viernes, 30 de diciembre de 2016

EL ÁRBOL DE LA CRUZ



Fray Antonio Margil de Jesús fue un fraile franciscano que nació en Valencia el año de 1657. Su apostolado como misionero abarcó un período de cuarenta y tres años; y como iba de un lado a otro llevando la religión católica le pusieron el mote de “el misionero de los pies alados”. Después de un largo viaje de setenta y cuatro días desde Cádiz y de haber recorrido muchos países de América como Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, y pasados trece años de llevar a cabo su misión religiosa, llegó al Puerto de Veracruz el 6 de junio de 1683, el cual acababa de ser saqueado por Lorencillo, el malvado pirata.
Al llegar a tierra mexicanas en seguida se puso a evangelizar llevando un báculo, un Breviario y un crucifijo, dando inicio a una etapa itinerante de gran calibre en aras de la religión católica. Más adelante, el 13 de agosto llegó a Querétaro con tres compañeros, y poco después se le nombró guardián del convento de la Santa Cruz de Querétaro, en la entonces Nueva España, donde fue siempre muy querido por los fieles.
El templo y el convento de la Santa Cruz se fundó a raíz de que los chichimecas fueron derrotados por los conquistadores españoles en el cerro del Sangremal, en el mes de julio de 1531, cuando en el cielo apareció, milagrosamente, la imagen del apóstol Santiago y una enorme cruz, lo cual asombró a los indígenas y propicio su rendición.
Una leyenda queretana cuenta que en el año 1697, fray Antonio Margil llegó a Querétaro al lugar en el que encontraba el templo edificado después de la batalla con los indios. Cuando se encontraba ahí, enterró su báculo cerca del Templo de la Cruz, ubicado en la cima del Sangremal. El báculo enterrado se convirtió en un bello árbol espinoso que adquirió la forma de una cruz.
Según relata la leyenda es un árbol perteneciente a la familia de las mimosas, pero que en vez de dar flores, da espinas que parecen cruces. Así, el árbol en vez de verse cargado de flores, se ve cagado de espinas en forma de cruz.
Algunos fieles han intentado llevarse parte de maravilloso árbol para plantarlo en otros lugares; sin embargo, los pies nunca se dan, pues el árbol se niega a crecer en otro lugar que no sea el jardín del Templo de la hermosa Ciudad de Querétaro.


miércoles, 28 de diciembre de 2016

NAPATECUHTLI



Cuentan los antiguos mexicanos que en el Tlalocan existía un dios llamado Napatecuhtli que gustaba de pintarse el cuerpo y la cara de color negro. En su faz agregaba motas de color blanco. En su cabeza lucía una corona de papel que pintaba con sus colores simbólicos: el blanco y el negro. A sus espaldas caían unas especies de borlas que estaban colocadas en un penacho situado en la coronilla, fabricado con tres hermosas plumas verdes de quetzal. Una faldilla amarrada a la cintura que le llegaba hasta las rodillas, era de fino algodón hilado con decoraciones en sus colores favoritos: el blanco y el negro. Calzaba huaraches negros y portaba en la mano izquierda un escudo, y en la derecha un bastón decorado con flores de papel.
Napatecuhtli fue el dios de los artesanos petateros, cuya materia prima era la juncia, él había inventado el arte de tejer, no solamente los petates, sino también de elaborar icpales (asientos) y los tolcuextli. Gracias a la bondad y sabiduría del dios petatero, a los artesanos no les faltaban ni las juncias, ni las cañas, ni los juncos que posibilitaban su labor. Por esta razón a ellos correspondía mantener el templo dedicado a Napatecuhtli limpio y en buen estado, y provisto de numerosos icpalis y petates.
El buen Napatecuhtli no solamente era el dios de los tejedores, sino que también fue uno de los más importantes Tlaloques, los dioses del agua, por ello sus oficiales le adoraban en una gran celebración, para que no fuera a faltarles el agua que propiciaba la aparición de las plantas necesarias a su labor artesanal. Para su festejo, los sacerdotes escogían un esclavo al que vestían con los ornamentos de Napatecuhtli y que sería sacrificado en su honor. Cuando le llegaba la hora, en su mano colocaban un recipiente de color verde con agua y con un ramo de salce el “dios” rociaba a los asistentes. Algunas veces, fuera del día de la fiesta, si algún artesano de la juncia deseaba homenajear particularmente al dios, un sacerdote, ataviado a la manera de su imagen, recorría las calles esparciendo el agua con el ramo. Al llegar a su destino, es decir la casa del artesano, se colocaba en un lugar especial y los habitantes le rogaban que le otorgase parabienes a la familia y protejiera la casa. Después, se debía ofrecer comida al sacerdote-dios, a los otros sacerdotes que le acompañaban, y a los invitados a la festividad particular. Así el artesano agradecía a Napatecuhtli la prosperidad que le había brindado. El costo de la celebración era alto, pero no importaba con tal de agradecer los favores y esperar que Napatecuhtli continuase siendo benévolo.
Al terminar la fiesta, los oficiantes  cubrían al sacerdote-dios con una manta blanca y se le conducía hasta el templo del barrio a que pertenecía. Mientras tanto, en la casa del artesano se realizaba una gran comilitona en la que participaban los amigos y los familiares invitados para tan gran ocasión.

martes, 27 de diciembre de 2016

EL LEON DEL SEÑOR DE SAN JERÓNIMO



Se cuenta que el Señor San Jerónimo, santo patrón de este lugar, tenía un león a su lado; pero la ciudadanía de aquel entonces, empezó a preguntarse el por qué; ya que esto no era correcto en su papel de patrono de pueblo. Unos afirmaban que debía tenerlo, otros que no, en fin, se pusieron de acuerdo y se lo quitaron.

No se sabe si fue la fe, la superstición o el temor por habérselo quitado, pero se dice que después de algunos días empezó a escucharse el rugido de un león por las noches, y al amanecer se encontraban los restos de animales como perros, borregos, becerros y hasta burros, como indicio de que dicho animal los mataba y se los comía.

Ya la gente no salía cuando empezaba a oscurecer, todo mundo atrancaba las puertas por temor a que el animal entrara a sus casas.

Cuenta un sacristán, que estuvo durante 60 años en este oficio, que él dormía en una pieza que está junto al curato de la Parroquia y que hasta allí oía rugidos del león todas las noches.

Otras personas dicen que era un monstruo que salía de los túneles que se cree tiene el subsuelo de la cabecera municipal, pero sea como fuese, el caso es que a diario aparecía un animal muerto.

Los que le quitaron el león a San Jerónimo, se reunieron y acordaron colocarlo otra vez en el lugar que lo tenía, pues temían que fuera un castigo por habérselo quitado.

Desde que pusieron al león en el lugar donde estaba, no se volvió a aparecer por las noches a causar destrozos, por lo cual el santo volvió a ser venerado como antes.

jueves, 22 de diciembre de 2016

EL NIÑO DE LA BATALLA DE PUEBLA



Esta famosa batalla tuvo lugar en el año de 1862, en las proximidades de la Ciudad de Puebla, durante la llamada Segunda Intervención Francesa. El ejército de México estaba dirigido por Ignacio Zaragoza quien luchaba contra las tropas invasoras comandadas por Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez.
Cuenta una leyenda que un niño zacapoaxtla de la Sierra Norte de Puebla, se encontraba en la cercanía de los fuertes de Lorenzo y Guadalupe, que originalmente fueran capillas edificadas en el cerro Acueyametepec en honor a la Virgen de Loreto y a la Virgen de Guadalupe, y que en los inicios del siglo XIX se convirtieron en fortalezas militares. El lugar era clave para las tropas francesas, pues conquistando los fuertes, se abría el camino hacia la toma de la Ciudad de México. Por tanto era primordial para las tropas de Zaragoza conocer los movimientos de los soldados franceses.
Como no podían ver bien la posición del enemigo, ni siquiera subiéndose a los árboles, cuyas ramas eran muy frágiles, el niño zacapoaxtla se subió ágilmente a un gran árbol con el fin de ver la posición de los soldados franceses y avisar a los mexicanos. Desde lo alto del árbol el niño iba diciendo a los mexicanos las posiciones y movimientos de los invasores.
En ese momento los franceses se dieron cuenta de la presencia del niño y empezaron a atacar furiosamente. El niño persistió en su posición y siguió avisando de los movimientos del enemigo, cuando una terrible bala alcanzó el corazón del chamaco. Cayó al suelo ya muerto y ensangrentado.
Con los informes proporcionados por el pequeño zacapoaxtla, los soldados mexicanos lograron vencer al tan reputado ejército francés. La ayuda había sido valiosísima. Poco tiempo después, enterraron al intrépido mocito, e Ignacio Zaragoza le nombre héroe de la Batalla de Puebla.

martes, 20 de diciembre de 2016

YACATECUHTLI Y SU BÁCULO



El Señor de la Nariz, dios del comercio y el patrón de los comerciantes, tuvo su origen en Pochtlan, localidad que se encontraba al sur de Xochimilco, y que fuera asiento de mercaderes tepanecas. El otro nombre de la deidad fue Yacacoliuhqui, “el de la nariz larga”. En su templo se le vestía con papel sagrado, mismo que se le ofrecía en su adoratorio donde estaba instalada su imagen. El bastón que empleaba para caminar se veneraba tanto como al dios, todos los comerciantes empleaban este adminículo para ayudarse en sus largas travesías. Cuando iban en caravana y llegaba la hora de dormir, los bastones de todos los pochtecas se ponían formando una gavilla, le ofrecían su sangre que brotaba de la lengua, orejas, brazos o piernas, y le quemaban copal para que los protegiese de los innumerables peligros a los que se exponían. Este báculo, llamado ótatl, estaba hecho de una caña muy fuerte y resistente. Asimismo, durante la ceremonia llamada lavatorio de pies, cuando regresaban los mercaderes de sus viajes, colocaban al báculo en un lugar del templo del barrio y le ofrecían acáyetl, flores y comida.
Yacatecuhtli contaba con cinco hermanos y una hermana: Chiconquiáhuitl, Xomócuitl, Nácatl, Cochímetl y Yacapitzzáhuac, la hermana se llamaba Chalmecacíhuatl, a todos ellos se les veneraba y se les ofrecían esclavos vestidos a la manera del dios Yacatecuhtli. Dichos esclavos procedían del mercado que se encontraba en Azcapotzalco. Los elegidos debían ser perfectos de cuerpo y estar absolutamente sanos. Antes de ser sacrificados, los esclavos destinados al sacrificio estaban bien muy bien cuidados: se les bañaba, se les alimentaba sustanciosamente para engordarlos, y se les hacía cantar y bailar para que se entretuvieran y estuvieran contentos y se olvidaran de la muerte inminente que les aguardaba. Cuando llegaba el tiempo de la fiesta Panquetzaliztli, se les sacrificaba. Pero si entre los esclavos había un hombre o una mujer que poseyeran algún don sobresaliente como cantar o bailar muy bien, o tejer y cocinar de manera excelsa, los sacerdotes podían comprarlos y quedarse con ellos para su servicio.
El dios Yacatecuhtli se representaba como una persona que fuese caminado con su bastón; la cara la llevaba pintada de negro y blanco, en la cabeza lucía un tocado de borlas de plumas de quetzalli, y portaba hermosas orejeras de oro. Cubría su cuerpo con una manta azul adornada con flores bellísimas y cubierta con una red negra. Llevaba cactlis de oro labrado, y los tobillos adornados con caracolitos marinos hechos de oro. Fray Bernardino de Sahagún nos informa en su obra Historia General de las cosas de Nueva España: Muy bien arreglada su cara. Su gorro de papel puesto en la cabeza; su collar de piedras finas verdes; su camisa y si faldellín con flores acuáticas (bordadas o pintadas) En sus piernas, sonajas y cascabeles; sus sandalias, principescas. Su escudo, con la insignia del Sol; en la otra mano u  haz de mazorcas enhiesto.
En las ceremonias dedicadas a venerarlo, los músico y cantores le entonaban el siguiente canto: Sin saberlo yo fue dicho/ Sin saberlo yo fue dicho/ a Tzocotzontla fue dicho/ Sin saberlo yo fue dicho/ A Pipitla fue dicho/ A Pipitla sin saberlo yo fue dicho/ A Cholotla fue dicho/ A Pipitla sin saberlo yo fue dicho/ El sustento merecí: No sin esfuerzo mis sacerdotes me vinieron a traer el corazón del agua, de donde es el derramadero de la arena…

lunes, 19 de diciembre de 2016

EL HÉROE YAUSHU



En el principio de los tiempos, los seres humanos desconocían el fuego. Comían los alimentos crudos. Los ancianos sabios del pueblo cora, se reunieron con el fin de averiguar que elemento serviría para cocer sus alimentos y calentarlos.
Cuando estaban meditando, vieron pasar por el cielo una bola de fuego que cayó al mar. Entonces llamaron a los hombres y los animales para preguntarles quién se animaba a traer el fuego. Uno de los hombres dijo que iría siempre y cuando fuera una partida de cinco personas, para ir a buscar en el este un rayo de Sol. Así se hizo. Los cinco marcharon hasta la montaña donde veían salir el Sol. Cuando amaneció, los hombres se dieron cuenta de que el Sol salía en una montaña que se encontraba muchos más lejos. Acudieron a ella, pero les sucedió lo mismo. Al llegar a la quinta montaña ya estaban muy cansados y decidieron regresar al pueblo, para decirle a los ancianos sabios que no lograban alcanzar al Sol. Los ancianos volvieron a meditar. En esas estaban cuando apareció Yaushu, el sabio Tlacuache.
Yaushu les relató a los ancianos que había visto por el oriente una luz roja, y que fue a ver de qué se trataba. Caminó durante cuatro noches y días, casi sin comer ni beber agua: al quinto día vio una gruta en cuya entrada ardía un gran fuego alimentado con madera. Junto al fuego se encontraba un hombre viejo, alto, de cabellos blancos y ojos increíblemente brillantes que miraba meditabundo al fuego. De vez en cuando echaba leños a la hoguera. Yaushu, espantado, se escondió atrás de un árbol, pues se había dado cuenta de que se trataba de algo caliente y peligroso.
Al llegar ante el anciano de la fogata, éste le preguntó la causa de su presencia, a lo que el Tlacuache respondió que buscaba agua para los ancianos de un pueblo, y le pidió permiso de dormir ahí. El viejo aceptó con la condición de que no tocara nada.  Yaushu compartió su pinole con el anciano, quien arrojó unas gotas al fuego, otras sobre su hombro, y se bebió el resto. Cuando el viejo se durmió, Tlacuache tomó una brasa con su cola y huyó presuroso. Cuando llevaba un buen trecho andado, se encontró de frente al viejo, quien le dijo que lo mataría por ladrón. El anciano trató de quitarle el tizón a Tlacuache: lo zarandeo, lo trituró, le pegó, lo pisó… hasta que pensó que le había dado muerte y se regresó a cuidar de su fogata.
Yaushu rodó por el suelo cubierto de sangre y fuego, y rodando, rodando llegó hasta el pueblo donde estaban los sabios orando. A punto de morir Tlacuache les entregó el fuego. La comunidad se lo agradeció y lo nombró el Héroe Yaushu.
Desde entonces los tlacuaches tienen la cola pelona.

sábado, 17 de diciembre de 2016

EL SUEÑO FRUSTRADO



Cuenta una leyenda del estado de Guerrero que hace muchos años una mujer llamada Carmelita Juárez soñaba, día y noche, con hacer un viaje al Vaticano para conocer en persona al Papa de aquel tiempo. A fin de realizar su sueño, durante muchos años se puso a juntar monedas de oro con bastante esfuerzo para poderse costear el pasaje.
Pasaron algunos años y, por fin, un día Carmelita se dio cuenta de que ya contaba con el suficiente dinero para marcharse al Vaticano. Al día siguiente se aprestó para el viaje y se dirigió al puerto para tomar el barco que había de llevarla hacia destino tan deseado. Cuando llegó era de noche y decidió ir a dar una vuelta por la playa para sosegar su emoción. Como la noche estaba muy oscura y la Luna no se aparecía, tomó un candil del albergue donde se hospedaba y se dirigió a la tibia playa.
De pronto vio dos figuras a lo lejos que caminaban hacia donde ella se encontraba. Temiendo lo peor, dio media vuelta y apresuró el paso para huir de esas personas que se le iban acercando cada vez más. Pero como Carmelita era madurita, pronto le dieron alcance dos hombres mal encarados que, presto, le quitaron a la pobre mujer todo su dinero, junto con las esperanzas de ver al Santo Papa. Fue tan duro el golpe de ver frustradas sus ilusiones que al poco tiempo murió de dolor y pena.
Desde entonces, los habitantes de Guerrero aseguran que en las playas del puerto suele verse a una mujer fantasmagórica que porta un candil en la mano y pasea por la playa en espera de tomar el barco que ha de llevarla hasta Europa a ver al Pontífice.


viernes, 16 de diciembre de 2016

LA MULATA DE CÓRDOBA



Cuenta la tradición, que hace más de dos siglos y en la poética ciudad de Córdoba, vivió una célebre mujer, una joven que nunca envejecía a pesar de sus años. Nadie sabía hija de quién era, pero todos la llamaban la Mulata.

En el sentir de la mayoría, la Mulata era una bruja, una hechicera que había hecho pacto con el diablo, quien la visitaba todas las noches, pues muchos vecinos aseguraban que al pasar a las doce por su casa habían visto que por las rendijas de las ventanas y de las puertas salía una luz siniestra, como si por dentro un poderoso incendio devorara aquella habitación.

Otros decían que la habían visto volar por los tejados en forma de mujer; pero despidiendo por sus negros ojos miradas satánicas y sonriendo diabólicamente con sus labios rojos y sus dientes blanquísimos.

De ella se referían prodigios.

Cuando apareció en la ciudad, los jóvenes, prendados de su hermosura, disputábanse la conquista de su corazón.

Pero a nadie correspondía, a todos desdeñaba, y de ahí nació la creencia de que el único dueño de sus encantos, era el señor de las tinieblas.

Empero, aquella mujer siempre joven, frecuentaba los sacramentos, asistía a misa, hacía caridades, y todo aquel que imploraba su auxilio la tenía a su lado, en el umbral de la choza del pobre, lo mismo que junto al lecho del moribundo.

Se decía que en todas partes estaba, en distintos puntos y a la misma hora; y llegó a saberse que un día se la vio a un tiempo en Córdoba y en México; "tenía el don de ubicuidad" – dice un escritor – y lo más común era encontrarla en una caverna. "Pero éste – añade – la visitó en una accesoria; aquél la vio en una de esas casucas horrorosas que tan mala fama tienen en los barrios más inmundos de las ciudades, y otro la conoció en un modesto cuarto de vecindad, sencillamente vestida, con aire vulgar, maneras desembarazadas, y sin revelar el mágico poder de que estaba dotada."

La hechicera servía también como abogada de imposibles. Las muchachas sin novio, las jamonas pasaditas, que iban perdiendo la esperanza de hallar marido, los empleados cesantes, las damas que ambicionaban competir en túnicas y joyas con la Virreina, los militares retirados, los médicos jóvenes sin fortuna, todos acudían a ella, todos invocaban en sus cuitas, y a todos los dejaba contentos, hartos y satisfechos.

Por eso todavía hoy, cuando se solicita de alguien una cosa difícil, casi irrealizable, es costumbre exclamar: -¡No soy la Mulata de Córdoba!

La fama de aquella mujer era grande, inmensa. Por todas partes se hablaba de ella y en diferentes lugares de Nueva España su nombre era repetido de boca en boca.

"Era en suma -dice el mismo escritor- una Circe, una Medea, una Pitonisa, una Sibila, una bruja, un ser extraordinario a quien nada había oculto, a quien todo obedecía y cuyo poder alcanzaba hasta trastornar las leyes de la naturaleza… Era, en fin, una mujer a quien hubiera colocado la antigüedad entre sus diosas, o a lo menos entre sus más veneradas sacerdotisas; era un médium, y de los más privilegiados, de los más favorecidos que disfrutó la escuela espirita de aquella época!…¡Lástima grande que no viviera en la nuestra! ¡De qué portentos no fuéramos testigos! ¡Qué revelaciones no haría en su tiempo! ¡Cuántas evocaciones, cuántos espíritus no vendrían sumisos a su voz! ¡Cuántos incrédulos dejarían de serlo!"

¿Qué tiempo duró la fama de aquella mujer, verdadero prodigio de su época y admiración de los futuros siglos? Nadie lo sabe.

Lo que sí se asegura es que un día la ciudad de México supo que desde la villa de Córdoba había sido traída a las sombrías cárceles del Santo Oficio.

Noticia tan estupenda, escapada Dios sabe cómo de los impenetrables secretos de la Inquisición, fue causa de atención profunda en todas las clases de la sociedad, y entre los platicones de las tiendas del Parián se habló mucho de aquel suceso y hasta hubo un atrevido que sostuvo que la Mulata, no era hechicera, ni bruja, ni cosa parecida, y que el haber caído en garras del Santo Tribunal, lo debía a una inmensa fortuna, consistente en diez grandes barriles de barro, llenos de polvo de oro. Otro de los tertulianos aseguró que además de esto se hallaba de por medio un amante desairado, que ciego de despecho, denunció en Córdoba a la Mulata, porque ésta no había correspondido a sus amores.

Pasaron los años, las hablillas se olvidaron, hasta que otro día de nuevo supo la ciudad, con asombro, que en el próximo auto de fe que se preparaba, la hechicera, saldría con coroza y vela verde. Pero el asombro creció de punto cuando pasados algunos días se dijo que el pájaro había volado hasta Manila, burlando la vigilancia de sus carceleros…más bien dicho, saliéndose delante de uno de ellos.

¿Cómo había sucedió esto? ¿Qué poder tenía aquella mujer, para dejar así con un palmo de narices, a los muy respetables señores inquisidores?

Todos lo ignoraban. Las más extrañas y absurdas explicaciones circularon por la ciudad. Hubo quién afirmaba, haciendo la señal de la cruz, que todo era obra del mismo diablo, que de incógnito se había introducido a las cárceles secretas para salvar a la Mulata. Quién recordaba aquello de que dádivas quebrantan… rejas; y hubo algún malicioso que dijese que todo lo vence el amor… y que los del Santo Oficio, como mortales eran también de carne y hueso.

jueves, 15 de diciembre de 2016

PEDRO, EL MAL AMANTE



San Blas es un puerto y una ciudad del estado de Nayarit. Fue fundado durante el Virreinato, y fue uno de los puertos más importantes del Pacífico, fundado por el conquistador Nuño de Guzmán. Debe su nombre al santo español conocido como el monje Blas de Mendoza. De dicho puerto es originaria una triste leyenda, que aconteció hace ya muchísimos años, en la ciudad que lo acompaña.
Elena era una jovencita de dieciocho años que vivía con sus padres y sus dos hermanos en una rica casona blanca por fuera y con escaleras y pisos de mármol por dentro.
En una ocasión en que Elena acudió a pasearse por el parque central de la ciudad con su dueña, se topó con un hermoso marinero venido de allende los mares. Pedro era rubio, tenía los ojos azules, y sobresalía por su elevada estatura. Todas las jóvenes le codiciaban. Pero Pedro también observó a la linda Elena, y se enamoró de ella. Ambos estaban como locos de amor, ambos se idolatraban cada día más.
El romance duró cerca de seis meses, ni que decir tiene que la familia de Elena ignoraba tal situación, pies la joven nada había dicho, sabedora de que nunca aceptarían sus padres a un pobre marinero llegado de lejanas tierras holandesas.
A los seis meses cumplidos, Pedro le comunicó a su amada que debía partir en el mismo barco que le había traído, ya no podía demorar más su estancia en San Blas. La joven se desesperó ante tal aviso, y le rogó a su querido Peter que no se fuera. Pero nada logró. El marinero estaba decidido a partir, pues era su deber. Sin embargo le juró y perjuró a Elena que nunca la olvidaría y que pasados otros seis meses, regresaría para casarse con ella, lo quisieran a no sus padres. Y que mientras comprara el vestido de novia más hermoso que encontrara. Así lo hizo la joven, y cada noche sacaba el vestido de su ropero y lo acariciaba, en espera de podérselo poner muy pronto y acudir a la iglesia a casarse.
Pero el tiempo pasó, se cumplieron los seis meses y Pedro no regresaba. Cuando hacía un año que la joven se había quedado solo, el ingrato enamorado aún no regresaba y la niña empezó a mostrar extraños síntomas de extravío. A estas alturas sus padres ya se habían dado cuenta de lo sucedido. La llevaron con muchos doctores, pero nadie pudo hacer nada por ella.
Cada domingo Elena se ponía el traje de novia y acudía al muelle en espera de ver acercarse el barco que le traería de vuelta a su amado. Los años fueron pasando, los padres de la infeliz novia murieron, y sus hermanos se encargaron de cuidarla. Elena envejeció, la cara se le arrugó completamente y el pelo se le blanqueó. De su belleza nada quedaba. Completamente enloquecida, un domingo vio bajar de un barco a un hermoso joven rubio, al verlo corrió a su encuentro, pero no logró alcanzarlo pues cayó fulminada por un paro cardíaco. Al verla en el suelo, el joven se apresuró a recogerla, y cuando la tuvo en sus brazos, escuchó que Elena le decía con una voz muy débil: -¡Por fin regresaste, amor mío!… y en ese instante expiró. El joven desconcertado nunca supo qué le quiso decir la anciana moribunda, pues como era obvio, no se trataba del desgraciado Pedro, del cual nunca se supo nada.

lunes, 12 de diciembre de 2016

EL CHUPACABRAS



La leyenda del Chupacabras, comenzó en 1992, cuando los periódicos de Puerto Rico, El Vocero y El Nuevo Día, comenzaron a divulgar las matanzas de muchos tipos de animales diversos, tales como pájaros, caballos, y cabras. En ese tiempo era conocido como El Vampiro de Moca puesto que algunas de las primeras matanzas ocurrieron en la pequeña ciudad de Moca. Mientras que al principio se sospechó que las matanzas fueron hechas aleatoriamente por algunos miembros de un culto satánico, eventualmente estas matanzas se comenzaron a dar alrededor de la isla, y muchas granjas divulgaron pérdidas de vida animal. Las matanzas tenían un patrón en común: cada uno de los animales encontrados muertos tenían uno o dos agujeros pinchados alrededor de sus cuellos.
Algunos supuestos testigos reportaron avistar una figura pequeña color verde oscuro, alrededor de las áreas de las matanzas, dando a los reporteros y la policía, la sensación de que los Chupacabras podían, en hecho, ser una figura extraterrestre; comenzando de esta forma la idea popular de que se trataría de una entidad alienígena.
Poco después de darse a conocer mundialmente las muertes animales en Puerto Rico, otras muertes animales comenzaron a ser reportadas en otros países, tales como República Dominicana, Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Perú, Brasil, los Estados Unidos, más notablemente en México. En Puerto Rico y México, El Chupacabras gano estatus de leyenda urbana. Las historias del Chupacabras comenzaron a ser lanzadas varias veces en los noticieros norteamericanos e hispanos a través de los Estados Unidos, y se generaron productos comerciales del Chupacabras, por ejemplo: camisetas y gorras de béisbol.
En donde más auge tuvo este fenómeno y leyenda fue en México, o al menos en el norte del país, fue en el municipio de El Álamo, en el estado de Nuevo León, ya que ahí se reportaron muchos animales muertos, en su mayoría cabras, a supuesta causa del Chupacabras. Incluso en forma sarcástica se le relacionaba con el Ex-Presidente Calos Salinas de Gortari.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

EL NIÑO DE MULA



En el año 1648, según cuenta la leyenda, se le apareció Dios Niño a un pastor que estaba en ese momento con su ganado en un pequeño monte, en  el paraje muleño de El Balate.
Este pastor se llamaba Pedro Botía.
Posteriormente ingresó en la orden franciscana, tomando los hábitos en el convento de Orihuela.
En un viaje a los  Santos Lugares, Jerusalén e Italia, se le volvió a aparecer Dios Niño en Asís, quien le indicó que volviese a España.
Durante el viaje de regreso conoció al Conde de Lemus, éste le introdujo en la Corte madrileña, así conoció al hermano del rey Carlos II, D. Juan José de Austria, y llegó a ser su consejero.
Durante los años que permaneció al servicio de ese príncipe, logró la construcción del Real Monasterio de la Encarnación en su villa natal, habitado hasta hoy por religiosas de la orden de Santa Clara de Asís.
Comenzaron los cultos al Niño en la ermita levantada próxima al lugar de la aparición, que no corresponde a la que ahora se visita, la actual fue edificada a finales del siglo XVIII en estilo Barroco murciano. 
La devoción de El Niño comenzó a extenderse por la Región, en especial por los pueblos del valle del Segura. Desde entonces es esta devoción una referencia muy significativa de las tierras murcianas.


martes, 29 de noviembre de 2016

EL ALMA EN PENA



En una ciudad de Coahuila se cuenta una leyenda desde hace mucho tiempo.
En ella se relata que había una familia de campesinos que se dedicaban a plantar maíz, calabaza y frijoles. Araban, plantaban y cosechaban sus productos. Mientras el padre de familia trabajaba junto con la madre y dos hijos ya mayores, el más pequeño, el benjamín, se quedaba en la casa jugando.
Un día en que todos estaban trabajando, se dieron cuenta de que Carlitos, el hijo menor, tenía largo rato que no salía de la casa, como solía hacerlo de vez en vez para mirar a sus familiares trabajar en la milpa.
Cuando la madre entró a la casa para ver qué pasaba, encontró al pequeño como pasmado.
Estaba quieto, no oía ni hablaba. Al verlo en ese estado lelo, la madre fue a traerle un vaso con agua, a ver si así reaccionaba.
Cuando la madre le iba a dar de beber, Carlitos comenzó a llorar desesperadamente, y le dijo a la mujer que había visto dentro de la casa a un hombre vestido de fraile, y que cuando trataba de acercarse a la figura ésta desaparecía para volverse a aparecer.
Nadie de la familia creyó lo que contó el pequeño. Sin embargo, el hecho sucedió en muchas ocasiones; ya no solamente se le aparecía al niño, sino a todos cuando se encontraban reunidos en casa.
Las apariciones del fraile se hicieron continuas e insoportables, pues todos estaban aterrados, y no sabían qué hacer. En una ocasión el fraile les dijo con una voz cavernosa que por favor le dedicasen una misa, pues su alma estaba en pena y no tenía descanso.
Que unos bandoleros le habían matado cuando se dirigía a entregar a sus superiores las limosnas de todo un año y monedas de oro que un ricachón había obsequiado a la iglesia.
Los ladrones le habían robado las limosnas, pero no el oro que llevaba escondido en la carreta en que viajaba. Se había salvado de milagro.
El fraile les dijo el lugar donde había quedado la carreta y dónde se encontraban las monedas. Que usaran unas cuantas para pagar las misas, y que se quedaran con el resto.
Así lo hizo la familia. Encargaron misas todo un año, para que el religioso descansara y las horrendas apariciones no volvieron a tener lugar. Con el dinero compraron una tienda y ganaron mucho dinero. Vivieron felices para siempre, gracias al alma en pena del buen fraile dominico.

lunes, 28 de noviembre de 2016

GUANINA



Guanina era una india taina, hermana de Agüeybaná el Bravo, jefe de la tribu y de un grupo de bravos guerreros, el cacique supremo de toda la isla de Puerto Rico. Guanina significa en el lenguaje taíno: "Resplandeciente como el oro".
Los conquistadores españoles se habían apoderado de la isla de Borinquén, que así se llamaba entonces la isla de Puerto Rico.
En aquel tiempo, un indio llamado Guarionex vivía enamorado de Guanina. Guanina era la hermana del cacique supremo, o sea el jefe de todas las tribus de la isla.
Cada vez que Guarionex veía a Guanina, el corazón le latía de tal manera que parecía que se le quería salir del pecho. Cada vez que él la veía le declaraba su amor. Ella no le correspondía porque vivía enamorada de un conquistador español llamado Don Cristóbal de Sotomayor, alcalde mayor y fundador de un poblado al que había bautizado con su propio apellido.
Guarionex, lleno de odio mortal hacia Sotomayor, le gritaba: – ¡Don Cristóbal, uno de los dos deben de morir! Tú no mereces vivir porque me robaste el amor de Guanina, y yo no quiero seguir viviendo si me falta su amor.
Los indios ya no podían soportar más el trato cruel de los españoles. Los indios taínos los habían recibido con amistad y habían celebrado la ceremonia del guatiao (pacto de fraternidad que sellaban con el intercambio de nombres). Por eso al cacique Agüeybaná también se le llamaba Don Cristóbal.
Los españoles, haciendo caso omiso al pacto, se repartieron a los indios como siervos. Los explotaban especialmente en los yacimientos de oro. Así explotados, los indios anhelaban volver a ser libres. Una noche, celebraron un areito (reuniones para celebrar sus fiestas, recordar tradiciones, y tomar decisiones, sobre todo cuando era necesario resolver sobre una guerra). Esa noche Agüeybaná y los taínos decidieron que los españoles tenían que morir para ellos poder ser libres otra vez.
Guarionex quiso el poblado de su enemigo mayor, que era Don Cristóbal de Sotomayor. Guarines no pudo matar a Don Cristóbal de Sotomayor porque en ese momento Sotomayor estaba llegando al bohío de Agüeybaná donde Guanina le advirtió que se salvara pues los indios se habían levantado en su contra.
Sotomayor se fue con sus soldados a La Villa de Caparra para ver al Gobernador. Agüeybaná le prestó a Sotomayor a unos Naborías para que lo ayudaran con la carga. Pero en secreto les dijo que cuando empezara el ataque, huyeran con las vitualles. Guanina no quiso dejar a Sotomayor huir solo y se fue con él.
Los indios tainos los persiguieron y el ataque empezó. Sotomayor peleaba ferozmente con su espada mientras los golpes de las macanas de los indios le iban abriendo profundas heridas. En el momento de mayor peligro, Guanina se interpuso entre Sotomayor y los indios y recibió en su cuerpo la herida mortal que iba dirigida a su amado. En ese momento de distracción de Sotomayor, Agüeybaná aprovechó para traspasarlo con su flecha. Cayó Sotomayor en los brazos de su amada Guanina.
Agüeybaná mandó a que los enterraran juntos, pero que a Sotomayor le dejaron los pies fuera de la tumba para que no pudiera encontrar el camino a la tierra de los muertos.
Poco después los españoles rescataron los cuerpos y los enterraron, uno al lado del otro, al pie de un risco empinado y a la sombra de una enorme ceiba.
Desde entonces, los jíbaros dicen que cuando el viento agita de noche las ramas del árbol frondoso, se oye un murmullo, que no es el rumor de las hojas, y se ven dos luces muy blancas, que no son luces de luciérnagas o cucubano, sino los espíritus de Guanina y Sotomayor que flotan, danzan y se funden, cantando la dicha de estar unidos siempre.

domingo, 27 de noviembre de 2016

OMÁCATL, DOS CAÑAS



Hubo una vez un dios al que le gustaban los festejos, las celebraciones y los convites, que las personas celebraban para agasajar a sus familiares y amigos con comidas, danzas y bailes.
Omácatl, Dos Cañas, como se llamaba, también conocido como Huitznáhuac, aparecía en todas estas celebraciones, ya que era obligado que aquél que diese una fiesta debiera tener en la casa la imagen del dios; los encargados de llevarla desde el templo eran los sacerdotes, de no hacerlo así, el festejante tendría terribles pesadillas en las que vería a Omácatl reconviniéndole de esta manera:
-Tú, mal hombre, ¿por qué no me has honrado como convenía? Yo te dejaré, yo me apartaré de ti y tú me pagarás muy bien la injuria que me has hecho-  
Era tal el enojo de Omácatl que, vengativo, ponía en la comida y la bebida de la fiesta cabellos para que el anfitrión quedase mal parado, lo cual era terrible, pues el convite entre los señores mexicas era una manera de obtener prestigio y estatus social; por lo tanto cada convite era una orgía de bebida y comida en la que los señores daban regalos a los invitados consistentes en mantas, tabaco, pañuelos, y flores. 
Cuando amanecía, el anfitrión sacaba una figura de un hueso grande, representativo del dios, que los principales y los teopixques habían elaborado con tzoalli, la masa de amaranto sagrada.

El hueso se comía entre los invitados al festejo, acompañándose con jícaras de pulque.

Previamente,  le picaban la panza al dios-hueso y lo dividían para distribuir los trozos. Se trataba de una especie de sagrada comunión con Omácatl, el alegre.

Aquellos que comían de la imagen estaban obligados a contribuir para la fiesta comunal de Omácatl.

Aquellos que deseaban obtener buena suerte, se llevaban la imagen del dios a su casa por doscientos días, así sus riquezas aumentaban porque Omácatl, que simbolizaba una de las tantas advocaciones de Tezcatlipoca, compartía un signo fausto Ome Ácatl.

Nuestro dios se representaba acuclillado sobre un haz de juncias, una planta de varas triangulares de bordes ásperos, gustaba pintarse la cara de negro y blanco, y se colocaba en la cabeza una banda de papel que anudaba por detrás, adornada de muchas borlas y piedras chalchihuites.

Omácatl se cubría el cuerpo con una manta de fina tela, adornada con una franja en la que estaban tejidas bellas flores; llevaba un escudo con borlas en la parte baja y en la mano derecha portaba un magnífico cetro semejante a una herradura con mango, cuyo nombre tlachialoni significaba “miradero” y por el cual veía las acciones humanas.

sábado, 26 de noviembre de 2016

EL DESEO DE NAVIDAD DE NIKI



Había una vez en un país muy tranquilo una bella casa, con sus alrededores floridos y una playa preciosa y un mar tan azul como el cielo.
En su interior vivía una bonita familia, había un niño llamado Niki el cual era muy inteligente, y lo tenía todo: amor, atenciones, juguetes; pero a pesar de tenerlo todo no era completamente feliz, pues deseaba tener un hermanito y cada navidad le pedía a Dios que se lo trajera, mama y papá le preguntaron que tu quisieras para esta Navidad y el niño respondió:
Tengo todo pero lo que en realidad deseo con mi corazoncito es un compañerito y papá le dijo: Tu mamita también y sabes parece que Dios te ha escuchado y pronto llegara, ¿verdad mamita?
Y ella respondiendo le dijo si, y pasaron los meses y llego el gran momento y una bonita mañana Niki despertó cuando escuchó llorar a alguien, y fue corriendo a ver a su mamita y cual grande fue su sorpresa: sus ojos se llenaron de lágrimas al ver de lado de su mamita a la personita que tanto le había pedido a Dios.
Lo besaba y besaba lo abrazaba y le daba las gracias a su mami por pedir el mismo deseo, entonces su papito lo abrazo muy fuerte, y le dijo ahora tendrás una compañía a quien tendrás que enseñarle todas las cosas bonitas que tu ya sabes, pero prométenos a mamita y a papito las tres palabras, mas importantes que te hemos enseñado:
El Amor, El Perdón y la fe porque sin ellas el mundo no tendría sentido, pero recuerda la más importante de las tres es el Amor porque sin él no tendría sentido la vida, porque las tres siempre van de la mano, viste tuviste fe y Dios te concedió este deseo, El amor que desde hoy une más nuestra familia y el perdón por los malos tiempos que tuviésemos algún día. Niki todos los hombres aprenderemos a perdonar, y dar el amor por medio de la fe y nos conozcamos del modo que Dios nos conoce a nosotros, y recuerda Niki dar y recibir. Y así termina esta historia llena de amor y felicidad familiar.

viernes, 25 de noviembre de 2016

EL CONEJO EN LA LUNA



Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre.
Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre.
Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos.
Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar. 
-¿Qué estás comiendo?, – le preguntó.
-Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
-Gracias, pero yo no como zacate.
-¿Qué vas a hacer entonces?
-Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo;
-Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
-Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.
Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. 
Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
-Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.

jueves, 24 de noviembre de 2016

LA HIJA MALDITA




Cuenta una leyenda que en el  año de 1828, en el barrio de San Pablo de la Ciudad de México, en el antiguo barrio de Tenochtitlán conocido con el nombre de Teopan, Lugar de Dios, se forjó una leyenda que aún las abuelas cuentan a sus espantados nietos.
En esta época, pasada ya la guerra de Independencia, vivía en una casa colonial una viuda con su hija de diecisiete años.
Vivían las dos solas, pues el marido de doña Catalina había muerto de unas fiebres que los doctores nunca pudieron curar ni determinar a qué se debían.
Al morir don Pancracio había dejado una buena fortuna a su familia, razón por la cual las mujeres se encontraban en buena situación económica.
La madre cumplía todos los caprichos de Delia, la hija, le compraba vestidos, zapatos, tápalos y chucherías para que adornara su arreglo personal. En una ocasión la chica vio en el Portal de Mercaderes un hermoso collar de rubíes, y como se acercaba la fiesta de su cumpleaños, deseó tenerlo para lucirlo ante su familia y amigos que acudirían a felicitarla.
Así pues, acudió presurosa a la recámara de su madre, en la que se encontraba rezando, y le contó lo hermoso que era el collar y lo bien que le quedaría con su nuevo vestido rojo de satín.
Al oírla doña Catalina le respondió que lo que pedía era exagerado. Por un lado el collar costaba demasiado dinero, y por otro, le dijo que era muy joven para llevar joyas de esa categoría.
Delia armó un soberano berrinche: lloró, suplicó, se tiró al suelo y juró matarse si la madre no le cumplía el capricho. Pero Catalina se mostró inflexible y se negó rotundamente a comprarle el collar deseado. Al verse frustrada en sus deseos, Delia, se levantó del suelo donde se hallaba llorando, y le propinó dos fuertes cachetadas a su madre que la hicieron sangrar y caer al suelo. Sentida y furiosa, doña Catalina le dijo a su hija: -¡Por estos golpes que me has dado, yo te maldigo, y lo pagarás con el primer hijo que tengas!
Pasaron dos años, hija y madre nunca más se volvieron a dirigir la palabra. Delia se casó y se fue a vivir a una gran casa que se encontraba en el mismo barrio de San Pablo.
Un año después de su matrimonio, dio a luz a su primer hijo, pero ¡Oh, desgracia! El hijo era un monstruo. En el periódico El Iris, con fecha 3 de junio de 1828, se pudo leer la siguiente noticia. en el barrio de San Pablo, una mujer parió a un monstruo de figura de marrano, liso y sin pelo, de color tostado, cabeza grande, redonda, cerdas en la frente, boca grande rasgada, dos dientes, nariz chata, orejas de mono, rabo corto, los pies con pezuñas, la mano derecha con cinco dedos y la izquierda con cuatro, su tamaño regular de marranillo… 
¡La maldición materna se había cumplido!

martes, 22 de noviembre de 2016

EL MURCIÉLAGO NEGRO



Por las noches en los montes del Estado de México se ven bolas de fuego saltando de un árbol a otro mientras avanzan sigilosamente hasta llegar al pueblo.
Me dijeron que cerca del pueblo de San Juan, en México, un hombre que conducía su camión de carga por la carretera a altas horas de la madrugada de pronto se chocó con una figura de mujer y el espíritu de ésta le atravesó todo el cuerpo al golpearla con su camión.
El señor, entre confuso y disgustado, se bajo de la cabina para asistir a la mujer a la que creyó haber atropellado, pero en su lugar se encontró a un gran murciélago negro, mal herido.
Decidió, pues, llevárselo para entregárselo a alguna veterinaria, echándolo en la parte de atrás del camión, en el remolque donde llevaba toda la carga.
Al cabo de unos minutos, mientras conducía, comenzó a escuchar ruidos, gritos y muchos golpes en la parte trasera del camión.
De inmediato paró el camión, bajo de nuevo de la cabina y fue a ver qué pasaba en el remolque.
Al abrir el portón de carga el ruido cesó. Se había esfumado el murciélago y en su lugar apareció el cuerpo de una mujer muerta.
Si os da pánico leerla, el testigo que me argumentó la historia en su momento, había sido partícipe directo de una de ellas. Imaginaos la expresión de su rostro mientras me lo narraba todo junto a un pequeña hoguera con cuatro maderas ardiendo y sólo el resplandor del fuego nos servía de luz para vernos las caras en esa oscura noche.
Fue toda una experiencia muy misteriosa que recuerdo de viaje por las tierras mexicanas.

lunes, 21 de noviembre de 2016

QUIMICHPAPÁLOTL



En la dulce lengua náhuatl al murciélago se le conoce con los nombres de quimichpapálotl, “ratón mariposa”; y tzicanan, “murciélago”. Su carácter sagrado ha prevalecido hasta nuestros días en muchas comunidades indígenas y aún se mantienen vigentes leyendas y mitos en la tradición oral.
Una leyenda mexica narra que Tzinacan, otro nombre de Quimichpapálotl, nació de la simiente y la sangre que derramó Quetzalcóatl durante uno de sus auto-sacrificios. Poco después, la Serpiente Emplumada buscó a la diosa Xochiquetzal y mordió su órgano genital y lo llevó a manos de los dioses. Del agua con que lo lavaron surgieron múltiples flores de exquisitos aromas. Los dioses decidieron llevar el órgano a Mictlantecuhtli, el Señor del Inframundo, quien lo recibió, lo lavó otra vez, y de esa agua sagrada nació el cempasúchil, la amarilla flor de los muertos.
Otra leyenda nos narra que un día Quetzalcóatl estaba lavando su divino cuerpo cuando sus manos tocaron su pene y eyaculó. El semen cayó sobre una roca y de ella nació el murciélago quien se convirtió en el mensajero de los dioses por excelencia.
Quimichpapálotl estuvo relacionado con los puntos cardinales, pues fue el genio del este, así como el Ocelotl, jaguar, lo fue del norte; acipactli, monstruo del agua, representaba al genio del oeste; y cuautli, el águila, se relacionaba con el sur. Los templos nahuas dedicados a  Tzinacan fueron construidos en forma de herradura, con los altares ubicados hacia el este, donde se ubicaba el Inframundo. Los sacerdotes solían invocarlo para curar las enfermedades que pudiesen atacar a sus alumnos y darles muerte, pues consideraban que el dios tenía el poder de mantener la vida o de quitarle cortando el hilo invisible que unía el cuerpo con el alma.
En los templos llamados Cuauhcalli de Tenochtitlán, existía una sala compuesta de dos cuartos secretos: uno circular y otro rectangular. La sala recibía el nombre de Tzinacalli, La Casa del Murciélago. En esta sala se efectuaban las ceremonias de iniciación de los guerreros Jaguar y Águila. En el cuarto rectangular se guindaba un espejo de obsidiana y se encendía en el fuego una hoguera. El iniciado debía quedarse durante una noche en esta cuarto oscuro, mirarse en el espejo  y resistir. Si aguantaba verse y esperar, pasaba al cuarto circular donde un sacerdote le prendía fuego a la imagen del guerrero fabricada en papel amate, hecho que simbolizaba el paso de las tinieblas a la luz. El candidato debía  caminar hasta la luz de la fogata y decir las palabras: -¡Soy un hijo de la Gran Luz, Tinieblas, apártense de mí! En ese momento se escuchaba un poderoso batir de alas y aparecía la sombra de un ser humano con alas de murciélago que intentaba decapitar al intruso que se había atrevido a invadir sus dominios. Si el guerrero mostraba miedo, se le abría una puerta por la cual podía salir. En cambio, si resistía al temor hasta el amanecer y hacía frente a Quimichpapálotl, la puerta se abría para dar paso a un sacerdote-guerrero que le daba la bienvenida y le invitaba a entrar al templo, pues había demostrado su valentía.
Tzinacan, en su calidad de animal sagrado, quedó registrado en muchos de los códices  que han llegado hasta nosotros. Según nos presenta al murciélago el Códice Borgia (láminas 49 a 52) -o Códice Yoalli Ehecatl, Noche y Viento-  se trata de un animal que arrancaba las cabezas, un demonio entre los seres fantásticos del bestiario. Se le representa pintado de verde, en una mano lleva un átlatl, y con  la otra le saca el corazón a un esqueleto rojo con manchas amarillas. Como pectoral tiene una cabeza humana sangrienta. En la lámina 44 de dicho Códice, el sagrado Murciélago entrega a Xochiquetzal, diosa de las flores, un corazón humano, acción interpretada como  la entrega de la  vida del dios a la diosa, hecho que nos presenta al murciélago como un dador de vida.
En el Códice Vaticano B de comienzos del siglo IV, se le representa con una cabeza en las manos, pintada de color rojo, y con los bordes de los ojos  amarillos. Por su vestimenta y actitud sugiere a un tlacazinacantli, es decir, un hombre disfrazado de murciélago, ya que debajo de la garra del animal podemos ver una mano humana. Como tocado lleva una venda en la frente a la manera de dios solar, adornada con un chalchihuite, piedra verde sagrada, y con una cabeza de ave estilizada que le cae sobre la frente; a más, luce el gorro cónico de Quetzalcóatl, mitad rojo y mitad negro, con plumas en la parte de la nuca, por lo que se relaciona con Quetzalcóatl y el sacrificio.
El Códice Féjévary-Mayer nos muestra un hombre-murciélago cubierto de piel, con cabeza de murciélago, pintado de verde, el cabello oscuro, con un escudo en la región occipital, y una pequeña bandera de papel atributos todos que simbolizan al dios de la muerte. En la mano derecha lleva una cabeza humana y en la otra un corazón arrancado del pecho de la víctima.