sábado, 30 de abril de 2016

AMOR EN EL CERRO



En Cananea, estado de Sonora, existe un cerro que tiene una bonita leyenda.

En ella se cuenta que en dicho cerro se aparecían dos enamorados que se declaraban su amor con voz tan fuerte que les oían desde el antiguo pueblo de Buena Vista.

Las personas subían al cerro a averiguar de quiénes se trataban, pero nunca los encontraban.

Hasta que un día un joven encontró entre las matas una cajita de metal muy bonita con una carta dentro escrita por una mujer enamorada, en la cual contaba su tragedia.

Muchos años atrás una pareja de enamorados acostumbraba subir al cerro y ahí, entre la hierba y las flores, hacían el amor hasta quedar agotados.

El joven había jurado amor eterno a su amada, y le había hecho la promesa de que pronto se casarían. Ambos se querían mucho.

En cierta ocasión, el padre del muchacho le dijo que tenía que ir a Hermosillo, la capital del estado, para arreglar ciertos asuntos de negocios de su padre, negocios que le aportarían una mayor fortuna, y le permitiría a su hijo casarse.

El joven emprendió el viaje, después de despedirse de su adorada.

Pero la diligencia en que iba tuvo un percance y el chico salió herido. Lo trasladaron a Hermosillo a un hospital donde permaneció largos años internado, pues había perdido la memoria.

Cuando salió del hospital, ya completamente restablecido, se dirigió inmediatamente a Buena Vista a buscar a María, que así se llamaba la amante. Pero no la encontró.

Indagó por todo el pueblo hasta que dio con el muchacho que había encontrado la carta en la cajita, quien le informó que la desdichada María, al verse deshonrada y creerse abandona por su galán, había subido a la cima del cerro, se había rociado con petróleo y quemado completamente entre desgarradores gritos de dolor y de sollozos por la ingratitud de su amado.

Al enterarse de lo sucedido, el enamorado corrió como loco hacia el tope del cerro, tomó su pistola y se dio un balazo en la cabeza. Al instante cayó muerto.

Al siguiente día, los habitantes de Buena Vista comenzaron a ver a los enamorados en la cúspide del cerro y a escuchar sus arrumacos fantasmagóricos,  que no han cesado desde entonces, aunque el pueblo haya desaparecido desde hace mucho tiempo.




viernes, 29 de abril de 2016

COMO PROLIFERARON LAS SERPIENTES POR LA TIERRA



Cuenta una leyenda zoque del estado de Tabasco que hace muchos años una anciana mujer iba caminando por un cerro, cuando de pronto se encontró dos huevos que estaban colocados debajo de una piedra.


Admiró la belleza de los huevos, y como estaban tan bonitos, decidió llevárselos a su casa con el fin de empollarlos.


Con el paso del tiempo de los huevos nacieron un gavilán y una serpiente.


La ancianita los cuido con amor, y las criaturas crecieron hasta llegar a ser muy grandes.

Pero había un problema, el aliento del gavilán era sumamente fétido, apestaba, y la mujer no aguantaba ese horrendo olor, razón por la cual le dijo al ave que tenía que irse de la casa.

Así pues, el gavilán se fue a recorrer mundo, y la anciana se quedó solamente con la Serpiente.

Pero sucedió que un día el reptil se enojó y mordió a la mujer. 

A causa del veneno del ofidio, la vieja empezó a ponerse mal, iba a morir, y en  su dolor y miedo llamó desesperadamente al gavilán, muy arrepentida por haberlo corrido.

En ese momento, el gavilán pasaba por encima de la casa, oyó los lamentos y los gritos que profería la mujer, entró y la vio en la cama retorciéndose a causa de la terrible mordedura.

El gavilán era experto en curar esas mordidas, así que procedió a ayudar a la vieja.

Al ver al gavilán la mujer le pidió perdón, y le dijo que por favor se llevase a la sierpe que tan mala había sido al morderla. 

El Gavilán buscó a la serpiente, la encontró durmiendo baja unas plantas, la tomó con su pico, voló muchos kilómetros, la arrojó al vacío, y la serpiente murió del golpazo que se llevó.

En el suelo donde se derramó su sangre, surgieron muchas víboras, donde cayeron sus huesos nacieron las coralillos, famosas por su veneno; y donde cayó su piel, se pobló de muchas serpientes pequeñas.

Sí fue como las serpientes empezaron a proliferar por la Tierra.




jueves, 28 de abril de 2016

MENICHIPA



Los Cochimíes, etnia que habita el estado de Baja California Sur, hablaban una lengua ahora extinta llamada cochimí laymón, mti´pá, de la Familia Yuto-Cochimí.

Viven en la comunidad de la Huerta y en San Antonio Necua. Se denominan a sí mismos tai-pais. Hoy en día existen alrededor de 195 indígenas.

La cosmogonía cochimí cuenta que hace muchos miles de años, en el Cielo vivía un dios llamado Menichipa, gran capitán. El que Vive, quien creó la tierra y todo lo que existe en ella, el cielo, y un ser semejante a sí mismo que llamó Togomag.

Poco después, Menichipa tuvo dos hijos, sin intervención femenina: El Veloz y la Perfección.

Esta pareja de dioses tuvo a su vez un hijo al que llamaron Emai Cuaño; educado por su abuelo Menichipa  heredó todos sus poderes, y que con el tiempo fue el patrono de los matrimonios entre los seres humanos.

Cuando Menichipa llevó a cabo la creación no tuvo mucho cuidado, por lo cual ciertas cosas quedaron imperfectas.

Pero Emai Cuaño se encargó de componerlas.

Por ejemplo, endulzó las semillas que eran amargas, y domesticó a los animales que eran salvajes; colocó debajo de la tierra fuego a fin de que los indios no tuvieran frío.

Pero como los humanos se quejaron de que hacía mucho calor Emai Cuaño escupió y su saliva se convirtió en mares, ríos, y lagunas.

Los indios se enojaron porque había mucha agua, entonces el dios empezó a llorar y sus lágrimas se transformaron en lluvia. Ante tanta lluvia que les envió el dios, los hombres se pusieron furiosos con él y trataron de matarlo.

Emai Cuañó se puso sumamente triste ante tanta ingratitud, aun cuando fracasaron en el intento, pues sólo lograron herirlo. Los malhechores huyeron y no se sabe adónde fueron.

El que Vive creó a unos seres invisibles que le traicionaron y se volvieron sus enemigos. Cuando uno de estos seres moría, el dios lo llevaba bajo tierra para impedirles acceder al Cielo y ver a su dios.

Poco después, dotó de nombre a todas las cosas y enseñó a los seres humanos a aparearse y procrear, pues los hombres existentes habían sido hechos con sus manos, y ya estaba cansado de tal tarea. Hecho lo cual enseñó a las persona a celebrar ceremonias y a ejecutar danzas sagradas.

Asimismo, les enseñó a enterrar a los muertos que hubiesen perecido de forma natural, y a los muertos violentamente ordenó que se les incinerase.

En cambio, los que murieron valientemente tenían derecho a acceder a un lugar situado abajo del Norte, donde comerían venados, conejos, ratones y liebres.

El Norte era el punto cardinal más importante donde la tierra era fértil, y había excelentes alimentos; en cambio, el Sur contaba con una tierra infértil y al él arribaban todas las personas malvadas.



miércoles, 27 de abril de 2016

LA MUJER PINTADA



En un tiempo muy lejano, sólo existía el mar, el Cielo y los animales marinos. Un día los animales se reunieron y decidieron ir hasta el fondo del mar, para traer un poco de arena y formar la tierra.

Cada uno de ellos lo intentó, pero el mar era tan profundo que ninguno pudo llegar hasta el fondo. Le llegó el turno a la Caguama, que es la tortuga más grande que nunca haya existido. Se sumergió en el mar y tardó muchos días en regresar.

Todos los animales le esperaban con creciente ansiedad.

Pasado un mes, Caguama regresó. Había podido llegar hasta el fondo del océano y había cogido bastante tierra, pero en el camino se le había caído y sólo le quedó la tierra que se le metió en las uñas. Con esa tierra arenosa se formó la Tierra.

El primer ser que existió fue una mujer que se llamó Koo-Mahimm Hahay’tahm, Mujer Pintada, pues su cara y cuerpo estaban decorados de color azul.

Como era bonita la llamaban la mujer que es bella.

La diosa había surgido del carrizo que salía de la Tierra desde el principio de los tiempos.

Un día, decidió irse de donde se encontraba y llegó hasta un lugar en el cual encontró a un hombre, se casó con él y al año tuvo un hijo; al que siguió una niña, que tuvo como padre al Sol, pues un día la Mujer Pintada se acostó en un hueco que cavó en la arena.

El Sol la vio, fue hacia ella y la preñó con sus rayos luminosos. La cría se llamó Ahnt Kai’, quien fue la diosa de las mujeres y de los niños. Le gusta volar de noche y mora en una casa blanca situada en la punta de la Isla Tiburón.

De la pareja inicial de la Mujer Pintada y el hombre que encontró nacieron hombres y mujeres.

A lo largo de seis generaciones, los indios se casaron entre hermanos y hermanas. Cada matrimonio procreaba sólo dos hijos: un hombre y una mujer.

En la séptima generación nació sólo una niña que se casó con el hijo de un hombre de otras generaciones. La mujer procreó doce hijas y de ellas provienen todos los seris.

Antes, las familias existentes vivían disgregadas; gracias a las hermanas, que permanecieron unidas,  se formó la tribu de los seris.



martes, 26 de abril de 2016

RITA



Mi abuelita Pachita, una mujer muy valiente que se había criado en un rancho de Guanajuato y que decían era bruja, tenía una amiga que se llamaba Rita, mujer dulce y cumplida.

Resulta que en una ocasión, cuando mi mamá era muy jovencita, tendría unos diez años, se encontró a Rita a la salida del Mercado de Santa Ana en la Ciudad de Guanajuato, y se quedó a platicar con ella un rato.

Cuando mi mamá comentó que ya se iba a la casa porque tenía que ver a la abuela Pachita que la estaba esperando, la amiga le dijo:

– Bueno, ya que vas a ver a Pachita, le dices que por favor vaya a llevar la manda que tengo que pagar a la iglesia, pero que no se le vaya a olvidar, que la pague, pues es una cosa muy importante y no quiero quedar mal con el señor cura.

Mi madre emprendió el camino a buen paso para no llegar tarde con la abuela. Cuando llegó con su mamá en seguida le dijo:

– Oye mamá, fíjate que me encontré a Rita, tu gran amiga, y me dijo que te recordara que no se te fuera a olvidar pagar la manda en la iglesia, que tú ya sabías de qué se trataba, pero que te recordara, no se te fuera a olvidar.

– ¿Rita? ¿Te encontraste con Rita y eso te mandó que me dijeras?

– Sí, en el mercado, que una manda…

– ¡Pts! No puede ser Rita, eso es imposible niña, ¡Porque Rita ya tiene meses que se murió! ¡Yo fui a su entierro!

Ni que decir tiene que mi mamá se llevó un susto bárbaro, se enfermó de la bilis por un mes, no lo podía creer.

Mi abuela resistió más, pero también se asustó mucho.

Eso es lo que  me platicaba mi mamá.

lunes, 25 de abril de 2016

LA MUJER MALDITA



En la Ciudad de Torreón, en el estado de Coahuila, se cuenta una leyenda desde hace muchos años.

En ella se relata la historia de un hombre que salió borracho de una cantina para dirigirse a su casa.

En una calle, vio a una hermosísima mujer, toda voluptuosidad y vestida con una túnica blanca que se le ajustaba al cuerpo provocativamente.

El hombre la siguió y empezó a decirle requiebros obscenos a la mujer, quien a su vez le hacía señas como invitándole a seguirla.

Tan obnubilado iba el borracho viendo el cuerpo sinuoso de la dama, que no se dio cuenta que entraban a un viejo cementerio.

Cuando la mujer detuvo sus pasos, todo se oscureció más, y el lugar se enfrió sobremanera.

El hombre, en el colmo de la excitación sexual, puso su mano en el hombro de la mujer y le dio la media vuelta, esperanzado en ver la hermosa cara de la joven de cuerpo tan tentador.

Pero cuál no sería su sorpresa que al verle el rostro se dio cuenta que era el de un horripilante caballo, de ojos rojos, y de cuyo hocico salían escalofriantes relinchos.

Al siguiente día, el cuidador del panteón encontró al hombre muerto, con una expresión de horror en la faz.

Se trataba del fantasma de una mujer que fue víctima de un ritual satánico, en el cual fue torturada, maldecida y sacrificada, y condenada a deambular por toda la eternidad, seduciendo y asustando a los hombres que andaban fuera de sus casas a deshoras, sobre todo a los borrachines libidinosos.



EL REBOZO



El rebozo, prenda imprescindible de la indumentaria popular campesina e indígena, cuenta con una larga historia que nos remite al lienzo largo que las indígenas mesoamericanas solían utilizar para cubrirse el cuerpo y la cabeza de las inclemencias del sol y del frío. Numerosos cronistas que han dejado testimonio acerca de la cultura de estos pueblos, nos informan acerca de dicha prenda.
Por ejemplo, don Antonio de Ciudad Real, cronista castellano que arribó a México en las postrimerías del siglo XVI, nos dice: El vestido de las indias es una toca larga, blanca, con que cubren la cabeza, la cual les sirve de manto, unas las traen más largas que otras, pero ninguna llega hasta el suelo. Acerca de las mujeres purépecha nos informa: las indias visten como las mexicanas, aunque difieren en algo porque traen una toca pequeña de red sobre la cabeza, y sobre esta toca desde el cuello y hombros hasta abajo, una manta blanca o pintada, que le sirve lo que los mantos a las españolas.
Este tipo de manto tal cual lo describe el cronista, aún se sigue utilizando en algunas comunidades indígenas de Puebla, Chiapas y Oaxaca, lugares en el que se le conoce con el nombre de sabanitas, tapaderas, mamales y paños de sol. Sin embargo, todas estas prendas carecen de rapacejo; es decir, de los flecos finales entretejidos, que es una de las características fundamentales que definen al rebozo como tal, y que, indudablemente, proviene de los flecos de la toca española y de los famosos mantones de Manila.
Para algunos investigadores del arte textil, el rebozo es una derivación de una o dos tiras de las seis que usualmente conforman el tradicional huipil, y que en algún momento dado las indígenas utilizaron como tapado. Esta teoría no se contrapone con la anterior, sino que tan solo nos explica el origen de aquel lienzo citado por los cronistas. Sea cual fuere el origen, lo cierto es que el rebozo de un solo lienzo y rapacejo bellamente trabajado, muy pronto se convirtió en una prenda netamente criolla, en la cual se amalgamaron tradiciones indígenas, españolas y, a no dudarlo, orientales.
Así pues, el rebozo fue el resultado de un sincretismo entre las tocas de algodón indígena elaboradas en telar de cintura, las fibras introducidas por los españoles, como la lana y la seda, y los rapacejos de tradición oriental. La creación del rebozo por parte de las mujeres mestizas e indígenas se debió, en gran medida, a la parca condición económica de estas mujeres que les impedía adquirir mantos de anacoste (lana), tocas de camino con rapacejo o mantos de raso y tafetán, dado el alto costo que sólo podían solventar las mujeres españolas.
Las influencias culturas que recibió el rebozo con el tiempo se fueron ampliando, ya que la comunicación española con Oriente dio lugar a un fuerte comercio del que no fue ajeno México, pues a través de la Nao de China que llegaba cargada de mercancías orientales a Acapulco, para luego distribuirse en las principales ciudades de la Nueva España, llegaron hasta territorio mexicano prendas tales como el sari hindú y el xal persa, que contribuyeron a que el rebozo llegara a ser los que es actualmente. Hacia la segunda mitad del siglo XVI, el rebozo adquirió mayor realce y se convirtió en la prenda por excelencia de mestizas, mulatas y negras, mujeres que pusieron todo su empeño de usarlo y, algunas en elaborar hermosos rebozos. 
En el siglo XVII, ya se producían rebozos en Sultepec, en el actual Estado de México, pueblo otomí famoso por sus rebozos azules con listas blancas. De esta época podemos hablar de los rebozos de seda y oro, azules y coaplaxtles teñidos con Usnea Florida o Subflorida, de tela anteada con flecos de oro, y de rebozos de tela verde con flecos de plata, para no citar sino algunos cuyos precios oscilaban entre 9 y 47 pesos; es decir, no asequibles a todos los bolsillos. 
Un siglo después, se hablaba de rebozos finos y superfinos, y de los labrados. Famosos también eran los chapanecos, los petatillos, los salomónicos, los rebozos de la sierra de sandía, de tela de oro, los poblanos, los columbinos, los cuatreados y los de nácar, especialmente bellos. Desgraciadamente, no podemos determinar con exactitud cómo eran cada unos de ellos, aunque sí podemos afirmar que eran empleados por casi todas las mujeres novo hispanas: monjas, mujeres humildes y señoras de alcurnia y de posibilidades económicas, quienes usaban el rebozo para cualquier ocasión y en diversas formas: en el cabeza, terciado, atado alrededor del cuerpo y embozado; o sea, la forma de ponerse el rebozo iba, como ahora, de acuerdo a la imaginación de la dueña. En este siglo XVII se producían rebozos chicos y grandes. Los primeros medían dos varas (una vara equivale a 85.3 centímetros) y media por una de ancho; mientras que los grandes tenían tres varas de largo por una de ancho. La producción de rebozos no era arbitraria, pues estaba regulada por las Ordenanzas del virrey marqués de Branciforte, en cuanto a la mezcla de materiales, la hechura y las medidas. A más, cada rebozo debía llevar un sello que a un lado ostentara las armas de la Ciudad de México, y en su reverso la constancia de su calidad, ya fuese fino a corriente.
El siglo XVIII se destacó porque los rebozos comenzaron a bordarse. Los bordados representaban verdaderas escenas de la vida cotidiana, como es el caso de un rebozo en el cual se bordó una escena del Paseo de la Alameda de la ciudad de México, acompañado de cornucopias llenas de flores y pájaros. Algunos de los bordados de esta época se realizaron en seda de China, o con aquélla que llegaba de la Mixteca teñida con caracol púrpura, grana obtenida de la cochinilla, y otros colorantes naturales.
En el siglo XIX adquirieron fama los rebozos de Sultepec y de Temascaltepec, tejidos en telar de otate y profusamente bordados, que hacían el deleite de las mujeres para quienes el rebozo había llegado a constituir una imprescindible vestimenta en su cotidiano arreglo. Pero el gusto no duró mucho, pues a raíz de la revolución de principios del siglo XX, la producción fue poco a poco disminuyendo a tal grado que tuvieron que importarse del país vecino; es decir, de los Estados Unidos. También se importaron de otros países como fue el caso de los rebozos de seda de rancia o los del Japón, España y Guatemala. Afortunadamente, esta situación cambió gracias al fomento de la manufactura del rebozo que llevó al cabo don Daniel Rubín de la Borbolla, quien impulsó nuevamente, la producción en Santa María del Río, San Luís Potosí y Tenancingo.



domingo, 24 de abril de 2016

LA HISTORIA DE NADIA



Nadie sabía exactamente cuál era la vida de Nadia desde la muerte de su madre. Apenas tenía 8 años cuando ella falleció. Era hija única, vivía en una zona alejada y al quedar sola con su padre fue también como quedar sola en el mundo. No tenía parientes cercanos que vivieran cerca a su casa; su único contacto con la sociedad eran sus idas y venidas de la escuela. Nadia era una niña alegre y muy sociable, al menos lo fue hasta perdió a su madre, luego poco a poco su sonrisa se fue marchitando como se marchitan las flores, a los 12 años era imposible verla sonreír.

Por supuesto que seguía asistiendo a la escuela, pero era callada y retraída, no tenía amigos ni nadie de confianza, su maestra trato de conversar con ella y crear un vínculo amistoso, pero la niña nunca correspondió a sus esfuerzos y se limitaba a mirarle tristemente hasta que la maestra cejó y la dio como un caso perdido. ¿Con quién vivía Nadia? Pues con el único pariente cercano que le quedaba en casa: Su Padre…

¿Y cómo era su padre? Nadie habría querido responder esta pregunta, quizá alguna persona habría comentado que era un hombre taciturno y sin amigos, pero no era solo eso, era un hombre que aparentaba ser tranquilo, realmente dentro de sí bullían todas las pasiones, y no precisamente las más inocentes. Se rumoreaba, solo era un rumor que en su juventud se dio a la vida disipada cuando vivía en la ciudad, drogas y malos amigos, trasnoches y malos caminos. Se rumoreaba también que golpeaba a su esposa. Pero el rumor que ya nadie se atrevía siquiera a pensarlo era ¿De qué vivía?, nadie le conocía trabajo, siempre lo veían sentado en su puerta sin hacer nada. ¿De dónde sacaba el dinero para sobrevivir junto a Nadia? Por último ¿Dónde vivía Nadia?

Imagínense una selva, una selva amazónica y umbría. Vivían en una región de la selva amazónica, en una pequeña y alejada parcela que heredó la madre de Nadia de sus padres. Para llegar a este lugar sombrío, donde se estableció la pequeña familia esperando trabajar y prosperar; había que viajar por herrumbrosas carreteras, horas y horas de viaje, luego cruzar un río caudaloso y finalmente caminar por un estrecho sendero subiendo y subiendo por una montaña. Así es como viven las personas que se dedican a la producción de café y cacao.

Pero regresemos a Nadia, a la pobre niña sin sonrisa. Nadie supo nunca o al menos hasta el momento en que sucedieron los hechos como era la vida de Nadia, la veían ir a la escuela, la veían sentada a la puerta de su casa, la veían caminar por el sendero. Y de pronto cuando ella cumplió los dieciséis años nadie la vio más. Los más valientes que se atrevieron a preguntar al padre donde se encontraba la adolescente, obtenían siempre la misma respuesta “Nadia se fue a la ciudad a vivir con unos parientes lejanos, estudiar y forjarse un futuro”, y nadie tampoco podía preguntar más a ese hombre taciturno. Pasaron los días, los meses y llego a ser dos años de la partida de Nadia, su padre se había desmejorado mucho, lo encontraban borracho tirado al borde del sendero y si era noche cuando sucedía esto, el que lo encontraba juraba haber oído mascullar al viejo e incluso gritar “déjame en paz, ya se acabó ya”, así que en la aldea empezaron a sospechar que se estaba volviendo loco si es que no lo estuvo siempre.

DOS AÑOS DESPUÉS

Ciertos días de la semana, partía un camión a la zona donde vivía Nadia, ese día en particular se encontraban dos señoras parlanchinas y dicharacheras que volvían a sus casas en la selva.

– ¡Qué calor hace!- exclama una mientras trataba de abanicarse con la mano –

– Si parece que ya estuviéramos en el infierno- respondía la otra- Lo bueno es que cuando lleguemos será noche cerrada, no me atrevería a subir esa montaña con tanto calor.

– Claro que no quieres calor, pero tampoco es bueno caminar por la noche ¿y si se te aparecen los fantasmas?

– ¿Qué fantasmas? Toda mi vida he caminado de noche por ese sendero y nunca me he encontrado nada…

– Eres incrédula, cuidado que un día te pase y te mueras del susto.

– Nada, aquí no pasa nada.

En ese momento al camión subió una última pasajera, cabello largo y suelto, delgada como una palmera, hermosa y seria. La recién llegada se acurrucó en un rincón del camión tapando sus largas piernas con su vestido, cerró los ojos y pareció dormir.

– Fíjate en esa- murmuró una de las vecinas, con ese trapo que se cubre un poco más y parece desnuda.

– Ay mujer, a ti te gusta criticar a todas. Pero fíjate bien, me parece que tiene cierto aire conocido. ¿Va ser?…

– No creo haberla visto en mi vida.

– Yo creo que sí, se parece a la mujer de ese borracho, pero es muy joven. Ahí está el detalle… creo que es Nadia.

– ¿Nadia, la hija de ese borracho?

– Si… Pregúntaselo.

– ¿Y por qué no tú? Nunca he hablado con ella.

– Y seguro yo sí…

– Está bien, se lo pregunto- y tomando más valor que aire la mujer se dirigió a la joven.

– ¿Hola señorita, usted es de por acá?

La joven levantó su mirada y sus ojos tristes, que profundamente se posaron en la mujer, viendo y sin ver

– Si – respondió en apenas un susurro.

Como no parecía volver a hablar más, la mujer volvió a preguntar:

-¿Tú eres Nadia?- y después de un silencio largo, largo, la joven contestó.

– Si…

– Ah, entonces ¿estas volviendo?, ¿será para cuidar de tu padre?, hace mucho que está enfermo.

– No ¿Cómo, no vas a cuidar de tu padre?

– No

– Entonces…

– Cállate- le susurró la otra mujer- no es tu asunto.

– Pero…

– Cállate, hay algo en su mirada y su voz que me da miedo…

– Si serás…

Las mujeres callaron y se acurrucaron en sus bultos, el camión seguía su marcha, el camino era largo y la noche también. A las dos de la madrugada llegaron a destino.

– Baja, baja- gritaron las mujeres.

El camión se detuvo, bajaron y junto a ellas bajo Nadia. Era lo más natural ya que su casa quedaba en la zona, pero ellas no pudieron evitar estremecerse, había algo extraño en esa chica, algo que no se podía definir… ¿Irás con nosotras por el sendero?

– Si.

-¿Tienes linterna?

– No.

– Camina a mi lado, así te alumbro.

– Si.

Se pusieron en marcha, a medida que caminaban el aire se hacía frío y más frío, no había luna, el sendero se alargaba y alargaba como para no dejarles llegar a sus casas. Al fin llegaron a la primera casa, era la casa de Nadia, oscura y solitaria.

– Hasta la vista entonces- se despidieron las mujeres no sin alivio.

– Si…

Ellas se alejaron por el sendero, iluminándose con sus linternas

– ¿Te diste cuenta que frío hacía?- comentó una.

– Sí, pero solo era frío… no vayas a empezar otra vez con tus fantasmas- y ambas iban a echarse a reír cuando oyeron un grito espantoso, era un grito que venía de alrededor de ellas, de detrás de ellas, y a la vez de ellas mismas.

-¿Qué fue eso?- y mientras preguntaba, el grito volvió a resonar.

– Nooooo… nooooo… por favor, noooo- los cabellos se les erizaron, se miraron locas y confundidas ¿Qué ha sido eso? ¿Nadia? – – No, era un grito de hombre. ¡Volvamos!… – aunque lo dijo con miedo, la mujer sentía la necesidad de volver y averiguar quién o porque había gritado.

-¿Estás loca? Yo me voy a mi casa.

-¿Y si Nadia necesita ayuda?

– No fue ella, fue un hombre…- aun así ambas se tomaron del brazo y caminaron lentamente hacia la casa de Nadia, todo estaba oscuro, se acercaron a la puerta, se encontraba entreabierta.

– Toca… Entra, yo no me meto ahí

– Pásame tu linterna- empujaron un poco más la puerta para poder iluminar el interior con la linterna –

– ¿Nadia?…- la pregunta era apenas un susurro y se perdió en la oscuridad, pero un sonido les respondió, un sonido de desgarre, una rotura, un chirrido.

-¿Nadia, estás ahí?- En ese momento la luz de la linterna iluminó el piso, un jirón blanco de vestido, un jirón no tan blanco… –

-¿Nadia?- gruñido… y al fin la linterna la iluminó toda entera, estaba sentada en el piso, acunando algo entre los brazos, con los largos cabellos tapando el objeto que acunaba.

– Nadia, ¿estás bien?- y ella giró su rostro, vacío y hermoso.

– Ahora sí…

-¿Qué? ¿Qué?- la mujer se quedó sin habla mientras veía que era lo que sostenía los brazos de Nadia… era… era… pero no pudo contener el grito que salió de su pecho antes de retroceder hacia la puerta.

Nadia sostenía la cabeza de su padre, estaba limpiamente arrancada del cuerpo, la boca en un grito mudo y los ojos sangrantes ¿O es qué ya no tenía ojos?

– Sal, sal…-la mujer retrocedía empujando a la otra.

– No te vayas- susurro Nadia.

– ¡Monstruo!

– No… yo no lo soy… pero mi padre si.

– No, tú eres un monstruo, mataste a tu padre.

– Él ya estaba muerto, el día que me tocó por primera vez ya estaba muerto ¿Qué? Cuando murió mi madre, papá se hizo cargo de mí, al principio eran solo unos golpes por cosas pequeñas, como romper un plato… pero luego me fue viendo, yo crecía… mi cuerpo también…

-¿Qué dices?

– La primera vez fue una noche… no había luna, todo estaba oscuro, lo sentí echarse encima mío… quise gritar… me tapó la boca con su sucia mano… tan solo tenía 12 años…

– ¿Tu padre… tu padre?.

– Sí, me violó… y no fue una, sino muchas veces y nunca más pude volver a vivir…

– Pero te fuiste… ¿No? Tu padre dijo que te marchaste a la ciudad.

– No… estoy aquí.

-¿Cómo?

– La noche que cumplí 16, me dije que ya no soportaría más vejaciones, escondí un cuchillo bajo mi almohada, ¿quería matarme? No, quería matarlo a él, pero fue como si él lo supiera, fue de frente al cuchillo y me apuñaló.

– Imposible…

– Sí- dijo Nadia mirándola con una sonrisa triste, la sonrisa más triste y la mirada más triste que viera en su vida- estoy enterrada bajo la cama…

Las mujeres se quedaron de piedra, o mejor dicho solo una de ellas por la otra yacía desmayada en el dintel desde el momento en que había visto la cabeza del muerto. Nadia había regresado del mas allá, había regresado a tomar su venganza por que no podía descansar en paz, una niña así tratada nunca podría descansar en paz.

Cuando la mañana llegó, las dos mujeres fueron encontradas en el sendero, acurrucadas y tiritando a pesar del intenso calor, nunca más volvieron a ser las mismas, nunca más volvieron a vivir ahí.

¿Y Nadia? Cuando los hombres entraron en la casa todo estaba cubierto de polvo, como si hace mucho nadie viviera ahí, pero donde más polvo había era sobre el cadáver del hombre, las mujeres dijeron que Nadia simplemente había vuelto a ser polvo…