la Calle de Zaragoza, por la de Guerrero, por la de Juárez, hasta llegar a la casa de sus padrinos, donde había sido depositada. Un cierto día, la joven novia murió.

Pero su espíritu siguió vagando en su eterno recorrido, esperando siempre la llegada de su prometido.

Los padrinos de la boda inconclusa abandonaron la casa, ya que no podían resistir la presencia del fantasma de la novia.

La casa quedó solitaria, nadie quería vivir en ella porque la novia se aparecía con su vestido blanco, flotando sin tocar el suelo, con un ramo de rosas blancas en la mano y un manto de encaje que le cubría la cabeza y la cara. La casa existe todavía, pero nadie la quiere habitar.

miércoles, 27 de mayo de 2015

NIPARAJÁ



Los pericúes fueron una etnia que habitó el sur de la Península de Baja California, extinguida durante el siglo XVIII.

Debido al medio en que vivieron, fueron muy austeros pues vivían solamente de la caza y la recolección.

Muchos investigadores afirman que los pericúes fueron los descendientes de los primeros grupos humanos que ingresaron a América desde Asia por el Estrecho de Bering.

Contaban los indios pericúes que en el Cielo reinaba Niparajá, el dios máximo que creó la Tierra, el mar, los animales, la naturaleza y los hombres, por tanto era el Señor del Mar, la Tierra y el Cielo.

A este tan magnífico dios no se le podía ver, pues no tenía cuerpo como los seres humanos.

Niparajá estaba casado con una hermosa mujer de nombre Anayicojondi, con la que procreó tres saludables hijos.

Uno de ellos recibió el nombre de Quaayaip, héroe cultural que vivió con los indios y les enseñó todo lo necesario para poder vivir en le Tierra.

Niparajá era un dios poderoso, bello como el Sol, fuerte como la roca, limpio como el agua de manantial, y sumamente sabio.

Como ya está muerto no puede hablar, pero a su lado tiene un tecolote que le platica constantemente.
Niparajá tuvo un poderoso enemigo perverso y de malas artes mágicas que le tenía gran envidia; su nombre fue Waac Tuparán.

Con él  entabló una feroz lucha y salió vencedor; lo despojó de todas las pitahayas fruta importantísima en la alimentación pericú y le arrojó del Cielo en donde vivía en compañía de otros dioses.

Al vencerle, Niparajá encerró a Waac Tuparán en una oscura y lúgubre cueva, y creó a las ballenas con el propósito de que lo vigilaran y le impidiesen salir de ella, pues los dioses menores del Cielo no quisieron ayudarle a vigilar a Tuparán por el miedo que le tenían.

A esa cueva se dirigen cuando mueren las personas por causa de una flecha. Desde que fuese derrotado este temible enemigo del dios supremo, todo es paz en el Cielo y en la Tierra, salvo por algunos problemas que Niparajá ha tenido con su hijo Quaayaip, quien a veces se muestra desobediente, como todo hijo que se precie.

(Por cierto yo tengo una novela que se llama: “EL REGRESO DEL VENADO” donde platico estas cosas de los pericúes y de NIPARAJÁ) 

martes, 26 de mayo de 2015

EL SOMBRERÓN



El Sombrerón es un personaje mágico que usa un gran sombrero y vive en las cuevas de la región de Tuxtla, en el estado de Chiapas.

Su vestimenta cambia en atención a quien se le aparece.

Si la elegida es una mujer, entonces El Sombrerón se disfraza de catrín citadino; pero si la muchacha es de rancho, el chaparro se viste de humilde ranchero.

Si se trata de aparecerse a una joven indígena, pues se transforma en un indio guapo. Es variable.

A las mujeres siempre se les aparece, son sus preferidas. Les obsequia con regalos como collares, perfumes y aretes, y se las lleva a su cueva.

Las mujeres desaparecen muy seguido porque El Sombrerón se las roba y nunca más se las vuelve a ver.

A veces solamente se encuentra su capa en las cuevas adonde se refugia este malvado ser.

Cuenta la leyenda que un día una joven muy bonita se escapó de la cueva donde la había escondido El Sombrerón.

Como la chica era lista, se robó muchas de las joyas que el malvado tenía en la cueva. La familia de la muchacha progresó con ese dinero y dejó de ser pobre.

¡Esa vez salió burlado El Sombrerón! Este ser diabólico también disfruta robándose a los niños, los engaña dándoles juguetes que trae colgados a su enorme sombrero.

Los niños nunca más aparecen.

Dicen los que saben que en vida El Sombrerón fue un bandido que se dedicaba a asaltar los carruajes de los viajeros en el tiempo de la Colonia, y que de esos hurtos provienen todas las joyas con las que seduce a las mujeres.

Parece ser que murió cuando las autoridades virreinales lo atraparon y él intentó escapar. Es su alma la que anda penando y haciendo maldades. Todos le tienen miedo.

lunes, 25 de mayo de 2015

LA LEYENDA DEL VOLCÁN DE COLIMA



El Volcán de Colima, llamado también Volcán de Fuego está en el estado de Jalisco, al suroeste de la ciudad de Guzmán.

Mide 3,886 metros de altura y por el aislamiento del cono y sus contornos bien definidos, es uno de los volcanes más hermosos de México.
La historia menciona violentas erupciones ocurridas en 1575, 1611, 1806, 1808, 1818.

Su leyenda dice que hace varios siglos, en los años de la colonia, el rey Colimán, gobernador de la región vivía en su mansión en las afueras del volcán con sus fieles doncellas y guerreros.

La historia dice que después de una discusión con el virrey español, este rodeó a Colimán y su gente en su propia mansión, les cortó el agua y los alimentos, y los amenazo con matarlos si salían de ahí.

Así duraron varios meses, pero como no podían vivir y su muerte era inevitable, intentó escapar una noche junto con sus doncellas y guerreros, pero fueron descubiertos por los españoles.

Entonces para evitar ser capturado, el rey se aventó al volcán y lo siguieron sus doncellas y guerreros. Se cuenta entre los que viven en la región, que el volcán hace erupción cuando son maltratados los descendientes del rey Coliman o de sus doncellas y guerreros.

jueves, 21 de mayo de 2015

LA DANZA DE LOS NEGRITOS



En el tiempo en que la Villa de Santa María de Papantla estaba dominada por los conquistadores españoles abundaban los esclavos negros.


En el año de 1550, Papantla, El Lugar de los Papanes, formaba parte de la encomienda otorgada a Andrés de Tapia, y contaba con bastantes esclavos indígenas y negros que habían sido traídos por esclavistas portugueses para trabajar en las labores agrícolas.


Entre tales esclavos negros, se encontraba un jovencito que había sido capturado en África.


Al ser apresado, su madre, que le adoraba, pidió que se la hiciese esclava y se la llevaran junto con su único hijo querido. Así llegaron ambos hasta tierras americanas.


Trabajaban mucho y eran sometidos a malos tratos por parte de los españoles.


Cierto día, el jovencito tuvo que ir al monte a buscar un poco de leña y de repente una víbora lo mordió.


La madre se dio cuenta de lo acontecido y acudió en auxilio del muchachito acompañada de otros esclavos negros.


Para salvarle la vida ejecutó de inmediato una ceremonia como las que su comunidad en África realizaba en tales casos: bailó, cantó, y gritó alrededor del joven en espera de revivirle.


Un grupo de indios totonacos observaba lo que la madre realizaba y le gustaron los movimientos que la mujer realizaba.


Entonces, decidieron imitarla y crearon una hermosa danza adaptándola a su propia inventiva.


Así nació la Danza de los Negritos. Con el tiempo, la incipiente danza se consolidó hasta llegar a ser lo que es actualmente.


La comparsa está integrada por un caporal, un subcaporal, la Maringuilla, que representa a la madre del mordido, un bufón que abre la danza, y nueve danzantes ayudantes.


Al compás de la música de El Son de la Calle, La Cadena, Menear la Cabeza y El Son de Salida, la danza suela durar hasta cuatro horas, cuyo clímax se alcanza cuando la serpiente muere.


Los instrumentos empleados en la música son un violín, una guitarra, y algunas veces castañuelas.


Los Negritos visten traje de color negro con flores bordadas con chaquiras y lentejuelas, pantalón con flecos, dos pañuelos en el pecho y dos en la cintura, botín de color negro, sombrero de palma cubierto de espejos y de papel de China simulando el pelo encrespado de los esclavos y flequillo que cubre parte de la cara.

miércoles, 20 de mayo de 2015

LA MUJER PINTADA



En un tiempo muy lejano, sólo existía el mar, el Cielo y los animales marinos.

Un día los animales se reunieron y decidieron ir hasta el fondo del mar, para traer un poco de arena y formar la tierra.

Cada uno de ellos lo intentó, pero el mar era tan profundo que ninguno pudo llegar hasta el fondo. Le llegó el turno a la Caguama, que es la tortuga más grande que nunca haya existido.

Se sumergió en el mar y tardó muchos días en regresar. Todos los animales le esperaban con creciente ansiedad.

Pasado un mes, Caguama regresó. Había podido llegar hasta el fondo del océano y había cogido bastante tierra, pero en el camino se le había caído y sólo le quedó la tierra que se le metió en las uñas. Con esa tierra arenosa se formó la Tierra.

El primer ser que existió fue una mujer que se llamó Koo-Mahimm Hahay’tahm, Mujer Pintada, pues su cara y cuerpo estaban decorados de color azul.

Como era bonita la llamaban La Mujer que es Bella. La diosa había surgido del carrizo que salía de la Tierra desde el principio de los tiempos.

Un día, decidió irse de donde se encontraba y llegó hasta un lugar en el cual encontró a un hombre, se casó con él y al año tuvo un hijo; al que siguió una niña, que tuvo como padre al Sol, pues un día la Mujer Pintada se acostó en un hueco que cavó en la arena.


El Sol la vio, fue hacia ella y la preñó con sus rayos luminosos. La cría se llamó Ahnt Kai’, quien fue la diosa de las mujeres y de los niños. Le gusta volar de noche y mora en una casa blanca situada en la punta de la Isla Tiburón.

De la pareja inicial de la Mujer Pintada y el hombre que encontró nacieron hombres y mujeres.

A lo largo de seis generaciones, los indios se casaron entre hermanos y hermanas. Cada matrimonio procreaba sólo dos hijos: un hombre y una mujer.

En la séptima generación nació sólo una niña que se casó con el hijo de un hombre de otras generaciones.

La mujer procreó doce hijas y de ellas provienen todos los seris. Antes, las familias existentes vivían disgregadas; gracias a las hermanas, que permanecieron unidas,  se formó la tribu de los seris.

martes, 19 de mayo de 2015

LA VIDA Y LA MUERTE



Los indígenas zoques, los o’depüt como se autodenominan, habitan en Chiapas.

Como todos los pueblos cuentan con una interesante cosmovisión. Por ejemplo, para los zoques de Tuxtla, El Lugar de los Conejos, los dioses crearon el cuerpo humano y lo dotaron de cuatro elementos vitales, sin los cuales los hombres no pueden vivir: el animá, el alma; la copák, la cabeza; chocoy, el corazón; y los órganos sexuales, la vagina y el pene.

Al cuerpo humano llamado nitok, le da energía el animá, gracias a ella hay movimiento y vida.

El alma tiene dos espíritus, uno está formado por el animá que es inmaterial pero que puede pensar y razonar, y otro al que llaman nahual, animal que puede desprenderse del alma y puede ser bueno o maligno. Copak es la cabeza donde se asienta la razón y la conciencia, guía a las personas y les proporciona luz.

A su vez, el chocoy controla las pasiones y los sentimientos de los zoques, envía energía y fortaleza anímica a todo el cuerpo, y dicta el comportamiento de los hombres. Como es de suponer los penes y las vaginas son los encargados de la reproducción y continuación de la vida.

Cuando un zoque muere, las almas se dirigen al Tzapatá, El Petate de Piedra, tomando la ruta del Río Sabinal, hasta llegar al lugar de las ánimas llamado Cunguy anteriormente y hoy conocido como el poblado de San Fernando. Dentro de las cuevas hay velas que alumbran el camino de las almas para llegar al Tsuan, donde la vida continúa y se es feliz.

Cuando los hombres vivos sueñan, las estrellas los dirigen al Tsuan para que visiten a sus difuntos.

El Día de Muertos, los que moran en el Tsuan salen para visitar a los vivos y disfrutar de las ofrendas que se les colocan en las casas.

Para que las almas lleguen con bien a este mundo, se les reza, se les ofrenda copal, y se les exhorta diciéndoles: ¡Vení, chalucas, a comé y a bebé, no seas flojo! ¡Dí, ay, pues, a quihoras vas a vení? Ya que se van, se las despide con música de tambor y pito.

Al morir, los zoques tienen la esperanza de reencarnar en algún animal: un colibrí, un quetzal, una mariposa, un águila, o en el nahual que le corresponde.

lunes, 18 de mayo de 2015

EL CERRO SAGRADO DEL CEMPOALTÉPETL



Al llegar a la cúspide del Cempoaltépetl y a su rústico altar para los sacrificios, sentimos que nos encontrábamos más cerca del cielo que de la tierra.

De mis épocas de estudiante de secundaria recordaba con especial interés la región conocida como el “Nudo del Cempoaltépetl”, que es la unión de la Sierra Madre Occidental con la Oriental, el Oaxaca, donde nuestro mapa nacional se hace angosto, como embudo, antes de llegar a las planicies del Istmo de Tehuantepec. Aunque el concepto orográfico de nudo es hoy obsoleto, en todo caso esa montaña cuyo nombre náhuatl significa “Veinte cerros” es una elevación sorprendente.

Cuando el cielo está despejado, desde su cumbre se puede ver el Pico de Orizaba hacia el noroeste y el Golfo de México hacia el noroeste, pasando la vista sobre el estado de Veracruz.

Mi relación con los indios mixes de Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca, vecinos de los zapotecas de la Sierra de Juárez, me permitió enterarme de que esa elevación es mucho más que una referencia geográfica: e el cerro sagrado de los mixes.

Por cierto, este pueblo tenía un sistema aritmético bidecimal, lo cual quizá se relaciona con el número 20 de la toponimia. Paralelamente a sus prácticas cristianas, que celebran con devotas regularidad, los mixes tienen creencias religiosas de raigambre ancestral, relacionadas estrechamente con la naturaleza, a la que veneran como la mayoría de los pueblos indígenas vinculados a la tierra, al agua y al clima por medio de la agricultura y otras actividades. Las prácticas rituales relacionadas con el Cempoaltéptl presentan pocos elementos de origen cristiano, por lo que yo no hablaría de sincretismo, sino más bien de ritos prehispánicos que se han prolongado durante siglos, destacando el sacrificio de animales.

Justo en la cúspide del cerro –mirador cósmico natural– los mixes han formado un rústico altar con piedras, tras del cual se abre profundo el abismo, hasta la planicie costera del Golfo. Cuando participé en un ascenso ritual, en lugar de alcanzarse a ver el horizonte marino, lo que teníamos a nuestros pies era un océano de blancas nubes, de interminable extensión. Tales expediciones se realizan para invocar la buena fortuna y a veces para plantear peticiones específicas como sanar a los enfermos; aunque tienen lugar todos los meses, son más frecuentes durante diciembre y enero, ante la perspectiva del año que inicia.

El viaje comienza en la ciudad de Oaxaca. Se recorren 42 km por la carretera Panamericana hasta Mitla, la ciudad de los palacios zapotecas con grecas de piedra que forman verdaderos encajes. De allí se continúa hacia el norte durante 77 km hasta Tlahuitoltepec, con el siguiente itinerario: en el km 18 está una desviación a la derecha hacia Hierve el Agua, zona de termas que han formado una cascada estática de sal, donde hay restos de obras hidráulicas prehispánicas; en el km 26 se encuentran San Bartolo Albarradas y poco después una ranchería llamada Matagallina quizás el nombre recuerda los sacrificios de animales; en el km 56 se localiza Ayutla, ya dentro del territorio de los mixes; en el km 63 se ubica Tamazulapan, pueblo de la misma etnia, donde las mujeres aún conservan su vestimenta ancestral; por último, en el km 73 se abandona el pavimento para desviarse a la izquierda, por cuatro kilómetros de terracería, hasta “Tlahui”, como le dicen los lugareños. De la ciudad de Oaxaca a este pueblo de unos tres mil habitantes, se hacen cerca de dos horas y media de recorrido, pues a pesar de que el camino está pavimentado casi en su totalidad, predominan las curvas durante todo el trayecto desde Mitla.

Para ir al cerro del Cempoaltépetl debe conseguirse alguna persona en el pueblo que haga las veces de guía; se ocupan de cuatro a cinco horas para ascender desde Tlahuitoltepec, o bien una hora en vehículo desde ese poblado y luego dos horas y media a pie.

En Tlahui opera ya hace más de una década el Centro de Capacitación Musical Mixe –CECAM-, institución modelo a nivel nacional. Allí estudian música poco más de cien niños y jóvenes internados, y cerca de treinta externos, además de recibir clases de educación básica, primaria y secundaria. Los alumnos son indígenas mixes y de otras etnias oaxaqueñas, principalmente zapotecos y mixtecos, aunque también hay algunos indígenas de otros estados. El centro tiene huertas, parcelas agrícolas, animales de corral y talleres de artesanías, sobre todo textiles, que completan la preparación de los muchachos.

La tradición de las “Bandas de pueblo”, o sea de las bandas de música de viento, está arraigada en el centro del país aunque no excluye a otros estados desde hace más de un siglo; se atribuye a la intervención francesa y al imperio de Maximiliano la introducción de este atractivo género. Sin duda, Oaxaca es la entidad federativa con mayor número de estos grupos musicales, constituidos a veces hasta por cuarenta personas. Se estima que sólo en ese estado hay cerca de 400 bandas. En el CECAM hay dos, formadas por niños y jóvenes: la de avanzados y la de principiantes; todos sus integrantes leen música, nadie toca “de oído”, y es sorprendente su alta calidad.

Cabe destacar que el pueblo mixe conserva el uso de su idioma autóctono, una de las 62 lenguas que sobreviven en nuestro país. En todo el planeta sólo la India tiene más lenguas autóctonas (72) que México. El idioma mixe emplea las vocales con variantes tonales, es decir con diferentes tonos, lo que implica que para hablar mixe hay que dominar las notas, por decirlo de alguna manera. Quizás este dato explique la vocación musical de ese pueblo.

El ascenso ritual al Cempoaltépetl en el cual participé fue organizado por el CECAM, y por ello nuestro grupo era numeroso, más de lo habitual. Por lo común suben familias de entre cinco y diez individuos, siempre con un gallo y un guajolote sacrificarlos en la cúspide. Nosotros éramos alrededor de setenta personas, en su mayoría alumnos, todos cargando sus instrumentos musicales; desde luego, encabezaban nuestra procesión las autoridades del propio centro maestros jóvenes y brillantes y nos acompañaba un buen número de mujeres, incluidas algunas señoras mayores, con diversos vínculos con esa institución. La participación femenina, además de agradable, garantizaba el buen desarrollo del desayuno y la comida que se sirvieron durante la expedición.

En efecto, habiendo salido muy de mañana de Tlahui, hacia las nueve hicimos un alto, se encendió una enorme fogata para hervir agua y compartimos unas grandes tortillas, gruesas, untadas con frijoles, a las cuales se añadía un puño de charales salados, todo más bien frío. Se acompañó el sencillo y rico almuerzo con pocillos de café de olla. Los jóvenes, vigorosos, además de cargas sus instrumentos en la empinada subida, también portaban utensilios de cocina, bastimentos, botes con agua y otras bebidas, así como los animales sacrificiales.

Reemprendimos el ascenso y mucho nos ayudaron para llegar a la cima las dos o tres escalas que hicimos para tomar los adultos un vasito de extraordinario tepache: en vez de agua los mixes lo hacen con pulque y le agregan fermentación con piloncillo; además, encima del líquido le ponen un poco de pinole con axiote, lo que aumenta el exotismo de la bebida.

Desde que se inició el ascenso había un mar de nubes a nuestros pies; conforme ascendíamos se alejaba hacia abajo el manto blanco; al llegar a la cúspide del Cempoaltépetl y a su rústico altar para los sacrificios, no encontrábamos más cerca del cielo que de la tierra.

Cuando arribamos debimos esperar un cuarto de hora para que una familia desocupara el altar, donde celebraban su propio rito. Me acerqué a observar con discreción y, lejos de desairarme, me convidaron un traguito de mezcal, bebida que acompaña a la singular liturgia. Los mixes utilizan tres tipos de mezcales: de maguey pulquero, de maguey de San Pedro y de espadín –una especie de agave como el de henequén--.

El ara está rodeada de numerosos matorrales casi cubiertos de plumas. El lugar para la ofrenda tiene restos de innumerables ofrecimientos anteriores: cenizas, velas, patas de aves, sangre seca. Para nuestra propia ofrenda las mujeres colocaron en el altar unos tamalitos delgados y largos, como un dedo índice, atados con listones, tiras de masa con yerba santa, puños de harina de maíz, velas encendidas, ramitos de alcatraces y siemprevivas, vasitos con mezcal y con tepache, y copal o incienso, del cual emanaba un humo de aroma embriagante.

La máxima autoridad del CECAM ofreció un hermoso gallo al que siempre manipuló con cuidado y hasta con cariño hacia los cuatro puntos cardinales, y después de una serie de oraciones en mixe, que todos escuchamos hincados, procedió a degollar al animal, de un solo tajo de machete, sobre un pequeño tronco colocado ex profeso. La cabeza quedó como parte de la ofrenda y en ocasiones se dejan también las patas, atadas con un listón. El cuerpo acéfalo, aún aleteando, lo cargó para regar el altar con su sangre, que expulsaba a chorros por el muñón del cuello cortado.

Se repitió un rito similar para sacrificar al guajolote, y precisamente al término del ofrecimiento empezó a escucharse el silbido de los cohetones y su trueno inmediato. Luego inició la música en aquel anfiteatro descomunal, interpretada por la banda principal del centro. La banda tocó fragmentos del Guillermo Tell de Rossini, de la Obertura 1812 de Tchaikovski, de la Pequeña Serenata de Mozart y, por supuesto, el Himno Mixe.

Posteriormente dio comienza una frugal comida fría a base de grandes tortillas, similares a las del desayuno, pero con salsa roja untada y un huevo cocido el color del aderezo no es casual, tiene implicaciones simbólicas.

Volvió la música después de comer ahora con temas populares y empezó, en la cima del Cempoaltépetl, un animado y respetuoso baile; además de las parejas habituales se formaron algunas sólo de mujeres y dos o tres de hombres como esto último no dejó de sorprenderme, hice alguna pregunta discreta y me enteré de que no es raro el baile entre hombres, sobre todo en fiestas familiares.

Finalmente iniciamos el descenso de aquella montaña mágica, y durante el trayecto nos cruzamos en la vereda con varias familias que subían, provistas cada una, por supuesto, de un gallo y un guajolote.

domingo, 17 de mayo de 2015

EL VAMPIRO DEL PANTEÓN DE BELÉN EN GUADALAJARA



La leyenda dice que ya hace muchos años llegó un hombre misterioso a la ciudad de Guadalajara. El hombre vestía de negro y sólo salía por las noches, dicen que desde su llegada a la ciudad empezaron a suceder cosas muy extrañas, empezaron a aparecer animales muertos con una seña muy particular dos orificios en el cuello y a todos les habían succionado hasta la última gota de sangre.


La gente no le ponía atención, se preguntarán por qué..., bueno, porque pensaron que era un plaga o una infección entre los animales, pero al pasar los días comenzaron a encontrar cadáveres de jóvenes que tenían como hábito estar en la calle hasta la madrugada; lo curioso y lo que les empezó a preocupar era que los que encontraban tenían las mismas características de los animales encontrados antes, lo que ahora sí preocupó a los habitantes de la ciudad.


Se empezó a correr el rumor de que había un vampiro suelto en la ciudad.



Las personas temían por sus vidas y las de sus hijos, por lo que un grupo de personas realizó un plan para atrapar a esta criatura de la noche, que se dedicaba a cometer sus bajos actos cerca de la vieja plaza de toros.


Este grupo de personas se escondió detrás de un arbusto mientras uno se quedaba en la calle de carnada. Sí dio resultado, el vampiro se le apareció y cuando se disponía a clavarle sus colmillos los demás le arrojaron una red y lo atraparon.


Algún gitano les había dicho que para poderlo matar tenía que ser con una estaca hecha de un árbol no recuerdo el nombre del árbol, pero la estaca era verde, y que debían enterrarlo en un panteón.


Lo hicieron, le enterraron la estaca en el corazón y lo llevaron al Panteón de Belén, donde le colocaron una lápida de cemento muy gruesa para asegurarse de que no saliera.


Al día siguiente los ciudadanos fueron a ver la tumba del vampiro y se dieron cuenta que la estaca de un día a otro se transformó en un árbol gigante que para poder salir a la superficie tuvo que romper la tumba.


La leyenda dice que cuando el árbol rompa completamente la tumba el vampiro renacerá para aterrorizar nuevamente a los habitantes de la ciudad de Guadalajara; también dicen que si cortas una parte de las raíces del árbol o de su corteza el árbol sangrará.


sábado, 16 de mayo de 2015

XELHUA Y EL TLACHIHUALTÉPEC



Cuenta una leyenda nahua del estado de Puebla que Xelhua fue un gigante que durante un diluvio se escondió en las grutas de la montaña del dios de la lluvia Tláloc y se salvó de morir ahogado junto con seis de sus hermanos; ninguno de sus otros congéneres pudo sobrevivir a tal catástrofe; algunos gigantes se convirtieron en peces.

Sus hermanos se llamaban Olmécatl, Mixtecátl, Chichimécatl, y Tecpanécatl.

Los gigantes eran sabios, fuertes, considerados como los elegidos de los dioses, y respetados por el resto de la población formada por los comunes macehuales.

Como era de suponer, tal supremacía causaba envidia en ciertas personas que empezaron a preparar una campaña de insubordinación de los macehuales. De tales manejos nada sabían los dioses.

Cierto día cuando estaba por cumplirse un siglo de cincuenta y dos años, Xelhua y sus hermanos se preparaban para llevar a cabo las celebraciones del Fuego Nuevo, según los cánones establecidos por la religión.

Una noche soñaron que los dioses les ordenaban subir a la montaña de Tláloc, el dios de la lluvia, porque pronto se produciría un enorme diluvio que acabaría con los envidiosos macehuales.

Los gigantes se aprestaron a obedecer a los dioses y se dirigieron a la montaña de Tláloc, donde se protegieron en unas grutas de la terrible lluvia que empezó a caer en forma de terribles serpientes venenosas.

Un rayo le indicó a Xelhua que el diluvio había terminado. Los dioses les indicaron a los gigantes que debían seguir su camino por diferentes rutas donde debían dar a conocer la grandeza de los dioses del Anáhuac. Así lo hicieron los elegidos de los dioses.

Una vez a salvo Xelhua caminó hasta llegar al Valle de Cuetlaxcoapan y al ver un cerro al que llamaban Zapotecas, recordó la montaña de Tláloc y quiso hacer una más grande para reverenciar al dios Tláloc.

Puso manos a la obra, y ordenó a los hacedores de adobes de Tlamanalco que elaboraran muchos ladrillos, los llevaron hasta el Valle formando una fila india pasando los tabiques de mano en mano.

Pero no contaban Xelhua con el enojo de Tonacatecuhli, que al ver que la construcción llegaba hasta el Cielo, envió fuego celeste y arrojó una gran piedra en forma de sapo para que matasen a los atrevidos constructores, pues pensó que era demasiada la vanidad de Xelhua y los tlalmanalcas.

Así se construyó, gracias a la sabiduría y religiosidad de Xelhua, el gran cerro situado en la Gran Ciudad de Tollan Cholollan, y al que se llamó Tlachihualtépetl; es decir, el Cerro Hecho a Mano.

Además, el gigante Xelhua tuvo a bien fundar Teotitlan, Coxcatlan, Tehuacán, Teopantlan, Ixcaquixtan, Atlixco, Ecatepec y varias ciudades más.