miércoles, 28 de enero de 2015

TZINTZIN



Una  muchacha llamada Tzintzin que vivía en un pueblo de la Meseta Tarasca, iba todos las tardes a acarrear agua en un cántaro hasta un manantial.

Debido a que era deslumbrantemente hermosa, los hombres de su comunidad la asechaban y le decían muchos piropos con el fin de conquistarla, aunque todos sabían que Tzintzin estaba enamorada de un muchacho de nombre Quanicoti, de oficio cazador.

Ambos jóvenes se encontraban en el camino que conducía al manantial, que estaba situado en medio de una increíble vegetación en donde destacaban las flores de todos los colores y clases.

Ahí los chicos pelaban la pava sin ser molestados. Cuando ellos se encontraban curiosamente las plantas eran más verdes y las flores mucho más fragantes que de costumbre.

Tan enamorados estaban que el tiempo transcurría rápidamente para ellos, lo que a veces ocasionaba que Tzintzin se retardara en su cometido.

Debido a sus continuos retrasos, sus padres la amonestaban.

En una de sus citas amorosas se les hizo más tarde que de costumbre, el Sol estaba ya por meterse.

Cuando Tzintzin se dio cuenta, se puso a temblar de angustia, pues aún le faltaba acarrear el agua en su cántaro.

Presa del miedo, se puso a rogarle al Sol que le ayudara a encontrar un lugar más cercano de donde obtener el agua, ya que el manantial quedaba aún bastante lejos, y sus padres la iban a medio matar.

Ante tan angustiada y devota súplica, apareció un hermoso colibrí cerca de las flores, agitando sus pequeñas alas.

En seguida Tzintzin se percató de que se trataba de un dios, dado que era un colibrí muy especial, más bello y más majo que cualquiera que antes hubiese visto la muchacha. Alumbrada por los últimos resplandores del Sol, Tzintzin vio que de las plumas del pajarito caían gotas de agua que brillaban como cristales de roca muy pulidos.

La señal divina había llegado, la joven se acercó a unos matorrales y vio que escondido se encontraba un pozo de agua muy profundo. Tzintzin tomó su vasija y la llenó completamente de esa agua tan clara y maravillosa.

Al llegar a su casa, sus padres estaban maravillados de tanta agua como su hija había llevado, pues nunca solía el cántaro estar lleno a rebosar.

Pensaron: -¡Ha de haber sido Quanicoti que le ayudó a obtener al agua! Sin embargo, Tzintzin les aclaró que había encontrado un pozo de agua mucho más cerca del manantial, en un camino conocido por todos los habitantes del pueblo. Inmediatamente todos se enteraron del nuevo pozo, al que bautizaron con el nombre de Quiritzícuaro, la Gran Fuente, por lo profundo y abundante que era.

Los jóvenes acudían muchas veces a ese lugar, muy contentos por haber descubierto el pozo del que obtenían agua no solamente los habitantes de su pueblo, sino de otros  aledaños.

Mientras los jóvenes intercambiaban promesas de amor eterno, que quien sabe si cumplirían, el Sol en el alto Cielo sonreía satisfecho de su obra.

COMO LOS TEIWARIXI ENTRAN EN EL MUNDO DE LOS WIXARITARI



Existe un gran abismo entre el imaginario y la concepción del mundo de los indígenas. Los hombres occidentalizados no han logrado entender cómo ven la vida los pueblos autóctonos. Los hombres blancos tienen un dilema desde hace décadas: llevar el desarrollo a las comunidades indígenas y, por otro lado, respetar sus prácticas.
Para los wixaritari entender la vida sin los elementos de la naturaleza es como si los teiwarixi, como llaman los huicholes a los hombres blancos, tuvieran que concebir su curso sin la religión católica, cristiana o judía. La vida, la religión y la mitología van de la mano.
Los wixaritari saben que la naturaleza les da la vida, en cambio, los mestizos la utilizan para vivir. Los primeros conocen a Hikuri Neirra como su hermano mayor y primer guía a la tierra sagrada, para los no huicholes es un venado de cola blanca. Tatei Niwetsika la llaman “nuestra madre”, es el maíz, el grano con el que se hacen las tortillas, dirían los segundos. El Hikuri les sirve para entender y compartir el conocimiento, para seguir en contacto con sus ancestros y dioses; para el resto de las personas en el mundo es un cactus alucinógeno llamado peyote.

Los ancestros les delegaron sus labores y decidieron irse a las entrañas de la tierra, donde vivieron años hasta que pudieron emerger y tomar diversas formas naturales: manantiales, cuevas, plantas, montañas, animales y la fuerza de la naturaleza hacen posible la vida.
La cultura wixárika, pueblo prehispánico que sigue existiendo en nuestros días, ha sido influenciada por la occidentalización, modernización y problemas sociales que han orillado a los huicholes, en parte, a dejar sus creencias, ceremonias y tierras para poder sobrevivir.
Sin embargo, gracias a la introducción de prácticas y herramientas los huicholes pueden sobrevivir en este mundo globalizado. Por ejemplo, el estambre y la chaquira son la materia prima para sus artesanías, que a su vez son objetos industrializados.

Esta disyuntiva, desarrollo y “dejar ser”, tiene su propia historia y existen sucesos políticos y sociales que aportan y ayudan a comprender el panorama de la actualidad wixárika. La educación autónoma es fundamental para continuar con su identidad.

martes, 27 de enero de 2015

EL HIJO DE QUETZALCÓATL



Cuentan los abuelos de Tlayacapan que en tiempos muy remotos existió una muchacha mucho muy bella, tan hermosa era que cuando un día la vio Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, quedó enamorado de ella y la hizo suya. A resultas de ello, la joven resultó embarazada.

Al enterarse los padres se llevaron una fuerte impresión y disgusto. Decidieron que lo mejor era mantener encerrada a la hija durante los nueve meses que durara su preñez. 

Cuando el niñito nació, los padres, carentes de buenos sentimientos, ordenaron que se llevaran al niño, y lo ataran a las pencas de un maguey para que se pinchase con las espinas y muriese.

Sin embargo, el maguey que era mucho más caritativo que los crueles padres, se compadeció del nene, bajó sus espinas para que no lo dañasen, y lo alimentó con el rocío que recibían sus grandes pencas, como se lo había indicado el dios Quetzalcóatl.

Al enterarse el padre de que su nieto no había muerto, ordenó a sus sirvientes que llevasen al niño a un hormiguero, a fin de que las hormigas lo picasen hasta que muriera.

Pero Quetzalcóatl estaba vigilante, y al enterarse de lo ordenado por el mal padre, indicó a las hormiguitas que alimentasen al chico con migajas de pan. Después, les dijo a las hormigas que colocaran  al niño en una canasta y lo echaran al río.

La corriente del agua se fue llevando la canasta, hasta que llegó a una orilla donde una mujer anciana estaba lavando ropa.

Al ver la canasta sacó de ella al nene con mucho cuidado y se fue a su casa con el propósito de enseñárselo a su marido.

Después de mucho indagar si el retoño pertenecía a alguien que lo hubiese perdido, y como parecía que no pertenecía a nadie, la pareja de viejos decidió quedárselo.

Pasaron los años, y en el transcurso de ellos el niño fue muy bien atendido. Así fue como creció el hijo del viento: Quetzalcóatl.

miércoles, 21 de enero de 2015

EL JUEGO DE PELOTA



El Tlactli, juego con connotaciones rituales y míticas, se jugaba en Mesoamérica desde 1400 a. C. fecha aproximativa durante las celebraciones religiosas y aún fuera de ellas. Posiblemente tuvo su origen en la zona olmeca; algunas pelotas de fecha muy antigua se han encontrado en la ciénaga del sacrificio en El Manatí, en la cuenca del río Coatzacoalcos.

Se jugaba empleando las caderas, las rodillas y los codos derechos, intentando introducir una pelota de hule, de variable peso, en una argolla de piedra. Los jugadores formaban dos equipos de dos o siete jugadores cada uno.

Las canchas en que se jugaba eran largas y estrechas, con paredes laterales cubiertas de yeso y decoradas. Las reglas del juego variaban según la cultura que lo jugaba.

Fray Bernardino de Sahagún nos dice al respecto: ...y el que metía la pelota por allí ganaba el juego; no jugaban con las manos sino con las nalgas herían a la pelota; traían para jugar unos guantes en las manos, y una cincha de cuero en las nalgas, para herir a la pelota.

Un juez vigilaba el juego, los jugadores se enfrentaban en una cancha dividida en dos, y se lanzaban una pelota de aproximadamente tres kilos que debía ser tocada por alguna parte del cuerpo, o por algún implemento como un mazo o un guante.

Según Pedro Martínez Moya: Los tantos se obtenían cuando la pelota se recogía o golpeaba con una parte del cuerpo no autorizada; cuando la pelota era muerta o perdida.

Cuando se comete una falta patear la pelota con el pie, el equipo contrario lograba obtener de 1 a 4 rayas tantos que eran convenidos previamente y la posesión de la pelota. Como era excepcional pasar la pelota por el aro, cuando esto se lograba se ganaba el juego y el jugador que lo conseguía era agasajado con premios y honores.

El simbolismo del juego de pelota más aceptado nos dice que la pelota era la representación del Sol, y las metas de piedra connotaban la salida y la puesta del astro o los equinoccios.

 Se le ve, asimismo como la lucha entre el día y la noche; los campos de juego se consideraban como los umbrales del Inframundo. En la zona del Tajín el juego simbolizaba la fertilidad, y el sacrificio de un jugador  constituía un rito propiciatorio de la renovación de la planta que proporcionaba el pulque.

En algunas regiones como en Teopantecuanitlan, el juego constituía la representación de los acontecimientos cósmicos, pues la cancha donde se realizaba representaba al cosmos, el modelo quincunce del universo entero.

El desplazamiento de los jugadores en el universo connotaban los movimientos del Sol y de la Luna, que remitían a la lucha antagónica de los astros y a los tiempos míticos de la creación. Al ser sacrificado el perdedor, devenía la ofrenda dada a los dioses, a fin de que el mundo siguiese con su continuidad.

En el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, los hermanos gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, representan al Sol y la luz, al enfrentarse contra los Señores de Xibalbá, del Inframundo, que representaban la oscuridad, en un terrible y magnífico partido de pok a pok, llevado a cabo en Chichén-Itzá, en el cual los hermanos son sacrificados, para luego transformarse en el Sol y la Luna.

Cada vez que los mayas realizaban un juego de pelota, conmemoraban las hazañas de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué. La enorme y bella cancha de Chichén-Itzá data del Período Clásico.

Como diría Ignacio Guevara en un artículo de México Desconocido: Evidentemente, aquel antiguo mito del juego de pelota que se relata en el Popol Vuh está presente en estos relieves: la vida y la muerte, el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, y la planta que simboliza el número siete, que es fertilidad; todos los elementos nos recuerdan que del sacrificio surge la vitalidad que dará continuidad a la existencia de los hombres en este complicado mundo creado por los dioses.

Dentro de la mitología nahua un mito nos relata que el rey tolteca Huémac jugaba contra el dios de la lluvia y el agua Tláloc; la apuesta consistía en plumas de quetzal y piedras preciosas.

Al ganar el partido Huémac en lugar de lo acordado, recibió elotes y hojas de maíz joven.

El tlatoani se negó a recibirlos, debido a lo cual el dios de la lluvia se enojó y castigó a los toltecas con cuatro años de dura sequía, lo que dio inicio al fin del reinado tolteca.

martes, 20 de enero de 2015

LOS DIOSES VIEJOS



En el cielo noveno, el más alto de los cielos mixtecos, hubo una pareja de dioses tan antiguos que no tenían nombres calendáricos porque todavía no se había inventado el calendario. Realmente ellos eran la dual manifestación del único dios grandísimo, el "dios del centro por quien viven todo viviente".

En aquel entonces no había nada más que el cielo. Todo fue silencio, obscuridad; sólo el agua y los cielos.

Luego hubo otros dioses, algunos con nombres calendáricos como 4 casa y 5 serpiente y su hijo 5 pedernal. Otra pareja anciana consistía de 8 lagarto y 4 perro, de quienes no sabemos mucho porque se trata del tiempo pre-historia de los mixtecos.

Los dioses que crearon el mundo mixteco existían "en el año y día de obscuridad antes de que hubieron días y años… cuando hubo caos y confusión y agua cubrió la tierra". Ellos tomaron forma humana y con su gran poder y sabiduría, fundaron una roca grande sobre la cual se construyeron palacios suntuosos en donde moraban.

lunes, 19 de enero de 2015

XIUHTECUHTLI



El Señor Azul, dios de suma importancia en la cultura nahua, fue el dios del fuego. Desde la época en que los mexicas andaban del tingo al tango, ya se le adoraba. Se le conoce como el Señor de la Hierba y como el Señor de la Turquesa. Siguiendo la tradición de la multi personalidad de los dioses del panteón mexica, El Señor Azul tuvo varios nombres: Huehuetéotl, el Dios Viejo; Cuezaltzin, Llama de Fuego; y Izcozauhqui, el Cara Amarilla. También se le llamó Culebra de Luz. Xihuitl simboliza el principio creador que proporciona calor y vida, dios del fuego que purifica la tierra y renueva la naturaleza y las cosas en general. 
Iba desnudo, sólo le cubría una capa de plumas amarillas, la barba pintada de negro y rojo; plumas verdes adornaban su corona, y lucía orejeras de turquesas azules. En la mano derecha portaba cinco chalchihuites de hermoso color verde. Deidad del día y del calor, señor de los volcanes, y personificación de la vida después de la muerte. Patrono de de los tlatoanis, a quienes se les consideraba la encarnación de Xiuhtecuhtli.
Se le dedicaban varias ceremonias: una al año, otra cada cuatro, y al cumplirse cincuenta y dos años, se festejaba el Fuego Nuevo. Se le sacrificaban esclavos que simbolizaban los colores del fuego; a saber, el Xocauhqui Xiuhtecutli, amarillo; el Xoxouhqui Xiuhtecutli, el azul celeste; el Tlaltlauhqui Xiuhtecutli, el rojo; y el Iztac Xiuhtecuhtli. Todos ellos colores sagrados, como sus nombres lo indican.
Junto con Chantico, personifica a los dioses padres de todos los dioses y de la humanidad: Ometecuhtli y Omecíhuatl. Uno de sus símbolos fue la cruz de los rumbos sagrados del universo.
Las tres partes que componen el mundo: la terrestre, el inframundo y el ámbito celestial, fueron unidas por Xiuhtecuhtli, quien desde el Mictlán subió hasta el Cielo pasando por la Tierra como una columna de fuego, para mantener a los tres planos unidos. Cuando se extinga la columna de fuego el mundo llegará a su fin.

COMO LO PIENSES, ASÍ SERÁ



Si piensas que no puedes; seguro no podrás. Si piensas que te duele; la herida no sanará. La fuerza está dentro de ti, y sólo tu si lo deseas, PUEDES SUPERARLO.

Si te detienes a pensar que hay calor; no dejarás de sudar. Si piensas que tienes hambre, hasta tu estómago podrá hablar, si sientes que se apodera de tus huesos el frío, no pararás de temblar Si te quedas en cama contemplando la enfermedad; no vas a sanar. Si recuerdas a cada instante la palabra que te hirió; no aprenderás a perdonar. Porque como lo pienses, así será.

Si crees que ya no puedes hacer más; no lo harás. Si piensas que es imposible de alcanzar; no lo realizarás. Si te sientes aburrido o deprimido, la nubecita gris no se apartará. Como lo pienses, así Será.

Si culpas a Dios de lo que ha de pasar, tu fe se debilitará. Si te detienes a mirar el reloj para ver el tiempo pasar; sentirás que se detendrá. Si dejas de soñar, perderás la ilusión y la rutina se apoderará de ti.

Si recibes las miradas de otros, como burlas o críticas; te opacarás. Si sientes que te vas a equivocar o te saldrá mal; fallarás de verdad. Si no te logras a ti mismo perdonar, te autodestruirás, Porque como lo pienses, así será.

Piensa en grande y tus obras crecerán, trata de descubrir lo mejor de los demás, y sentirás que tu vida con ellos se enriquecerá. Contempla en ti la perfección de Dios, y tu autoestima nunca decaerá. Vive cada día como una nueva oportunidad, y tu ilusión jamás perderás.

Piensa que puedes hacerlo, y lo harás. Siente que eres capaz de perdonar, y perdonarás. No dejes de soñar, y tu fuerza no perderás. Cree siempre que puedes y podrás.

Mírate en el espejo y descubre tu belleza interior, y sentirás que no necesitas la moda ni tener que imitar para descubrir en ti el inmenso valor que te ha de adornar. Como veas la vida así será; como lo pienses, lo harás; porque Dios al crearte te dio libertad.

Siente y piensa que cada cosa y momento es muestra del inmenso Amor que Dios te ha de profesar; estoy seguro, que en tu corazón siempre habrá paz, y pase lo que pase, experimentarás la verdadera felicidad.

jueves, 15 de enero de 2015

CULTURA CAHÍTA



Es durante la etapa arcaica aproximadamente. Desde 8000 a.C. al 1500 d.C. que debió de haberse presentado el origen histórico de la cultura Cahíta, en la extensión territorial que actualmente ocupan, procedente s de la región oriental de Asia.

Consideramos que los petroglifos como los de Tehuelibampo, Municipio de Navojoa; el veranito Municipio de Álamos, anterior a los pictogramas que nos pueden llevar a una identificación de etnia y afirmar que los Cahítas son una de las primeras ramas de los Nahuas en desprenderse hacia el sur, o bien, un grupo muy antiguo no identificado, que en los movimientos migratorios se habían establecido en la región y que grupos culturales más avanzados los sometieron y obligaron a modificar sus costumbres, idioma etc.

El Yoreme Cahíta forma una cultura nacida del carrizo, tierra, mezquite, agua, pitahaya, venado y sol. En la antigüedad dominaban el actual noroccidente de México.

Los principales grupos Cahítas son: los Yaquis, Mayos, Tepahe, Conicari, Guarijío, Macoyahui y Basiroa.

La flora u la fauna que rodea al grupo Cahíta le servía para satisfacer sus necesidades. Dentro de los aspectos socioeconómicos tenemos la nula existencia de las clases sociales y de la propiedad privada, lo que encontramos es una división natural del trabajo y la existencia de ciertos rasgos distintivos de acuerdo a cada papel que desempeñaba cada miembro de la tribu; protección, organización y satisfacción de las necesidades sociales. Principal, guerrero, recolector, cazador, etc. Esto dependía de su capacidad física mental.

Practicaban una rudimentaria agricultura, predominando el cultivo del frijol, calabaza y maíz, suficiente para provocar el inicio del sedentarismo. Así también la recolección realizada por los niños y mujeres en la zona costera era muy común.

Los productos obtenidos de sus cacerías utilizando el arco y las flechas de carrizo con punta de obsidiana proveían al organismo de la energía para fortalecerlo y unificar a la comunidad. La caza era principalmente de venado, que constituía todo un ritual sagrado, transmitido de generación en generación que les ha permitido su conservación biológica y social.

La forma de normar la vida de los Cahítas no se encontraban en códices, eran principios normativos consuetudinarios, donde el más anciano de la tribu era el que tomaba las decisiones, si éste no podía resolver se analizaba en le consejo de ancianos o la asamblea del pueblo.

Su religión era de tipo politeísta, animista y totémica, Creían en le venado, la víbora, el coyote, el sol, la luna, etc. En sus ceremonias religiosas siempre estuvieron presentes las danzas del venado, coyote, triunfo de guerra, donde el Cahíta ríe, grita, se burla durante todo el día y la noche, mostrando las máscaras y pinturas elaboradas por ellos mismos.

LA CHIRIKI



En lo remoto de los tiempos, radicaba una tribu indígena entre cuyos componentes se encontraba un indio fuerte y valeroso, autor de hazañas inigualadas. El indio se llamaba Báa Bachi, Maíz de agua.

Su prestancia varonil tenía enamorada a una bella india que adoraba al joven guerrero. El frenesí que unía a estos enamorados se enfriaba con frecuencia por la coquetería de la aborigen. Le gustaba dar celos a su amante y exigirle pruebas constantes de amor.

Un día en que los enamorados paseaban a orillas del río, la Chiriki - tal era el nombre de la india - arrojó al agua un brazalete de oro, exigiendo a Báa Bachi que lo rescatase.

El indio obedeció su capricho y buscó la alhaja, confiada en sus dotes de nadador. Al cabo de algunas horas, Báa Bachi no volvió a la superficie y la desesperación y la tristeza se apoderó del ánimo de la Chiriki.

Empezó a creer que su coquetería había comprometido la vida del amante y, la idea de que pudiera haberlo perdido, la llenó de terror.

Arrepentida de su comportamiento consultó con el hechicero de la tribu, pidiéndole consejo. El resultado fue que la Chiriki se arrojó en el mismo sitio donde Báa Bachi se había sumergido, desapareciendo ella también.

Al día siguiente, de madrugada, todos vieron surgir del fondo del río, en el lugar donde habían desaparecido los amantes, una flor extraña, completamente desconocida hasta aquel momento, a la que llamaron 'Juu Sewa Nakeo" Flor del Amor. 

martes, 13 de enero de 2015

EL CEMPASÚCHIL LA FLOR DE MUERTOS



El uso ritual y ceremonial de las flores en nuestras culturas mexicanas viene desde muy antiguo, desde aquellas lejanas épocas en que las civilizaciones mesoamericanas las usaban para tales fines en gran profusión; sobre todo los mexicas quienes apreciaban sobremanera su belleza y su valor.

Nuestra actual flor de muerto, el cempasúchil, cuyo origen etimológico es el vocablo náhuatl cempoalxóchitl, de cempohualli, “veinte” y Xochitl, “flor”, fue una flor mexica muy empleada en las festividades religiosas. Por su forma de pétalos radicales y su fuerte color amarillo, representaba, y aún representa en algunos grupos indígenas, al Sol, que da vida y calor.

El aroma de sus pétalos es un elemento psicopompe que posibilita y dirige la llegada de las ánimas del más allá. Es a través del caminito que se forma con los pétalos que las almas de los difuntos podrán llegar hasta la ofrenda de muertos, donde alimentarán su sutil cuerpo con la esencia de los alimentos.

Pero su significado va más lejos, para los mixes de Ayutla, Oaxaca, la flor de cempasúchil simboliza el alma de los difuntos; así como para los habitantes de Mixquic, Distrito Federal, el ofrendar esta flor a los muertos grandes tiene el significado de un recordatorio que les impide olvidar al dios Tonatiuh quien, según el mito, la dio a los mortales para venerar a los ancestros.

En cambio, los tlapanecas de Guerrero, creen firmemente que la flor de cempasúchil simboliza a los ángeles enviados por Dios para cuidar a los muertos, y a su aroma lo denominan “alma”.

El cempasúchil, es una planta herbácea de hojas divididas, de flores grandes color anaranjado, amarillento o rojizo. Su olor es agradable y penetrante.

Contiene aceite esencial, resina, materia colorante amarilla, grasa y tanino, entre otras sustancias más.

Florece en octubre y noviembre, razón por la cual actualmente la usamos como parte de los rituales de Día de Muertos. La conseja popular nos informa que es muy útil contra los cólicos ventosos y el miserere.

El zumo de sus hojas bebido, o las hojas maceradas en agua o vino, templan el estomago frío y provocan la orina y el sudor. 

De esta hermosa y ceremonial flor, el fraile Bernardino de Sahagún nos dice en su fascinante obra Historia general de las cosas de la Nueva España: “... son amarillas y de buen color, y anchas y hermosas, que ellas se nacen, y otras que las siembran en los huertos; son de dos maneras, unas que se llaman hembras cempoalxóchitl y son grandes y hermosas, y otras que hay las llaman machos cempoalxóchitl y no son tan hermosas ni tan grandes”  

A Sahagún debemos también la relación que nos legó de las fiestas en que esta flor se usaba particularmente. Así, en el séptimo mes llamado Tecuilhuitontli, se homenajeaba a la Diosa de la Sal Huixtocíhuatl, hermana mayor de los tlaloques, diosecillos del agua. Una mujer ataviada con los ornamentos de la diosa era sacrificada: La noche antes de la fiesta velaban las mujeres con la misma que había de morir, y cantaban y danzaban toda la noche; venida la mañana aderezábamos todos los sátrapas y hacían un areito muy solemne; y todos lo que estaban presentes al areito tenían en la mano aquellas flores que se llamaban cempoalxóchitl. 

La fiesta a la madre de los dioses, Teteo Innan o Toci, Nuestra Abuela, tenían lugar en el undécimo mes conocido como Ochpaniztli, para la cual: …Entrando este mes, bailaban ocho días, sin cantar, sin teponaztli; los cuales pasados salía la mujer que era la imagen de la diosa... compuesta con los ornamentos con que pintaban a la misma diosa; y salían gran número de mujeres con ella, especialmente las médicas y parteras, y partíanse en dos bandos y peleaban apedreándose con pellas de pachuli y con hojas de tunas, y con pellas hechas de hojas de espadaña y con flores que llamaban cempoalxóchitl, este regocijo duraba cuatro días. 

En el octavo mes, Huey Tecuilhuitl, llevábase a cabo la fiesta a Xilonen, Diosa del Maíz Tierno, a cuyas honras mataban a una mujer que encaminaba sus paso finales acompañada de varias mujeres que bailaban y… Llevaban todas guirnaldas amarillas, que se llaman cempoalxóchitl y sartales de los mismo las que iban delante guiando, las cuales se llamaban cihuatlamacazqui, que eran las que servían en los cúes que también vivían en sus monasterios. 

Hecho este sacrificio a honras de la diosa Xilonen, tenían todos licencia de comer xilotes y pan hecho de ellos, y de comer cañas de maíz. Antes de este sacrificio nadie osaba comer estas cosas; también de allí adelante comían bledos verdes cocidos, y podían oler también las flores que se llaman cempoalxóchitl, y las otras que se llaman yiexóchitl.

En el noveno mes llamado Tlaxochimaco, que como hemos visto era el mes de las flores, el buen fraile nos dice que “…Dos días antes que llegase esta fiesta toda la gente se derramaba por los campos y maizales a buscar flores, así silvestres como campesinas, las cuales unas se llamaban... cempoalxóchitl” 

Esta flor de la cual podemos aún disfrutar, está ligada a nuestros altares de muertos por más de cuatrocientos años, pues se la empezó a emplear con esta función, exclusivamente, una vez iniciada la Colonia, ya que como queda dicho anteriormente los antiguos mexicanos la usaban para todo tipo de fiesta y no nada más para los dedicadas a los muertos.

Sin embargo, a pesar de que no podemos pensar en el Día de Muertos sin que nos llegue a la mente esta olorosa flor, no es la única que acompaña a las ofrendas mortuorias.

Junto a ella, aparecen muchas especies más, tantas como flores crezcan en las diferentes regiones de nuestro país. 

NAPATECUHTLI



Cuentan los antiguos mexicanos que en el Tlalocan existía un dios llamado Napatecuhtli que gustaba de pintarse el cuerpo y la cara de color negro.

En su faz agregaba motas de color blanco. En su cabeza lucía una corona de papel que pintaba con sus colores simbólicos: el blanco y el negro. A sus espaldas caían unas especies de borlas que estaban colocadas en un penacho situado en la coronilla, fabricado con tres hermosas plumas verdes de quetzal.

Una faldilla amarrada a la cintura que le llegaba hasta las rodillas, era de fino algodón hilado con decoraciones en sus colores favoritos: el blanco y el negro. Calzaba huaraches negros y portaba en la mano izquierda un escudo, y en la derecha un bastón decorado con flores de papel.

Napatecuhtli fue el dios de los artesanos petateros, cuya materia prima era la juncia, él había inventado el arte de tejer, no solamente los petates, sino también de elaborar icpales, asientos y los tolcuextli. Gracias a la bondad y sabiduría del dios petatero, a los artesanos no les faltaban ni las juncias, ni las cañas, ni los juncos que posibilitaban su labor. Por esta razón a ellos correspondía mantener el templo dedicado a Napatecuhtli limpio y en buen estado, y provisto de numerosos icpalis y petates.

El buen Napatecuhtli no solamente era el dios de los tejedores, sino que también fue uno de los más importantes Tlaloques, los dioses del agua, por ello sus oficiales le adoraban en una gran celebración, para que no fuera a faltarles el agua que propiciaba la aparición de las plantas necesarias a su labor artesanal. Para su festejo, los sacerdotes escogían un esclavo al que vestían con los ornamentos de Napatecuhtli y que sería sacrificado en su honor.

Cuando le llegaba la hora, en su mano colocaban un recipiente de color verde con agua y con un ramo de salce el “dios” rociaba a los asistentes.

Algunas veces, fuera del día de la fiesta, si algún artesano de la juncia deseaba homenajear particularmente al dios, un sacerdote, ataviado a la manera de su imagen, recorría las calles esparciendo el agua con el ramo. Al llegar a su destino, es decir la casa del artesano, se colocaba en un lugar especial y los habitantes le rogaban que le otorgase parabienes a la familia y protegiera la casa.

Después, se debía ofrecer comida al sacerdote-dios, a los otros sacerdotes que le acompañaban, y a los invitados a la festividad particular. Así el artesano agradecía a Napatecuhtli la prosperidad que le había brindado.

El costo de la celebración era alto, pero no importaba con tal de agradecer los favores y esperar que Napatecuhtli continuase siendo benévolo.

Al terminar la fiesta, los oficiantes  cubrían al sacerdote-dios con una manta blanca y se le conducía hasta el templo del barrio a que pertenecía.

Mientras tanto, en la casa del artesano se realizaba una gran comilitona en la que participaban los amigos y los familiares invitados para tan gran ocasión.

domingo, 11 de enero de 2015

LOS PARACHICOS



Una curiosa historia dio vida a estos personajes que, ataviados con máscaras y bailando al ritmo de la marimba, inundan de bailes y alegría las márgenes del río Grijalva, en Chiapas.

Chiapas se destaca por la belleza de su naturaleza, por su rica y compleja historia; en su fértil territorio han vivido desde la época prehispánica diversos grupos como los tzotziles, tzeltales, tojolabales, choles, zoques y chiapanecas. Entre la población de nuestros días se cuenta la historia del suicidio colectivo de estos últimos ante la inminencia de la dominación española. Los chiapanecas eran particularmente agresivos. Su poderío militar era tal que se duda que alguna vez fueran conquistados por los aztecas.

Se cuenta que esta notable población se acabó, no porque los conquistadores la hubiesen sometido, sino por la decisión propia de quitarse la vida antes que aceptar la dominación. Inútilmente, Luis Marín sometió Nandalumí Pueblo grande en 1524, pues pronto sus pobladores volvieron a sus viejas costumbres. En 1528, sabedores de la fiereza de los indios chiapanecas, los españoles, al mando de Diego de Mazariegos, iban muy bien armados y con el apoyo de los pueblos vecinos, llegaron hasta el Peñón de Tepechtía, en el Cañón del Sumidero, donde, se dice, se libró la última batalla contra los valientes nativos.

Al verse cercados por el enemigo, familias enteras de chiapanecas se arrojaron al precipicio; las aguas del río se tiñeron de rojo. Conmovido ante el hecho, el capitán español cesó el combate. Con los sobrevivientes surgieron las primeras encomiendas y en las orillas del río fue fundado un nuevo pueblo: Villarreal de los indios, la Chiapa de los indios: Chiapa de Corzo, que con la Chiapa de los españoles: San Cristóbal de las Casas, dieron nombre al estado. Realidad o ficción, para los chiapanecos, la leyenda del Sumidero es un símbolo de la lucha por la ansiada libertad.

Otra leyenda enraizada profundamente en el sentir de los chiapacorceños es la que recuerda los infaustos días en que, en medio de la sequía y el hambre, los lugareños recibieron a una distinguida viajera.

La dama expuso a los habitantes del pueblo el motivo de su viaje: su hijo padecía un extraño mal que le impedía mover las piernas. Había recurrido a los médicos más reconocidos, sin que brebajes ni sangrías lograran recuperarlo, de ahí que ella decidiera visitar varios lugares remotos en busca del remedio "para el chico". Cuando le hablaron de los curanderos de Chiapa decidió consultarlos. Al poco tiempo apareció el de Namandiyuguá, cerro brujo, quien después de examinar al joven, le recetó pócimas de hierbas y ordenó que se llevara al chico a los baños de Cumbujujú "lugar donde abunda el jabalí" para completar el tratamiento.

La madre acudió al lugar, cerca del pueblo y poco después, como de milagro, el joven empezó a recobrar la movilidad en las piernas.

Agradecida, la mujer, que se llamaba doña María de Angulo, mandó traer desde tierras distantes ganado y grandes cantidades de cereales para paliar la crisis en Chiapa. Ordenó que se destazara cada día una vaca en la plaza y repartió canastas con víveres entre la población.

En el mes de enero, el día de San Sebastián, doña María mandó sacar a su hijo en andas y desnudo -como el santo-, para que no volvieran las penurias al pueblo. Más tarde, ambos regresaron a su país; la situación había cambiado, la naturaleza pródiga se manifestó nuevamente, los lugareños relacionaron la abundancia con la petición hecha por la mujer y su hijo al santo. Con la llegada de un nuevo año, los nativos recordaron la visita con la representación de una muchacha y un joven vestidos como los personajes paseando por las calles, rodeados de sus "sirvientes", quienes repartieron comida simbólicamente.

No hay datos que avalen esta leyenda, los cronistas no la mencionan; sin embargo, el relato -con variantes- se conserva en el recuerdo de los chiapacorceños, y en las recopilaciones escritas que se hicieron a finales del siglo XX. Pero la realidad es que sólo quedan como testigos el Cerro brujo, las vertientes del Cumbujuyú, cercanos a Chiapa de Corzo y la conmemoración de la visita que tiene lugar todos los años, en el mes de enero durante las festividades del Señor de Esquipulas -herencia guatemalteca-, San Sebastián Mártir y San Antonio Abad, cuando las "chuntás", "los parachicos" y las representaciones de doña María de Angulo recorren las calles de la población en una alegre celebración llena de tradición y colorido.

Los viajeros que van a esta fiesta, al llegar a Chiapa de Corzo, se encuentran con la plaza grande, la fuente colonial, llamada por los lugareños la "pilota", construida con ladrillo, en estilo mudéjar imitando la corona del rey de Castilla y Aragón, y cuya construcción iniciara fray Rodrigo de León en 1552.

Es también famosa "la pochota", ceiba añosa, árbol ritual de los mayas que nunca falta en las plazas de la región y la iglesia de Santo Domingo, erigida entre 1554 y 1576, también de estilo mudéjar, todos ellos mudos testigos de la historia de la ciudad.

El bullicio comienza el día 8 de enero, cuando las "chuntá", jóvenes disfrazados de mujeres recorren las calles de la población con faldas floreadas, con tocados y sombreros, maquillados o enmascarados, llevando canastas llenas de banderas de papel, y bailando el movido Bayashando, acompañado del redoblar de los tambores. Al frente del grupo vienen los "abrecampo", que provocan la risa de los asistentes. Se dice que esta costumbre tiene su origen en las mujeres que acompañaron a la señora de Angulo o bien que es una celebración ligada a la época de las cosechas.

En día 13 se velan las ramas que, adornadas con frutas y flores, se llevan en la madrugada del día 14 al barrio de San Jacinto, al Señor de Esquipulas. Allí hay marimba, el cálido aire se mezcla con el olor de la pólvora de los cuetes, los nanches y los jocotes curtidos. El templo es un jardín florido pletórico de azucenas, gladiolas, nubes, dalias, crisantemos, claveles, nardos y margaritas y de “enramas "adornadas con papayas, sandías, guineos, piñas, guías de jocotes, ramos de limas, cocos y pan de rosca. Los santos apenas si se notan entre las flores y el humo del estoraque. En la comida comunal se sirve cochito" con arroz, chanfaina y tradicional tasajo con pepita.

El día 15, dedicado al Cristo negro de Esquipulas, aparecen "los parachicos". Es imprecisa la explicación de su origen, hay quien dice que son representación de los comerciantes que, engalanados, iban a la fiesta "para el chico", otros aseguran que son los acompañantes y los mayordomos de la señora Angulo que repartían la comida, o bien los patrones de cabellos rubios y capas de fiesta.

Los parachicos lucen una montera de ixtle a manera de peluca, es la cabellera rubia, además de una preciosa máscara -que imita las facciones del español-, con ojos comprados o manufacturados por el artesano, con vidrio fundido sobre un molde y decorado como una pupila. Portan también dos paliacates, uno que cubre la cabeza, y el otro que se sujeta alrededor del cuello con el fin de afianzar la máscara.

Aseguradas en la cintura y sobre las piernas, estos curiosos personajes llevan unas chalinas de seda con flores bordadas, en chaquira y lentejuela, sobre el pecho dos cintas entrecruzadas, en las manos un "chinchín" o sonaja de hojalata.

Un sarape de Saltillo de Chiauhtempan, Tlaxcala atravesado, completa el atuendo.

Los Parachicos aparecen por todo el pueblo, van por las banderas a San Gregorio, el templo de la loma, para bajarlas a la iglesia grande y entre danza y música, patrón y prioste, llevan a San Antonio Abad a las ermitas del Consagrado y de San Antonabal. ¡Allí vienen los Parachicos! es el grito que se oye por doquier.

Después del canto del Nambujó, que entonaba el patrón en el atrio de la iglesia, al ritmo de la guitarra, el tambor y la flauta, gritan "Parachico me pediste, parachico te daré y al compás del tamborcito, mi chinchín te sonaré", la fiesta continúa. Las muchachas, que visten el precioso vestido de contado y bordado de tul de vuelos con flores multicolores, llenan las calles y la plaza, llevan sus jícaras recubiertas de maque, prestas a llenar de confeti a los asistentes.

Para el 20 de enero, el mayordomo, que es quien hace el gasto, va a misa, lleva sarape, jícaras, listones, bandas. Después del rompimiento de la fiesta todo es importante, ser marimbero o de la banda de música, llevar banderas, llegarse a la plaza, cerca de la pochota, donde los niños suben y bajan en los caballitos, si bien los novios prefieren la rueda de la fortuna y otros los jarros de barro con trago.

Mientras tanto, del templo grande han salido tres imágenes de San Sebastián, dos se llevan a las ermitas y la tercera, grande, entre banderas, precedida por cientos de Parachicos -ancianos, jóvenes y niños- se dirige a la casa del Prioste, a la Comida Grande.

Todos asisten, a veces hasta llega el gobernador del estado, la música no cesa mientras se come pepita con tasajo.

El día 21 en la noche tiene lugar un "combate naval", en las márgenes del río Grande. Los maestros pirotécnicos han dispuesto todo para la fiesta nocturna, los artesanos coheteros pintan la noche con cascadas de luces de colores y con matices luminosos el oscuro espejo del Grijalva. También se habla de que esta costumbre tiene antecedentes muy lejanos. En el siglo XVII, Thomas Gage presenció un "combate" que relata en sus crónicas de viaje y que luego se dejó de representar. Fue hasta 1906, cuando Aníbal Toledo, emocionado por un documental de la guerra ruso- japonesa, propuso que se reviviera la vieja costumbre del "combate".

El 22 de enero es el día de los carros alegóricos, entonces todos estrenan alguna prenda, los "parachicos", los "abrecampos" y los "estandartes " rodean el carro de doña María de Angulo. Hay concursos, bailes populares y torneos de equipos deportivos.

Al fin llega el día 23, cuando tiene lugar la misa de despedida, los asistentes hacen valla; cuando llega la imagen de San Sebastián, las "banderas" y los "parachicos" irrumpen, llegan al altar y resaltan entre la multitud con sus sarapes multicolores y sus máscaras laqueadas al son de la música y las sonajas. De pronto empiezan a bailar en silencio y se arrodillan, pero enseguida vuelven el ruido y los vivas interminables.

Propios y extraños se hacen la promesa de volver al año siguiente para conservar la tradición en Chiapa de Corzo, la del río Grande, el templo, la "pilona", la "pochota", todo ese mundo mágico de leyendas que es Chiapas.